¿Alberto Núñez Feijóo está capacitado para asumir la presidencia del Gobierno de España? ¿Mala fe o incompetencia? Probablemente las dos a la vez. Su misma incompetencia le hace ser desconfiado. Vamos a verlo. Decía Azaña: “No me importa que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla”. Poco ha, Feijóo le dijo a Sánchez en el Senado: “Deje ya de molestar a la gente de bien, deje de meterse en las vidas de los demás”.
Mas, no quiero hablar de estas palabras, que desacreditan plenamente a su emisor. Ya que supone una división entre españoles. Los buenos y malos. Lo haré en otra ocasión. Ahora quiero referirme a otras palabras, no menos desafortunadas, que Feijóo dijo tras el ataque terrorista en Algeciras: “Desde hace siglos no verá a un cristiano matar en nombre de su religión como hacen otros pueblos”. ¿Sabía lo que estaba diciendo? Le refrescaré la memoria con un hecho.
Cayetano Ripoll fue un maestro de escuela, que guardaba un secreto: era deísta. Creía que Dios estaba en todas partes y eso para la Iglesia española del siglo XIX era motivo de herejía y de muerte. Era el año 1824. Una denuncia anónima hizo que la Junta de Fe de Valencia lo apresara. Fue llevado la cárcel y a los dos años escuchó su sentencia: pena de muerte por herejía. Los delitos: sustituir en las oraciones de clase la expresión «Ave María» por «alabado sea Dios», no acudir a misa ni llevar a sus alumnos, no salir a la puerta para saludar el paso de la procesión y comer carne el viernes santo. El reo tuvo que recorrer el centro de la ciudad, donde fue increpado por los vecinos a su paso. Fue ahorcado, aunque el castigo previsto por la Iglesia para casos como el suyo era el de morir en la hoguera. Por este motivo, sus verdugos pintaron unas llamas en el tonel donde cayó su cuerpo tras morir asfixiado. Tal hecho, se produjo el 31 de julio de 1826.
Hablemos un poco más de los siglos precedentes en los que la Santa Inquisición hizo una auténtica masacre humana. Quiero fijarme en el libro España de Santiago Alba Rico, en concreto a sus páginas 264 y 265. Hace referencia al libro Ni una gota de sangre (2006) de la filóloga e hispanista belga Cristianne Stallaert, en el que se propone explorar el paralelismo entre los procesos de limpieza étnica del nazismo y de la España inquisitorial. Evidentemente hay diferencias entre ambos. El nazismo duró doce años y la Inquisición cuatrocientos.
Ambos llevan, en cualquier caso, el exterminio y/o la expulsión de minorías étnicas perseguidas por criterios raciales, genealógicos o de sangre. Nazis y españoles, respecto de otros antisemitismos europeos, señala Stallaert, coinciden en convertir el antisemitismo en un instrumento de proyecto político de construcción nacional inspirado en un ideal de pureza étnica. La otra diferencia fundamental es que el nazismo fue derrotado y por lo tanto el Holocausto queda en la memoria como el máximo horror imaginable, de manera que todos estamos sensibilizados ante el más mínimo indicio de retorno. La Santa Inquisición, en cambio, siguió viva institucionalmente hasta 1833-no su espíritu que permanecerá en la idiosincrasia española- y se ha confinado-casi enlatado- en el pasado sin que haya sido derrotada, por lo que los españoles, al contrario, que los alemanes, incluidos no pocos historiadores, se muestran tolerantes o relativistas- según la hispanista belga- en relación con la limpieza de sangre.
Acierta de pleno Stallaert. Tal como describe Pablo Batalla Cueto en su libro Los nuevos odres del nacionalismo español, existen libros eruditos, auténticas apologías de la Santa Inquisición, como La Inquisición: un tribunal de misericordia, de Cristián Rodrigo (2019), La Inquisición, sin complejos (2020), de José Carlos Martín de la Hoz. La estrategia de este enaltecimiento es doble. Por una parte, concederle a la Inquisición bondades avanzadas a su tiempo y atribuirle el amortiguamiento de las iras populares. Por otro, presentarla como de fundación más tardía y perversidad menor que otras inquisiciones, y, sobre todo, los consistorios protestantes.
De un falaz oscurantismo se acusa para Vélez en su libro Sobre la Leyenda Negra, a la Inquisición, a la que enaltece como que procuraba atención médica a los reos y les permitía salir de prisión para mendigar, o su reforzamiento de la unidad religiosa: un elemento cohesionador que evitó las guerras de religión que bañaron en sangre a otros reinos. Para María Elvira Roca Barea-autora de uno de los mayores éxitos editoriales en los últimos años Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español y recibido con gran fervor por todo el nacionalismo español reaccionario y nacionalcatólico, el Santo Oficio “nació para reprimir- palabra maldita- a los herejes. Pero también para evitar linchamientos y atropellos indiscriminados, y que cuatro vecinos de un villorrio decidieran quemarle la casa o colgar de un árbol a un compadre al que detestaban, con la excusa que era un hereje”.
Sigue diciéndonos, Elvira Roca, fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura, cien años antes de que esta prohibición se generalizara. En contra de la opinión común, nunca se aceptaron las denuncias anónimas”. Sus cárceles eran muy benignas y los inquisidores, “abogados que apoyaban sus conclusiones en pruebas y evidencias, no en rumores ni acusaciones anónimas”. Las palabras se comentan por sí mismas. Y que este libro de Elvira Roca lleve más de 30 ediciones, es como para preocuparse seriamente. Estos autores no solo se muestran tolerantes y relativistas sobre la Inquisición, como señalaba Stallaert, todavía más, según ellos, tenemos que sentirnos los españoles de bien orgullosos de ella.
Este espíritu inquisitorial además de estar muy presente en la idiosincrasia española, se ha mantenido institucionalmente en diferentes momentos de nuestra historia. La Memoria de Felipe Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista, asume las tesis más autoritarias del derecho penal, como en las dictaduras europeas. En principio a nivel jurídico se basó en el modelo nacional-socialista, si bien consideró necesario afirmar que el derecho penal español debía aspirar a reconocerse en el propio espíritu popular hispano. Por ello, rememoró el Tribunal de la Santa Inquisición, planteándose que podría ser una fuente de inspiración para la justicia española.
Aunque esta pretensión no fue original. Ya la habían preconizado, Isaías Sánchez Tejerina y Wenceslao González Oliveros, que fueron jueces del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.
Así como el Santo Oficio perseguía la pureza de la fe y la moral de la Iglesia católica, la finalidad de los nuevos inquisidores, como Acedo Colunga, no fue tanto la demostración del delito, como obtención de la confesión de culpabilidad y el reconocimiento de la necesidad de la expiación. La Iglesia católica se incorporó a esta tarea de la máquina represora, por lo que es plenamente culpable, siendo decisiva en las condenas impuestas por los tribunales especiales. Como sabemos legitimó la dictadura, por lo que fue ampliamente recompensada. Sirva de muestra este fragmento de la Carta colectiva de los obispos españoles de 1937:
“La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de Febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no había logrado en las urnas, se transformó, por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España, con todos sus factores, por la novísima «civilización» de los soviets rusos”.
Esa colaboración de la Iglesia en la consolidación de la dictadura franquista se produjo desde el primer momento del estallido de la Guerra de España. Se puso el culto a la Virgen del Pilar al servicio de los rebeldes golpistas. Lo vemos en el frustrado bombardeo de la basílica del Pilar en la noche del 3 de agosto de 1936. Esto había motivado que, de alguna manera, la Virgen del Pilar se convirtiera en un símbolo hecho patente de la persecución religiosa ejercida durante la guerra por el bando republicano.
Este suceso se rodeó además de un cierto halo sobrenatural, al entrar en juego la supuesta intervención milagrosa de la Virgen del Pilar, evitando la explosión de los proyectiles, como rasgo inequívoco –extrapolado por los golpistas– del alineamiento de la divinidad en su favor. De ese modo, la figura de la Virgen del Pilar se convirtió en un motivo propagandístico muy útil a los postulados del nacionalcatolicismo, entrando a formar parte del aparato ideológico de la «cruzada» impulsada por el ejército sublevado. Este suceso vino seguido de toda una serie de actos y ceremonias en los que la mixtificación de elementos patrióticos y religiosos puso en evidencia la temprana madurez de las tesis del nacionalcatolicismo.
En ese sentido, el mismo día 3 de agosto de 1936, el alcalde de Zaragoza, Francisco Caballero, convocó una gran manifestación de desagravio por los bombardeos sufridos, que estuvo precedida de una comitiva formada por todas las autoridades civiles, militares y religiosas de la ciudad, encabezada por la bandera bicolor a la que daban guardia las milicias de Falange. Todavía durante la guerra, el Pilar fue destino de multitudinarias peregrinaciones y celebraciones en las que invariablemente se combinaban motivos religiosos y patrióticos.
Además de todo ello, se multiplicaron los desfiles y congregaciones de fieles con el objetivo de obtener de la Virgen el rápido triunfo de las tropas franquistas en la guerra, como por ejemplo la concentración auspiciada por la hija del General Franco el 16 de enero de 1937 que dio cita en el Pilar a 20.000 niños zaragozanos. Otros hechos trascendentales en la creación de este mito del Pilar vinculado a la idea de Hispanidad, fueron la consagración de España a la Virgen María, decretada por Franco el 31 de mayo de 1937, las visitas realizadas a la basílica por el propio «Caudillo» y Serrano Suñer a lo largo del año 1938, o el desfile que, durante ocho horas, llevaron a cabo unos 50.000 zaragozanos en señal de acción de gracias tras el último parte de guerra, el 1 de abril de 1939.
Este alineamiento de la Iglesia católica con los sublevados lo podemos constatar en sus documentos oficiales, como El Boletín Eclesiástico Oficial del Arzobispado de Zaragoza de 15 de junio de 1937, en aquellos momentos el arzobispo era Rigoberto Domenech: “España se presentó ante el Pilar bendito, destrozada, sangrante, pecadora y con clamor salido de lo más hondo de su pecho, hizo protestas de su amor, de su fervoroso anhelo de renovarse. La España que nace, la que acaudilla el invicto general Franco, la que quiere recoger la vieja savia de nuestras gloriosas tradiciones para que inspire a los forjadores del nuevo imperio, recordando que es de María, que de entre sus hijos salieron los adalides marianos por excelencia, renovó su consagración a la dispensadora de todas las gracias”. A pesar de este escrito, el Ayuntamiento de Zaragoza, presidido por Jorge Azcón, se ha negado a retirarle la calle dedicada al Arzobispo, como han pedido determinados colectivos y yo personalmente en algún artículo.
Las bombas de ese bombardeo frustrado, antes mencionado, a la Basílica del Pilar han estado recientemente de actualidad. Así lo ha descrito Iván Trigo en El Periódico de Aragón de 14 de febrero de 2023.
“El Gobierno de Aragón ha rechazado la retirada de otros dos vestigios del franquismo que también habían sido señalados en el requerimiento ciudadano. Se trata de las dos bombas que se exhiben dentro de la basílica del Pilar, justo al lado de la santa capilla de la virgen, y de la cruz que marca en el suelo de la plaza del Pilar el lugar exacto en el que cayó uno de esos obuses el 3 de agosto de 1936, poco después de que comenzara la guerra civil española. Sobre esta última cuestión, la DGA (Gobierno de Aragón) considera que la cruz no «infringe» las leyes de memoria al tratarse de un «elemento de señalización del lugar y de la fecha donde impactó sin estallar una de las bombas lanzadas, sin hacer mención a nada que pueda dar lugar a ningún tipo de exaltación».
Y sobre los dos proyectiles ubicados dentro del templo, la Dirección General de Patrimonio explica que junto a las bombas solo hay «una breve inscripción que únicamente menciona la fecha en que fueron arrojadas». «En este supuesto –prosigue la DGA en su respuesta– la exposición de las citadas bombas tiene como fin conmemorar el hecho ocurrido desde una perspectiva religiosa». No obstante, para los expertos estas bombas sí que tienen una «connotación» más allá de su significado religioso. «Tras la guerra se vendían bombas como souvenirs. Hay fotos de los proyectiles con banderas nazis y falangistas», recuerda el historiador Javier Ramón Soláns, autor del libro La Virgen del Pilar dice: usos políticos y nacionales del culto mariano en la España contemporánea y quien dice sentirse «sorprendido» al conocer que el Gobierno de Aragón «tome decisiones sin consultar a los expertos.”
Retorno a la palabras de Feijóo: “Desde hace siglos no verá a un cristiano matar en nombre de su religión como hacen otros pueblos”. Mas, lo cierto que la Iglesia católica, aunque estuviera abolida la Santa Inquisición hace dos siglos, en tanto en cuanto apoyó, legitimó y justificó la dictadura franquista es responsable de la represión de muchos españoles. E incluso, participó activamente en ella, por lo que fue ampliamente recompensada. Por ello, para aclararle algo las ideas al ínclito Feijóo y a otros muchos españoles, un tanto ofuscados, quiero acabar con las palabras de uno de los historiadores más reconocidos, Julián Casanova de un artículo de 2006 titulado La Iglesia y la represión franquista:
“Franco y la Iglesia ganaron juntos la guerra y juntos gestionaron la paz, una paz a su gusto, con las fuerzas represivas del Estado dando fuerte a los cautivos y desarmados rojos, mientras los obispos y clérigos supervisaban los valores morales y educaban a las masas en los principios del dogma católico. Hubo en esos largos años tragedia y comedia. La tragedia de decenas de miles de españoles fusilados, presos, humillados. Y la comedia del clero paseando a Franco bajo palio y dejando para la posteridad un rosario interminable de loas y adhesiones incondicionales a su dictadura.
La maquinaria legal represiva franquista…convirtió a los curas en investigadores del pasado ideológico y político de los ciudadanos, en colaboradores del aparato judicial. Con sus informes, aprobaron el exterminio legal organizado por los vencedores en la posguerra y se involucraron hasta la médula en la red de sentimientos de venganza, envidias, odios y enemistades que envolvían la vida cotidiana de la sociedad española…La Iglesia no quiso saber nada de las palizas, tortura y muerte en las cárceles franquistas…
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