dissabte, 3 de març del 2018

LOS NIÑOS ROBADOS POR EL FRANQUISMO. Los pactos de Franco con el DEMONIO

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niños robados por el franqusimo word pressFranco aplicó sobre los hijos de los vencidos la violencia más abominable, secuestraron a miles de niños, hijos de republicanos. Muchos murieron de inanición o epidemias en las cárceles de sus madres, en campos de concentración, separados de ellas o compartiendo su destino; la mayoría fueron internados en hospicios y colegios. Algunos desaparecieron. El rapto se convirtió en ‘legal’ por la Orden de 30 de marzo de 1940 que daba la patria potestad al Estado. Robados o secuestrados sin miramientos, el régimen franquista les cambió la identidad a golpe de decreto y registro civil, el 4 de diciembre de 1941 una ley autorizó cambiar los apellidos, y los entregó clandestinamente en adopción a familias afines, profundamente católicas y adictas al régimen.
La posguerra heredó una España sembrada de cadáveres y miseria. Las cárceles de mujeres albergaban niños en condiciones infrahumanas. Carme Riera cumplía una pena de 30 años por haber sido la compañera de un sindicalista de la CNT, Horacio Callejas, fusilado en 1939 en Barcelona. Carme enterró a su hija Aurora Mutriku (Vizcaya) en 1940, una infección mató a 30 criaturas en una semana en la cárcel de Saturrarán. “Las monjas quisieron quitarme a la niña, yo me negué, y me presionaban negándole el racionamiento a la niña”.
En la madrileña cárcel de Ventas, que tenía capacidad para 500 reclusas, había más de 5.000, y los hijos vivían con ellas. Muchos fueron trasladados a orfanatos o internados religiosos por el ministerio de justicia del estado franquista. La Iglesia regía todos los órdenes de la vida, en los internados moldeaban a los niños. En 1942 estaban tutelados por el Estado en centros religiosos y establecimientos públicos 9.050 niños y niñas. En 1943, había 12.042. Hay que añadir los hijos de exiliados, encarcelados, deportados, 20.266 criaturas que los nazis que habían ocupado Francia o Bélgica entregaron al Servicio Exterior de Falange. Victoriano Ceruelo estuvo en Zamora: “Desde los 5 años, todos los días nos levantaban a las 5 de la mañana para ir a misa. Los domingos venían familias y las monjas nos ponían en fila. Y decían ‘me gusta ése’, y se lo llevaban. Hasta hace poco iba cada año a preguntarle a la superiora quiénes eran sus padres. Ella le decía: “No tienes derecho a remover”.
El destino de los hijos de los Republicanos represaliados por el franquismo sigue siendo un enigma. Nadie sabe cuántos fueron los hijos de las encarceladas, qué fue de ellos, que ocurría cuando salían de prisión al cumplir los 3-6 años camino del seminario o de la adopción por familias del régimen. No hay datos de lo qué sucedió en las cárceles con los hijos de las presas, de las que fueron fusiladas, de sus padres, los niños no eran registrados en las prisiones. Una joven anarquista que esperaba ser fusilada, tenía una niña, su último deseo era que diesen el bebé a su madre. Cuando la ejecutaron en el cementerio del Este, consiguió como última voluntad, que el oficial que estaba al mando del pelotón de fusilamiento se comprometiera a llevar a la niña con su abuela. Tras la ejecución el militar volvió a la cárcel, pero la niña ya no estaba, describe la presa, enfermera y militante del Partido Comunista, la madrileña Trinidad Gallego.
La ideología que subyacía en esta orientación del franquismo de segregar de sus familias a los hijos de presos políticos era la del general, médico psiquiatra e ideólogo del régimen Antonio Vallejo Nágera, cuya finalidad era “investigar las raíces biopsíquicas del marxismo”. Vallejo sostenía que “En el marxismo militan psicópatas antisociales, la segregación total de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan temible. Es necesario extirpar el gen marxista mediante el traslado de los niños a hospicios, para la eliminación de los factores ambientales que conducen a la degeneración”, conclusiones a las que llegó experimentando con descargas eléctricas y otros experimentos a los presos. Emilia Girón, que dio a luz en el hospital de la cárcel de Salamanca en 1941 cuenta: “Lo llevaron a bautizar y no me lo devolvieron. Yo reclamaba el niño, y que si estaba malo, que si no estaba. No lo volví a ver”. Su delito, ser hermana de un guerrillero.
“En Amorebieta dormíamos en jergones de 40 centímetros, unas al lado de las otras y con los niños. Julia Manzanal, comisaria política del batallón Comuna de Madrid, de la 42 Brigada Mixta, V Regimiento, con 87 años recuerda emocionada: “Una noche, Julia se puso muy enferma. Trinidad Gallego, que era enfermera, me dijo que era meningitis debía despedirme de la niña. La pequeña Julia, con sus preciosos ojos cambiantes, cada día de un color, se fue”. Nos pasamos toda la noche llamando a las monjas, pero no hubo nada que hacer; no se presentaron. Cuando llegaron por la mañana ya estaba muerta. Como yo era de las que no comulgaban, no dejaron que me despidiese de la niña en la capilla, porque son religiosas, pero malas como ellas solas”. Al final consiguió entrar en la enfermería, y dentro de la caja de la pequeña deslizó, en un descuido de las vigilantas, una bandera roja con la hoz y el martillo que ella misma había hecho. “Por el bien de la humanidad, Julia, te juro que seguiré siendo la misma”, le dije.
“No sé exactamente cuándo nací. Recuerdo un tren, sostener en la mano una banderita roja y amarilla, asomarme a la ventanilla. Cuando llegamos a Madrid muchas personas.  recogían a los otros niños. A mí, no. Me miraban y me dejaban… No me acariciaban ni me besaban. Me sentí despreciada, eché de menos a mi padre”. Quien así habla es Vicenta Flores, hija de Melecio Álvarez Garrido, comisario de guerra ejecutado en 1939 contando ella 5 o 6 años. Internada en el orfanato del colegio de la Paz, la bautizaron como Vicenta Flores, aunque ella dijo que se llamaba Álvarez. Con la mayoría de edad eligió llamarse Pili Garrido. Ha dedicado toda su vida a buscar sus orígenes, sacando a la luz algunos de los métodos del régimen franquista para desenraizar a los hijos de los republicanos.
Las embarazadas con pena de muerte eran fusiladas nada más dar a luz, como relata Carlos Fonseca en Trece rosas rojas. Trinidad Gallego, matrona, fue encarcelada y ayudó a parir a sus compañeras de prisión. A sus 95 años recuerda que “las madres estaban separadas de sus hijos, ellas no podían cuidarlos. Sarna, piojos, sin apenas comida ni agua. Morían muchos. Con 3 años se los llevaban de la cárcel e iban a parar a los hospicios o no se sabe”. En Santurrán (País Vasco) las monjas mandaron salir a las presas al patio. Cuando volvieron, sus hijos habían desaparecido. Ya no existían, no habían sido inscritos en el registro de entrada.

Referencias: Foro por la memoriaDiagonal periódico (María José Esteso). El País (Teresa Cendros, Francesc Valls). Proceso (Sanjuana Martinez). Miguel Ángel Rodríguez Arias – El caso de los niños perdidos del franquismo: Crimen contra la humanidadRicard Vinyes – Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas

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