dissabte, 2 de febrer del 2019

“Vi a mi madre con esos matones y no se supo nada más”, Felipa, Ramona, Antonia y Modesta vuelven a casa 82 años después.


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Las palabras se entrecortan. El poso del tiempo y la asunción de unos hechos que cambiaron sus vidas son insuficiente anestesia. Fue la última vez que las vieron. El postrero recuerdo de una madre, una tía o una hermana. 82 años después regresan. Y con ellas la emoción, la rabia, el dolor y la incomprensión que nunca se fueron. Gracias a las investigaciones de Antonio Ubieto y la cámara de Felipe Osanz, su vida es historia y su historia está viva.
El 18 de septiembre de 1936, dos meses después del fatídico golpe de Estado en España, 22 personas fueron apresadas en Murillo de Gállego (Zaragoza): “Había mucha gente por el monte y los caciques de Murillo dijeron que volvieran al pueblo, que nada les iba a pasar, pero al llegar les rodearon y se los llevaron”. Lo que sucedió aquel día, y en los siguientes, es otro episodio de la historia negra que se esparce por pueblos, aldeas, cunetas y cementerios de este país.
Las frases son de vecinos y familiares que observaron la atrocidad. Muchos años más tarde, esos mismos ojos (otrora infantiles e ingenuos y de nuevo llorosos) miraron a la cámara de Osanz para recordarlo. Son“Los que callaron, los que quedaron”.
Los que siguen preguntándose por qué y evocan imágenes que se grabaron en su memoria: “Un panadero le dijo a mi madre: mira qué lista tenemos para limpiar Murillo”, recuerda uno. “En Murillo nadie se esperaba la catástrofe, nos cogieron a todos en casa”, rememora su vecina.

“A estas cuatro también, y después las mataron en Biscarrués”

Y entre esas personas apresadas estaban Felipa Larraz Beitia, Ramona Barba Marcuello, Antonia Larraz Giménez y Modesta Rasal Vera. “Llegó el jefe y dijo: a estas cuatro echarlas también. Iban cuatro mujeres y las echaron en el camión”. Fue la última vez que las vieron con vida: “Vi a mi madre saliendo de casa y marchando con esos matones… y ya no se supo nada más”.
Las 22 personas fueron fusiladas. Algunas en Ayerbe: “Pararon allí, los traían en un camión, y los llevaron atados hasta este muro. Aquí los picaron. Mira, mira, aún se notan las balas”, y señala los agujeros en la piedra. El plomo que sesgó la vida de sus paisanos.
También en Agüero: “Aquí mataron a 12”, relata un vecino con la entereza que da la vejez: “Llamaron a otra gente del pueblo para que vieran cómo los mataban y los enterraran. Traían a gente de izquierdas para que lo vieran, les daban un escarmiento, pero, claro, tenían mucho miedo de que los fueran a matar a ellos también”.
A Felipa, Ramona, Antonia y Modesta las mataron a las afueras de Biscarrués, a menos de 20 kilómetros de Murillo de Gállego. “Las llevaban en un ‘vulquete’, tapadas con una manta, yo tenía y siete años y pensaba: ¿a quién le habrá tocado?”. La imagen quedó perenne en el recuerdo de más vecinas: “Mi tía Rosalía siempre decía que se les veían los pies por debajo de la manta, y que se preguntaba: ¿quiénes serán estas pobres mujeres? Sin saber que una era su hermana”.  

Entrega de los restos exhumados

Sus cadáveres fueron recogidos por vecinos del pueblo y trasladados a una fosa del cementerio. Allí permanecieron 82 años, hasta que, a mediados de 2018, se puso en marcha el proyecto para recuperar sus restos. Los trabajos fueron promovidos por la Asociación para la Investigación y la Recuperación de la Memoria Democrática de Aragón (Aidos) y dirigidos por el arqueólogo Hugo Chauntón.
El domingo 3 de febrero se realizará un acto de entrega de los restos a los familiares (que siempre colaboraron en la exhumación) y se procederá a la inhumación en el cementerio de Murillo de Gállego.
Allí estarán algunos de “los que se quedaron”, preguntándose “por qué”; repitiendo que perdonan, pero no olvidan; asumiendo que se fueron: “Aun no me he hecho a la idea de que estén muertos, recientemente soñaba muchas veces que volvían”. Pidiendo “que no se vuelva a repetir”.