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El documental COPEL: una historia de rebeldía y dignidad narra la pelea por la "amnistía" de los reos del franquismo condenados bajo el estigma de la "peligrosidad social"
Al final del franquismo, más de 14.000 reclusos entre políticos y sociales siguen entre rejas, 8.000 de ellos condenados por la antigua Ley de Vagos y Maleantes
Un grupo de expresidiarios describe en la película el pulso contra el régimen desde el primer motín tras la muerte de Franco en la cárcel de Carabanchel
Cárcel de Carabanchel. Madrid, julio de 1976. Trozos de papel llueven sobre el patio. Los reos leen las consignas. Y en la quinta galería explota el primer motín tras la muerte de Franco. El régimen responde con gente “de azul” ataviada con cascos, porras y escudos. Los funcionarios cargan a golpes contra presos sociales que, sentados en el suelo, reclaman “amnistía y derechos humanos”.
La escena refleja la génesis de la Coordinadora de Presos En Lucha (COPEL). El inicio de la batalla por reconocer como víctimas del franquismo a quienes no son presos políticos ni comunes y adoptan el apellido ‘sociales’. De aquellos que quedan fuera de la democratización de España. Ignorados, incluso, por la Ley de Amnistía que el Congreso aprueba el 14 de octubre del 77.
Más de 40 años después, un grupo de reclusos construye la crónica de aquel pulso al poder con el documental COPEL: una historia de rebeldía y dignidad. La película, estrenada este fin de semana en el Palacio de la Prensa de Madrid, narra el desarrollo de un movimiento clave en la ruptura del paradigma del sistema penitenciario franquista. La lucha libertaria de unos jóvenes sometidos a la represión carcelaria, abocados a la trastienda social y azotados, muchos, por el drama de la heroína.
El audiovisual consigue “difundir la narración de nuestra historia”, contrapuesta a la postura oficial, “manipulada o condenada al silencio”, explica uno de los fundadores de la COPEL, Daniel Pont, a eldiario.es. Al final de la dictadura había más de 14.000 presos entre sociales y políticos. Las primeras amnistías abren las puertas de las prisiones dejando a más de 8.000 entre rejas, la mayoría condenados por la Ley de Vagos y Maleantes –sustituida en 1970 por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social– que pena conductas “antisociales” como el uso de drogas y la homosexualidad.
La ‘Gandula’ no es más que un código para condenar la pobreza y la exclusión social, denuncia la COPEL. Con el documental visibilizan “una rica experiencia de lucha autónoma, desde la base”, vivida en “los años intensos de la Transacción”, afina Pont. Y vale también, matiza, “como herramienta para denunciar la dura situación carcelaria actual”.
“Ante la omisión de su causa en las medidas de amnistía, los presos comunes subieron a los tejados para reclamar la libertad y un cambio radical del sistema penal y penitenciario”, resume en el libro Cárceles en llamas el doctor en Historia César Lorenzo Rubio.
La COPEL, escribe, “firmó los manifiestos que acompañaron las huelgas de hambre, autolesiones y motines mediante los que se reivindicaron como víctimas del franquismo”. Toda una lucha por los derechos humanos agarrada al movimiento libertario y el empuje radical de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Un lema: PRES.O.S.
Aquella primera intervención organizada, conocida como 'la batalla de Carabanchel', extiende su efecto mimético a otras cárceles. Los excluidos firman el reclamo por participar en el viaje de “la Transición española a la democracia”. Con un lema escrito en un titular de prensa que rompe muros entre los vaivenes de un país en plena convulsión: ‘PRES.O.S. La situación carcelaria es insostenible’.
Naufraga en el equívoco quien piensa que la democracia cae en España por obra de Franco, gracia divina o una suerte de inercia que repele tics de la dictadura. El barniz democrático pinta el país con huelgas, movilizaciones callejeras y hasta un puñado de muertos. Es la lucha contra un régimen ‘atado y bien atado’.
Libertad, democracia, amnistía. Todo, cuenta Pont, crece forzado “por las movilizaciones y luchas populares cada vez más masivas y contundentes para derribar aquel régimen autoritario”. La organización de reclusos madura entonces para lograr el “éxito de nuestras reivindicaciones: los derechos humanos y la amnistía”, cuenta en la cinta el exmiembro Agustín Moreno.
El primer paso requiere empapar el debate público: extirpar el título ‘preso común’, “optimizar la energía de los presos” y crear “un movimiento más o menos organizado para presionar al Estado”, recuerda Pont durante el metraje. “Ahí empezamos a despertar”, dice otro condenado, Juan Carlos Bertolí.
Los presos sociales copian el modo de acción de los reos políticos, con más organización y solidaridad. La estrategia crece “coordinada con el resto de cárceles”, señalan. “Toman conciencia de que son víctimas de una situación injusta”, explica el abogado de la COPEL, Pepe Galán.
El lumpen, la mujer, los ‘sin palabra’
La película COPEL: una historia de rebeldía y dignidad, realizada durante 12 años, arranca con imágenes del NO&DO franquista. “La obra penitenciaria que en nuestra nación se realiza está inspirada en la idea católica de redención”, recita el locutor. El régimen de Franco dice que respeta los derechos humanos. “La esperanza brilla como el sol en todas las prisiones”, culmina.
El “falso barniz” de progreso intenta lavar la cara a la dictadura. Y demuestra “la clara participación de la Iglesia católica” como “sostén del franquismo”, en palabras de Daniel Pont. Un funcionamiento “prácticamente copiado del nacionalsocialismo hitleriano", define.
La amnistía “está fuera de lugar en este momento”, impone Manuel Fraga desde un plató de TVE en el 76. Poca misericordia vende el Estado una vez muerto Franco. El vicepresidente del Gobierno y Ministro de la Gobernación tiene claro que esa “palabra” es “algo que se hace después de una guerra civil”. No toca jugar a eso, confirma, en la España transicional.
“La generosidad ha superado siempre en este país al sentido de la represión”, escupe Fraga ante la cámara. Las cunetas cargadas de huesos y las fosas que agujerean esa misma nación no dibujan tal escenario. Ni los calabozos salpicados de sangre y los muros silentes de los centros de tortura del franquismo.
“La vida cotidiana en las prisiones franquistas se caracterizaba por la crueldad y sufrimiento que [los funcionarios y el régimen] producían entre los presos sociales”, relata Daniel Pont. La “infrahumana situacion de la mayoria de instalaciones carcelarias” está completada con “mala y escasa alimentación”, aislamiento “absoluto” en celdas de castigo... y una cicatriz duradera: la “brutalidad en las frecuentes palizas que los carceleros emplean “en casi todas” las prisiones de España “para mantener un estado de miedo permanente como forma de control y dominacion”, destaca el expreso y miembro de la COPEL.
La lucha de los ‘sociales’ cala, lentamente. El pueblo entiende que la amnistía tiene que ser extensiva a todos los presos marcados por el estigma de la “peligrosidad social”. Como atestigua el multitudinario acto del 77 en Madrid donde grita que la CNT apoya “a tó Cristo que está reprimido” el abogado libertario y de la COPEL, Fernando Piernavieja. Entre decenas de pancartas, una reza: ‘Los marginados, el lumpen, la mujer, los represaliados, no tienen derecho a la palabra’. La buscaron, escribiendo su propia crónica desde aquel motín en el tejado.
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