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martes, 20 de marzo de 2012
Labradores de Lorca posan con el amo
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Mientras la izquierda, desgastada por el ejercicio del poder en momentos tan conflictivos se dividía, la derecha protagonizaba el proceso inverso. Desde la organización Acción Nacional se reagrupan y organizan. Pasarán a llamarse Acción Popular, fundada por Herrera Oria. Tuvo como figura emblemática a José María Gil Robles que había participado en la dictadura del general Miguel Primo de Rivera y colaborado con José Calvo Sotelo. Gil Robles es también elegido diputado y creará la Confederación Española de Derechas Autónomas (C. E. D. A.) Formará parte de la comisión legislativa redactora de las Cortes Constituyentes. Desde este posicionamiento se opuso a la política religiosa (laicidad, modernización de las escuelas, etc.) de los grupos progresistas parlamentarios. Nunca se mostró antirrepublicano, aunque manifestaba su simpatía por las formas de gobierno propugnadas por los grupos radicales conservadores y los paramilitares. Miembros destacados de Acción Popular en Almería fueron Lorenzo Gallardo Gallardo, José López Quesada y Rafael Calatrava Ros. Con participación mucho menos importante, otros partidos derechistas en Almería fueron Comunión Tradicionalista (monárquicos radicales), Falange Española y el Partido Agrario.
Represión en ambas zonas
Los impulsos ciegos que han desencadenado sobre España tantos horrores, han sido el odio y el miedo. Odio destilado, lentamente, durante años en el corazón de los desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia' de los humildes. Odio a las ideologías contrapuestas, especie de odio teológico, con que pretenden justificarse la intolerancia y el fanatismo. Una parte del país odiaba a la otra y la temía. Miedo de ser devorado por un enemigo en acecho: el alzamiento militar y la guerra han sido, oficialmente, preventivos para cortarle el paso a una revolución comunista. Las atrocidades suscitadas por la guerra en toda España han sido el desquite monstruoso del odio y del pavor. La humillación de haber tenido miedo y el ansia de no tenerlo más atizaban la furia.
Desde los primeros días, en ambas zonas, se desató una represión que se concretó en juicios sumarísimos y numerosos paseos, eufemismo que utilizaron aquellos que sacaban de sus casas, amparados por la noche en la mayoría de los casos, a los que consideraban enemigos y los llevaban para fusilarlos, normalmente, al borde de las cunetas.
Esta situación de terror se concentró en los primeros meses de la contienda y respondían a un objetivo común, la eliminación física del adversario. Aunque las características fueron diferentes en las dos distintas zonas. En el bando sublevado fueron los mecanismos judiciales instaurados por los rebeldes, y las milicias falangistas y carlistas, los que llevaron a cabo esta represión, con el beneplácito e instigados desde la cúpula militar. En el bando republicano, desatada la contienda, el Gobierno y el resto de instituciones públicas perdieron el control de los acontecimientos, se desató una revolución que los desbordó, propiciando la creación de fuerzas paralelas y tribunales que fueron los que, principalmente, ejercieron la represión. La represión continuó, aunque en menor medida, hasta el final de la contienda y, aun, se prolongó con la represión que el franquismo ejerció en los años siguientes.
El deterioro de la justicia fue común en ambas zonas. Tanto los tribunales militares como los populares estaban compuestos en su mayoría por personas ajenas a la magistratura. En el bando sublevado, en tribunales militares únicamente uno de cada cinco miembros debía ser jurista, los juicios duraban breves minutos y en ocasiones los acusados eran juzgados en grupo. Se llegaba al absurdo de juzgar por "rebelión militar" a aquellos que no se sumaron a la sublevación. En la zona republicana, los tribunales populares, creados el 14 de agosto de 1936, estaban formados por tres funcionarios judiciales y un jurado de catorce miembros pertenecientes a diferentes organizaciones del Frente Popular. A estos tribunales populares, más adelante, vendrían a sumarse los de urgencia que restringían aún más las garantías procesales.
Los parlamentarios fueron un grupo especialmente castigado por ambas partes. Uno de cada cinco miembros de este colectivo fue asesinado. Los sublevados ejecutaron a unos cuarenta diputados del Frente Popular, mientras que en la zona republicana fueron ejecutados veinticinco de la coalición de derechas.
Las declaraciones públicas de destacados republicanos como Manuel Azaña, quien en un discurso pedía "paz, piedad y perdón" o Indalecio Prieto que apelaba: "No imitéis esa conducta, os lo ruego, os lo suplico. Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa"; contrastaron con el silencio entre las autoridades del bando sublevado. Igualmente, si hubo voces en la prensa de la zona republicana que mostraron su malestar ante la violencia desatada como la del periodista Zugazagoitia que escribiría: "para juzgar a cuantos hayan delinquido disponemos de la ley", en la zona sublevada, anulada la libertad de prensa, la represión ejercida en su zona fue silenciada. No obstante, desde el bando de los sublevados también se alzaron voces en contra de la represión, destacando las declaraciones de Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona que declaró: "Nosotros no podemos ser como nuestros hermanos de la otra banda: esos hermanos ciegos, que odian, que no saben de perdón".
Estos grupos derechistas se expandieron con mucha rapidez; lo mismo sucedió con los seguidores progresistas de la Unión General de Trabajadores (U. G. T.) y el Partido Socialista Obrero Español (P. S. O. E.), de tendencias aburguesadas y objetivos moderados. Comunistas y anarquistas vivieron avances más lentos, pero ellos encabezaban los movimientos populares de mayor trascendencia social y revolucionaria. El sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (C. N. T.) dejó de participar en las llamadas Casas del Pueblo, dada las dificultades de llegar a consensos con socialistas y comunistas. El triunfo del Frente Popular consiguió la representación de la provincia con los diputados Gabriel Pradal y Benigno Ferrer (P. S. O. E.), Augusto Barcia Tréllez y Juan Company (I. R.) y Álvaro Pascual (U. R.).
Avda. de la Republica en el centro de Almería
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En el caso de Barcia, los sindicatos y los partidos obreros tuvieron serios enfrentamientos para otorgarle su confianza en la investidura, ya que éste había colaborado con instituciones monárquicas. Luís Giménez Canga-Argüelles también estaba relacionado con actuaciones represoras contra los trabajadores veratenses. Pertenecía a una familia de caciques con origen en el Levante almeriense, de arraigada tradición conservadora monárquica. Su familia había ocupado cargos políticos en la provincia durante varias generaciones, participando activa y contundentemente contra los elementos progresistas de la comarca. Tanto su padre (Juan José Giménez) como su abuelo y sus tíos fueron miembros de las cortes, representando siempre a partidos de la extrema derecha española. Su hermano, el médico falangista Juan José Giménez Canga-Argüelles, será nombrado Delegado Provincial de Sanidad una vez finalizada la guerra.
La derecha española nunca llegó a aceptar el resultado de las urnas, lo que contribuyó a que sus dirigentes se decidieran a apoyar las conspiraciones militares anti republicanas. En Almería, grupos de falangistas provocaban permanentes altercados contra las fuerzas del gobierno, enfrentándose a militantes anarquistas y dando lugar a sucesos como los acontecidos en Tabernas y Pechina, con resultado de varias personas muertas. Fueron destacados activistas Lorenzo Gallardo Gallardo, Vivas Pérez, Juan Banqueri Salazar y Pérez Cordero.
Juan Banqueri Salazar estaba afiliado al partido de Acción Popular. Médico de profesión, participó en reuniones y tertulias que propiciaban el alzamiento. Escribe artículos en distintos periódicos católicos y en otros de tendencia ultraderechista. Junto al concejal falangista del ayuntamiento de Almería, Pérez Cordero, será una de las figuras clave dentro del grupo encargado de coordinar las fuerzas fascistas. El general de origen catalán Andrés Saliquet Zumeta, vinculado a la cúpula militar dirigida por Franco, era el encargado de informar al falangista Pérez Cordero el día y la hora de la sublevación. Un mensaje en clave indicaría el momento. Su texto: Pura gravísima; la operan inmediatamente. Purificación era el nombre de una de las hermanas del general Saliquet. Finalmente, el general envía el telegrama a su cuñado Antonio Acosta Tovar, que a su vez informará a Pérez Cordero transmitiendo éste la noticia al resto del grupo de médicos y otros elementos derechistas implicados en la conspiración.
El Partido Socialista Obrero Español presentó entre sus candidatos a Gabriel Pradal Gómez, arquitecto de familia acomodada que escribía artículos de denuncia social en la prensa nacional. Nació en Almería en el año 1911; en 1919 se afilia al partido, entablando una relación especial con Pablo Iglesias. Cuando detecta la reorganización de los elementos derechistas, dirige varios llamamientos a las juventudes liberales para que se movilicen ante el avance del fascismo. Solía firmar con el pseudónimo de Pericles García. Fue elegido como diputado por la provincia de Almería, preocupándose de que ésta se incorporara al tren del progreso con el que soñaban los republicanos de izquierdas. Formó parte de los organizadores del Comité Central Antifascista en Almería en el mes de Julio de 1936, órgano de poder paralelo al Gobierno. Dicho Comité estaba formado por delegados de todas las organizaciones sindicales y políticas. Fue elegido presidente del mismo el también socialista Cayetano Martínez Artés (Alhama de Almería, 1900 - 1939). Gabriel Pradal moriría en el exilio.
Plaza de la Constitución en Vera (1905) |
Este Comité Central Antifascista tenía como objetivo controlar los altercados que la declaración de Estado de Guerra pudiera provocar. Cayetano Martínez fue apresado y fusilado al final de la contienda, a pesar de sus conocidas actuaciones para contener los actos de represión contra grupos derechistas. La llegada del Lepanto con órdenes precisas de Madrid y la del grupo conocido como los panchos enviados desde Málaga, neutralizaron su cometido. Sería el gobernador Gabriel Morón el que conseguiría, con la ayuda de los tribunales, imponer el orden que Cayetano Martínez no pudo conseguir. El haber abogado en defensa de presos antigubernamentales no le serviría de ayuda a Cayetano a la hora de evitar ser ejecutado, ya que sus protegidos no le devolvieron el favor cuando fue condenado a muerte en juicio sumarísimo.
Según informa Eusebio Rodríguez Padilla, el primer Comité Central Antifascista estuvo compuesto por Cayetano Martínez Artés, Ramón García Ramírez de Arellano y Benito Vizcaíno Vita ( P. S. O. E.); Pedro Pérez Castillo y Manuel Alférez Samper (U. G. T.); José Torres García y Juan García Maturana (P. C. E.); Juan del Águila Aguilera y Juan Fernández Villegas más otro miembro, cuyo nombre no consta ( C. N. T. - F. A. I. y J J. LL) y por Ángel Aguilera Gómez ( J. S. U.)
El socialista cordobés Gabriel Morón Díaz, gobernador de Almería (Noviembre,1936-Junio, 1937), intentó terminar con el poder de los comités y las partidas milicianas para fortalecer así los dictámenes del gobierno central. Seguía las directrices dadas por Largo Caballero. Esto provocó serias disputas internas entre sus miembros. Cuando intentó reemplazar los comités (en los que había representación de todas las fuerzas populares de los municipios) por las corporaciones locales (iglesia y terratenientes tenían mayor influencia) se encontró con la fuerte oposición de los anarquistas de la C. N. T - F. A. I. No obstante, consiguió su objetivo antes de terminar su mandato. Devolvió el poder al Estado poniendo fin a la etapa de descontrol existente cuando asumió la gobernación y en la que se produjeron la mayoría de los actos de represalia que se llevarían a cabo a lo largo de la guerra
Andrés Saliquet Zumeta, encargado de anunciar el día del alzamiento en Almería.
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Gabriel Morón ejerció la represión contra grupos anarquistas como el liderado por Francisco Maroto del Ojo. Maroto, nacido en Granada en el año 1906, participó activamente en la divulgación del comunismo libertario en las provincias de Granada y Almería, consiguiendo que muchísimos trabajadores se afiliaran en sus sindicatos. Organizó la Columna Maroto, que contó en sus orígenes con unos 300 hombres. Pronto reunirá seis centurias en las que también se integraban mujeres. Ganará varias batallas a los golpistas en Granada y realizó mítines en toda la región. Durante uno de ellos en Almería atacó duramente la política del socialista y gobernador de la capital, Gabriel Morón.
Criticaba su falta de ayuda a los refugiados que venían huyendo desde Málaga y el desarme de los milicianos que llegaban desde allí. Después de su discurso, los participantes se dirigieron al Gobierno Civil a pedir explicaciones a su principal responsable. Como consecuencia del enfrentamiento con Morón, Maroto fue hecho prisionero en un barco-cárcel y trasladado al cuartel de ametralladoras de Baza (Granada). Se le había acusado, por parte de los comunistas, de ser espía fascista y de atentar contra el poder del gobierno de la república.
Despensa en el interior de los refugios de Almería diseñados por Guillermo Langle.
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Se pidió para Maroto la pena de muerte. Temiendo por su vida (se especulaba que podía morir por causas extrañas), fue liberado gracias a campañas de amnistía a su favor propiciadas por la C. N. T. y la F. A. I. Maroto estuvo en varias ocasiones a punto de tomar la ciudad de Granada, caída en mano de los nacionales. Reiteradamente le fueron negadas armas y ayuda. Socialistas, comunistas y anarquistas se pasaron toda la guerra desconfiando entre sí, situación que supo rentabilizar magistralmente la derecha. Herido de guerra, tuvo que ser hospitalizado en Guadix y Almería. Terminada la guerra fue capturado y ejecutado por los fascistas. La causa de su muerte no ha quedado bien determinada, ya que se ignora si llegó a ser fusilado o falleció como consecuencia de las torturas y palizas que le propinaron miembros de la Falange.
Al socialista Gabriel Morón, que murió exiliado en Méjico, le sucedió en el cargo el comunista Vicente Talens Inglá (Julio, 1937 - Abril,1938) que, preocupado por continuar organizando la retaguardia republicana almeriense y proteger a la población de los constantes bombardeos de la aviación nacionalista, inició la construcción de los refugios antiaéreos en la capital, apoyado por el Partido Comunista. Se le encargó el proyecto al arquitecto municipal Guillermo Langle, nacido en el seno de una familia burguesa católica y que al terminar la guerra seguirá ejerciendo su profesión al servicio del Caudillo. Gabriel Morón nacido en Valencia (1892) vivió exiliado en París antes de la proclamación de la Segunda República, afiliándose al partido comunista francés. Las críticas por parte de sus compañeros del Frente Popular, que el acusaban de no actuar con la dureza necesaria para obtener el control de la situación, provocaron su destitución. Como Martínez Artés, será fusilado tras juicio sumarísimo, sin que se llegara a considerar sus actuaciones a favor de miembros destacados de la derecha almeriense. Potenció el desarrollo del la Quinta Columna en la provincia.
Eustaquio Cañas Espinosa, sucesor de Talens y de origen vasco, emprendió una serie de actuaciones de orden público cuyo objetivo era reprimir las acciones anti-republicanas en la zona. En Noviembre de 1938 fue nombrado gobernador Salvador Sánchez Hernández, perteneciente a la U. G. T. y dirigente del Sindicato Nacional Ferroviario de Valencia. Fue el último gobernador de la República en Almería.
En Málaga la sublevación del general Patxot había fracasado. En Almería, el Batallón de Ametralladoras nº 2, mandado por el general Juan Huerta Topete y el jefe de carabineros Toribio Crespo no se decidían a unirse a los militares rebeldes. Esta situación de incertidumbre será decisiva a la hora de que la capital, y con ella toda la provincia, pudiera mantenerse fiel al gobierno constitucional republicano.
Vista general del Campamento de Álvarez de Sotomayor en Viator.
Oficinas del Campamento de Álvarez de Sotomayor en Viator.
El día 19 de Julio las autoridades almerienses reciben la orden desde Madrid de repartir armas entre civiles y milicianos. Por su parte, los militares golpistas presionan para que Juan Huerta Topete, gobernador militar de Almería, se uniera al alzamiento. Franco le envió un telegrama apremiándolo para que se pusiera incondicionalmente bajo sus órdenes. Su respuesta fue ambigua, manifestándose tibiamente a favor de la legalidad establecida. Topete aseguró al gobernador civil, Juan Ruiz Peinado Vallejo, que se mantendría fiel a la República, sobre todo cuando éste le informó que esperaba refuerzos gubernamentales desde Granada. El día 20 sigue sin declarar el Estado de Guerra. El día 21 de Julio fue detenido el coronel constitucionalista Isaac Llopis por el coronel sedicioso Toribio Crespo Puerta. Huerta Topete, al mando del Batallón de Ametralladoras nº 2, había resuelto finalmente declarar el Estado de Guerra uniéndose a los fascistas. Poblaciones como Alhama, Sorbas, Cuevas de Almanzora y Berja siguieron su ejemplo.
La fotógrafa alemana Gerda Taro en el acorazado Jaime I atracado en Almería (1937).
Marineros del Jaime I haciendo el saludo oficial de la Armada durante la Republica.
Se unieron al levantamiento militar grupos de carabineros, algunos guardias civiles y una treintena de voluntarios de procedentes de grupos de la extrema derecha. Desde primeras horas de la madrugada se ponen en movimiento. Consiguen apoderarse de la emisora Radio Almería y de la oficina de Correos y Telégrafo. Avanzan por las calles de la capital con la idea de concentrarse en el Paseo del Príncipe, desde donde se dirigirían juntos hasta el Gobierno Civil. Allí les esperan grupos de fieles a la república que se habían hecho fuertes bajo las directrices del gobernador civil, Juan Ruiz Peinado Vallejo. También se unen a la resistencia de los sublevados un grupo de mineros del pueblo de Serón, armados con cargas de dinamita.
Bombardeo del depósito de combustible en el puerto de Almería
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Puerto de Almería en el año 1940 |
La situación se planteaba difícil para los sitiados gubernamentales. Entonces, procedente de la base aérea de Armilla (Granada), llega un camión cargado con soldados y ametralladoras poniendo en jaque a los rebeldes. Hacia el medio día atraca en el puerto el acorazado Lepanto al mando del capitán Valentín Fuentes. Advierte a los que intentan tomar la capital que bombardeará la ciudad si no deponen las armas. Huerta Topete odena poner la bandera blanca de la rendición en las torres de la Alcaaba. Parte de los mandos de la Guardia Civil habían manifestado dudas sobre seguir en el alzamiento. Franco, que en esos momentos dirigía las operaciones desde Tetuán, se pone en contacto con Gregorio Vázquez Mascardí, comandante de la Benemérita. Le escribe un apremiante telegrama, redactado en los siguientes términos:
Tome mando Comandancia Militar y si comandante militar se opone, lo fusila.
Bomba caída en el centro de Almería
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Sin embargo, y a pesar de la resistencia de los guardias civiles, a media tarde la situación estaba absolutamente controlada por los grupos republicanos. En el fracaso de la insurrección golpista jugaron un papel decisivo el gobernador civil Juan Ruiz Peinado, junto a los socialistas Rafael García, Gabriel Pradal y Francisco Vizcaíno. Otros republicanos cuyas acciones contribuyeron a este éxito fueron Francisco Barrilado, Hernández Cerrá y Burgos Seguí así como la del comunista Adrián Romero. La falta de coordinación, de decisión y de unidad entre las fuerzas conservadoras y la rápida reacción de las milicias populares decidieron la suerte de la capital almeriense. El mismo día 21 quedó controlada la situación y reducidos los núcleos rebeldes de la mayoría de los pueblos de la provincia. Como en muchas ciudades españolas, en Almería las primeras horas de la sublevación militar fueron decisivas. Esos momentos han quedado recogidos en distintas memorias y testimonios que relatan como se sucedieron los acontecimientos. Gabriel Pradal y Juan Ruiz-Peinado Vallejo fueron figuras claves para mantener la capital bajo el control republicano. También incidieron hechos circunstanciales que en muchos casos, fueron fruto de la casualidad.
Casas destruidas por los bombardeos. Al fondo, muralla medieval de la Alcazaba. |
Por su parte, Gabriel Pradal fue informado por un suboficial el 19 de julio que carabineros y guardia civil estaban preparados para secundar la sublevación. Se pone en contacto con José Giral, ministro de la Marina y jefe de gobierno solicitándole barcos para defender Almería desde el mar. El ministro niega los refuerzos y lo remite a su vez a Juan Ortiz, comandante en jefe de la base aérea de los Alcázares. Desde el pueblo de Adra recibe una llamada de su alcalde pidiendo instrucciones sobre dos camiones de soldados del campo de aviación de Armilla (Granada) que, tras la caída de la ciudad, se dirigen a Almería para prestar su ayuda. Pradal duda, pero una vez que tiene la certeza de que son leales a la República, les permite continuar su camino hacia la capital.
Ante todos estos sucesos, el teniente coronel de carabineros Isaac Llopis, amigo personal de Pradal, propone organizar desde la Casa del Pueblo a obreros y campesinos. Peinado le pedirá a Pradal que desconvoque a los milicianos, obreros y campesinos que se concentran el la Casa del Pueblo por miedo a perder en control de la situación. El Comité Antifascista y el Gobierno Civil de la provincia se acusan mutuamente de querer concentrar el mando en cada una de esas instituciones. La izquierda republicana consideraba a Pradal como un colaboracionista y persona poco apta para llevar a cabo la voluntad popular. Militares y falangistas contemplaban encantado estas luchas intestinas dentro de las fuerzas gubernamentales. Ambos dirigentes, Peinado y Pradal, se atribuirán el mérito de que Almería no cayera en manos de los fascistas en los primeros días de la sublevación. Apenas dan importancia a la intervención decidida del capitán Valentín Fuentes, al mando del destructor Lepanto ni a los soldados de aviación procedentes de Adra, que se unieron desde Granada.
Resultado de los bombardeos en la capital.
Destrucción del edificio del Banco de España.
Peinado relatará como sus conversaciones telefónicas con los gobernantes granadinos facilita el triunfo republicano. Según él mismo nos cuenta, se hizo pasar por el gobernador militar de Almería informando a los rebeldes granadinos que ellos seguían fieles al gobierno constitucional. Cuando Huerta Topete trata de contactar con Granada, se le dice, siguiendo instrucciones de Peinado, que las líneas de telégrafos y teléfonos no funcionan. Peinado, a lo largo de su gobierno tuvo que enfrentarse a conflictos que mermaban su autoridad en el cargo. Uno de los casos más exacerbados fue el del enfrentamiento con los mandos del Jaime I. La frecuente interferencia en sus decisiones le hizo solicitar la precipitada partida de dicho acorazado hacia el puerto de Cartagena. Hasta tal punto llegó la crispación, que desde Cartagena, un grupo de marineros salió hacia Almería con intención de darle muerte por traidor. Peinado ya no se encontraba en la ciudad, pues había emprendido un viaje a Madrid para pedir un apoyo más contundente por parte del gobierno. No volverá nunca más a Almería, aunque siguió en el cargo hasta el 24 de agosto, día en el que se publica oficialmente su dimisión. Largo Caballero nombrará como su sucesor a Gabriel Morón Díaz.
Acorazado republicano Lepanto.
Participó en los bombardeos de Málaga, donde un proyectil le hizo encallar. Se refugia en Almería, siendo alcanzado por otras tres bombas. Remolcado a Cartagena, sufrió una explosión interna causando mas de trescientos muertos y su definitiva destrucción.
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Todo lo contrario sucedía en la zona de los sublevados. Los movimientos clandestinos se organizaron con bastante eficacia, financiado por la iglesia y los terratenientes. Se encargaban de potenciar el sentimiento derrotista en la retaguardia, transmitir información sobre el movimiento de tropas del Frente Popular y esconder a los que eran perseguidos por los gubernamentales republicanos. Especialmente activo se mantuvo el sindicato católico "La Aguja". La Falange de Almería también había organizado un grupo de acción desde la clandestinidad del que era responsable Fernando Brea Melgarejo y Francisco Ibarra Sánchez. Sus acólitos se encontraban principalmente entre el cuerpo de Artillería, la Guardia de Asalto y los Carabineros. La permanente llegada de la población derrotada de las provincia limítrofes, que iban cayendo, una tras otra, bajo el poder de Franco, llevaban consigo un mensaje implícito de una realidad que no necesitaba explicaciones adicionales.
La actualidad protagonizada por los gobernantes estaba absolutamente disociada de la realidad que vivía el pueblo, día a día. Almería, zona de retaguardia desde el inicio de la sublevación fascista, estaba cansada de una lucha que contemplaba sin esperanzas, seguramente desde mucho tiempo antes de iniciarse sus reiterados bombardeos. Sus ciudadanos, asqueados del comportamiento de los políticos republicanos, que huían a toda prisa, dejando a la población abandonada a su suerte, con promesas de ayuda desde el extranjero. Ayudas que nunca llegaron.
Mientras la población era masacrada en acciones de represalia, como la acontecida en la carretera de Málaga a Almería, los dirigentes políticos se habían puesto a salvo en Londres, Francia, México, Moscú...Negrín ya había huido a primeros del mes de Marzo. Su política de resistencia resultaba, ante esa actitud, poco menos que una burla para los que resistieron hasta el último momento, para todos aquellos que conocieron los campos de concentración, las cárceles franquistas, el maquis y los pelotones de fusilamiento.
Exilio dorado para unos; muerte, hambre y represión para la aquellos que vieron en una república burguesa, el espejismo de una revolución social desvinculada de la tiranía soviética. Exilio de reyes para quienes se disputaban, en beneficio propio, los fondos de solidaridad recaudados para los republicanos que quedaron atrapados en España.
Franco nunca perdonó a la ciudad de Almería su fidelidad a la República. Sin contar con el apoyo de las ayudas del nuevo régimen, abandonada a su suerte, tuvo que salvarse a sí misma del dolor y la miseria. Cabe decir, para mayor gloria de los almerienses, que éstos nunca echaron de menos y jamás pretendieron el perdón del Dictador.
Así como la mayoría del cuerpo de carabineros se manifestaron leales al poder constitucional, la guardia civil mantuvo durante esos primeros días una actitud que puso en guardia a las milicias republicanas. Una de las compañías que tenía su sede en Cuevas de Almanzora (Almería), perteneciente al Octavo Tercio regido desde Granada, se negaron bajo pretextos a facilitar la ayuda que se les pedía para contener la sublevación. Ni siquiera obedecieron las ordenes procedentes directamente de Gobernación.
Castillo de Cuevas de Almanzora (1940) y vista general del pueblo. Plaza del Generalísimo (1942)
Plaza de los Juzgados (Cuevas de Almanzora)
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Casi la totalidad de las acciones represivas que se producirían a lo largo de la guerra ocurrieron en esos momentos. La resistencia a los avances de las tropas franquista se convirtió en el objetivo principal del Frente Popular. Sin embargo, la supervivencia cotidiana minaba la moral de los resistentes. Algunos testigos declararon que en Almería nunca escaseó la comida, pero que la falta de dinero impedía que ésta llegara a la población. Los almacenes contaban con abastecimiento, pero nunca se emprendió una acción socializadora que permitiera que llegaran a los ciudadanos. Solamente al final de la contienda, la llegada de refugiados agudizaría el problema de la escasez.
Los acuartelamientos pertenecientes a la Línea de Sorbas (puesto de Los Gallardos) bajo las órdenes de Domingo Sánchez Quevedo y los de la Línea de Vera (puesto de Garrucha) mandados por el teniente Juan Aliaga Rodríguez, se concentraron el pueblo de Vera, siguiendo los planes trazados por el capitán de la guardia civil Pascual Morales. De allí pasaron a Cuevas de Almanzora, donde se unieron los de Los Lobos, Pulpí y Herrerías. Esa estrategia de reagrupamientos se produjo también en otras regiones de la provincia. Aunque alegaban que se debía a motivos de seguridad de los propios guardias civiles, la población desconfiaba de tales maniobras. El día 21 de Julio, y ante la amenaza de ser atacados por los milicianos, empezaron a desarmar a estos. Se encargaron de esa misión los de Cuevas de Almanzora (22 de Julio) en las demarcaciones de Vera, Águilas y Turre.
Avance de las fuerzas fascistas sobre Málaga y Almería |
Cuando en la capital la sublevación fue sofocada, Pascual Morales intentó justificar su posicionamiento alegando que el poder ya no estaba en manos del gobierno central, sino en el de los comités locales. Solo bajo la amenaza de ser bombardeados por el avión del teniente José Hellín pudieron ser controlados y neutralizadas sus maniobras de sublevación. Las represalias contra los golpistas no se hicieron esperar. Comenzaron las detenciones, el desmantelamiento de iglesias y todos aquellos núcleos de poder que tuvieran que ver con las ideologías reaccionarias vinculados a la derrocada monarquía y a los tradicionales grupos de derechas. La responsabilidad del orden público y de las prisiones recayó sobre el anarquista Juan del Águila.
Desde el recientemente creado Comité Central Antifascista se pretendió controlar el avance que pudiera producirse desde Granada. Aunque consiguieron algunos triunfos, no se pudo llegar a tomar esa ciudad. En Vera se creó el "Comité del Frente Popular" y en Los Gallardos el "Comité Antifascista del Frente Popular". Se crearon algunas colectividades (Antas, Mojácar y Vera) y se expropiaron algunas tierras, si bien estas medidas apenas tuvieron repercusión en el proceso revolucionario ya que durante la primera etapa de la república se habían realizado algunas acciones al respecto.
Dos imágenes del pueblo de Garrucha a principios y mediados del siglo XX. A la derecha, la villa de Mojácar.
Cartel de propaganda derechista
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El Gobierno Civil, cuyo máximo representante era Juan Peinado Vallejo, apenas tenía capacidad de decisión frente a los distintos comités locales que se habían ido organizando por milicianos y trabajadores. Largo Caballero intentó devolver el poder a las autoridades políticas civiles nombrando como nuevo gobernador civil a Gabriel Morón Díaz. Una de las primeras medidas fue acabar con la Delegación de Presos controlada por los anarquistas, organizando el Consejo Provincial de Seguridad.
En Almería, más que inquietudes revolucionarias, se produjo un sentimiento antifascista y de fidelidad a la República como régimen legal constituido. Seguramente por eso, cuando Gabriel Morón estableció una política de protección a la burguesía almeriense, apenas encontró oposición en las clases populares. Lo mismo sucedió cuando disolvió los comités locales, sustituyéndolos por Consejos Municipales (Enero, 1937) que beneficiaban claramente a las oligarquías locales. Solo los anarquistas se resistieron, siendo conscientes de que eso suponía la renuncia sus pretendidas mejoras sociales.
Esta derechización a la que intentaron oponerse los sindicatos obreros como la U. G. T. y la C .N. T. dejaba de manifiesto que la República, fruto de acuerdos entre monárquicos descontentos y la derecha más conservadora del país, apenas dejaba espacio a la burguesía y mucho menos a la participación democrática de las clases populares. La vergonzosa actuación de las autoridades republicanas en el caso del bombardeo de la capital por el Caso Deutschland (31 de mayo de 1937) o su laxitud ante la retirada de las Brigadas Internacionales eran claros ejemplos de la imposibilidad de implantar ideas progresistas. En Almería, falange, iglesia y oligarquía conspiraban a sus anchas. Hasta tal punto fue así, que el hecho de que estuviera en manos republicanas hasta el final de la guerra nunca llegó a preocupar a Franco.
Todo lo contrario sucedía en la zona de los sublevados. Los movimientos clandestinos se organizaron con bastante eficacia, financiado por la iglesia y los terratenientes. Se encargaban de potenciar el sentimiento derrotista en la retaguardia, transmitir información sobre el movimiento de tropas del Frente Popular y esconder a los que eran perseguidos por los gubernamentales republicanos. Especialmente activo se mantuvo el sindicato católico "La Aguja". La Falange de Almería también había organizado un grupo de acción desde la clandestinidad del que era responsable Fernando Brea Melgarejo y Francisco Ibarra Sánchez. Sus acólitos se encontraban principalmente entre el cuerpo de Artillería, la Guardia de Asalto y los Carabineros. La permanente llegada de la población derrotada de las provincia limítrofes, que iban cayendo, una tras otra, bajo el poder de Franco, llevaban consigo un mensaje implícito de una realidad que no necesitaba explicaciones adicionales.
La actualidad protagonizada por los gobernantes estaba absolutamente disociada de la realidad que vivía el pueblo, día a día. Almería, zona de retaguardia desde el inicio de la sublevación fascista, estaba cansada de una lucha que contemplaba sin esperanzas, seguramente desde mucho tiempo antes de iniciarse sus reiterados bombardeos. Sus ciudadanos, asqueados del comportamiento de los políticos republicanos, que huían a toda prisa, dejando a la población abandonada a su suerte, con promesas de ayuda desde el extranjero. Ayudas que nunca llegaron.
Mientras la población era masacrada en acciones de represalia, como la acontecida en la carretera de Málaga a Almería, los dirigentes políticos se habían puesto a salvo en Londres, Francia, México, Moscú...Negrín ya había huido a primeros del mes de Marzo. Su política de resistencia resultaba, ante esa actitud, poco menos que una burla para los que resistieron hasta el último momento, para todos aquellos que conocieron los campos de concentración, las cárceles franquistas, el maquis y los pelotones de fusilamiento.
Exilio dorado para unos; muerte, hambre y represión para la aquellos que vieron en una república burguesa, el espejismo de una revolución social desvinculada de la tiranía soviética. Exilio de reyes para quienes se disputaban, en beneficio propio, los fondos de solidaridad recaudados para los republicanos que quedaron atrapados en España.
Franco nunca perdonó a la ciudad de Almería su fidelidad a la República. Sin contar con el apoyo de las ayudas del nuevo régimen, abandonada a su suerte, tuvo que salvarse a sí misma del dolor y la miseria. Cabe decir, para mayor gloria de los almerienses, que éstos nunca echaron de menos y jamás pretendieron el perdón del Dictador.
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