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Franco fue ducho en dispararse tiros en su propio pie mediante el aniquilamiento con soberbia de sus adversarios señalados, especialmente cuando las instancias nacionales e internacionales le solicitaban piedad, perdón, indulto de quienes condenaba sumariamente a muerte.
Desde el temprano ajusticiamiento del nacionalista catalán democratacristiano Manuel Carrasco i Formiguera, fundador de la Unió Democràtica de Catalunya, el 9 de abril de 1938, a los fusilamientos de dos militantes de ETA y tres del FRAP del 27 de septiembre de 1975. Desde la prepotencia de su nombramiento como presidente del Gobierno de España (31 de enero de 1938) a su patética agonía, comenzada con la tromboflebitis que le afectó en julio de 1974, su dictadura estuvo puntuada de crueles asesinatos de estado, como si creyera que fortalecía su régimen cuando despreciaba las peticiones universales de clemencia para sus condenados.
Y acaso fuera así: el indulto del católico Carrasco –que se opuso en las Cortes republicanas a los artículos anticlericales de la Constitución de 1931 y que fue detenido en el verano de 1937 cuando huía a Bilbao de las amenazas de muerte de las izquierdas catalanas– estaba prácticamente decidido hasta que el Vaticano condenó públicamente, mediante una nota oficiosa en L'Osservatore Romano del 24 de marzo de 1938, los bombardeos de la coalición fascista sobre la población civil de Barcelona durante los días 16 a 18 de marzo; Franco ordenó su fusilamiento el 9 de abril. Como desdeñó una y otra vez las súplicas en favor de las vidas de Julián Grimau, de Salvador Puig Antich y de tantos otros ‘asesinados legalmente’ en la interminable posguerra que fueron sus 40 años de dictadura.
La experiencia le demostraba al dictador que, tras las protestas oficiales, las campañas de prensa, la ira popular y los esporádicos asaltos a embajadas y empresas españolas en el extranjero, nada grave se seguía y la situación se normalizaba hasta el siguiente asesinato.
Pero hubo una excepción en la extensa galería de crímenes: la ejecución del comunista Cristino García Granda (Gozón, Asturias, 1913-Madrid, 21 de febrero de 1946) no sólo fue la que quizá más escandalizó internacionalmente sino la que tuvo peores consecuencias para el régimen franquista y para este país: el 1 de marzo Francia rompió relaciones diplomáticas con la dictadura y cerró la frontera. Tras Francia, llegó la Declaración o Nota Tripartita de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia –“Mientras el general Franco siga gobernando a España, el pueblo español no puede esperar una completa y cordial asociación con las naciones del mundo que, en un esfuerzo común, consiguieron la derrota del nazismo alemán y del fascismo italiano, los cuales ayudaron al actual Gobierno español en su ascenso al poder y a los que este régimen tomó por modelo” (4 de marzo de 1946)–; luego llegó la repulsa de la ONU, la condena y exclusión de la sociedad de naciones, y la retirada de embajadores…: el aislamiento. El prolongado aislamiento: el presidente norteamericano Truman no olvidaba la arrogancia del dictador y, dos años después de la ruptura, el 30 de marzo de 1948, devolvía a la Cámara de Representantes la ley aprobada que incluía a España en el European Recovery Program, el Plan Marshall, con la amenaza de vetarla si no se retiraba a la dictadura de los beneficios del plan de reconstrucción de Europa.
Pero la punta de lanza fue Francia, que hasta entonces, a pesar de las presiones populares y de los partidos de izquierda, había mantenido una actitud anuente con Franco para no dejar el importante mercado español expedito para Gran Bretaña. No tuvo otro remedio: el fusilamiento de Cristino García Granda fue para los franceses como si Franco hubiera asesinado, por ejemplo, al general Philippe Leclerc, el libertador de París al frente de, entre otras, la mítica 9ª Compañía de soldados españoles republicanos: García Granda tenía el título de Héroe Nacional de Francia.
Una vida revolucionaria
García Granda, un jovencísimo minero asturiano, comenzó su trayectoria revolucionaria a los 14 años, cuando ingresó en las Juventudes Comunistas y tuvo su bautismo de fuego a los 18: en la revolución de Asturias (1934) fue responsable del comando que asaltó el Banco de España de Oviedo, consiguiendo un botín de 16 millones de pesetas. Al día siguiente del golpe de los militares traidores, el 19 de julio de 1936, se enroló como fogonero en el buque carbonero Luis Adaro, surto en el puerto de Sevilla, donde, ante la llegada a la capital andaluza del comandante Castejón con tropas legionarias aerotransportadas, capitaneó un motín para apoderarse del buque y llevarlo de vuelta a Gijón. Enrolado en la XI División mandada por Líster, alcanzó el grado de teniente y, desde agosto de 1938, en el XIV Cuerpo de Ejército, el Cuerpo de Guerrilleros, el de comandante por méritos de guerra.
Finalizada la guerra civil, se exilió en Francia, donde volvió a trabajar en las minas de carbón y donde, tras la ocupación nazi, organizó una partida de guerrilleros que con el tiempo se convirtió en la famosa III División y al frente de la cual desarrolló su talento militar. El ejército francés se lo reconoció a título póstumo en la orden del día 25 de octubre de 1946, que dictó el general Pierre Olleris, jefe de la IX Región Militar francesa: “Cristino García, teniente coronel, resistente de los primeros, dotado de un alto espíritu de organización y de combate. Tuvo bajo su mando las brigadas españolas de los departamentos de Lozère, Ardèche y Gard. Con sus ataques repetidos en la zona minera, impidió el trabajo durante muchos meses. Organizador del asalto a la prisión de Nîmes, liberó a los detenidos políticos. Bajo sus órdenes, se libró combate al enemigo en La Madeleine y el Escrimet, haciendo, pese a la desproporción de fuerzas y material, 1.300 prisioneros alemanes y 600 muertos y heridos en estas operaciones dirigidas por un jefe excepcional. Esta citación comporta la atribución de la Cruz de Guerra con estrella de plata sobredorada”, máxima condecoración militar.
De sus numerosos éxitos contra las tropas alemanas de ocupación, los que le otorgaron su aureola legendaria fueron las batallas del col de l’Escrimet, el 13 de julio de 1944, en la que con 19 guerrilleros inutilizó una caravana de tropas alemanas integrada por medio centenar de camiones y un millar de soldados, y la heroica de La Madeleine, el 25 de agosto de 1944; en realidad, una emboscada guerrillera en la que Cristino García, con una treintena de combatientes españoles de la 21ª Brigada de la 3ª División y cuatro guías franceses de las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), derrotó a la columna de cerca de dos millares de soldados de la Wehrmacht que, al mando del general Konrad Nietzsche y fuertemente armada, se dirigían a París para reforzar las fuerzas que trataban de impedir la llegada a la capital francesa de la invasión aliada del 6 de junio. Tras sufrir 600 bajas, los alemanes, que no querían rendirse sino a fuerzas regulares, tuvieron que capitular ante “die rotspaniers”, “los rojos españoles”, como los llamaban. El general Nietzsche se suicidó al darse cuenta de que había sido derrotado por un puñado de guerrilleros con armamento ligero y pequeños cañones –a última hora de la tarde, al final de la batalla, llegaron de refuerzo 70 maquis y dos avionetas de bombardeo de las FFI– contra sesenta camiones y dos mil soldados protegidos por tres cañones y cinco blindados ligeros.
Francia no sólo le otorgó el título de “Libertador de Tres Departamentos”–los de Gard, Lozère y Ardèche, de los 18 departamentos de Francia liberados con la participación de los guerrilleros españoles– sino el grado de Héroe Nacional de Francia. Como tal, su biografía pasó a formar parte de la serie editada para uso de las escuelas públicas francesas con las vidas de los grandes militares de la historia en Francia, desde el galo Vercingétorix hasta el general Leclerc, en compañía de Carlomagno y los doce pares de Francia, como Bertrand du Guesclin, Juana de Arco, Napoleón, etcétera… En pocas ocasiones, si es que ha habido otra distinta de las culturales, Francia ha reconocido tan rendidamente a un ciudadano español, integrándolo entre los artífices de su grandeur.
Vuelta a España y caída
“Desde 1945-46 hasta mediados de 1947 se vive una etapa de verdadero crecimiento orgánico del Partido. En algunas zonas (...) pasa a ser casi de masas”, escribe Santiago Álvarez, fundador del Partido Comunista de Galicia, y, por ello, vulnerable a la infiltración policial. Pero, a pesar de las continuas caídas en el interior, la organización del Partido Comunista de España, tanto en la clandestinidad como en su sede francesa, en Toulouse, era de una eficiencia más que notable, pues mantenía y renovaba las guerrillas del monte y las ciudades, agitaba en fábricas, hacía proselitismo en muchos estamentos sociales, editaba el órgano partidario Mundo Obrero, etcétera. Al joven treintañero Santiago Carrillo, dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas y miembro de la Junta de Defensa de Madrid como consejero de Orden Público durante la guerra civil –por lo que el franquismo le acusaba de organizar las matanzas de presos de signo derechista en Paracuellos y otras localidades– es encargado de organizar la Internacional Juvenil Comunista y la reorganización del PCE en España. Las órdenes indiscutibles dictadas por Stalin –por boca de su mano derecha, el todopoderoso Georgi Malenkov, vicepresidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética–, son incrementar la lucha guerrillera en España con el objetivo de provocar la intervención de los aliados contra Franco.
Cristino García venía de prepararse en lo que el PCE de Toulouse llamaba pomposamente Escuela de Capacitación Política y Militar –y el régimen denominaba llanamente Escuela de Terrorismo– con cursos de preparación política y de organización, instrucción militar de campo y táctica, ejercicios de tiro y manejo de explosivos y prácticas de técnicas de sabotaje. Carrillo lo envió a España y el 15 de abril de 1945 llegó a Madrid, con 31 años, para hacerse cargo de la jefatura de la Agrupación de Guerrilleros y del Servicio de Información del PCE, tras la caída y fusilamiento de José Vitini (28 de abril de 1945), otro héroe de la Resistencia francesa, en la que había luchado como teniente coronel de las FFI.
Llegó con once guerrilleros y desde que cruzó la frontera, con un enfrentamiento en Manresa (Barcelona) con un guardia civil muerto, hasta Madrid, fueron manteniendo escaramuzas que incrementaban la cifra de muertos y diezmaban su grupo, del que al final sólo quedaban tres. Sin hombres ni medios, reorganizó lo que quedaba de las partidas guerrilleras del Centro en las sierras de Guadarrama y Gredos y la urbana de los Cazadores de Ciudad, y con su Grupo Especial, de seis hombres, se consagró a la acción: en Madrid, destruyó un transformador eléctrico en la carretera de Extremadura con el innovador explosivo plástico; asaltó la delegación de Falange en la calle Ayala y atracó las oficinas de Renfe en el Paseo Imperial, donde se hizo con un botín de 21.148 pesetas, y una sucursal del Banco Central del paseo madrileño de Delicias, con un botín de 143.000 pesetas... Pero no se sentía cómodo en su trabajo: “El trabajo que estamos haciendo aquí en Madrid es bastante sucio, y yo no sirvo para esto. El día menos pensado cojo el macuto y me voy a la sierra, que es lo mío”.
La situación se agravó cuando Santiago Carrillo le ordenó eliminar a los dos colaboradores principales de Jesús Monzón, fundador y secretario general del PC de Navarra, que desde 1943 era jefe del PCE en el interior. Monzón había impulsado, en septiembre de 1944, la llamada Operación Reconquista de España, la desastrosa invasión del valle de Arán por 7.000 guerrilleros, el XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles, que fueron rechazados por un ejército de 50.000 soldados y guardiaciviles, que llegaría a ser de 125.000, y cuya masacre impidió Carrillo ordenando la inmediata retirada de las tropas republicanas a sus bases en el sur de Francia.
García Granda rechazó la orden de Carrillo: “Yo soy un revolucionario y no un asesino”, dicen que le dijo. Monzón estaba a buen recaudo, detenido por la policía franquista, condenado a muerte –e indultado por haber mediado, siendo gobernador civil de Alicante, en el canje de Antonio de Lizarza, uno de los fundadores del Requeté carlista y temprano conspirador del golpe del 18 de julio con el general Sanjurjo–, pero sus dos íntimos colaboradores, a los que Carrillo calumniaba como “confidentes de la policía franquista y los servicios secretos norteamericanos”, debían ser liquidados. Dado el inmenso prestigio de García Granda, Carrillo hubo de tragarse la insubordinación, como aquél tuvo que plegarse a la nueva orden: designar a dos hombres para llevar a cabo los asesinatos, el de Gabriel León Trilla, uno de los fundadores del PCE en 1920, que perpetraron el 6 de setiembre de 1944, y el de Enrique Cantos (Alberto Pérez Ayala), el 15 de octubre.
La miseria humana se cruza en el destino de Cristino García. Uno de los asesinos, Francisco Esteban Carranque (Paquito), de su Grupo Especial, había participado en el atraco al Banco Central y se había quedado parte del botín. Los guerrilleros vivían muy humildemente: –“Para sobrevivir morían atracando estancos, almacenes, bancos, ya que no recibían nada de Francia (...) A un guerrillero se le ve incluso haciendo estraperlo en la Plaza Mayor [de Madrid]”, anotan las crónicas– y a Carranque le entraron pulsiones de nuevo rico: se compró un traje y un abrigo nuevos, un reloj y una radio y derrochó dinero en los bares de su barrio y, sobre todo, en El Brasero, un burdel de la calle Amor de Dios que frecuentaba y en cuyas inmediaciones apareció el cadáver apuñalado de una prostituta pupila del local. Cuando lo detiene la policía, el 16 de octubre del 1945, lo encuentra fuertemente armado y no da explicaciones convincentes sobre el origen de su dinero: torturado y convencido por la oferta de liberarlo y darle pasaje para Argentina –“Para hacerlo más verosímil, contactan con su hermana en Buenos Aires y le provisionan de la documentación precisa”, cuenta Gregorio Morán en su monumental Miseria, grandeza y agonía del Partido Comunista de España. 1939-1985 (ed. Akal, Madrid, 2017)–, denuncia a Cristino García y a ocho de sus hombres. Su recompensa será acompañar a sus compañeros traicionados en el paredón...
Cristino García Granda fue detenido el 18 de octubre de 1945. El consejo de guerra se celebró el 22 de enero de 1946 en el Gobierno Militar de Madrid, con observadores internacionales en el juicio. La sentencia se emitió el 8 de febrero. Se ejecutó en la madrugada del 21 de febrero.
Llanto universal por García Granda
El 9 de febrero, un día después de dictarse las sentencias de muerte, le llegó a Franco la petición de indulto formal del gobierno francés y, tras ella, un diluvio de súplicas universales de clemencia, telegramas y demandas expresas de indulto tanto a El Pardo como al palacio de Santa Cruz, sede del ministerio de Asuntos Exteriores: desde una interpelación en la ONU del gobierno republicano en el exilio apoyada por Francia para conseguir detener los fusilamientos a Charles de Gaulle –que el 20 de enero había dimitido como jefe del gobierno provisional de la República Francesa, al haber vencido las izquierdas en las elecciones legislativas del 21 de octubre– y el papa Pío XII; desde Ernest Hemingway a opositores conspicuos como Salvador de Madariaga, Pablo Neruda y Picasso. Todas acompañadas de manifestaciones y protestas por todo el mundo y con el seguimiento expectante de la prensa internacional.
La noticia fue seguida con pasión por una prensa francesa muy combativa y escandalizada, que temía que el franquismo “matase como a un perro a un héroe de la Liberación”, llamando incluso a una intervención militar en España: “Los partisanos del Alto Garona exponen su indignación por el nuevo asesinato que prepara Franco” (Le Patriote, 26 de enero), “Francia debe salvar a Cristino García Granda. Francia debe intervenir inmediatamente” (La Voix du Peuple, 31 de enero), “Los sindicatos piden la suspensión de todo apoyo económico a Franco, el asesino” (L´Humanité, 5 de febrero), “¿Dejaremos asesinar fríamente por Franco a los mejores hijos de España? El gobierno de la República debe conceder a Cristino la nacionalidad francesa” (Front National, 5 de febrero)...
Todo fue inútil. Todo se estrelló contra una cerrazón del régimen, incomprensible –salvo en términos de arrogancia y despotismo– en un momento en que el Franco necesitaba más apoyo ante su temor que las potencias aliadas decretaran el aislamiento de España, si no la intervención.
En la madrugada del 21 de febrero de 1946, los diez guerrilleros fueron fusilados en el campo de tiro de Campamento (Madrid).
Para Francia fue una afrenta nacional que había que lavar; la Asamblea Constituyente y el gobierno del socialista Félix Gouin consideraron el fusilamiento como un asesinato de estado contra uno de sus héroes nacionales.
Tras la ejecución, L’Humanité, el diario del PCF, tituló: “Desafío a Francia, desafío al mundo civilizado. Franco ha matado a Cristino García”, a quien calificaba de “héroe de las FFI”, pedía la “ruptura inmediata con Madrid”, la “expulsión del personal falangista de los Consulados” y el “cese total de cualquier tráfico, incluso en tránsito” por la frontera e informaba de la “unánime protesta indignada de la Constituyente”, que preparaba la Constitución de la IV República (L’Humanité, 23 de febrero de 1946). El resto de la prensa fue igual de apasionada: “Liquidar a Franco significa, para nosotros los franceses, ejecutar a un enemigo” (France Nouvelle, 23 de febrero), “La ruptura con Franco no puede dilatarse más. Ni relaciones comerciales ni diplomáticas. La CGT contra Franco” (Tele-Soir 23 de febrero), “¡Ánimo camaradas! ¡La hora de la libertad del pueblo está próxima!” (Ataque, órgano del alto mando del Ejército Guerrillero, 1 de marzo)...
La Asamblea Constituyente francesa aprobó por unanimidad la moción del 22 de febrero de 1946, presentada conjuntamente por el democratacristiano François de Menthon, el comunista Jacques Duclos, el radical Edouard Derriot y el socialista Maurice Lacroix:
“La Asamblea Nacional Constituyente recibe, con indignado dolor, la noticia de la ejecución de Cristino García y de sus compañeros de lucha, fusilados por odio a la libertad que ha poco habían defendido en nuestra tierra. La Asamblea traduce la protesta de la conciencia francesa ante esta nueva aplicación de métodos de represión condenados por el mundo civilizado (...) invitando al Gobierno francés a que prepare su ruptura con el Gobierno de Franco. La libertad nace siempre de la sangre de los mártires”,
El 1 de marzo, el gobierno francés ordenó el cierre de la frontera con España. Con el cierre, el presidente Gouin quería enfrentar a Estados Unidos y Gran Bretaña ante hechos consumados en la próxima Conferencia de Londres sobre España, de la que Franco salió apestado y los españoles más desvalidos aún.
Los 33 años que estaba a punto de cumplir Cristino García cuando fue fusilado dieron lugar a las analogías tópicas y a acrecentar su mito en Francia mientras que en España era considerado un mero criminal. Su biografía es la de un hombre de acción de los que propiciaron las turbulencias de la Europa del siglo pasado en las décadas de los 10 a los 50; la mayoría, tan iguales en su entrega, en sus conceptos y sentimientos –hacia la patria, la familia, el honor, los compañeros...– que sólo se distinguían en el signo de su politización.
Envío:
Hace 9 años, el 21 de marzo de 2015, murió mi amigo, amigo de todos, Moncho Alpuente. Le hubiera gustado leer este ‘Memorando’, odiando como odiaba al personajete. Su Hablando Francamente (ed. B, Barcelona, 1990) es una delicia. Y su temprana muerte le impidió terminar el musical que preparaba sobre el dictador: Franco, el musicalísimo.
Os dejo el enlace a la preciosa, emocionante elegía de Bárbara Alpuente a la muerte de su padre.
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