Era
la medianoche
del 22 de enero de 1939, cuando Antonio Machado se vistió con su mejor traje:
azul marino, limpio y bien planchado. En su mano, un maletín repleto de papeles
y documentos, los más valiosos para él. Esperó al coche que habría de recogerle
junto con su familia para llevarle al exilio desde Barcelona. Compartió
caminos, carreteras secundarias, ciudades y pueblos abarrotados de los que como
él, huían de los bombardeos y la barbarie franquista.
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