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Un coleccionista encontró la carta, que no había llegado a su destino, en el rastro de Valladolid y se la entregó a las descendientes
Para ser coleccionista de antigüedades no basta con ser metódico, paciente, ordenado e intuitivo. Para ser coleccionista de antigüedades también hay que saber madrugar. Porque las piezas más cotizadas desaparecen de los mercadillos a primerísima hora. Por eso, Luis Posadas Lubeiro no esperaba encontrar nada valioso cuando aquel domingo de 2014 llegó hacia las 10.30 al rastro de Valladolid.
Sin embargo, revoloteando entre los puestos, a la sombra del estadio José Zorrilla, Luis Posadas Lubeiro se fijó en una corona republicana impresa que sobresalía entre un legajo de papeles antiguos. Para este coleccionista y librero de viejo, que a los 11 años pidió a su familia que le regalara el voluminoso libro La guerra civil española, de Hugh Thomas, no podía haber un reclamo más sugerente. "El papel me estaba llamando, era como si alguien lo hubiese dejado adrede para que yo lo recogiera", rememora para Verne.
Aquella corona republicana pertenecía a una tarjeta postal escrita desde la Cárcel Nueva de Valladolid, en la que, con una caligrafía elegante y con una redacción exquisita que contrastan con el dramatismo de la situación, un preso llamado Tomás Gallego comunicaba a su familia su horario de visitas ("todos los viernes, de 10 a 12 de la mañana por estar en celda de aislamiento") y les trasladaba su cariño ("recibir como siempre abrazos cariñosos de este que os quiere"). En uno de los márgenes también se leía un ruego enigmático: "Mandadme el reloj". Pero, más allá de su contenido, el detalle más significativo se encontraba en la fecha, que era el 27 de octubre de 1936.
Efectivamente, esta datación daba a entender que podría tratarse de la carta manuscrita de un prisionero republicano en plena Guerra Civil. Pese a encontrarse alejada de los frentes de guerra y carecer de graves tensiones internas, Valladolid fue una de las provincias más despiadadas en la represión, según recuerdan algunos historiadores, como Jesús María Palomares. Luis Posadas Lubeiro no lo dudó ni un instante y, sin sospechar la importancia de aquella postal para una familia, se llevó el atajo de papeles para sumarlo a su colección con más de 10.000 documentos sobre Valladolid.
En este punto abriremos un paréntesis de dos años, el tiempo transcurrido hasta que Luis Posadas Lubeiro decidió seleccionar 139 fotografías de su vastísimo arsenal documental para publicarlas en un libro titulado Valladolid: recuerdos e infancias. El título del libro es el mismo con el que ya había bautizado, en diciembre de 2014, un grupo de Facebook que actualmente cuenta con casi 9.000 seguidores, quienes cuelgan imágenes antiguas de la ciudad y escriben relatos a partir de ellas. La selección de imágenes para el libro, como puede adivinarse, no fue un proceso fácil. Y gracias al empeño de María José Velloso, la mujer de Luis Posadas Lubeiro, la postal de Tomás Gallego acabó ocupando una de las páginas del libro.
De Valladolid: recuerdos e infancias se imprimieron 1.500 copias en la imprenta pucelana Olme2. Es un detalle importante porque, precisamente, una llamada a esta imprenta fue la que desencadenó el resto de esta historia. "En un tono que mezclaba la incredulidad, la sorpresa y la incertidumbre, al otro lado del teléfono, una señora me dijo que en ese libro había una postal manuscrita por su abuelo fusilado en 1937, que una amiga suya se lo había contado, que ella se había echado a llorar nada más saberlo, que había encontrado el nombre de la imprenta en los créditos del libro y que, por favor, quería localizar a su autor", narra Javier Pérez, el dueño de la imprenta.
Y gracias a esa llamada se gestó el encuentro entre Luis Posadas Lubeiro y Loli Álvarez Gallego, Carmen Álvarez Gallego, Ana Isabel Esteban y Carmen, que son, respectivamente, las dos nietas, la bisnieta y la tataranieta de Tomás Gallego, las receptoras legítimas de una carta que no fue entregada en su momento, pero que ha acabado llegando a su destino con 81 años de demora. Aquella calurosa mañana de julio, en la cafetería el Lion d'Or, rodaron muchas lágrimas.
"En el momento en que Luis nos la entregó, temblé entera, desde la punta de los pies. He llorado mucho desde que apareció la carta, pero nos ha traído mucha alegría. Lloro, sí, pero, aunque suene contradictorio, ha puesto alegría en el recuerdo de nuestro abuelo. Siento que ahora, por fin, descansa en paz", nos cuenta muy emocionada por teléfono Loli Álvarez Gallego, nieta de Tomás y autora de la llamada a la imprenta Olme2.
A continuación, después de la explosión sentimental provocada por la entrega, las cuatro mujeres de la familia reprodujeron la vida de Tomás.
Tomás Gallego nació en 1898 y, en el momento de su detención, trabajaba como herrero para la compañía Caminos del Hierro del Norte de España. Según el relato familiar, Tomás pertenecía al sindicato CNT, lo que motivó la denuncia de uno de sus vecinos. Como era frecuente aquellos días, se le aplicó la justicia militar y fue condenado a muerte. Una persona conocida avisó a la familia tres días antes de su fusilamiento, que finalmente se produjo el 13 de marzo de 1937 en la cascajera de San Isidro, lo que permitió que Tomasa Alonso encargara la construcción de un ataúd para su marido. A diferencia de muchas otras víctimas republicanas, la familia supo que el cadáver se había trasladado al cementerio del Carmen, el mismo en el que recientemente aparecieron algunas de las fosas comunes más grandes de España. Aunque desconocen el punto exacto donde se encuentra enterrado, al menos la familia pudo colocar una lápida a la que llevar flores y donde honrar la memoria de Tomás.
Las mujeres de la familia Gallego, como tantas otras mujeres convertidas en guardianas de la memoria, se contaban a menudo estos acontecimientos en la intimidad de sus hogares. De generación en generación, fueron construyendo una hermosa cadena de recuerdos cuyo origen se encuentra en Tomasa Alonso, mujer de Tomás y destinataria de la tarjeta postal, a quien su nieta Loli recuerda siempre enlutada, con una toquilla, su pelo blanco recogido en un moño y trabajando muchísimo para sacar adelante a la familia. Esta cadena ha desembocado en Carmen, la tataranieta de Tomás, de 14 años, quien asistió a la entrega de la postal "contenta por haber tenido la oportunidad de conocer más cosas sobre mis raíces", en declaraciones a Verne.
Sin embargo, ni Luis Posadas Lubeiro ni las mujeres de la familia Gallego son capaces de responder, de momento, a algunos misterios que plantea la existencia de la tarjeta postal. ¿Por qué no se entregó en su destino? ¿Dónde ha pasado los 80 años que van desde que fue matasellada en el pabellón de Correos de la Estación del Norte hasta su aparición en 2014 en un mercadillo dominical vallisoletano? ¿Quién la conservó y con qué objetivo?
Ah, ¿y el reloj? Recordemos que, como hemos mencionado antes, en un margen de la postal se leía la frase "mandadme el reloj". Loli Álvarez Gallego nos explica que se trata de un Longines de oro que aún conserva la familia. "Nuestro abuelo era muy coqueto y tenía mucho temperamento", comenta.
Eso explicaría que Víctor Vela, el periodista que escribió en El Norte de Castillapor primera vez sobre la postal, encontrase de forma recurrente el nombre de Tomás Gallego en la hemeroteca de su periódico: la primera vez, denunciando el robo de un abrigo de cuero; la segunda, porque fue atropellado por un coche en la calle Angustias; la tercera, por verse involucrado en una pelea en un bar; y, la última, la funesta noticia de su detención, el 2 de septiembre de 1936, junto a otras siete personas. Era común entonces que los integrantes del bando nacional publicaran los nombres de los detenidos para atemorizar a sus adversarios ideológicos.
Hace ya unos cuantos meses que Loli guarda la postal en su casa como un tesoro. Aunque aún no tiene claro qué hacer con ella. De momento, baraja la posibilidad de crear un montaje junto con otras imágenes familiares, para ilustrar una historia que, durante décadas, había corrido de boca en boca y que por fin ha encontrado un epílogo de altura.
Esta historia no habría sido posible sin una concatenación de asombrosas coincidencias. Pero quizás ninguna sea tan llamativa como la que nos recuerda Luis Posadas Lubeiro: "No solo soy coleccionista y librero de viejo, sino que además soy cartero de profesión. Es increíble pensar que haya sido precisamente un cartero quien haya entregado una tarjeta postal que ha viajado a través del tiempo cargada de historia".
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