Voy a confesaros una cosa que llevo varios días pensando: sé que de hacerla no conduciría a nada, que no habría mucha esperanza de lograrlo, pero no dejo de pensarlo, ocurre que en ocasiones tengo la esperanza dentro de mí de que muchos de los problemas y contradicciones que sufrimos se podrían deber a falta de comunicación, de diálogo. Luego se me pasa. Luego aterrizo de nuevo en la realidad, y me entra la dolorosa lucidez hasta el fondo. Puede que algunos no sepan, que haya ignorancia después de todo, pero si llegasen a saber, a conocer ciertos detalles, ¿cambiarían las cosas? Temo que no. Sé que no, pues su ignorancia es fruto del profundo desprecio que anega sus corazones. ¿O tal vez no?
Me descubrí a mi mismo queriendo escribirle a la Ministra de Defensa. Contarle que en marzo de 1939, en el plazo de 4 días, 16.000 soldados del ejército español, de la República Española, fueron sacados de las playas y la zonas de frontera y llegaron en tren a Montauban, Septfonds y Borredon; caminaron doce kilómetros y fueron encerrados en un campo de concentración; no era aquello una base del ejército francés, ni unos cuarteles, nada, era un campo embarrado, con unos pabellones de madera que apenas valían para un par de centenares. Los soldados tuvieron que construir un campo nuevo, nuevos contingentes llegaron en las semanas siguientes, sumaron más de 25.000 hombres en aquel campo, es decir el equivalente a 8 brigadas mixtas, 2 divisiones de infantería, recordemos que habían pasado la frontera tras la retirada de Catalunya casi 150.000 soldados del Ejército Popular. A Septfonds llegaron casi desde la misma frontera, marcharon por la pequeña carretera aquel día de invierno. Vistieron sus uniformes hasta que se destrozaron con el uso, con sus gorras y sus insignias, organizados interiormente por su propia disciplina y su dignidad. En España la lucha continuaba, pero Francia atomizó las tropas españolas que habían escapado a la derrota, separando las unidades y no tratándolos como soldados. El gobierno francés deseaba impedir a toda costa que pudieran regresar a la península y los dividió en multitud de campos.
En aquellos meses que pasaron allí algunos murieron. Enfermedad, viejas heridas, accidentes, desesperación. 85 soldados de la República Española, hijos del pueblo que habían jurado defender las libertades del pueblo español, murieron allí, lejos de su patria y de sus seres queridos. Les enterraron según fueron muriendo en un antiguo prado en una porción del campo, no hubo espacio para mucho más; hubo muchas lágrimas y mucha indignación, porque morían allí y eran enterrados en la oscuridad del olvido los valientes que habían sabido luchar y enfrentarse a la misma bestia que amenazaba ahora a la propia Francia. “Como a perros” les enterraron, al decir de muchos de sus compañeros.
Pasó el tiempo y muchos de aquellos soldados se alistaron en el ejército francés, unos en la Legíón, otros en unidades no combatientes, de apoyo y fortificación que les habían reservado, cuando vino la debacle francesa, todos ellos, allí donde estuvieron, mantuvieron la lucha en la medida de sus posibilidades, en Dunquerque, en Inglaterra con De Gaulle, en Noruega, en el Tchad, en Argelia,en Libia, marcharían unidos a sus hermanos franceses por la promesa que hicieron en un lejano oásis africano de poner la bandera de Francia en Estrasburgo liberada combatieron en Tobruk y Bir-Harkeim, en Siria, en Normandía, el Sena, París, Alsacia, Lorena, Alemania; pero también en la lucha en la propia Francia ocupada, afrontando la muerte y la deportación. No somos nosotros nadie para llevar dignidad a quienes tanta dignidad tuvieron, más bien somos nosotros los que estamos obligados por su ejemplo.
Pasados aquellos años, se construyó un pequeño cementerio donde reposan aún hoy los 85 soldados españoles muertos en el campo de Septfonds. Allí siguen. En todos estos años, y estamos en 2017, nunca acudió allí ningún representante del gobierno español de Madrid, jamás, como si no existiesen. No han sido olvidados, las organizaciones del exilio republicano de entonces y ahora, han sabido guardar su memoria, pero nunca ha habido un acto oficial con el embajador, el ministerio de Defensa, miembros del gobierno y una representación de las Fuerzas Armadas: la España oficial, la democrática España actual les desconoce e ignora. ¿Cómo es esto posible, nos preguntamos? Hay mil ejemplos más, no es una casualidad o un olvido. Hay una lógica detrás de todo este desprecio, pero de todas formas, me sigo diciendo que tal vez no sea así, que tal vez se trata de que desconocen algunos los hechos, que no saben cuanto dolor sigue habiendo. Se nos hace evidente a muchos que algo debemos hacer. Y no se trata de nosotros, de lo que como personas particulares hagamos. No. Se trata de exigir a los poderes públicos que asuman su responsabilidad, para saber así todos, cómo afrontan realmente nuestra propia historia y la profundidad de su defensa de los valores democráticos.
Creo que debemos exigir al Ministerio de Defensa Español un acto público de homenaje en Septfonds, que los soldados deben rendir honores a aquellos españoles que llevaron con tanta dignidad su uniforme, su bandera y su compromiso antifascista. Creo que debemos alzar nuestra voz y decir públicamente a las autoridades españolas que tienen una cita en Septfonds. Nuestra mano debe tenderse. Y debemos sacar consecuencias si hay una negativa, lo que desde luego no podemos hacer es seguir actuando como si nada pasara y todo estuviera solucionado con homenajes privados y acciones individuales.
Pedro A. García Bilbao
Colectivo Al Servicio de la República
Fuente: Sociología Crítica
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