Sonia Subirats ha compartido la actualización de estado deLuis Miguel Cuervo Fernandez.
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La fosa común de “la chabola” de Grado.
Cuando en la tarde del día 20 de octubre de 1937 se propaga la noticia de la caída de Asturias, en los frentes casi está oscureciendo. Los soldados republicanos que hasta entonces habían permanecido desplegados en el llamado “pasillo de Grado” están desorientados; la mayoría de los mandos les han abandonado a su suerte y ellos no saben qué hacer…
Portando banderas blancas, una parte se rinden en las líneas enemigas, donde muchos serán pasados por las armas. El resto fueron hechos prisioneros y concentrados en la villa de Grado. Son centenares, quizá miles, y a ellos se unen numerosos civiles detenidos por la Guardia Civil y Falange, principalmente en los de concejos de Belmonte de Miranda y Las Regueras, que durante toda la guerra habían permanecido parcialmente en manos gubernamentales y servido como asilo a numerosos refugiados desplazados de las zonas ocupadas.
Los guardianes, por lo general militares y “camisas nuevas” de Falange, les proporcionaban un rancho desagradable y escaso. Finaliza octubre y llega noviembre; hace frío y la mayoría de los reos no disponen de techo, ni abrigo, por lo que buscan refugio en los portales de las casas, en los establos, donde pueden...
Con todas las salidas vigiladas, pasan las horas caminando errantes de un lado a otro de la villa, esperando conocer el futuro que los vencedores tienen reservado para cada uno de ellos. Llega la hora de ser “clasificados”, y a los más comprometidos los envían a las cárceles de Oviedo o Gijón, donde esperarán para ser “juzgados” por un “tribunal” de urgencia. Los que en un principio aparentan ser menos peligrosos para el nuevo régimen, son trasladados a campos de concentración esparcidos por toda la región, como sería el caso de La Vidriera, en Avilés; Figueras, en Castropol; La Cadellada, en Oviedo o El Cerillero y La Harinera, en Gijón.
La presencia en estos lugares no mejora mucho su situación, ya que las pésimas condiciones de salubridad y los malos tratos se cobrarán numerosas víctimas. Pero la salida de allí será aun más dura: les esperan los batallones de trabajadores o el ingreso en el ejército enemigo.
A los más desafortunados el destino les tiene guardado algo peor; después de un violento y despiadado proceso de interrogación en el tristemente célebre “chalet de Patallo”, la mayoría serán transportados en camiones con un destino incierto.
Aunque algunos ya se lo imaginan, muchos desconocen lo que está sucediendo, ya que los mismos vehículos que trasladan a la gente a otras “instituciones” son los encargados de transportar a los desgraciados que han sido elegidos para la última suerte.
La mayor fosa común de la zona, en la que serán inhumados varios cientos de prisioneros procedentes de Grado, se encuentra en una finca conocida como “la chabola". Situada en las inmediaciones del pueblo de El Rellán, cerca del río Cubia. Un lugar que fue elegido provechando que existía una larga y profunda trinchera construida durante la guerra, que en los años posteriores albergará una granja de cerdos, un insulto más a la Memoria de las víctimas.
Instantes antes de oscurecer, los vecinos de La Cai, pueblo situado en el camino que lleva a la fosa, tan solo a un kilómetro del fatal fin de trayecto, cumplen con una rutina triste y cotidiana: recogen a sus hijos y se encierran en el interior de las casas. Saben que después del crepúsculo acudirá a su cita el camión de "la muerte”.
Después de su paso, la calma se veía interrumpida por los disparos. Más tarde volverá otra vez el silencio y al rato el sonido más odiado por todos: el del motor del vehículo que regresa con sus ocupantes borrachos como cubas, cantando cualquiera de las canciones del nuevo régimen.
Esta película de terror, que se repetía a diario, no finalizaba con la marcha de los asesinos. Los hombres del pueblo se levantaban muy pronto, aun antes de que hubiera amanecido, para reunirse en las inmediaciones de la fosa y terminar el trabajo de los falangistas, cubriendo con tierra los restos que éstos habían dejado al aire.
Esta situación se repitió durante varios meses, calculando los investigadores que la fosa podría alojar restos de varios centenares de víctimas, la mayoría milicianos y soldados del ejército perdedor, muchos asturianos, pero también leoneses, vascos o santanderinos.
La fosa ha sido violada en varias ocasiones: se construyó un puente, se amplió la carretera; eso por no hablar de las numerosas riadas sucedidas en tantos años, lo que hace que la exhumación no sea viable.
Desde aquí reclamo unidad a las asociaciones memorialistas y familiares para exigir al Gobierno del Principado la expropiación de aquel lugar para convertirlo en un espacio de Memoria. Un lugar en el que se respire Libertad; en el que se rinda culto a los que lo dieron todo por la libertad, incluso su vida, y de paso sirva para dejar testimonio de lo sucedido a las generaciones venideras.
Verdad, Justicia y Reparación.
Portando banderas blancas, una parte se rinden en las líneas enemigas, donde muchos serán pasados por las armas. El resto fueron hechos prisioneros y concentrados en la villa de Grado. Son centenares, quizá miles, y a ellos se unen numerosos civiles detenidos por la Guardia Civil y Falange, principalmente en los de concejos de Belmonte de Miranda y Las Regueras, que durante toda la guerra habían permanecido parcialmente en manos gubernamentales y servido como asilo a numerosos refugiados desplazados de las zonas ocupadas.
Los guardianes, por lo general militares y “camisas nuevas” de Falange, les proporcionaban un rancho desagradable y escaso. Finaliza octubre y llega noviembre; hace frío y la mayoría de los reos no disponen de techo, ni abrigo, por lo que buscan refugio en los portales de las casas, en los establos, donde pueden...
Con todas las salidas vigiladas, pasan las horas caminando errantes de un lado a otro de la villa, esperando conocer el futuro que los vencedores tienen reservado para cada uno de ellos. Llega la hora de ser “clasificados”, y a los más comprometidos los envían a las cárceles de Oviedo o Gijón, donde esperarán para ser “juzgados” por un “tribunal” de urgencia. Los que en un principio aparentan ser menos peligrosos para el nuevo régimen, son trasladados a campos de concentración esparcidos por toda la región, como sería el caso de La Vidriera, en Avilés; Figueras, en Castropol; La Cadellada, en Oviedo o El Cerillero y La Harinera, en Gijón.
La presencia en estos lugares no mejora mucho su situación, ya que las pésimas condiciones de salubridad y los malos tratos se cobrarán numerosas víctimas. Pero la salida de allí será aun más dura: les esperan los batallones de trabajadores o el ingreso en el ejército enemigo.
A los más desafortunados el destino les tiene guardado algo peor; después de un violento y despiadado proceso de interrogación en el tristemente célebre “chalet de Patallo”, la mayoría serán transportados en camiones con un destino incierto.
Aunque algunos ya se lo imaginan, muchos desconocen lo que está sucediendo, ya que los mismos vehículos que trasladan a la gente a otras “instituciones” son los encargados de transportar a los desgraciados que han sido elegidos para la última suerte.
La mayor fosa común de la zona, en la que serán inhumados varios cientos de prisioneros procedentes de Grado, se encuentra en una finca conocida como “la chabola". Situada en las inmediaciones del pueblo de El Rellán, cerca del río Cubia. Un lugar que fue elegido provechando que existía una larga y profunda trinchera construida durante la guerra, que en los años posteriores albergará una granja de cerdos, un insulto más a la Memoria de las víctimas.
Instantes antes de oscurecer, los vecinos de La Cai, pueblo situado en el camino que lleva a la fosa, tan solo a un kilómetro del fatal fin de trayecto, cumplen con una rutina triste y cotidiana: recogen a sus hijos y se encierran en el interior de las casas. Saben que después del crepúsculo acudirá a su cita el camión de "la muerte”.
Después de su paso, la calma se veía interrumpida por los disparos. Más tarde volverá otra vez el silencio y al rato el sonido más odiado por todos: el del motor del vehículo que regresa con sus ocupantes borrachos como cubas, cantando cualquiera de las canciones del nuevo régimen.
Esta película de terror, que se repetía a diario, no finalizaba con la marcha de los asesinos. Los hombres del pueblo se levantaban muy pronto, aun antes de que hubiera amanecido, para reunirse en las inmediaciones de la fosa y terminar el trabajo de los falangistas, cubriendo con tierra los restos que éstos habían dejado al aire.
Esta situación se repitió durante varios meses, calculando los investigadores que la fosa podría alojar restos de varios centenares de víctimas, la mayoría milicianos y soldados del ejército perdedor, muchos asturianos, pero también leoneses, vascos o santanderinos.
La fosa ha sido violada en varias ocasiones: se construyó un puente, se amplió la carretera; eso por no hablar de las numerosas riadas sucedidas en tantos años, lo que hace que la exhumación no sea viable.
Desde aquí reclamo unidad a las asociaciones memorialistas y familiares para exigir al Gobierno del Principado la expropiación de aquel lugar para convertirlo en un espacio de Memoria. Un lugar en el que se respire Libertad; en el que se rinda culto a los que lo dieron todo por la libertad, incluso su vida, y de paso sirva para dejar testimonio de lo sucedido a las generaciones venideras.
Verdad, Justicia y Reparación.
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