“La memoria intenta preservar el pasado sólo para que le sea útil al presente y a los tiempos venideros. Procuremos que la memoria colectiva sirva para la liberación de los hombres y no para su sometimiento”, Jacques Le Goff.
En el siguiente artículo intentaremos hacer un ejercicio de reflexión entorno a la famosa Ley de la Memoria Histórica que el ex presidente Rodríguez Zapatero lanzó durante el 2006, porque llegados a este punto ya es hora de que dejemos de ampararnos en la Ley de Amnistía para no juzgar al franquismo. Aprovechando los tiempos que vivimos, llenos de cambio, y una sociedad en constante ebullición creemos oportuno recordar aquellos que aún permanecen olvidados, aquellos que no dieron pie a una guerra, y a toda una generación que creyó en el cambio, en dejar atrás las injusticias sociales, políticas y económicas para abrazar los nuevos derechos y libertades que conquistó la Segunda República. No se debe negar tanto tiempo la historia.
Para entender este artículo sobre la importancia de recuperar la memoria, deberíamos trasladarnos, desde una perspectiva histórica al siglo XIX, entendiendo el método histórico aplicado a esa tarea incipiente de recuperación de la memoria. En el siglo XIX empieza a vislumbrarse la historia como ciencia, con el fin, de entender el pasado para explicar el presente. Dicha visión era distinta al positivismo o historicismo alemán; el positivismo o la historia decimonónica tan sólo indagan en la veracidad del documento. [Fujiyama “anuncia la muerte de la historia”; Pierre Vilar “habla de una historia total”]. La historia tendría que ser entendida como una ciencia de estudio del pasado, la cual, intenta explicar los cambios sociales. Partiendo de la premisa imprescindible; toda historia es historia social. La función del historiador no es la suma o acumulación de datos sino el establecer una metodología capaz de ofrecer explicaciones jerarquizadas. La historia tiene unas funciones determinadas, unas funciones sociales, tales como salvaguardar la memoria. La historia mediante una metodología nos traslada al pasado, elaborando una exposición racional. La memoria histórica nos permite recuperar el pasado, sin embargo, debemos ser cautos ante el uso de éste. Mediante la memoria no debemos subordinar el presente al pasado. No hay que sacralizar el pasado. Recordemos, llegados a este punto, las palabras de Todorov: “la historia nos permite mediante una serie de instrumentos llegar a explicaciones generales, derivando hacia una memoria ejemplar”, y la reflexión de Jiménez Lozano: “la historia está ahí y no puede quedar oculta. A veces ha sido objeto de manipulación y de ocultación. La función del método histórico es conocer el pasado, explicarlo a partir de restos del pasado”.
En el siglo XX los estados totalitarios han utilizado la historia como un recurso ideológico para legitimar una realidad incuestionable. Y ese es el caso que ha marcado la historia de España desde el golpe militar de julio de 1936.
Es importante observar el riesgo o amenaza que corre la memoria ante un mal uso de ésta, como bien ejemplifica Eric Hobsbawm en su artículo “La memoria de Nuevo Amenazada”. En dicho artículo Hobsbawm nos argumenta a favor de un buen uso de la memoria, así como de la tarea del historiador ante la recuperación y elaboración de dicha memoria. “La historia es la materia prima de las ideologías nacionalistas o fundamentalistas. El pasado es un elemento esencial, quizás el elemento esencial de estas ideologías. Si no existe un pasado adecuado, siempre se puede inventar. En realidad, en la naturaleza de las cosas, generalmente no existe un pasado totalmente adecuado, porque el fenómeno que estas ideologías pretenden justificar no es antiguo ni eterno sino históricamente novel. El pasado legitima. El pasado da un fondo más glorioso a un presente que no tiene mucho que mostrar por sí mismo. En esta situación, los historiadores encuentran que se les otorga el inesperado papel de actores políticos. Tenemos una responsabilidad ante los hechos históricos en general y la responsabilidad de criticar las manipulaciones político-económicas de la historia en particular. No hay en estos contextos una diferencia clara entre realidad y ficción. Pero la hay para los historiadores, la capacidad de distinguir entre una y otra es absolutamente fundamental. No podemos inventar hechos”.
La memoria, como bien hemos dicho, no debe subordinar el presente al pasado, sin embargo, debemos ser conscientes de que esta recuperación de la memoria nos sirve para justificar nuestras actuaciones de hoy. Citando las palabras de Pierre Nora: “La memoria es la vida, siempre acarreada por los grupos vivos. Y, a este respecto, está en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y la amnesia, inconsciente de sus sucesivas deformaciones, vulnerable a todos los usos y manipulaciones, susceptible de estar latente durante mucho tiempo y de manifestar súbitas revitalizaciones. La historia es la reconstrucción siempre problemática e incompleta de lo que ya no es. La memoria es siempre un fenómeno actual, un vínculo vivido en el eterno presente: la historia, una representación del pasado. Dado que es emocional y mágica, la memoria sólo se acomoda a aquellos detalles que la confortan: se nutre de recuerdos borrosos, chocantes, globales o flotantes, particulares o simbólicos, sensibles a todas las transferencias, velos, censura o proyecciones. La historia, por el contrario, se propone otros objetivos, valiéndose de otros procedimientos y de otros métodos menos arbitrarios o menos aleatorios. La historia, en tanto que operación intelectual y laica, apela al análisis y al discurso crítico”.
La recuperación de la memoria es importante y, en ocasiones, imprescindible. La recuperación de la memoria histórica es un camino espinoso a recorrer, en el cual, siempre habrá diferentes voces de crítica así como diversas publicaciones de aquellos “historiadores” subordinados a la derecha más recalcitrante y extremamente conservadora, quienes ya en su día sacaron a la luz, teorías “estrafalarias” con el fin de manipular nuestra historia. Personajes como Pio Moa que calificaron La Ley de la Memoria Histórica como Ley de la Memoria Histérica manifestando cada vez más en sus actuaciones ese intento de no querer esclarecer la verdad de nuestra historia. Tanto Moa, de la Cierva o Jiménez Losantos, ya antes de la Ley de la Memoria Histórica han sido auténticos cruzados defensores del franquismo, manipulando la historia sin atender a la realidad y utilizando la historia como arma propagandística. ¿Por qué a estas alturas aún siguen cosechando tantos seguidores? Como apunta el historiador Justo Serna en su artículo Pío Moa, “la poca lectura que de la Guerra Civil o del franquismo se ha hecho. Son tantos y tantos los lectores que ignoran la literatura franquista sobre la Guerra; son tantos y tantos los lectores que desconocen lo que la historia académica ha dicho sobre el particular, que no extraña la irrupción de revisionistas que se apoyan en esa ignorancia, revisionistas que suministran munición ideológica para un presente en el que algunos han hecho del pasado su particular campo de batalla. O, como decía Javier Cercas, dado que el conocimiento fundado y documentado de los historiadores académicos “no ha llegado a la sociedad, permeándola y permitiendo en consecuencia instituir un relato consensuado de nuestro pasado inmediato que, como un mínimo común denominador, sin tergiversar la realidad histórica sea aceptado por la mayoría de la sociedad”, el resultado es un confuso historicismo rencoroso y manipulador”.
Por ello, ha llegado ya el momento de enfrentarnos a nuestra historia y rendir cuentas con ella.
Para más información:
- TODOROV, TZVETAN.Los Abusos de la memoria, Paidos, Barcelona, 2000.
- NORA, PIERRE. Les lieux de mémoire. Gallimard, París, 1997.
- BAHAMONDE, ÁNGEL (coord..), Historia de España siglo XX, 1875-1939. Cátedra, Madrid, 2000.
- HOBSBAWM, ERIC. Sobre la Historia. Crítica. 2002.
- VILAR, PIERRE. Memoria, historia e historiadores. Universidad de Granada, 2004.
- REIG TAPIA, ALBERTO. ANTI-MOA. EDICIONES B, S.A., 2006
Por A.Carceller.
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