dissabte, 20 d’abril del 2019

La supremacía racial franquista y el “Mengele español”.

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El franquismo financió un proyecto del psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera para experimentar con prisioneros republicanos, buscar el “gen rojo” y demostrar la “inferioridad mental de los marxistas”. Su programa de higiene racial se asocia al robo de miles de niños durante la dictadura.
Años antes de la guerra civil, el médico ultraderechista y comandante Antonio Vallejo-Nágera Lobón, —padre del también psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera—, conoció en Alemania las técnicas psiquiátricas y antropológicas de Kraepelin y Krestschmer. De vuelta a España dirigió el manicomio de Ciempozuelos e impartió clases en la Academia de Sanidad Militar. Admirador del nazismo y la segregación en pos de la pureza racial, durante el bienio negro republicano se prodigó con conferencias sobre la higiene de la raza. En 1937 publica Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, del que extraemos los siguientes párrafos:
La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. (…)
La raza, que no quiere estar subyugada por los inferiores y débiles de cuerpo y de espíritu, debe engrandecer los biotipos de buena calidad hasta lograr que predominen en la masa total de la población. Una raza debe reproducir sus mejores elementos. Ha de escoger los individuos de elevado potencial biopsíquico y colocarlos en las mejoras condiciones posibles de desarrollo. Política contraria a la democrática, que ha nivelado las clases sociales, en beneficio de los inferiores, en perjuicio de los selectos, para proporcionar medios de vida a la multitud de mediocres. (…) La nación que quiera velar por el porvenir de su raza, debe crear una aristocracia eugenésica, tanto en la esfera corporal como en la espiritual y moral.

Vallejo-Nágera informó a Franco de su proyecto para demostrar la inferioridad racial y genética de los rojos. El dictador, encantado de otorgar marchamo “científico” a su limpieza política, nombró a Vallejo-Nágera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares y financió su proyecto. La situación era propicia en 1938, con el nazismo en auge y las cárceles de la España Nacional colmadas de escoria roja.
La enorme cantidad de prisioneros de guerra en manos de fuerzas nacionales salvadoras de España, permite efectuar estudios en masa, en favorabilísimas circunstancias que quizás no vuelvan a darse en la historia del mundo. Con el estímulo y beneplácito del Excmo. Sr. Inspector de los Campos de Concentración, al que agradecemos toda suerte de cariñosas facilidades, iniciamos investigaciones seriadas de individuos marxistas, al objeto de hallar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político democrático-comunista(Vallejo-Nágera, 1938, p. 172).
El 23 de agosto de aquel año, Franco autoriza al psiquiatra palentino a crear el Gabinete de Investigaciones Psicológicas con el fin de ahondar en las raíces psicofísicas del marxismo. Estableció su centro de operaciones en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, antigua abadía trapense a 10 kilómetros de Burgos. Por él pasaron hasta 10.000 prisioneros de los frentes del Norte, sobre todo Brigadistas Internacionales, voluntarios de varios países que llegaron a España para unirse a la lucha contra el fascismo.
Además de utilizarlos como mano de obra esclava por la construcción de carreteras a instancias de la Diputación Provincial, también fueron estudiados por el equipo del doctor Vallejo-Nágera, que estableció tres grupos: los brigadistas norteamericanos de la brigada Lincoln, muestra de control comparativo frente a los hispanos; los presos españoles marxistas, en los que esperaba encontrar el “gen rojo; y los catalanes y vascos, por su antiespañolismo. Añadió un cuarto grupo formado por mujeres republicanas españolas, a las que estudió en la cárcel de Málaga.
Los experimentos, llevados a cabo en unas durísimas condiciones, y con la colaboración de dos científicos nazis, se centraron en los presos españoles. El estudio consistía en interrogatorios, test y mediciones antropológicas, y se completaba con un intenso programa de adoctrinamiento político que incluía desfiles militares, loas y vítores franquistas y cursillos religiosos que se repetían durante todo el cautiverio.
El psiquiatra español se había inspirado en el Instituto para la Investigación y Estudio de la Herencia creado por Heinrich Himmler (oficial de la SS y hombre de confianza de Adolf Hitler), empeñado en buscar los orígenes y la pureza de la raza, con la pretensión de crear en Alemania una raza superior de arios nórdicos. Programa que poco después llevaría a la práctica, entre otros, el sanguinario Josef Mengele, médico de la SS alemana, célebre por sus terribles experimentos con prisioneros antes de enviarlos a la cámara de gas en el campo de concentración de Auschwitz. Sus proyectos también buscaban la herencia genética y la supremacía de la raza aria. A Vallejo-Nágera, aún sin alcanzar las cotas de crueldad del médico alemán, también se le terminaría conociendo como el “Mengele español”.
El resultado del experimento de Antonio Vallejo-Nágera, basado en meras hipótesis preconcebidas, fue publicado bajo el título Biopsiquismo del fanatismo marxista, en la Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra, y en Semana Médica Española. Según él, se demostraba la inferioridad mental de los rojos, su maldad y brutalidad, incluso su fealdad física. La solución estaba en la apuesta por la pureza de la raza. En su libro, Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza, sostiene, sin pudor, que es partidario de “multiplicar los selectos y dejar perecer a los débiles”, es decir, a los rojos, a quienes consideraba “mentalmente inferiores y peligrosos en su maldad intrínseca”. En otra obra, La locura y la guerra: psicopatología de la guerra española, abogaba por la segregación infantil, esto es, separar a los hijos de los marxistas de sus padres para “liberar a la sociedad de una plaga tan temible”. Incluso revindicaba la creación del Cuerpo General de Inquisidores para vigilar las pautas de la segregación (Pons Prades, E., 2005).
Ya en la posguerra, Vallejo-Nágera alertaba sobre lo perjudicial del ambiente democrático en los niños y proponía combatir la negativa influencia del ámbito republicano mediante el internamiento en centros en los que se promoviese “una exaltación de las cualidades biopsíquicas raciales y eliminación de los factores ambientales que, en el curso de las generaciones, conducen a la degeneración del biotipo” (Vallejo-Nágera, Niños y jóvenes anormales, 1941).
En los estudios sobre las mujeres, que incluían detalles íntimos sobre cómo y cuándo habían sido desfloradas, Vallejo-Nájera afirmaba que las republicanas tenían muchos puntos en común con animales y niños, y las situaba como seres débiles mentales, infantilizados y primarios. Sorprendido por la activa participación de las mujeres en política en el bando republicano, lo justificaba en un deseo de aquellas de satisfacer sus apetencias sexuales. Bajo una misoginia irredenta, afirmaba que “a la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella”.
Estas teorías supremacistas, emuladas al nazismo, suponían la coartada científica para la sustracción de miles de niños que fueron robados a sus madres rojas, uno de los episodios más siniestros de la dictadura. El 4 de diciembre de 1941 el régimen autorizó las inscripciones en el Registro Civil de los niños “repatriados y abandonados” (BOE nº 350 de 16 de diciembre):
Si no se pudiera averiguar el Registro Civil en que figuren inscritos los nacimientos de los niños que los rojos obligaron a salir de España y que han sido o sean repatriados, se procederá a inscribir su nacimiento en dicho Registro. Igual inscripción se hará, si resultaren infructuosas tales gestiones, respecto a los niños cuyos padres y demáfamiliares murieron o desaparecieron durante el Glorioso Movimiento Nacional.
En las cárceles franquistas no se registraban a los bebés que acompañaban a sus madres presas, y como además carecían de certificados de nacimiento y partidas de bautismo, podían desaparecer sin dejar rastro legal después del fusilamiento de la madre, o en su separación forzada cuando el niño cumplía 3 años. La búsqueda de estos niños se pierde en los hospicios del Auxilio Social y en instituciones religiosas, de donde se daban en adopción a familias acaudaladas a cambio de suculentas propinas, legitimadas, con el nuevo Decreto, para cambiar la identidad del menor. Esto se extendió a los partos en hospitales, con falsas defunciones, o en los manicomios para madres solteras. Se estima que unos 10.000 niños sustraídos fueron registrados en España a nombres de padres franquistas ilegítimos.
El juez Baltasar Garzón, en su auto de 18 de noviembre de 2008, se refería así a los experimentos de Vallejo-Nágera, avalados por el régimen:
Con estos estudios como base, se comprenden bien las actuaciones que el régimen franquista desarrollaría después en el ámbito de los derechos de la mujer y específicamente en relación a la sustracción o eliminación de custodia sobre sus hijos; es decir, acometió una segregación infantil que alcanzaría unos límites preocupantes y que, bajo todo un entramado de normas legales, pudo haber propiciado la pérdida de identidad de miles de niños en la década de los años 40; situación que, en gran medida, podría haberse prolongado hasta hoy. Es decir, se habría privado de su identidad a miles de personas en contra de los derechos de las propias víctimas inmediatas y de sus familiares, en aras a una más adecuada preparación ideológica y la afección al régimen.
El Gabinete experimental de Vallejo-Nágera concluyó su estudio en octubre de 1939, recibiendo las felicitaciones del Estado Mayor del Ejército. Franco le recompensa ascendiéndolo a coronel y, en 1947, lo nombra primer catedrático numerario en Psiquiatría de la Universidad de Madrid, dándole prioridad sobre el reputado psiquiatra Juan José López Ibor. Decisión ésta en la que, a criterio de algunos historiadores, influyó Carmen Polo, amiga de la esposa de Vallejo-Nájera. (Vegas Latapie, E, 1995).
Con la derrota del fascismo en Europa y el aislamiento internacional de España, Franco silencia las teorías supremacistas de Vallejo-Nágera, en las que tanto creía. No en vano el Caudillo escribió la obra Raza bajo el seudónimo de Jaime de Andrade, que fue llevada al cine, precisamente en 1941, bajo la dirección de José Luis Sáenz de Heredia.
De aquel esperpento experimental han transcurrido ochenta años. No es mal momento para pararse a reflexionar sobre las consecuencias sociales del supremacismo político. En los últimos tiempos asistimos a un inquietante avance del espíritu excluyente, una supremacía creciente y detestable relacionada con la preeminencia y la superioridad genética, cultural y étnica que algunos individuos y organizaciones vinculadas con la extrema derecha creen poseer. En el siglo XX cientos de miles de víctimas sacrificaron su vida en Europa para erradicar las tres plagas que asolaron el continente: nazismo, fascismo y franquismo. Y, aunque España se incorporó al progreso con algún retraso, se alcanzó cierta madurez democrática a base de luchas y sacrificios. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, un sector de la población coquetea con un populismo reaccionario que invoca los fantasmas más oscuros de nuestra memoria, con supremacías camufladas en políticas migratorias, deportaciones, muros fronterizos, segregación, centralismo, antifeminismo, machismo, reticencias étnicas, exclusiones multiculturales o talantes homófobos, incluso misóginos.
Esta preocupante tendencia ha permitido que partidos neofascistas como la Liga Norte en Italia, el Frente Nacional en Francia, Alternativa para AlemaniaDemócratas de SueciaAmanecer Dorado en Grecia, o Vox en España, alcancen cotas de popularidad impensables años atrás. O que personajes como Donald Trump en EEUU o Jair Bolsonaro en Brasil se alcen con la presidencia de sus países.
La ultraderecha española, heredera del espíritu del Movimiento, —aquel que financió a Vallejo-Nágera sus siniestros experimentos—, hasta hace poco agazapada en las filas del Partido Popular, resolvió emanciparse y enarbolar, ya sin complejos, banderas involutivas de tiempos idos. Sus soflamas nacionalcatolicistas (patria, familia, religión y raza) y sus tics homófobos de supremacismo imperial y reconquista, junto al desvarío de algunos obispos empeñados en “curar” a los homosexuales, nos traen a la memoria el delirante proyecto del “Mengele español” y el empeño de la dictadura por defender, a través de la segregación infantil y el adoctrinamiento forzado, la pureza de la raza de los “españoles de bien”.