Un almeriense de Oria marchó a Francia en 1939 y no volvió nunca a su pueblo. Su historia es la historia de una Europa en llamas
25/02/2018, 07:00
Juan F. Colomina
Carnet de residencia de Cristóbal Sola Fernández. La Voz.
Boda de Cristóbal y su esposa, Carmen Ferraces. La Voz.
“Qué injusta que es la vida”. Con estas palabras comienza ‘El silencio de los otros’, documental español que recientemente se ha estrenado en el 68º festival de la Berlinale y que recuerda que aún quedan miles de víctimas del franquismo que esperan reparación. Entre esas víctimas están los que tuvieron que marchar a otra tierra para poder salvar sus vidas.
Esta es la historia de Cristóbal Sola Fernández, un almeriense de Oria que marchó a Francia en 1939 y no volvió nunca a su pueblo. Es la historia de tantos y tantos exiliados. Es la historia de una Europa en llamas asolada por el terror.
Decía Manuel Chaves Nogales, en su obra ‘A sangre y fuego’, que “el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar, a fuerza de humildad y servidumbre, su existencia”.
Cristóbal nació un 26 de marzo de 1917 en una familia humilde de campesinos. Sus padres, Domingo y Catalina, eran labradores, al igual que él. Con 20 años es llamado a enrolarse en el ejército republicano y, como tanto otros jóvenes, se dirigía a un destino incierto. Tras combatir en la batalla del Ebro, donde una bala le atravesó la mejilla y le arrancó cuatro dientes, ese destino le llevó por los pasos pirenaicos de Le Perthus un 10 de febrero de 1939. La historia del exilio republicano es una historia de campos de concentración, de derechos humanitarios suspendidos, de trabajos forzados y deportaciones a campos de exterminio.
Al pisar tierra francesa, y con el constante allez, allez de los gendarmes franceses, Cristóbal es trasladado al campo de Argelès-sur-Mer. Aquel inmenso espacio en la playa albergó a más de 22.000 republicanos y estaba desprovisto de cualquier tipo de edificación que sirviera para resguardar a los hombres, mujeres y niños de las inclemencias del tiempo. Aún se desconoce cuántas personas murieron en esos campos. Allí pasó los primeros meses de su estancia en Francia. Ese verano sería trasladado a otro de los campos de republicanos, el de Gurs.
Fatalidad o destino
La fatalidad, o el destino, quiso que los republicanos se vieran inmersos en la II Guerra Mundial. En septiembre de 1939 Alemania y Francia se declaran en guerra: las movilizaciones son masivas y la mayoría de los varones franceses en edad de ir al frente son llamados a combatir. El campo y las fábricas quedaron vacías y la necesidad de mano de obra hicieron de los republicanos, unos 150.000 por esas fechas, una fuente casi inagotable para la Administración francesa. Cristóbal, que se encontraba en el campo de Gurs, es enrolado en la 141 Compañía de Trabajadores Extranjeros.
La fatalidad, o el destino, quiso que los republicanos se vieran inmersos en la II Guerra Mundial. En septiembre de 1939 Alemania y Francia se declaran en guerra: las movilizaciones son masivas y la mayoría de los varones franceses en edad de ir al frente son llamados a combatir. El campo y las fábricas quedaron vacías y la necesidad de mano de obra hicieron de los republicanos, unos 150.000 por esas fechas, una fuente casi inagotable para la Administración francesa. Cristóbal, que se encontraba en el campo de Gurs, es enrolado en la 141 Compañía de Trabajadores Extranjeros.
Esta unidad, trasladada a Villefranche-sur-Cher –centro de Francia- se encargó de tareas agrícolas y limpieza de bosques durante la guerra. Allí trabajo Cristóbal hasta junio de 1940, cuando sería nuevamente trasladado al campo de Argelès-sur-Mer. Ese traslado estuvo motivado por la capitulación de Francia frente a la Alemania nazi y el establecimiento del gobierno colaboracionsita de Vichy.
Invasión alemana
La invasión alemana provocó gran pavor entre los españoles que, sabedores ya de la saña de las tropas nazis, intentaron huir de los frentes de batalla y de las garras de los servicios de espionaje de la Gestapo. Muchos se enrolaron en la mítica Resistencia francesa y serían vitales para las operaciones de sabotaje; otros fueron capturados por los soldados alemanes y trasladados a los stalags -prisiones para combatientes- y no pocos fueron pasto del terror en los campos de exterminio; la mayoría fueron devueltos a los campos de concentración del sur francés. Cristóbal pudo tener el mismo destino que algunos de sus vecinos de Oria (Pedro Martos, Manuel Sánchez Martos, Felipe Soriano Martos y Francisco Torregrosa), que fueron encerrados en Mauthausen, Dachau o Buchenwald, pero pudo salvar su vida en Argelès.
La invasión alemana provocó gran pavor entre los españoles que, sabedores ya de la saña de las tropas nazis, intentaron huir de los frentes de batalla y de las garras de los servicios de espionaje de la Gestapo. Muchos se enrolaron en la mítica Resistencia francesa y serían vitales para las operaciones de sabotaje; otros fueron capturados por los soldados alemanes y trasladados a los stalags -prisiones para combatientes- y no pocos fueron pasto del terror en los campos de exterminio; la mayoría fueron devueltos a los campos de concentración del sur francés. Cristóbal pudo tener el mismo destino que algunos de sus vecinos de Oria (Pedro Martos, Manuel Sánchez Martos, Felipe Soriano Martos y Francisco Torregrosa), que fueron encerrados en Mauthausen, Dachau o Buchenwald, pero pudo salvar su vida en Argelès.
El resto del año 1940 estuvo encerrado en el campo de concentración, pero la economía francesa aún seguía maltrecha por la guerra y el Gobierno de Vichy estableció que todo aquel refugiado que quisiera quedarse en Francia debía sustentarse a sí mismo sin ser una carga para el Estado: los que no podían eran forzados a repatriarse o a enrolarse en los Grupos de Trabajadores Extranjeros, unidades similares a las Compañías de Trabajo. El trabajo realizado, en precarias condiciones y con un salario pírrico, seguía la misma estela las Compañías: trabajo en el campo, fábricas, con particulares, empresas, obras públicas, etc.
Cristóbal Sola fue movilizado en una de ellas a Roanne, en del Departamento de Loira, a comienzos de 1941 y, en 1943, a Bellegarde, en la región de Loiret. Durante esos dos años trabajó al servicio del Estado francés y era continuamente trasladado a vivir a zonas exclusivas para los trabajadores de estos Grupos de Trabajadores. El aislamiento respecto a la población francesa y el cordón sanitario establecido por las autoridades fue casi hermético: apenas existía el contacto y se evitaba que los republicanos interactuaran con la población de los pueblos cercanos.
Contienda en Europa
La contienda bélica seguía frenéticamente en Europa y por esas fechas Alemania ya pensaba en la invasión de la URSS en la famosa ‘Operación Barbarroja’. Para mantener segura la retaguardia se decidió fortificar las defensas del Atlántico bajo el mandato del Ministerio del Armamento alemán. Las obras de ingeniería estuvieron a cargo de la ‘Organización TODT’, una articulación de trabajo forzado en serie que empleó a más de tres millones de personas. Cristóbal Sola fue uno de ellos. En 1944 fue movilizado, en primer lugar, desde Roanne hasta Calais, en el entorno de los trabajos de fortificación del Muro Atlántico para defender la costa de una invasión Aliada. Posteriormente, fue trasladado a Issy-les-Moulineaux. En Calais fue duramente maltratado por un soldado alemán que casi le dejó el hombro inutilizado. Finalmente, la invasión se realizó durante el verano de 1944 y, como un viento huracano, el terror nazi desapareció para millones de personas.
La contienda bélica seguía frenéticamente en Europa y por esas fechas Alemania ya pensaba en la invasión de la URSS en la famosa ‘Operación Barbarroja’. Para mantener segura la retaguardia se decidió fortificar las defensas del Atlántico bajo el mandato del Ministerio del Armamento alemán. Las obras de ingeniería estuvieron a cargo de la ‘Organización TODT’, una articulación de trabajo forzado en serie que empleó a más de tres millones de personas. Cristóbal Sola fue uno de ellos. En 1944 fue movilizado, en primer lugar, desde Roanne hasta Calais, en el entorno de los trabajos de fortificación del Muro Atlántico para defender la costa de una invasión Aliada. Posteriormente, fue trasladado a Issy-les-Moulineaux. En Calais fue duramente maltratado por un soldado alemán que casi le dejó el hombro inutilizado. Finalmente, la invasión se realizó durante el verano de 1944 y, como un viento huracano, el terror nazi desapareció para millones de personas.
Los republicanos, que habían combatido al fascismo en Europa, tenían la esperanza, y la promesa de las fuerzas aliadas, de poder volver a una España democrática. La realidad fue otra: Franco se mantuvo en el poder y miles de republicanos jamás pudieron volver a pisar su tierra. Muchos marcharon al exilio americano o a la URSS pero la mayoría se quedaron en Francia, cerca de su tierra.
¿Cómo se sobrevive tras haber padecido el terror de dos guerras, el trabajo forzado, la incomunicación con tu familia? Cristóbal Sola se estableció con una familia de amigos en Issy-les-Moulineaux y allí se afilió a la CGT como especialista en fuerzas motrices con carta de identidad 42ES 78.887. Sin duda, la experiencia que tuvo durante cuatro años al servicio del Estado francés le permitió ir encontrando trabajo en una Francia en reconstrucción. Diferente fue la situación de su hermano Ramón, capturado por las tropas de Franco y obligado a trabajar forzosamente en un Batallón de Trabajadores en Palencia. Dos hermanos separados por una guerra que nunca más volvieron a encontrarse.
Pero los caminos de la vida siguen y en una fiesta para inmigrantes españoles en París, Cristóbal encontraría al amor de su vida: Carmen Ferraces García. Carmen, gallega, era una inmigrante que había llegado a Francia a través de la embajada argentina. Se casaron en Neuilly-sur-Seine, cerca de París, en 1949 y pronto tuvieron tres hijos: Robert, Marie-Christine y Sylvie Marie.
La visita de su nieta
Hace unos meses su nieta, Deborah Sola, visitó Almería en busca de información sobre su abuelo y su familia. Su padre, Robert Sola, hijo de Cristóbal lleva muchos años rastreando sus pasos.
Hace unos meses su nieta, Deborah Sola, visitó Almería en busca de información sobre su abuelo y su familia. Su padre, Robert Sola, hijo de Cristóbal lleva muchos años rastreando sus pasos.
Conversando con ella me contaba anécdotas que eran vida diaria de un refugiado republicano: tremendamente de izquierdas, solía hablar con sus amigos acerca de la guerra en España, leía el periódico ‘L’Humanité’, adscrito al Partido Comunista Francés y era admirador de la revista ‘PIF’ en la que dibujaba otro de esas grandes mentes que la guerra y el franquismo privó de conocer, José Cabrero Arnal.
Robert recuerda cómo su padre le compraba y leía siempre aquellas historias dibujadas. Fue un hombre bueno, reservado, que nunca se quejó de sus penurias ni de los padecimientos sufridos durante casi una década. Solía cepillarse los dientes con la ceniza del cigarrillo, se afeitaba con una navaja y le gustaba beber en porrón de vez en cuando.
También le gustaban los libros, la fotografía y pasear por las calles. Un hombre sencillo que había vivido el horror de combatir contra hermanos, que conoció los campos de concentración y el trabajo forzado y la barbarie del ser humano en ese descenso a los infiernos que fue la II Guerra Mundial.
Cristóbal Sola Fernández falleció de un cáncer de vejiga en 1966, cuando solo contaba con 49 años. Su mujer, Carmen, lo hizo en 2015.
Se van borrando las huellas del pasado, la memoria nítida de quienes vivieron una época excepcional y terrible. Queda en los herederos la responsabilidad de no dejar en el olvido los sufrimientos de quienes no tenían nada y lo perdieron todo.
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