dimarts, 2 de febrer del 2021

El investigador Vicent Gabarda publica 'El cost humà de la repressió al País Valencià (1936-1956)'.

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Vicent Gabarda, el historiador que recorrió "con cuatro duros" pueblo a pueblo para documentar los fusilamientos del franquismo.

El historiador Vicent Gabarda.

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El historiador Vicent Gabarda (Paterna, 1959) jugaba de pequeño cerca del cementerio de su pueblo y a veces veía extraños montículos de tierra. Tardó años en comprender, siendo ya un investigador adulto, que el cementerio de Paterna albergaba fosas comunes de la represión franquista de posguerra. "Cuando empecé no me imaginaba la magnitud", dice por teléfono a elDiario.es.

Gabarda publica El cost humà de la repressió al País Valencià, 1936-1956 (PUV y Alfons el Magnànim, 2020), una obra monumental que agrupa sus míticos trabajos sobre la represión en la retaguardia republicana el verano de 1936 y en la posguerra franquista hasta el último fusilamiento en Paterna de un maqui en 1956. Su trabajo, iniciado en la década de 1980, ha servido para que cientos de familias supieran dónde yacían los restos de sus seres queridos.

"Cuando empecé, hace un montón de años, la memoria histórica no estaba de moda en la calle ni en las facultades", recuerda Gabarda. El joven investigador no pretendía al principio trabajar sobre la represión. "Quería conocer mi país y mi pasado", señala. Con "cuatro duros" que consiguió, se dedicó a recorrer pueblo por pueblo en busca de los registros cementeriales y civiles para elaborar la lista completa de los fusilados en la posguerra. "En cada partido judicial siempre había una saca", relata.

En su investigación encontró dificultades pero también la inesperada ayuda de jóvenes magistrados progresistas que se incorporaban a la carrera judicial ya en democracia. El libro del cementerio de Paterna había desaparecido y la "fuente más útil, que eran los sumarios militares, aún eran inaccesibles".

Cuando llegaba a cada localidad, muchas veces lo tomaban por un vendedor de seguros. A veces tenía serios problemas: en Orihuela acabó en el calabozo. "Yo llevaba una carta del presidente de la Audiencia en la mochila, cuando la vieron comprendieron que se habían equivocado y me soltaron", recuerda entre risas. 

En 1985, Gabarda publicó en la revista El Temps un extenso dossier en el que aparecía por primera vez la lista de fusilados en Paterna, un material que sirvió para que muchos familiares supieran dónde estaban exactamente los restos de sus seres queridos. "Iba todo el mundo con la revista al cementerio de Paterna", explica. Años después, aun sin tener beca ni ser funcionario, el historiador publicó Els afusellaments al País Valencià, 1938-1956 (Alfons el Magnànim, 1992), que marcó un hito en la investigación de la represión franquista de posguerra en el territorio valenciano.

Su siguiente libro, La represión en la retaguardia republicana. País Valenciano 1936-1939 (Alfons el Magnànim, 1996), fue menos complicado al haber mucha más documentación sobre las víctimas de la violencia del corto verano de la anarquía de 1936. "No me acabo de creer que toda esa violencia fuera de los incontrolados: o eran muchos o no eran tan incontrolados", afirma Gabarda, quien considera que la izquierda "no es capaz de asumir que se hizo una revolución, en Valencia murieron más de mil personas en tres meses".

A diferencia de las víctimas de la violencia republicana, los fusilados del franquismo fueron literalmente olvidados en fosas comunes. "Unos son caídos y héroes y otros son asesinos y sus familiares no tiene derecho ni a recuperar sus cuerpos", dice Gabarda, quien precisa que "no es justificable ni una represión ni otra". La represión franquista "era más meticulosa, tenían listados de los que habían destacado durante la guerra y querían evitar cualquier rebrote contra el nuevo régimen implantado para afianzarse así en el poder".

En su último libro, recién publicado con cientos de páginas de información sobre las víctimas, Gabarda analiza los paralelismo entre ambos ciclos represivos, salvando el espacio temporal (la violencia de la retaguardia republicana duró tres años mientras que la represión franquista se alargó 18 años). "En ambas se produce una mayor intensidad en los primeros momentos (de agosto de 1936 a finales del año siguiente en el caso de las víctimas durante el conflicto, y de abril de 1939 a finales de 1942 en el caso de las víctimas de la posguerra) y en ambos casos habrá un goteo continuo de víctimas que servían para demostrar que el peligro no había acabado y que uno podía encontrarse en el punto de mira de los nuevos dirigentes de la situación", escribe Gabarda.

El cementerio de Paterna, lugar donde fueron a parar la mayoría de víctimas de la provincia de Valencia, alberga un centenar de fosas comunes de muy diversos tamaños con los restos de más de 2.000 fusilados. "La zona de las fosas comunes está casi delimitada y, por algún motivo, el cementerio ha crecido en extensión y no en altura", lo que ha propiciado que se pueda excavar con mayor facilidad que en otros recintos donde la construcción de nuevas filas de nichos ha tapado zonas con cuerpos enterrados. "En otros cementerios, a partir de 1975, la mayor parte de las fosas desaparecieron y fueron cubiertas por tramas de nichos o, a veces, convertidas en jardín, seguramente por negligencia", explica el historiador.  

Más de tres décadas después del inicio de su investigación financiada "con cuatro duros", Vicent Gabarda observa con esperanza los trabajos de exhumación, financiados por las instituciones públicas valencianas, que avanzan en el cementerio de Paterna. "Sé que muchos familiares se han enterado de dónde estaba su familiar por mi libro y eso me llena de satisfacción", asegura el historiador.

En los próximos meses empezará la excavación de la fosa 126 en Paterna, la más grande de todo el territorio valenciano, con los restos de 238 personas procedentes de cinco sacas de víctimas de fusilamientos acaecidos entre el 27 de agosto y el 14 de septiembre de 1940. El camino para llegar hasta aquí viene de lejos y uno de sus indiscutibles artífices es aquel niño paternero que veía montículos inexplicables y que luego se convirtió en historiador.