dimecres, 5 d’abril del 2023

Restaurar fotos para mantener la memoria

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Luda Merino, directora del proyecto comprometido con la memoria antifascista 'Respetando su Dignidad' visita este sábado La Moraduca
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Podemos Cantabria ha organaizado para este sábado 8 de abril a las 19:00 horas una charla coloquio que contará con la presencia de Luda Merino, estudiante y directora del proyecto nacido en Twitter bajo el epígrafe ‘Restaurandodo su Dignidad’. La cita es en su sede, en la calle Isaac Peral, 40 de Santander.

Merino restaura  fotografías de víctimas del nazismo y el franquismo. Algo que comenzó como una iniciativa personal, pero que ha trascendido y muchos familiares de víctimas del franquismo y del nazismo le envían fotos para que les ayude a restaurarlas.

En la charla estará también Marisol González Lanza, delegada de la asociación ‘Archivo, guerra y exilio’ en Cantabria.

RESTAURANDO SU DIGNIDAD

Campo de concentración de Corbán (Santander), fotografía coloreada.
Para desmoralizar a los prisioneros de los campos de concentración franquistas, los encargados de los campos a menudo congregaban a los prisioneros y mostraban sobre un mapa el avance de las tropas golpistas.

«Restaurando su dignidad» es un proyecto que nace en Twitter el 27 de septiembre de 2021 de la mano de Luda Merino, joven estudiante y comprometida con la memoria antifascista. El propósito del proyecto no es otro que el de dar a sus familiares un último recuerdo de aquellos asesinados vilmente por los fascistas, ya sea dentro o fuera de España.

Desde el inicio cuenta con el apoyo de «Miércoles Republicano« (cuenta de Twitter destinada a reivindicar la república y el antifascismo) y con la colaboración de Carlos Hernández de Miguel, periodista y escritor de «Los últimos españoles de Mauthausen» y de «Los campos de concentración de Franco» comprometido enormemente con la memoria democrática y con las víctimas de los regímenes fascistas de España y Alemania.

Desde el inicio del proyecto diversos familiares nos han enviado las fotografías de sus parientes para poder ver las imágenes restauradas y tener un último recuerdo más vivo de aquellos que sufrieron el exilio, el infierno de los campos de concentración franquistas y/o nazis o que fueron brutalmente asesinados tras el Golpe de Estado en España o durante el Holocausto. Además, han realizado algunas exposiciones mostrando su trabajo en diversos lugares y recuperando, de este modo, la memoria de las víctimas.

Asimismo, como parte de un duro pero necesario trabajo de concienciación han restaurado y coloreado varias fotografías históricas sobre los campos de concentración nazis.

10 CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN CANTABRIA

Hasta diez campos de concentración hubo en Cantabria en la época franquista, lo que convierte a la comunidad a la que más instalaciones de este tipo tuvo, según ha documentado el periodista Carlos Hernández, autor de Los últimos españoles de Mauthausen, en su libro ‘Los campos de concentración de Franco’.

El segundo libro del periodista Carlos Hernández describe los campos de concentración franquistas

Y, a diferencia de lo ocurrido en la mayor parte del territorio nacional, buena parte de los campos cántabros fueron abiertos por las tropas fascistas italianas.

Ese es el caso de dos de los recintos que tuvieron una menor duración, los habilitados en Castro Urdiales y en Laredo.

También hubo otro en el aeródromo de Pontejos, cuyos prisioneros trabajaban para los aviadores nazis de la Legión Cóndor alemana.

Los campos más longevos fueron los instalados en el seminario de Santa Catalina en Corbán, en el Palacio de la Magdalena de Santander (su historia fue recuperada recientemente por una perfomance de La Surada Poética de La Vorágine) y en dos edificios de Santoña: el Cuartel de Infantería y el Instituto Manzanedo.

El resto de campos cántabros se repartieron así: uno en Torrelavega, dos más en Santoña (penal del Dueso y Fuerte de San Martín) y otro más en la capital cántabra que estaba formado por varios edificios emblemáticos como la Plaza de Toros, los Campos de Sport de El Sardinero y el viejo Hipódromo de Bellavista, concebidos como una unidad.

“UN HOLOCAUSTO IDEOLÓGICO”

Las caballerizas de La Magdalena albergaron un campo de concentración

«En los campos de concentración franquistas no hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos. En España no hubo un genocidio judío o gitano, pero sí hubo un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra quienes pensaban de forma diferente», es una de las conclusiones que aporta Carlos Hernández de Miguel.

El libro consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera de ellas se detalla, a través de los documentos oficiales, el proceso de creación y consolidación del sistema concentracionario franquista, definido así por el propio régimen y reflejado en documentación de sus archivos.

Un sistema que, además de los campos de concentración, contó también con centenares de batallones de trabajadores esclavos, y que nació poco después de la sublevación militar, pero que se prolongó durante buena parte de la dictadura.

La otra parte del libro relata el hambre, las torturas, las enfermedades, la muerte… que sufrieron esos cientos de miles de hombres y mujeres que pasaron días, meses o años entre las alambradas franquistas.

Después de tres años dedicados en exclusiva a investigar este capítulo olvidado de nuestra Historia, en los que ha visitado decenas de archivos, el autor ha logrado identificar 296 campos de concentración oficiales, abiertos en otras tantas ciudades y pueblos españoles.

Algunos de ellos fueron, en realidad, grandes complejos concentracionarios formados por varios recintos.

Es el caso de la ciudad de León, en la que se estableció un campo central en el monumental Hostal de San Marcos y otros tres de menor tamaño en Hospicio, el Colegio Ponce y Santa Ana. Algo similar ocurrió en Alicante, Guadalajara, Irún, Cáceres, Cartagena, Pamplona, Murcia y Bilbao

En base a la documentación analizada, el autor estima que pasaron por los campos de concentración franquistas entre 700.000 y un millón de españoles y españolas: las plazas de toros de Pamplona, Madrid, Málaga, Cáceres, Santander, Hellín, Castellón, Alicante, Plasencia, Valencia, Mérida o Ronda, recintos deportivos como el estadio del Viejo Chamartín en el que jugaba el Real Madrid, el campo del Puente de Vallecas también en la capital de España, los Campos de Sports de El Sardinero en Santander o el Stadium Gal del Real Irún, paradores de turismo como el Hostal de San Marcos en León y el Palacio Ducal de Lerma, dos de los campos más letales del franquismo, son actualmente unos lujosos Paradores de Turismo, centros educativos como la Universidad de Deusto en Bilbao, el colegio Miguel de Unamuno en Madrid o el instituto Marqués de Manzanedo de Santoña; y edificios religiosos como el convento de San Agustín en Igualada, el de los Carmelitas en Tarragona, el de las Claras en Murcia o el de San Pascual en Aranjuez.

TRABAJOS FORZADOS Y «REEDUCACIÓN»

Los oficiales del Ejército y los miembros más destacados de las organizaciones republicanas fueron asesinados o sometidos a juicios sumarísimos que les condujeron al paredón para ser fusilados o a prisiones en las que pasaron años encerrados en condiciones infrahumanas. El resto de los cautivos fueron utilizados como obreros esclavos en el propio campo o en batallones de trabajadores que construyeron centenares de infraestructuras.

Los campos de concentración de Franco persiguieron otro objetivo diseñado desde la cúpula militar franquista: amedrentar a los cautivos y lavarles el cerebro para evitar que pudieran representar una amenaza para la dictadura.

Los documentos oficiales y la prensa del Movimiento describían gráficamente cuál era el fin último de este adoctrinamiento forzoso que se llevaba a cabo en los campos: «Ganarlos para la causa de la nueva España, para la fe en Dios, para el amor a la Patria, para la veneración por el Caudillo providencial que nos rige…».

Diariamente eran obligados a cantar los himnos franquistas, realizar el saludo fascista, asistir a charlas “patrióticas” y participar en misas y otros actos religiosos. Todo ello en un entorno de malos tratos, humillaciones, enfermedades y hambre que formaban parte del proceso de deshumanización al que eran sometidos los prisioneros, mientras las mujeres eran encarceladas y los homosexuales hostigados hasta bien entrado el franquismo.