dijous, 19 d’abril del 2018

Las conexiones nazis de los campos de concentración franquistas


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La confirmación del jerezano de Cortijo de Vicos eleva a por lo menos a seis las instalaciones en la provincia que formaron parte de la red nacional de campos en los primeros años de dictadura.
Paul Winzer, hombre de confianza de Himmler y mando de la Gestapo en España, organizó dicha red y fue jefe del de Miranda de Ebro.
19-04-2018 / 09:01 h.
Los campos de concentración deben entenderse como instrumentos ligados a la banalidad del mal. No le faltaba razón a Hannah Arendt cuando lo dijo. Sabía muy bien de lo que hablaba. Los verdugos, por ejemplo, no se veían a sí mismos como tales. No ha sido hasta hace relativamente poco cuando se ha empezado a poner de manifiesto, estudiar y analizar la colaboración del hombre corriente en la perpetración de ese mal. Y eso, sin duda, convierte el debate sobre estas instalaciones en algo tan perverso como fascinante en el sentido más negativo de la acepción.
Y lo hemos tenido bien cerca. En la provincia de Cádiz hubo seis campos de concentración franquistas. Media docena de los casi 190 que pudo haber en todo el país. Se dice pronto. Aunque pudieron ser más, ya que la cifra varía en función de la fuente consultada. Existe todavía cierta confusión al respecto, sobre todo a lo que debe considerarse campo de concentración y a lo que no. Casería de Osio (San Fernando) fue el primero en abrir, en 1937. Después vinieron los de El Puerto de Santa María, Compañía Trasatlántica (Cádiz), Puerto Real y Rota. El sexto es el último que se ha conocido, el de Cortijo de Vicos, en Jerez. Se sospechaba de su existencia, pero no ha sido hasta hace poco cuando los memorialistas han podido confirmarlo.
Sorprende que se siga hablando tan poco de ellos. Con los alemanes sucede lo contrario. Es como si todavía siguiésemos mirando a otro lado, intentando hacer ver que eso no ha ido nunca con nosotros, que nos pillaba lejos. El régimen franquista intentó eliminar todas sus huellas y las poblaciones donde se asentaron decidieron olvidar, ignorar. También Jerez. Como si reconocerlo implicase poner en duda la dignidad de la ciudad y sus gentes.

La plataforma por la Memoria Democrática de Jerez ha aportado recientemente las evidencias documentales y testimoniales que apuntan a que Vicos fue un campo de concentración al menos entre los años 1936 y 1941, según afirmaron en un artículo publicado en lavozdelsur.es. Y han remitido todo a la Junta de Andalucía para que declare oficialmente como Lugar de la Memoria a dicho emplazamiento, en la actualidad centro de cría caballar propiedad del Ministerio de Defensa.

Pero hay otro aspecto quizá tampoco demasiado conocido de los campos de concentración franquistas. Me refiero a su inspiración en los que ya funcionaban en Alemania y a que contaron con el asesoramiento directo de sus gestores, miembros de la SS. De hecho, el jefe de la Gestapo (policía secreta nazi) en España y hombre de máxima confianza de Heinrich Himmler, Paul Winzer, fue el jefe del de Miranda de Ebro. Hay, además, un buen puñado de evidencias que le señalan también como responsable de la organización de la red de campos franquistas.Hay que partir de una base: no todo el sistema penitenciario franquista fue concentracionario. Existe una tendencia generalizada a pensar que sí, lo que explica, al menos en parte, las mencionadas diferencias que existen a la hora de determinar la cantidad de campos que existieron. Eso sí, una colonia penitenciaria, una prisión, un batallón de trabajadores, un destacamento penal y un campo de concentración, pese a sus diferencias, sí compartieron el sufrimiento que infringieron a quienes estaban encerrados en ellos y sirvieron para incidir en las características del sistema represor del franquismo.

El control de los campos españoles por parte de los alemanes durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial fue casi absoluto. Agentes de la Gestapo iban a algunos, incluso, a clasificar e interrogar prisioneros. Y en muchos casos eran quienes decidían sobre su futuro. Les tenían pánico. Igual que en Burgos a un tal Antonio Vallejo-Nágera, también conocido como el Mengele de Franco, ése a quien el dictador encargó la puesta en marcha del programa de “higiene y regeneración de la raza”. Estaba inspirado en los postulados nazis y buscaba crear una raza social que tuviera como máxima en sus valores la aristocracia, el militarismo y el catolicismo, para lo que era necesario “identificar el gen rojo o marxista” que envenenaba el ideal que se quería para España. Recurrió para ello a prisioneros. Si alguien quiere hacerse una idea de las penalidades a las que fueron sometidos los mismos, Memorias de un rebelde sin pausa, del irlandés Bob Doyle, es una opción más que recomendable.

Hitler y Franco se saludan cariñosamente, en una imagen de 1940.
Pero la reseñada no es la única conexión alemana de los campos españoles, algo que tampoco debe sorprender, ya que el colaboracionismo del régimen franquista con el nazi está más que demostrado. Muchos de esos campos, como el de Miranda de Ebro, fueron usados por numerosos nazis para refugiarse tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, hasta que pudiesen huir a un destino seguro que les permitiese iniciar una nueva vida, principalmente Sudamérica, aunque también los hubo, y bastantes, que prefirieron quedarse en España. Incluso en la provincia de Cádiz.
Más. Los campos franquistas sirvieron también para nutrir de mano de obra barata al régimen. Fue a través de los llamados batallones de trabajadores. Los de la provincia se usaron, por ejemplo, para las labores más duras en la construcción de fortines y búnkeres en la línea de costa del Campo de Gibraltar, la conocida como Muralla del Estrecho, que Franco mandó levantar para protegerse de un hipotético ataque británico. Bueno, ésa fue la versión oficial. La real es que también se pensó en ellos para todo lo contrario; es decir, para servir para una invasión de Gibraltar, en solitario o de la mano de los nazis, que veían en ello la clave para ganar la Segunda Guerra Mundial.
Era la manera que tenían de redimir su pasado republicano, de rehabilitarse moral y patrióticamente. Aunque pudieron elegir. Les ofrecieron otra forma de purgar sus ‘pecados’: ponerse al servicio de los nazis. ¿Cómo? Pues colaborando con ellos en el sabotaje de intereses británicos en el Estrecho. El peligro era todavía mayor, pero les podía valer para conmutar la pena y aspirar a la libertad.