CeAQUA
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Posted: 14 Jul 2014 03:13 PM
PDT
Cruzó el Atlántico desde su
Galicia natal a Argentina con solo 9 años. Cuando tenía 17, Darío Rivas se
enteró por carta de que su padre, alcalde de Castro de Rei, había sido
fusilado por los falangistas. Aunque se prometió no volver a España, viajó a
Galicia con su mujer en varias ocasiones. En una de estas visitas se enteró
por casualidad dónde estaba enterrado su padre. Fue entonces cuando empezó su
lucha por desenterrar la verdad y juzgar a los culpables. En 2005 recuperó
los restos de su padre. Desde 2010 da la batalla en Argentina por sentar en
el banquillo a los autores de los crímenes del franquismo
Darío Rivas, hijo del exalcalde de Castro de Rei fusilado en octubre de
1936, se enteró por casualidad en 1994 dónde yacían los restos de su padre.
En agosto de 2005, voluntarios de la Asociación de
la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), grupo
originario del Bierzo leonés promotor de las primeras exhumaciones del
franquismo, abrieron la fosa donde había sido sepultado Severino Rivas. Desde
entonces sus restos reposan en el panteón familiar de Loentia bajo el
epitafio: Papá, descansa
en paz, te lo pide tu hijo mimado. A sus 94 años, Darío Rivas,
afincado en Buenos Aires, mantiene la lucha por la memoria de quienes
“murieron sin justicia”.
Y lo hace desde Argentina,
donde promovió hace ya cuatro años una querella para que la Justicia del país
austral investigue los crímenes de la dictadura a los que España dio
carpetazo. En reconocimiento a su labor a favor de los derechos humanos y de
defensa de los represaliados y familiares de las víctimas del franquismo, la
Diputación de Lugo le entregará la placa de honor de la provincia y le
rendirá homenaje el próximo 31 de julio.
Lucha contra el olvido. La
historia de Darío Rivas, residente en Argentina desde los nueve años, fue la
que dio inicio al proceso judicial que al otro lado del Atlántico investiga
los crímenes de la dictadura de Franco. La querella que promovió este gallego
en Buenos Aires en abril de 2010, que ya suma más de 300 denuncias, señala al
Estado español como responsable de los delitos cometidos entre 1936 y 1977.
El pasado mes de mayo, la juez que lleva el caso, María Servini, viajó a
España para interrogar a víctimas y familiares del franquismo que por su edad
no podían desplazarse a Buenos Aires para declarar en el proceso.
Para Darío Rivas es una
“vergüenza” que los “culpables” todavía no hayan sido juzgados y que el
Gobierno español no busque a sus desaparecidos. “Es dejar vivo un antecedente
de genocidio impune que van a pagar las generaciones futuras”, denuncia desde
Buenos Aires.
Investigación
Tiene claro que todavía hoy hay
“responsables” de estos “asesinatos” que deben sentarse en el banquillo para
rendir cuentas a las familias por los más de 130.000 fusilados y los más de
30.000 niños desaparecidos. “Sé que hay muchos responsables de la masacre
muertos, pero también hay muchos vivos que firmaban sentencia de muerte a
garrote vil”, advierte.
La idea de promover una
investigación sobre las desapariciones del franquismo le rondaba la cabeza
desde el mismo día en que recuperó los restos de su padre, fusilado en un
desnivel que desciende de la carretera de Lugo a la capilla de Cortapezas, en
Portomarín.
Darío se despidió hasta en tres
ocasiones de su padre. La primera fue en 1929. Su madre había muerto y su
padre decidió enviarlo a la prometedora Argentina de entonces donde ya estaba
una de sus hermanas y con los años irían cinco más. En 1936, Severino Rivas,
campesino, fue elegido alcalde del Ayuntamiento de Castro de Rei. Pero no
duró mucho en el cargo. A los cuatro meses estalló la Guerra Civil. Cuando
Darío tenía 17 años recibió por carta en Buenos Aires la noticia de que su
padre había sido asesinado por los falangistas tras pasar dos meses en la
prisión de Lugo. Y la última ocasión en que se despidió de él fue en 2005,
cuando un equipo de voluntarios de la ARMH exhumó sus restos, los primeros de
una víctima gallega en la comunidad.
Fue en el año 1994 cuando, por
casualidad, se enteró del lugar en el que yacían los restos de su padre. En
un viaje a Galicia con su mujer entró en una tienda de regalos en Portomarín,
localidad en la que sospechaba que habían fusilado a su padre. En teoría, los
falangistas lo habían abandonado en un cementerio anegado por un embalse.
Allí la dueña del establecimiento preguntó a Darío si era turista, él pensó
que le quería cobrar los detalles más caros. “Si y no”, le dijo. Entonces le
contó que residía en Buenos Aires pero era de Castro de Rei.
Buscando tema de conversación,
la mujer le habló de dos hombres a los que habían matado los falangistas
cuando ella era niña y que eran vecinos de la aldea de Darío. Le hizo mención
a un gabán que vestía uno de ellos y los rumores que decían que era alguien
importante. Casi sin aliento, Darío recordó el gabán que le había enviado a
su padre su hermana desde Buenos Aires y pidió a la mujer más detalles de esa
historia. “Quien la sabe bien es el carnicero”, le dijo. Darío inició la
búsqueda que le llevó al lugar donde habían matado a su padre: la capilla de
Cortapezas. Los restos de Severino Rivas, casi 70 años después, seguían allí,
debajo de aquella tierra y de aquellas hierbas silvestres. En agosto de 2005,
fueron exhumados sus restos. Desde entonces yacen en el panteón familiar.
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