dijous, 19 d’agost del 2021

El campo de concentración de Argelès-sur-Mer.

https://contrainformacion.es/campo-concentracion-angeles-sur-mer/?fbclid=IwAR3Ep8NKCAtYqsP3Rq5qFWvj1xkenkNAZo5PT4E6gFfKenFaMySJ6wlLF60 



Conocer el pasado y entender los procesos sociales que llevaron a cada hecho, y más concretamente a los campos de la muerte, es útil para saber de qué es capaz el ser humano, de qué fue capaz el fascismo que asoló Europa.

Los campos de la muerte que se extienden por Europa, más allá de las fronteras de España, cuentan con paneles informativos, restauraciones o reconstrucciones: se mantienen vivos. En su lugar hay museos, memoriales que ayudan a conocer su pasado, nuestro pasado. Conocer el pasado y entender los procesos sociales que llevaron a cada hecho, y más concretamente a los campos de la muerte, es útil para saber de qué es capaz el ser humano, de qué fue capaz el fascismo que asoló Europa y para tener precaución ante él: otras personas lo abanderan actualmente pero la ideología fascista permanece.

Europa es un ejemplo de cómo se debe trabajar para que la sociedad conozca estos lugares. En España, sin embargo, vamos con mucho atraso al respecto: se echan en falta muchas placas identificativas, paneles conmemorativos, memoriales o museos que dejen constancia de la barbarie y que la den a conocer. Falta que se trabaje en ello mucho más de lo que ya se está haciendo.

Los campos de la muerte europeos como Auschwitz, Mauthausen, Buchenwald, Dachau o Argelès-sur-Mer cuidan su conservación y explican mediante diversos museos lo que en ellos ocurrió. En España, en cambio, hay muy pocos; aunque se está trabajando mejor a medida que pasa el tiempo, la historia no se conoce porque no se enseña y falta un trabajo de campo muy extenso.

En España tuvimos cientos de campos de concentración franquistas. Estaba, por ejemplo, el de San Marcos, en León, convertido recientemente en un parador; estaba el de Albatera, en San Isidro (Alicante), que se está recuperando gracias a la enorme labor de Felipe Mejías, y tenemos conocimiento de muchos de los campos de concentración gracias al trabajo inestimable y a la lucha de años de Carlos Hernández, quien es un referente para las personas que venimos después, pues nos muestra el camino y cómo se debe trabajar la memoria; conociendo los datos, conociendo los hechos.

Los campos de concentración abundaron en España, mientras que la mayoría de la gente piensa que aquí no hubo campos de concentración. Pero los hubo: hubo campos de trabajo y campos de concentración, aunque los campos de concentración franquistas no eran como los que había en Europa y que son mundialmente conocidos; eran de diferente tipología.

Aunque no hemos estado en todos los que nos gustaría, hemos visitado infraestructuras o emplazamientos que se utilizaron como campos de concentración, o lo que queda de ellos, en pueblos de Castellón, de Valencia o de Alicante. En este punto haremos un inciso para hablar de la historia personal de Isabel.

Hablamos a dos voces y dejamos ahora una sola voz, la de Isabel: “Fui a Auschwitz cuando tenía 12 años, mi madre y mi padre me llevaron para que conociera lo que pasó en Europa, la historia de Europa, de qué es capaz el ser humano; cómo se masacró a la población judía, a la población gitana, a la población de diversa religión o que no se consideraba dentro del concepto de aria. Querían que lo viera, que viera las atrocidades de las que es capaz el fascismo. Es un aprendizaje duro pero necesario. Caminé por las duchas, vi los hornos crematorios, las barracas… Fue un golpe.

No terminé ahí mi recorrido: después de Auschwitz fui a Mauthausen, a Ravensbrück y el último en el que esuve con mis padres fue el de Argelès-sur-Mer. El de Argelès fue muy importante para el exilio español, por eso teníamos mucho interés en ir mis padres y yo; porque su historia es muy dura y muy inhumana.

Cuando regresé de Argelès, ambos, Carlos y yo, nos pusimos a leer testimonios, a leer libros, a ver documentales y parte de esa investigación es lo que vamos a dar a conocer hoy. Hoy os explicaremos lo que fue y es el campo de concentración de Argelès-sur-Mer”.

Volvemos ahora a dos voces: ¿Qué es el campo de Argelès?

El campo de Argelès fue construido por el Gobierno de Francia en una playa de la localidad Argelès-sur-Mer. Fue creado para albergar a casi medio millón de personas refugiadas que cruzaron la frontera huyendo de España tras el fin de la Guerra Civil.

El campo se hizo deprisa porque llegaban muchas personas exiliadas y tenían que colocarlas en algún lado. No había prácticamente forma alguna de cobijarse, no había agua ni había aseos. Al cabo de una semana de funcionamiento estaba tan saturado el campo que las autoridades francesas tuvieron que construir otros, que son el de Saint-Cyprien y el de Le Barcarès. Todos ellos estaban relativamente próximos.

El campo de Argelès-sur-Mer se encontraba a 35 km de la frontera de Francia con España. Se levantó sobre la misma playa: se cercó la zona en forma rectangular, de forma que tres de los lados eran alambre de espino y la cuarta barrera perimetral era el mar Mediterráneo. Estaba custodiado por tropas coloniales: marroquíes, senegaleses y algunos gendarmes, miembros de la policía francesa. Argelès no era un “centro penitenciario”, como se ha dicho en reiteradas ocasiones: era un campo de concentración.

Puede resultar impactante, comparando la situación con España, llegar a la francesa Argelès y ver que cuentan con un museo de la memoria para que se sepa lo que allí ocurrió. En el campo de concentración de Argelès hubo diferentes fases. Teniendo en cuenta que la Guerra Civil Española se dio por terminada el 1 de abril de 1939:

La primera fase fue de febrero a junio de 1939, período en el que llegaron aproximadamente 100.000 personas refugiadas y que se quedaron en este campo. No se puede saber con exactitud la cantidad de personas que hubo porque había numerosos traslados, muchas salidas y no se llegó a conocer el número exacto de personas internadas. El número de personas fallecidas jamás estuvo claro, se dice que hubo de 40 a 70 defunciones en cuatro meses.

La segunda fase de Argelès-sur-Mer es de julio de 1939 a septiembre del mismo año, cuando se cerró el campo.

La tercera fase fue de octubre de 1939 a junio de 1940. A raíz del inicio de la II Guerra Mundial, que empezó el 1 de septiembre de 1939, convirtieron este campo en lo que se conocía como “campos de recibimiento”, que acogía a personas a las que eran catalogadas como “indeseables”: españolas, polacas, rusas, judías, gitanas…

Por último, la fase final de Argelès-sur-Mer fue de julio de 1940 a finales de 1941, en que se clausuró el campo y se abrió en su lugar un centro de juventud. Se cree que en este campo hubo unas 300.000 personas internadas.

La mayoría de las personas refugiadas en este campo eran republicanas de la Guerra Civil Española. También había muchos militares que habían combatido en el frente del Ebro, así como miembros de las Brigadas Internacionales —unidades militares formadas por voluntarios extranjeros de más de 50 países que ayudaron el Ejército Republicano en la Guerra Civil a enfrentarse al bando franquista sublevado y a defender la democracia—. También estaban internadas personas de religión diversa que no tenían acogimiento en la nueva y reciente dictadura fascista impuesta a la fuerza por Franco y que tuvieron que huir para salvar su vida.

Durante los primeros seis días de confinamiento no se les dio comida ni agua a las personas perimetradas y las enfermedades iban en aumento. No disponían de barracones donde dormir a cubierto, por lo que dormían con el frío de la intemperie. No había enfermería ni utensilios médicos que les sirvieran a tal efecto, no tenían cocina, no contaban con electricidad… ni siquera tenían aseos. Al cabo de varios días había un colapso de personas enfermas y heridas, las enfermedades crecían exponencialmente.

Las condiciones en Argelès-sur-Mer eran deplorables: había gente hacinada y las autoridades francesas no permitían que se curase a los enfermos. Este confinamiento con duras condiciones provocó muchas enfermedades como la tuberculosis —que se transmite por el aire y ataca principalmente a los pulmones, aunque también puede hacerlo a los riñones, la columna vertebral o el cerebro—, la disentería —que se contagia por medio de alimentos o agua contaminados o por contacto físico y que inflama el intestino, especialmente el colon, produciendo diarrea y sangre en las heces—, el tifus —que se propaga por medio de pulgas infectadas y causa fiebre de hasta 41ºC, tos seca y dolor de cabeza—, todas ellas mortales, y múltiples afecciones respiratorias. Estas enfermedades provocaron los primeros fallecimientos.

Uno de los hechos más graves que ocurrieron en este campo de concentración tuvo lugar en octubre del 40, cuando hubo una inundación que causó grandes desperfectos en el campo. Provocó decenas de muertes de personas que estaban allí confinadas, con la colaboración de los nazis y obviamente del genocida que gobernaba en España en ese momento. Fue tan grave esta inundación que murieron niños y niñas, mujeres y hombres. La inundación también se llevó por delante el cementerio de los republicanos españoles refugiados, que quedó destruido en un 60% y muchos de los cadáveres acabaron en el mar, arrastrados por la fuerza del agua.

Las condiciones en que les mantenían eran inhumanas. Al cabo de un tiempo los propios prisioneros en el campo de concentración construyeron un tipo de cabañas para que parte de la gente pudiera dormir resguardada y no estuviera a la intemperie. Las empezaron a construir cavando agujeros en la propia arena con juncos y cañas, así como utilizando sábanas y mantas que podían conseguir. Vecinos de la localidad de Argelès les acercaron chapas y algunos maderos, con lo que les dieron más forma de barracón para poder permanecer protegidos en su interior.

En la misma playa construyeron también unas letrinas, una enfermería improvisada con ayuda de los médicos que había en el campo e incluso una especie de cocina. Hemos de tener en cuenta que, como no tenían dónde tirar los desperdicios, los restos de comida se acumulaban en un mismo sitio, lo que provocó la afluencia de ratas y esto conllevaba numerosos problemas de salubridad. El agua potable era muy escasa.

La única ayuda que recibieron fue por parte de la Cruz Roja; pero, claro, entre el alambre de espino y el mar había tanta gente que los recursos resultaban escasos. Aun así, mucha gente murió a causa de enfermedades respiratorias, de listeriosis —enfermedad contagiada por consumir alimentos contaminados y que causa fiebre, escalofríos, dolores musculares, náuseas o diarrea—, del hambre, de la humedad, del frío, de sarna —causada por los ácaros, por lo que se contagia por el contacto humano y que provoca sarpullidos, irritación de la piel y mucha picazón— o de otras múltiples enfermedades.

Aparte de la Cruz Roja debemos destacar, aunque la ampliaremos en un próximo artículo, la ayuda inestimable de la Maternidad de Elna, una institución fundada en 1939 por la suiza Elizabeth Eidenbenz, que logró salvar de 400 a 600 bebés cuyas madres eran refugiadas de la Guerra Civil Española en campos de concentración del sureste de Francia, así como a unos 200 más de mujeres judías perseguidas por el nazismo durante la II Guerra Mundial. Elizabeth luchó constamente para lograr sacar a las mujeres de los campos para que dieran a luz en la maternidad y sus hijas e hijos se salvaran.

Entre febrero del 39 y el año 40 estuvieron internados en Argelès unos 100.000 hombres, mujeres, niñas y niños; era un campo de concentración donde la vida era inhumana y las condiciones, extremas. Cientos de miles de personas entre las que se encontraban refugiados españoles, en su mayoría, aunque también brigadistas internacionales, gente de Francia, personas refugiadas de Europa del Este, incluidas personas judías, gitanas y con una religión u orientación sexual que no se consideraban dignas, ya que esto era llamado “control social de gente indeseable”.

Fotografía: Isabel Ginés

Por el campo de Argelès pasaron personas popularmente muy conocidas y personas socialmente desconocidas. Todas ellas, su memoria y sus familiares merecen todo el respeto posible. En recuerdo de todas ellas hay un monolito en Argelès-sur-Mer, inaugurado el 24 de febrero de 2019, con una placa que reza “El Gobierno de España rinde tributo y homenaje a las exiliadas y exiliados españoles, luchadores por la libertad, en el 80 aniversario del exilio republicano español”.

Otra placa, a su lado, complementa, en francés: “En memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès tras la RETIRADA de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado por defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, acuérdate”.

Algunas personas que estuvieron internadas en el campo de concentración de la playa de Argelès fueron:

Joaquim Amat-Piniella, que posteriormente estuvo en el campo de exterminio de Mauthausen. Sobrevivió, fundó la asociación Amical de Mauthausen e hizo un trabajo extraordinario como escritor.

Joaquim Puig, militante de Acció Catalana durante la II República y padre de Salvador Puig Antich, anarquista y antifascista que fue la última persona ejecutada en España por el horrible procedimiento del garrote vil.

Agustín Remiro, miembro del sindicato de trabajadores CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), que organizó la resistencia antifranquista.

Josep Renau, gran pintor y cartelista valenciano que encargó a Pablo Picasso que creara el “Guernica”. Salió vivo del campo de Argelès y se exilió a México.

José Manuel Montorio, célebre guerrillero a quien se conoció durante muchos años simplemente como “Chaval”, ya que no revelaba su identidad.

Vicente Ferrer, misionero que ha tenido una gran actividad humanitaria en el tercer mundo y fue premiado por ello con el premio Príncipe de Asturias en el 98.

Pecot Davvekik, conocido partisano yugoslavo. Los partisanos eran combatienes organizados como guerrillas que se oponían al bando de la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial.

Muchas personas que simplemente estaban de acuerdo con la democracia española y que defendían la libertad fueron encerradas en numerosos campos europeos porque Franco y sus cómplices les vendieron y se desentendieron. Muchos de estos campos de concentración europeos estaban en España y en ellos se confinó, se torturó, se reprimió o se asesinó a personas que solo buscaban la libertad de la población y que estaban de acuerdo con la democracia vigente durante la II República Española.

Disponer placas, paneles y museos hará que conozcamos qué provoca el fascismo. No es coherente, después de lo que ocurrió en este país, vivir en una España donde la población general no conozca los crímenes del fascismo y donde el fascismo tenga cabida como supuesta ideología democrática.

Es esencial, de igual manera que hicieron en Argelès-sur-Mer e hicieron en Mauthausen, por ejemplo, estudiar los campos de concentración franquistas en España y disponer de placas, paneles o museos en los enclaves clave para nuestra historia. En España lo estamos haciendo bien, en general y paulatinamente, pero no con la celeridad que deberíamos, dado el tiempo que nos separa de aquel entonces.

Gracias a la labor de muchas y muchos investigadores estamos colocando placas y paneles en determinados emplazamientos para que se sepa lo que ocurrió en ellos, para que la gente tenga conocimiento de lo que provoca el fascismo: una dictadura criminal y genocidios; porque la España democrática actual debe ser antifascista.

Conocemos Auschwitz, Mauthausen y no cabe duda alguna de que deben ser estudiados y tener su propio museo. Si no tenemos dudas al respecto con el campo polaco de Auschwitz ni con el campo austríaco de Mauthausen no las tengamos con el campo de La Algaba (Sevilla), con el campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos), con el de Albatera (San Isidro, Alicante) ni con el de La Corchuela (Dos Hermanas, Sevilla). Conozcamos qué pasó en nuestro país, demos a conocer nuestra historia.