El senador del PP José Joaquín Peñarrubia Agius declaró el pasado día 8, en relación con las víctimas del franquismo, que “ya no hay más fosas que descubrir…” y que “no había demanda” de exhumaciones por parte de los familiares, como argumento para negar la dotación presupuestaria a las exhumaciones —cuya ejecución extrajudicial es discutible y no es aquí objeto de debate—.
Sin entrar a analizar la perversidad intrínseca de este ejercicio de negacionismo, deberíamos preguntarnos de donde procede la evidente animosidad, con que se expresaba el beligerante senador ante un tema tan sensible.
José Joaquín Peñarrubia Musso fue asesinado el 8 de septiembre de 1936, junto con tres significados derechistas locales en el coto minero de Serrata, en las proximidades de Lorca. Sus restos fueron recuperados por sus familiares y enterrados en el cementerio de San Clemente de dicha ciudad. En la inmediata posguerra, en el lugar inmediato al lugar del crimen, se erigió un pequeño monumento de mármol, alzándose una cruz bajo la que podía leerse en una lápida, la autoría de aquellos hechos atribuyéndolos a las “hordas marxistas de la República” elevando a la categoría de “Gloriosos Caídos por Dios y por España” la memoria de las víctimas.
Una de ellas era el abuelo del actual senador Peñarrubia.
Algunas de las familias de estos infortunados rentabilizaron el martirologio del abuelo, explotando el catálogo de beneficios y privilegios que el Régimen concedió a los suyos, situándose en lugares favorecidos, a la sombra de las instituciones y del mundo empresarial y profesional.
La memoria histórica de los Peñarrubia se mantuvo siempre viva.
Hace unos pocos años, decidieron promover que la Cruz de los Caídos de Serrata, al paso polvoriento en una carretera apartada, debía colocarse en lugar público y preeminente. Puestos al tajo, no tuvieron problema alguno en obtener el permiso del Vicario de Lorca, para ubicar el monumento en un lugar destacado del cementerio de San Clemente, de titularidad católica.
En 2012 visité el lugar y contemplé el nuevo emplazamiento de la Cruz, al final del pasillo de la derecha de la entrada principal. La vieja lápida había sido restaurada, cambiando la alusión criminalizadora a la República, por otra algo más templada, pero suficientemente explícita para no dejar dudas sobre el significado del reproche histórico
El pasado domingo, Día de Difuntos, visité el cementerio para recordar a mis familiares y me sorprendió comprobar el desvelo familiar y religioso de los Peñarrubia, por enaltecer lo que es para la derecha más ultramontana de Lorca un relevante Lugar de Memoria. La isleta presidida por el monumento ha sido acondicionada con símil de césped artificial para realzar su presencia, y para que nadie abrigue la menor duda, sobre la vigencia taumatúrgica de la continuidad ideológica del crimen de Serrata, en la lápida del nicho del abuelo del senador, repuesto hace unos años, podemos leer la siguiente inscripción: “José Joaquín Peñarrubia Musso, Caído por Dios y por España”.
Por suerte para el senador, él y su familia tienen a la vuelta de la esquina dos lugares al que llevar flores; el nicho familiar y —sin moverse mucho del lugar— la Cruz de los Caídos del cementerio de San Clemente en Lorca. Además, trasladándose al mismo centro de Lorca está el gran obelisco que recuerda a las víctimas de la Guerra Civil (1936-1939), que no fueron otras que las recordadas en el monumento del cementerio, ya que las del monolito del final de la Corredera de Lorca para nada recuerda a las víctimas del franquismo. Con lo que serían tres los lugares de memoria a los que el señor Peñarrubia debería ir mañana a llevar sus flores.
Mientras esto sucede o no, para llevar flores a mi abuelo Ginés, maestro republicano lorquino asesinado en 1939, tendré que ir mañana al cementerio de Espinardo en Murcia a la fosa común-panteón, en donde sus restos se conservan junto a los de otros 376 víctimas del franquismo, de los más de mil que fueron allí fusiladas.
Mientras, más de ciento veinte mil familias de compatriotas del señor Peñarrubia, pese a lo que este afirma, tienen que contentarse con dejar unas flores al lado de un camino solitario, o en el fondo de algún apartado barranco, al tiempo que otras miles no saben a donde tienen que ir para poner flores a sus muertos, asesinados por el mismo fascismo cuya iconografía es hoy representada y defendida por el partido, del senador lorquino José Joaquín Peñarrubia.
En ningún lugar del amplio término municipal, el segundo más extenso de España, hay monumento ni referencia alguna de las víctimas republicanas en Lorca, claro que de eso solo tiene la culpa la izquierda local, que solo explota su memoria como recurso moral, cuando les conviene.
Se acompañan varias fotos de la Cruz de los Caídos, en su emplazamiento actual reformado.
Desde mi exilio sísmico de Calabardina,
31 de Octubre de 2015, víspera del Día de Difuntos.
31 de Octubre de 2015, víspera del Día de Difuntos.
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