dissabte, 26 de març del 2016

León Felipe: poeta peregrino del destierro y el exilio.



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Con carta de recomendación de Alfonso Reyes, León Felipe (Felipe Camino Galicia de la Rosa) visita México por primera vez en 1923, país al que retorna en 1938, tras la tragedia de la República española, asediada y derrotada por las armas de la insurrección golpista franquista. En México permanece, en un exilio interminable, hasta su muerte en 1968. En el destierro perpetuo de su conciencia, lanza sus versos como piedras de David a la frente de los nuevos Goliat de la injusticia,
“Yo que en este mundo no he servido después de ochenta años para nada… acaso sirva ahora todavía, como David, para lanzar con la honda una de estas piedras, pequeñas y ligeras, de mi zurrón – la más dura, la más pedernal… Tú piedra aventurera-, y dar justo, con ella en la frente misma de Goliat”.
Desde su interminable exilio, León Felipe, como majestuoso león herido, ruge sus salmos adoloridos y no permite a sus lectores el lujo de olvidar las angustias del peregrino sin hogar ni patria que en el fondo, son las penas compartidas por muchos otros caminantes.
“Yo no soy más que un vagabundo
sin ciudad y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo…
En mis ropas duerme el polvo de todos los
caminos
y el sudor de muchas agonías…
y en la suela de mis zapatos llevo sangre,
llanto
y tierra de muchos cementerios”.
El rasgo peregrino y andariego de su poesía está presente desde su primer poemario, Versos y oraciones de caminante, I (1920),
“Ser en la vida
romero
romero solo que cruza
siempre por nuevos caminos…
Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo…
para que nunca recemos
como el sacristán
los rezos…
Poetas,
nunca cantemos
la vida
de un mismo pueblo,
ni la flor
de un solo huerto…”
Los títulos de los libros de León Felipe son muy significativos. Los dos primeros llevan nombre similares – Versos y oraciones de caminante, I y II – que reflejan un vínculo constante de su poesía: el enlace entre el peregrinaje del poeta, testigo de ubicuas penas e ilusiones, y la oración, que a veces será petición, otras increpación y otras blasfemia (el título original del libro Ganarás la luz era “Versos yblasfemias de caminante”, pero por la reacción adversa de los editores lo modificó, reservándolo como encabezamiento de la primera sección de la obra). Su poesía, concebida como el retorno del salmo bíblico a su matriz original de diálogo entre la aflicción humana y el misterio divino – el silencio de Dios – será siempre la oración del publicano y nunca la del fariseo.
El vagabundeo del poeta es inicialmente voluntario. Brota del seno mismo de su oficio: buscar el camino propio que le conduzca a Dios mediante la contemplación y el testimonio poético de las melancolías y ensueños humanos.
“Nadie fue ayer,
ni va hoy, ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios”.
Ese camino particular debe descubrirlo el andante desarrollando su propia sensibilidad poético-religiosa; en el lenguaje bíblico preferido de León Felipe, descubriendo el sendero del Gólgota que le es peculiar y cargando su propia cruz. La búsqueda poética de Dios le impide acomodarse satisfecho en un lugar definido; a semejanza de Abrahán, le lanza a una aventura errante de fe, persiguiendo una promesa divina, que como bien señala Kierkegaard, solo el arriesgado salto de la fe puede distinguir del engaño diabólico.
“¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
… para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!…
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!”

Luego adviene el destierro forzado, ante la tragedia nacional de España. La experiencia del exilio, de la frustración violenta de los sueños de justicia social y renovación nacional, incubados a la sombra de la República, y la imposibilidad de retornar en libertad y paz a la patria añorada, imparten un tono más agudo y triste al vagabundeo del poeta. Por eso, el primer poemario extenso que publica en México tras la guerra española se titula Español del éxodo y del llanto (1939). El peregrinaje pierde todo matiz romántico y se convierte en honda angustia y amargura, que se expresa mediante alusiones y referencias bíblicas y religiosas.
“Español del éxodo y del llanto… en nuestro éxodo no hay orgullo como en el hebreo. Aquí no viene el hombre elegido, sino el hombre. El hombre solo, sin tribu, sin obispo, y sin espada… Detrás y delante de nosotros se abre el mundo. Hostil, pero se abre. Y en medio de este mundo, como en el centro de un círculo, el español solo, perfilado en el viento. Solo. Con su Arca; con el Arca sagrada… Y dentro de esta Arca, su llanto y la Justicia derribada… Para que no se pierdan estas palabras ni se pudra en la tierra la semilla de la justicia humana, hemos aprendido a llorar con lágrimas que no habían conocido los hombres”.
León Felipe eleva la derrota de la República a cumbres de tragedia metafísica con honduras religiosas. El poeta, sin patria ni hogar, puede mirar, despojado de falsas y superficiales ilusiones, la insondable soledad humana y cantar el salmo de las tristezas y las esperanzas. La desventura española se transmuta en parábola del universal llanto humano, a cuyo canto dedica el poeta su vida de caminante, de “clamante en los desiertos”, como le ha tildado uno de sus antólogos, el escritor Gerardo Diego.
“Españoles:
el llanto es nuestro
y la tragedia también…
Porque aún existe el llanto,
el hombre está aquí de pie,
de pie y con su congoja al hombro,
con su congoja antigua, original y eterna,
con su tesoro infinito
para comprar el misterio del mundo,
el silencio de los dioses
y el reino de la luz.
Toda la luz de la Tierra
la verá un día el hombre
por la ventana de una lágrima…”
América Latina se convierte en el desierto sinaítico para el poeta peregrino y “sus pies vagabundos”, jamás adquieren visos de hogar o patria permanente. El peregrino se convierte en paria. “¿Y qué es un paria? Algo así como un poeta que vive y canta en el viento…” La tensión entre la servidumbre faraónica y la tierra prometida nunca se soluciona y el poeta eleva el clamor de sus ansias insatisfechas hasta convertirlas en la pregunta sobre la esencia humana.
“Y cuando ya estamos rendidos de caminar y el día va a quebrarse, gritamos enloquecidos y angustiados, para no perdernos en la sombra: ¿Quién soy yo?
¡Y nadie nos responde!”
En uno de sus últimos libros, ¡Oh, este viejo y roto violín! (1965), reitera la imagen del poeta como vagabundo errante que convierte en poesía las lágrimas humanas.
“Anduve… anduve… anduve
descalzo muchas veces,
bajo la lluvia y sin albergue…
solitario…
He dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales,
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos,
y me ha dado limosna – Dios se lo pague –
una prostituta callejera…
He visto llorar a mucha gente en el mundo
y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
lo he encontrado siempre cortado a mi medida…
He sufrido y sufro el destierro…
y soy hermano de todos los desterrados del mundo”.
52907-fotografia-gEl infortunio de la patria perdida se une al peregrinaje congénito del poeta y confiere una fisonomía trágica a su quehacer artístico. Su vagar exílico latinoamericano se expresa mediante poemas que en ocasiones asemejan rezos, en otras blasfemias (“ya no hallo diferencia entre un verso y una blasfemia”) y que siempre quedan impregnados de una “estética de barco perdido entre la niebla.”
León Felipe vive en América Latina en una tensión perpetua que le acompaña hasta su muerte. Es el desterrado, el exiliado que proclama la hermandad universal del llanto humano, pero que no puede liberarse de su angustia propia: la derrota de los sueños libertarios de su patria. Por medio de su arte, imparte belleza poética a una de las experiencias más amargas y comunes en la tierra latinoamericana – el exilio, el alejamiento de los lares ancestrales. Desde el secuestro de arahuacos antillanos por Cristóbal Colón, a fines de 1492, hasta los yoleros haitianos y dominicanos y balseros cubanos, amén de las decenas de miles de centroamericanos desplazados por la violencia militar en la década de los ochenta, pasando por los destierros políticos de toda laya a través de la historia entera del continente, el exilio ha sido un vía crucis que ha lacerado el cuerpo y el alma de lo mejor y más granado de los hombres y las mujeres latinoamericanos.
El exilio del poeta lo lleva a tierras que nunca serán realmente su patria, a casas que nunca serán genuinamente su hogar. Son más bien austeras posadas en las cuales el peregrino detiene por instantes su vagabundeo. Lo importante de esa posada es que haya una ventana que le permita observar el mundo. La imagen de la ventana por la que el poeta mira y contempla la miseria y el dolor está presente en toda la obra de León Felipe. Aparece en su primer poemario, Versos y oraciones de caminante, I ,
“En esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada…
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de
la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias…
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana…
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas…
Todo el ritmo de la vida pasa
por este cristal de mi ventana…
¡Y la muerte también pasa!”
Reitera la imagen décadas más tarde, en un poema titulado “La ventana” publicado en Llamadme publicano (1950) y, con ciertas variantes, también en El ciervo (1958). Este poema posterior conserva la misma lectura de la ventana como el mirador de las penas, pero le confiere un hondo y amargo matiz de ironía, a la vez que profundiza la rebeldía ante la paradoja de un mundo que, aunque creado por Dios, está repleto de injusticia.
“Guardián:     Ya estás aquí…
Puedes asomarte a la ventana…
Puedes mirar el mar, el río, el puente…
y el camino que sube a la montaña.
Sobre la montaña verás el sol y las estrellas…
Y si tienes buena vista
tal vez columbres a Dios, escondido en las nubes
y sentado en el columpio del triángulo metafísico.
Hombre: Fumando, satisfecho, su gran pipa de artista.
Guardián: Siempre tiene que haber uno aquí
que mire al través de la ventana – miramos y nos miran –
este hermoso paisaje de girándula…
La ventana es un sueño.
Hombre: ¿Un sueño?
Guardián: El mirador del sueño.
y el que mira por ella es el poeta…
El poeta es el hombre que mira…
Luego si quieres,
puedes cantar una canción o un himno
dando gracias a Dios que te ha elegido
para venir aquí
y mirar sin cesar por la ventana…
Hombre: ¡Este hermoso paisaje invariable de girándula
donde hay siempre un ciervo herido
y hombre con su lanza o su escopeta…!
… el ciervo siempre
el ciervo herido siempre
y el hombre con su lanza o su escopeta…
¡Gracias, señor de la heredad!”
El poeta es el elegido para que sus versos edifiquen el mirador por el cual se contempla la creación divina. El verso podría trocarse en salmo o himno, gracias al antiguo parentesco entre la poesía y la plegaria religiosa, pero la presencia del ciervo herido lo convierte en protesta y rebeldía y hace del poemario un “libro herético y desesperado.”
El peregrinaje del poeta, que se inicia en una humilde posada “en un pueblo de la Alcarria”, en la que contempla la angustia del mundo encarnada en la prematura muerte de una pobre niña, se transfiere a América Latina donde se ubica en nuevas posadas a través de cuyas ventanas continúa su vocación de observador de tristezas e ilusiones. Lo que contempla asienta en su alma una dolorida y trágica convicción sobre la historia.
“Vivimos desde hace mucho tiempo…
– desde el Principio, Señor Arcipreste –
en la historia sangrienta donde el rey es un bastardo criminal
que ha arrebatado al ciervo
el valle, el mar, el lago, el río…
¡el mundo maravilloso de los sueños!…
la historia ha sido siempre y va a seguir eternamente siendo
la jauría de un rey bastardo y criminal
persiguiendo sin descanso al ciervo…”
La experiencia interior del exilio puede, sin embargo, ser la fuente de la renovación de la poesía. La sección final del poemario El gran responsable (1940) se compone de versos/consejos a poetas jóvenes. El principal es el de buscar en el dolor de la tristeza del exilio, el de cada uno en su propio momento y lugar, esté o no unido a circunstancias exteriores de destierro, la fragua de la sensibilidad artística. La poesía es el clamor del exilio.
“Buscad solos vuestra canción.
En vuestro llanto,
en la sombra cerrada
y en el grito de vuestro exilio
están el verso y la esperanza de mañana”.