https://portaldeandalucia.org/opinion/columnas/el-mes-de-la-matanza-fundacional-del-franquismo/
Agosto para la mayoría de los andaluces es sinónimo de calor (todos los días nos lo recuerdan y padecemos) y vacaciones (los que las pueden tener y, todos, aguantamos las de los millones de forasteros que “vienen a disfrutar del Sur”). Pero agosto no es sólo eso. Es también, mal que le pese a algunos, el mes en que se produjo, hace ochenta y seis años, en 1936, una matanza sin precedentes: decenas de miles de andaluces fueron secuestrados y asesinados por los golpistas de julio. Allí donde triunfaron y en las localidades que iban ocupando comenzaba un fuego exterminador que no distinguía sexo, edad o condición. Un genocidio socio-político que dejó yermas estas tierras hasta hoy.
Casi un siglo ha pasado y todavía no se ha encontrado tiempo y lugar para, como sociedad, coger el toro por los cuernos y solucionar tantos temas pendientes de esta realidad, por mucho que se la quiera encerrar en armarios roperos. Muertos los afectados por la represión y sus familiares más directos, el relevo lo han ido cogiendo las siguientes generaciones. Hasta el punto de que, a pesar de los pesares, en estos últimos años el Estado se ha tenido que emplear a fondo para desmontar el memorialismo surgido de la sociedad civil.
Leyes, dineros, cooptaciones, maquinaria partidaria, entre otras actuaciones, han conseguido encauzar por las covachuelas administrativas, legislativas y de las política partidaria. Así, de nuevo, la recuperación de la verdad, justicia y reparación de las víctimas han vuelto a la privacidad, ha salido del debate público. Salvo para convertirse en un arma arrojadiza más de la bronca diaria. Logros de la modélica transición es esta privatización de lo público. Las administraciones pasan a ser propiedad del grupo que las ocupa. Sus intereses se convierten en los de todos. Nada nuevo bajo el sol.
Es la “razón de Estado”. Ya saben, eso que está en el ADN de los Estados para justificar los rotos y descosidos que quieran hacer. Sin límites éticos ni legales. El mal mayor sería evitar su desaparición. El español tiene una larga tradición. Baste recordar casos, bajo régimen democrático, como la ocultación de lo ocurrido en Casas Viejas y los GAL. La cuenta se pierde si nos ceñimos, que es la mayor parte del tiempo, cuando ha sido un régimen autoritario. Empezando por la matanza golpista de 1936 que se convirtió en uno de los elementos fundacionales del franquismo.
Dicen que derechas e izquierdas se hayan inmersas en una guerra cultural. Como si las ideologías fueran algo caídas de Marte. Como si la administración de la cosa pública (la res pública) estuviera por encima de ellas. En lo que respecta a la memoria histórica, a pesar de lo que pudiera parecer, el triunfo de la extrema derecha es por goleada. Más allá de la manita futbolera. Suyos son el relato, mucha de la “verdad” histórica que se creen los españolitos de a pie o la falta de complejos para defender sus posiciones. Enfrente hay una aceptación del “todos fueron culpables”, mucho trabajo, la mayor parte francotirador, poco difundido y vergüenza mal disimulada en defender los postulados más básicos.
El resultado son unas leyes de memoria que ponen más palos en las ruedas de la memoria que bandas de rodadura que aumenten su velocidad; una falta de compromiso administrativo que dan más de arena que de cal y una visión estrecha de los derechos humanos. En definitiva, la pervivencia de los razonamientos golpistas, el ninguneo de las víctimas y la marginalización de quienes, aunque sean por libre, intentan ir más allá.
Así, sin darnos cuenta han pasado ochenta y seis años. Y parece que van a pasar otros tantos. Bueno, algunos menos. En catorce años los restos de los asesinados serán arqueológicos; la verdad de lo ocurrido, si se hace, dormirá en los polvorientos anaqueles de las web universitarias y apenas interesará a quienes puedan hacer caja, veraniega o no y no habrá nadie que puede pedir reparaciones. Ni estarán, ni se le esperarán, ni la verdad, ni la justicia ni la reparación
Como el 1 de abril de 1939, las derechas habrán alcanzado sus últimos objetivos. En este caso culturales. Y después nos extrañamos que ganen elecciones por goleada.
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