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La batalla de Teruel, la que más interés mediático despertó en la Guerra Civil española, se libró bajo un frío extremo. «Crónicas de fuego y nieve» recuerda con detalle este hito bélico y periodístico
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La batalla de Teruel, de la que estos días se conmemora el ochenta aniversario con diversos actos, publicaciones y una página «web» (www.batallate.es), es el enfrentamiento que más interés mediático despertó de la Guerra Civil. La ciudad aragonesa, que los sublevados habían conseguido dominar sin apenas resistencia a los pocos días del alzamiento, se convirtió a finales de 1937 en un objetivo estratégico señalado por los republicanos para desviar la inminencia del previsto -y previsiblemente definitivo- ataque de Franco sobre Madrid. La lucha se libró en condiciones extremas -con temperaturas nocturnas que alcanzaron los -25 °C-, hasta tal punto que el frío paralizó los tanques y la ventisca borró el perfil de las tropas. Hay episodios fantasmagóricos y todavía inexplicados, como el del centro urbano vacío la Nochevieja de 1937, cuando los republicanos lo abandonaron y los nacionales no pudieron o quisieron entrar, todo ello bajo una cortina de nieve. Fue la única capital conquistada por los republicanos, una victoria tan costosa -se calcula que 15.000 combatientes sufrieron congelaciones- como efímera, pues tras dos meses y medio los nacionales volvieron a tomar la ciudad,que quedó devastada.
Ambos bandos eran conscientes de la importancia de la batalla, por lo que movilizaron a los corresponsales extranjeros que cubrían la guerra. Teruel no solo existió sino que fue portada de los periódicos de todo el mundo, y allí acudieron muchos de los grandes periodistas y escritores de la época, entre ellos, y del lado republicano, Hemingway, Herbert L. Matthews, Ilya Ehrenburg, Malraux, Henry Buckley, Sefton Tom Delmer, Jay Allen y Mathieu Corman, y los fotógrafos Robert Capa, Harry Randall, Kati Horna y Walter Reuter.
Periodistas muertos
Con los sublevados llegaron Harold Cardozo, William Carney, Harold Kim Philby, Peter Kemp, Edward Neil, Bradish Johnson y Richard Sheepshanks. Los cuatro últimos fueron víctimas de un obús que impactó cerca del vehículo en el que se habían refugiado del frío en las inmediaciones de Teruel, desde donde observaban la evolución de las operaciones. Fallecieron Johnson (Newsweek), Neil (agencia AP) y Sheepshanks (agencia Reuter) y solo sobrevivió Philby, que ya era agente soviético infiltrado. El que habría de convertirse en el espía más famoso de la historia fue condecorado semanas después personalmente por Franco.
Si los corresponsales, para Hugh Thomas, vivieron durante la Guerra Civil española su «edad de oro», en Teruel escribieron una página memorable de la historia del periodismo. Nace el concepto de urgencia de la noticia, la competencia por llegar antes a los lugares desde los que era posible trasmitir la crónica, la obsesión por ser testigos presenciales. Vicente Aupí, que ya documentó las inclemencias de uno de los inviernos más rigurosos del siglo XX («El General Invierno y la Batalla de Teruel», Dobleuve, 2015), nos ofrece ahora «Crónicas de fuego y nieve», donde repasa la constelación de periodistas que cubrieron el conflicto, así como de los fotógrafos que lo registraron. Destaca también la labor de los brigadistas internacionales, que bautizaron el escenario de la batalla como «Polo Norte. Sector Teruel».
Para entender la importancia de los corresponsales en la guerra de España, hay que tener en cuenta también que contaron con una serie de interlocutores excepcionales. En el tercer tomo de «La forja de un rebelde», Arturo Barea, a cargo de la censura en los primeros compases del sitio de Madrid, traza una panorámica de aquellos idealistas que con sus informaciones querían contribuir a la concienciación internacional del conflicto. Tras Barea, Constancia de la Mora se hizo cargo del control de la oficina de prensa extranjera de la República, y pensaba, como Barea, que facilitar a los periodistas el acceso a las fuentes y escenarios, era el mejor servicio para la causa. Durante su exilio, llegó a ser popular en EE.UU., donde ocultó su militancia comunista, lo que le costó el rechazo de unos y otros.
Amplia bibliografía
Una reciente biografía de Soledad Fox Maura, «Connie. Biografía de Constancia de la Mora» (Renacimiento, 2017), fruto de una rigurosa investigación y de varios trabajos anteriores publicados en inglés, desvela su personalidad compleja y paradójica. Nieta de Antonio Maura y criada en un ambiente conservador y aristocrático, se casó con Manuel Botín, hermano de Luis, responsable en la zona franquista de los corresponsales extranjeros. Se separó de su marido y de su entorno y abrazó los ideales republicanos. Hablaba con solvencia varios idiomas e intimó con Pablo Neruda, Rafael Alberti y tantos otros. La cobertura de Teruel es fruto de su impulso. «Opinaba que los reporteros debían ser tratados de la mejor manera posible y que se les debían dar facilidades porque, razonaba, si su oficina contribuía a que escribieran la verdad, esto podría ayudar a la República a ganar la guerra», escribe Soledad Fox.
Se va abriendo paso en los últimos años una bibliografía que pone de relieve la labor de los corresponsales extranjeros en la guerra de España. En 2017 han visto la luz «Arthur Koestler. Nuestro hombre en España», de Jorge Freire (Alrevés), y «Un espía en la trinchera. Kim Philby en la Guerra Civil española», de Enrique Bocanegra (Tusquets, obra galardonada con el Premio Comillas). Con demasiada frecuencia el foco se pone en los autores europeos y estadounidenses, por lo que hay que dar la bienvenida a «La imaginación incendiada. Corresponsales hispanoamericanos en la Guerra Civil española», de Jesús Cano Reyes (Calambur), que recoge una amplia galería de hispanoamericanos en la contienda.
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