El régimen franquista ha pretendido justificar su represión como una respuesta a la de sus enemigos, pero está claro que había sido planificada para destruir los avances republicanos que cuestionaban los privilegios de la oligarquía española. Donde los franquistas controlaron la situación desde el primer momento, sin ningún tipo de violencia republicana hubo intensa represión: En Burgos 2.500 víctimas de la represión franquista, en Segovia 358 muertes, 200 ejecuciones ilegales. En Zafra o Cantalpino no se había producido ningún asesinato, pero los fascistas mataron a cientos de personas y violaron a muchas jóvenes. Como estos, miles de ejemplos.
En el territorio republicano, las autoridades intentaron poner fin a los asesinatos en la retaguardia republicana, y nunca justificaron estos, al contrario. En cambio, la violencia franquista fue impulsada, dirigida y protegida por sus autoridades. Según Francisco Partaloa, fiscal del Tribunal Supremo en zona fascista, “tuve la oportunidad de ser testigo de la represión en ambas zonas. En la nacionalista era planificada, metódica, fría. Las autoridades cometieron atrocidades para imponer su voluntad por medio del terror. Las atrocidades de la zona republicana los perpetró gente apasionada, no autoridades, que trataron siempre de impedirlos. La represión franquista recuerda la del absolutista Fernando VII desde principios del siglo XIX, una política de exclusión que vienen practicando los sectores reaccionarios del país. Hay que sumar los ominosos secuestros de mas de 30.000 niños, separados de sus madres y entregados a personas afines al régimen franquista, bajo la dirección del psiquiatra militar, Antonio Vallejo Nájera, que afirmaba que los “rojos” eran inferiores intelectualmente, degenerados, y las “rojas feas y bajas”.
La Iglesia y los sectores reaccionarios colaboraron mediante la delación, la revancha, las celosías, millares de ciudadanos cayeron en los tribunales franquistas. El informe anónimo Sis mois chez Franco señala: “Uno de los espectáculos más repugnantes eran las colas impúdicas de delatores que esperaban turno en pleno Paseo de Gracia para destilar veneno en la oficina de denuncias que mantiene Falange de acuerdo con los militares”. Muchos colaboradores de la represión eran también ejecutores de palizas, castigos y otros daños a las familias republicanas, denuncias de sus vecinos a policía, guardia civil, ayuntamientos o juzgados. Callar para siempre, ser objeto de burlas, estafas, malos tratos de palabra y de hecho por parte de los ganadores, los afiliados a Falange. Señala Sánchez-Albornoz: “En materia de libertad, la cárcel y la calle se diferenciaban solo en grado. España entera era una inmensa prisión en la que toda persona tenía sus movimientos restringidos y de la que se salía excepcionalmente”.
Las mujeres recibieron del franquismo nacionalcatolicista un castigo ejemplar para que volviesen a ser esposas y madres obedientes, especialmente para las mujeres de encarcelados y exiliados. Padecieron el trato vejatorio de los vencedores, que las humillaron y degradaron. Las prisiones se llenaron de mujeres por ser madres o mujeres de presos o de exiliados o por su afiliación política durante la República. Fuera de la prisión les esperaba el control social, los castigos la degradación pública. Detenciones arbitrarias, abusos sexuales, castigos públicos, cortarles el cabello al cero, comer maíz de gallinas, beber aceite de ricino, trabajos forzados, trabajar de balde en las casas de los franquistas, etc. La violencia fue un elemento consustancial a la dictadura franquista en posguerra, sus 150.000 desaparecidos, sus mas de 30.000 fusilados, medio millón en campos de concentración, decenas de miles en exilio, 300.000 personas en prisiones, batallones disciplinarios, miles de maestros y funcionarios depurados, o la miserable represión contra las mujeres. Los vencedores de la Guerra Civil fueron implacables con los derrotados.
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