Por la religión y por la patria. La iglesia y el
golpe militar de julio de 1936
Ángel Viñas
Francisco Espinosa
Maestre y José María García Márquez
Utilizo conscientemente la fórmula con el “quizá” porque dicho
libro lo singularizan tres rasgos: a) aborda una tema que se ha querido
oscurecer por la amplitud de la campaña mediática de la Iglesia para recordar
el martirio de los religiosos, del clero secular y regular, durante la guerra
civil y que se ha materializado en los últimos años de involución eclesial en
masivas operaciones de beatificación; b) presenta la “otra cara” de la moneda:
la participación activa, indecorosa, vil, de numerosos clérigos en el asesinato
y persecución que efectuaron los militares, la guardia civil, la policía, la
falange y las demás fuerzas “cívicas” en una operación destinada a sembrar el
terror en los territorios bajo control de los sublevados y a liquidar
físicamente a la “anti-España”; c) acumula casos probados, bien documentalmente
bien por referencias de historia oral verificadas en lo posible, que permiten,
por un proceso inductivo, establecer hipótesis generales contrarias a las
versiones eclesiales que, ciertamente en mi generación, se nos impusieron a
golpes de propaganda que subrayaban las malísimas artes de todos los demonios
enemigos de “Dios y de la Patria”.
Se trata de un libro relativamente corto. No
tiene mucho más de 150 páginas de texto y una veintena para notas. Son las
suficientes para leerlo en unas cuantas horas. La brevedad refuerza un mensaje
que no es nuevo pero que ahora queda abrumadamente probado. Lo expuso ya, en
plena guerra civil, el prominente político católico vasco Manuel de Irujo
cuando profetizó que la Iglesia española aparecería en el futuro como
víctima (lo cual es indudable) pero también como verdugo (papel siempre
aminorado cuando no silenciado).
El libro establece una tipología de las formas
de participación de los clérigos en la violencia. La más desaforada y vomitiva
fue la directa. Fue la que ejercieron el “cura de Zafra”, Juan Galán Bermejo;
el bravo Padre Vicente, capellán castrense de la Legión; el jesuita Bernabé
Copado, capellán militar de la columna Redondo; otro capellán legionario, el
también jesuita José Caballero; el coadjutor de la parroquia de la Concepción
de Huelva, Luis Calderón Tejero; el párroco de Rociana, de la misma provincia,
Eduardo Martínez Laorden; el párroco superfascista de Encinasola, Eugenio López
Martín; un excapellán de la cárcel de Huelva, Pablo Rodríguez González, etc.
Nombres todos que deben formar parte de la historia mundial de la infamia. (No
he verificado por cierto si han encontrado acogida en las páginas del Diccionario
biográfico español de la RAH). Se trata de una selección tan solo de
un frondoso ramillete. Otra forma de participación fue más sutil: consistió en
dar testimonios falsos sobre el comportamiento de izquierdas y malvados de toda
laya de tal forma que su ejecución o su condena a largos años prisión se hacían
inevitables. Fue la más rastrera, si es que cabe hacer distinciones en terreno
tan resbaladizo, pues aquellos (¡oh!) santos varones solían ocultar con
frecuencia que a ellos debían su propia salvación. Ejemplos poco en
consonancia con las tan ensalzadas virtudes de verdad, prudencia y templanza.
El libro, para escándalo de eventuales píos
lectores, no exonera a la propia jerarquía que demostró un tipo de
comportamiento alentado por los señores obispos (a quienes Dios, en su infinita
bondad, quizá haya abierto las puertas de su gloria porque el historiador debe
cerrárselas). Dejemos la palabra a una de las lumbreras de la Iglesia española,
monseñor Eijo Garay, duro entre los duros, fascistizado entre los
fascistizados: “Dios está entre nosotros. Dios está con Falange. Y la Falange,
que ayuda en los frentes a ganar la guerra y prodiga en la retaguardia la
caridad cristiana, salvará a España”. ¿Exabruptos de la época? No extrañará que
hubiese sacerdotes como Miguel Franco Olivares a quienes le agradara la
consoladora tarea de dar tiros de gracia a los ejecutados. Para que llegasen
más rápidamente al juicio divino.
Se ha hablado mucho de las charlas radiofónicas
de Queipo. Menos de los curas que participaron en tan modernas actividades tan
resaltadas en la entrada de dicho general en el Diccionario de la RAH. Se
conservan, por ejemplo, los alocados deseos de fray Jacinto de Chucena: “Es
preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del
marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no queda ni
rastro de ella”. Emitida el 14 de agosto de 1936. Pour encourager les
autres.
Un capítulo entero se dedica a una actividad
algo más sofisticada. Fue la fabricación de informes político-sociales en base
a los cuales se fundamentó ulteriormente la represión militar y fascista.
Estuvieran basadas en hechos, rumores, inventos o incitaciones militares y
policiales que de todo hubo en la Viña del Señor. Un ejemplo: “no puedo
precisar si cometió desmanes pero es de suponer por haber sido detenido”. Tan
tranquilo. Es un argumento que solía utilizarse también en los consejos de
guerra. ¡Algo habrían hecho y no habría sido nada nuevo!
La purga del magisterio republicano, que tanta
atención ha despertado con toda razón en los últimos años, y bajo la
responsabilidad última de aquel genio de la literatura patriótica que se llamó
don José María Pemán, contó siempre con el apoyo entusiasta de la Iglesia y de
sus huestes negras, no en vano jamás perdonaron a la República los intentos de
sustraer la enseñanza a su histórico dogal. Finalmente, los autores
también abordan el mito del “cura bueno”, de la mano del de Mérida, César
Lozano, aunque “bueno solo por un día”, a la vez que enfatizan los casos
de religiosos que permanecieron fieles a su ministerio y no dudaron en ayudar a
su grey, situándose del lado de la República. Ni que decir tiene que muchos de
ellos lo pagaron con la vida.
Un libro abarrotado, pues, de datos, fuentes y
testimonios que cuenta otra historia, en contraposición a las miríficas
visiones que siguen hoy propagando la Iglesia y sus plumillas y a las que
tan buena acogida ha dado la RAH. Si hay que ganar la batalla por la
Historia, libros como este son más que necesarios. Son imprescindibles. Gusten
o no gusten. Al escrutinio del historiador no puede quedar vedado ningún ámbito
de la acción humana en el pasado. Tampoco la de la Iglesia con toda su
espiritualidad.
Asociación Memoria Histórica y Justicia de Andalucía
Avda. Blas Infante 4, 8ª planta
41010 Sevilla
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Tfnos: 647356571 / 619047369
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