Inma Cuesta y Anna Castillo, en la serie 'Arde Madrid'. (Movistar)
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La serie creada por Paco León y Anna R. Costa para Movistar+ refleja perfectamente y sin censura el despertar sexual de los españoles en medio de la represión franquista.
08/12/2018 05:00 - ACTUALIZADO: 08/12/2018 19:56
'Arde Madrid', la serie protagonizada y dirigida por Paco León junto a su mujer Anna R. Costa, contrapone la figura de Ava Gardner, la gran diva que se lo comía y 'se lo tiraba' todo en la capital, con la represión sexual de la clase trabajadora de la época. La España franquista de entonces era un país reprimido al que se le negaba cualquier derecho al deseo y que, pese a todo, encontraba como podía sus válvulas de escape para disfrutar del mismo, aunque casi siempre a escondidas. ¡Al menos hasta el matrimonio!
Esa mezcla de blanco y negro, de sexo furtivo, de inmoralidad de la época convierten a 'Arde Madrid' en una serie en la que la sexualidad está muy presente, con escenas de alto voltaje sobre el despertar sexual de los españoles. Eran, sobre todo, las mujeres las que no lo tenían nada fácil para disfrutar del sexo en un régimen en el que casi todo era pecado, juzgado, condenado y, lo que es peor, castigado.
La dictadura franquista condenaba cualquier forma de sexualidad fuera del convencionalismo marcado por el régimen. El adulterio femenino, la homosexualidad, la masturbación o las relaciones prematrimoniales eran consideradas como auténticas aberraciones sexuales y perversiones del comportamiento. ¡Eran pecado! El mayor acierto de la serie de Movistar+radica en la forma en que toca todos estos palos de la represión sexual franquista con exquisito sentido del humor y sin quitarle, pese a ello, ni un ápice de importancia al drama de la época.
La particular batalla por el sexo
Cada personaje de la serie, sea hombre o mujer, libra su particular batalla frente al sexo. La misma batalla que libraban por entonces miles de españoles de la época.
Ana Mari (Inma Cuesta) es una criada virgen, pudorosa, honrada y coja. La monitora de la Sección Femenina, organización falangista nacida para llevar por el buen camino a la mujer y convertirla en una esposa honesta, honrada y sumisa, lucha por vencer su propio deseo sexual.
Pilar (Anna Castillo) es sexual, viciosa, coqueta y libre. La otra criada es el polo opuesto de Ana Mari: no sigue las reglas del sistema, se rebela contra la represión y no oculta ni que ha perdido la virginidad ni que le encanta el sexo... sola o acompañada.
Manolo es seductor, macho, varonil y crápula. Paco León, el protagonista inolvidable de 'La casa de las flores', es capaz de todo por estar con una mujer. No oculta que es adúltero, como tantos hombres que alardean de ello en público.
Ava Gardner (Debi Mazar) es descarada, guapa y salvaje. El sexo es su adicción y los hombres guapos, y bien dotados, su perdición. Fe de ello, la divertida escena en 'Arde Madrid' con un imponente y descomunal miembro masculino de por medio. Ella representa todo lo prohibido en aquella sociedad.
La virginidad, los anticonceptivos y el aborto
La doble moral que imperaba en el franquismo era el deporte nacional. Regía tanto en los comportamientos masculinos como en los femeninos. Las mujeres pertenecían a un solo hombre, aquel con el que se iban a casa, y era obligatorio que fueran vírgenes al altar. Sin embargo, "benditos" los hombres, a los que tan solo se les aconsejaba llegar castos hasta el matrimonio. Ellos si "pecaban" antes de casarse.
Los chicos que mantenían relaciones sexuales antes del matrimonio no eran culpables de nada, sino que aparecían como los más viriles del mundo. Muchos fueron clientes adictos de las prostitutas, y la sociedad nunca los juzgó por ello. Las mujeres, sin embargo, si perdían la virginidad antes de tiempo enseguida se las tachaba de 'ligeras'.
El régimen y la Iglesia inculcaron la idea de que la mujer debía llegar virgen al matrimonio. En 'Arde Madrid', Paco León se preocupó mucho de que quedara bien patente esta panegírica idea. Ana Mari es virgen y casta, mientras Pilar es sexual hasta la médula.
Los riesgos de saltarse la virginidad en un país donde el único anticonceptivo al alcance de todos era la llamada "marcha atrás" ("echarlo fuera" como dicen en otra memorable escena de la serie) eran evidentes. Ese método también fallaba.
Si una joven perdía la virginidad antes de casarse, se jugaba no solo su honestidad u honorabilidad, sino la de toda su familia. La carga social de tener relaciones sexuales libres era tal, que muchas mujeres solteras recurrían a abortos clandestinos, al infanticidio o al abandono de sus hijos al quedar embarazadas cuando no tocaba. Otra opción era dar a los niños en adopción a través de las monjas, una 'solución' que evitaba que fuesen señaladas de por vida como promiscuas o libidinosas.
Los preservativos, aunque ya existían, no eran fáciles de adquirir. Eran pocas las farmacias que los despachaban, y si lo hacían era de un modo clandestino. A ello había que añadir la dificultad que suponía encontrar el arrojo y el valor de entrar en una y pedirlos. El resto de métodos anticonceptivos les sonaban a chino a las españolas. Tal es el caso por ejemplo del diafragma, que utilizaba Ava Gardner y que protagoniza otra divertida secuencia de la serie.
El adulterio
Ava Gardner simbolizaba todo lo que se le prohibía a la mujer española. Era promiscua, sexual y adúltera. Mientras que el adulterio era algo consentido y permitido a los hombres, las mujeres solo pertenecían a un hombre. Ellos podían estar con cientos de mujeres a la vez que con la propia. Únicamente cometían delito del adulterio si su amante vivía con él, o sea en el hogar familiar con la esposa y los hijos; o cuando la relación era públicamente conocida, y provocaba un escándalo público. Bajo estas circunstancias podía su legítima esposa denunciarle.
La idea de la mujer como propiedad del hombre llegaba a tal punto que se extendía incluso cuando este faltaba, prohibiendo a las viudas rehacer su vida hasta al menos un año después de morir su marido.
La masturbación
Paco León aborda cómo descubre Ana Mari los placeres de la masturbación con una piedra. El franquismo utilizó toda suerte de mentiras para prevenirla. El régimen se encargó de difundir falsamente serios problemas de salud física y mental relacionados y o provocados por tan "pecaminosos tocamientos": anemia, caries dentales, flojera en las piernas, sudor en las manos, opresión grande en el pecho, dolor de espalda y nuca, pereza y desgana para el trabajo, acortamiento de la vida sexual, pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio, esterilidad, retentiva nula y un largo etcétera. La masturbación podía provocar de todo.
Existían incluso manuales ('Energía y pureza', de Tihamer Toth) con un largo listado de consejos para no caer en la masturbación. En ellos se recomendaba dormir a los niños siempre con las manos por fuera de la manta y las sábanas. No llevar ropa interior de lana, porque su calor excesivo podía excitar, o no permanecer por mucho tiempo en la cama por la mañana una vez despierto, por riesgo a caer en el pecado de la impureza. Muchos padres prohibían a los niños llevar las manos en los bolsillos… por si acaso.
El placer sexual
No era de extrañar que muchas chicas de la burguesía franquista que recibían esta férrea educación acabaran por no encontrar placer alguno ni orgasmo cuando perdían la virginidad, fingiendo falsos orgasmos. Su práctica sexual era timorata, haciendo el amor a oscuras, siempre con pijama y exclusivamente pensando en fines reproductivos y no como forma de placer. El régimen pregonaba que si una mujer tenía un orgasmo ultrajaba al marido e inmediatamente debía irse a confesar. Todo ello hizo que la insatisfacción sexual de las españolas de aquella época, rondara el 75%.
La homosexualidad
Los homosexuales tampoco lo tenían fácil. 'Arde Madrid', a través del personaje del joyero, interpretado por Manuel Manquiña, nos desvela la cruda realidad de un colectivo que vivía escondido. Los hombres homosexuales en el franquismo fueron tachados de enfermos y sometidos a terapias muy duras. Por no hablar de las mujeres lesbianas, que ni existían.
La dictadura condenó a los homosexuales al miedo y a la clandestinidad. Se vieron obligados a ocultar sus sentimientos en público. Una vida marcada por la incomprensión, que les condujo a reprimir sus afectos temerosos de las consecuencias, a mantener relaciones disimuladas o al engaño, incluso a recurrir a la prostitución.
Se calcula, que entre 4.000 y 5.000 homosexuales fueron encarcelados en la época franquista, acusados de escándalo público y de ser un peligro social. Se llegaron a crear centros especiales para, supuestamente, corregir su desviación, aunque en muchos casos fueron maltratados, vejados o violados por otros reclusos, e incluso obligados a prostituirse por funcionarios.
Todas estas panegíricas y antidemocráticas ideas así como la privación de libertades y derechos, han dejado una profunda huella en este país que todavía hoy, 40 años después de la llegada de la democracia y desgraciadamente, en según que sectores, ámbitos y profesiones, siguen todavía muy presentes.
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