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Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956), catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, es una de las presencias estelares del ciclo 'Cultura y memoria histórica (1940-1949)' que organiza la Diputación Provincial. Uno de los máximos exponentes de la 'nueva historiografía', hablará mañana eb Condes de Gabia sobre 'La dictadura que salió de la Guerra'.
–¿Qué características tiene el 'régimen cultural' instaurado por la Dictadura?
–Es una dictadura personificada de entrada en Franco –algo que no siempre ocurre con las dictaduras del período, ni siquiera con Hitler o Mussolini–, con una combinación de símbolos fascistas y religiosos-católicos, con una fascistización de los sagrado, en cuyo nombre se borra la herencia cultural del liberalismo democrático y del republicanismo (con todas sus variedades, desde el anarquismo al socialismo, pasando por republicanos de izquierda o centro, clases medias profesionales y obreros).
–¿Qué mecanismos de presión directa e indirecta se usan para ponerlo en vigor?
–La victoria en una guerra, su recuerdo permanente, el culto a los mártires, la exclusión y represión de los vencidos. En realidad, hasta la derrota de las potencias fascistas, lo que predomina son claras políticas de exterminio, con el Ejército y la nueva policía armada más la Guardia Civil, como brazos ejecutores.
–¿Qué conexión tiene ese modelo cultural con el instaurado en Alemania e Italia en la misma época?
–Ese Estado que salió de la guerra se definía entonces, sin complejos, como totalitario y tuvo a su favor, en los primeros años, el viento fascista que soplaba entonces en Europa, procedente de la Alemania nazi y de la Italia de Mussolini, cuya intervención y ayuda había sido decisiva para el triunfo de las tropas de Franco frente a la República. Serrano Suñer trazó en esos primeros años de fascistización de la Dictadura un plan de adoctrinamiento, propaganda y movilización social, que Franco apoyó mientras duraron los éxitos militares de las potencias del Eje.
–¿Cómo cambió este modelo tras la derrota del Eje?
–Cuando la suerte de la Segunda Guerra Mundial comenzó a cambiar, la propaganda de la dictadura comenzó a presentar a Franco como un estadista neutral e imparcial que había sabido librar a España del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Había que desprenderse de las apariencias fascistas y resaltar la base católica, la identificación esencial entre el catolicismo y la tradición española.
El resultado
–Destierro, pérdida de cátedras, exilio… ¿Qué quedó tras la purga efectuada por el régimen en la cultura española?
–El primer presidente del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas fue Enrique Suñer, quien, como vicepresidente de la Comisión de Educación y Cultura de la Junta Técnica del Estado, comenzó ya en la guerra una obsesiva persecución contra maestros, profesores e intelectuales, a quienes como hijos de la Institución Libre de Enseñanza, consideraba, en su libro Los intelectuales y la tragedia española (1937), «los máximos responsables de tantos dolores y tantas desdichas», autores de una «infernal labor antipatriótica que pretendía desarraigar del alma española la fe de Cristo y el amor a nuestras glorias nacionales».
Ahí se resume todo: no sólo el destierro y la pérdida de cátedras, sino también el asesinato, porque centenares de maestros, profesores de Secundaria y de Universidad, incluidos varios rectores, fueron asesinados.
–¿Se produjo alguna vez una 'apertura' cultural real durante la Dictadura, bien por acción o por omisión?
–Murieron Hitler y Mussolini, las potencias del Eje fueron derrotadas y Franco siguió. Con el paso del tiempo, la violencia y la represión cambiaron de cara, la dictadura evolucionó, 'dulcificó' sus métodos y, sin el acoso exterior, pudo descansar, ofrecer un rostro más amable. Pero la dictadura nunca renunció a la guerra civil como acto fundacional, que recordó una y otra vez para preservar la unidad de esa amplia coalición de vencedores y para seguir humillando a los vencidos. La dictadura duró casi 40 años y tuvo que evolucionar, porque aquel mundo en el que vivió, tras 1945, fue un mundo de grandes transformaciones. Tras la caída de los fascismos en Europa, la defensa del catolicismo como un componente básico de la historia de España sirvió a la dictadura de pantalla. El nacionalcatolicismo acabó imponiéndose en un país convertido en reino sin rey en 1947, aunque tenía Caudillo, y en el que el partido único dejó de tener aliados en Europa a partir de 1945.
–¿Cuánto tiempo y dónde permaneció el control cultural del régimen, una vez instaurada la democracia incluso?
–Los primeros años de la Transición estuvieron marcados por esa tensión entre el franquismo que moría lentamente, pero que nadie podía matar, porque eso hubiera significado una ruptura radical, impensable ante un ejército unido que venía de la dictadura, y la democratización desde abajo, con protestas, conflictos y resistencias, y desde arriba, con viejos políticos de la dictadura haciendo el viaje hacia la democracia formal. Franco murió en la cama en 1975, las primeras elecciones democráticas se celebraron en junio de 1977 y la Constitución se aprobó en diciembre de 1978. Se tardaron más de tres años en tener esa Constitución.
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