Al hablar de campos de concentración, es inevitable que la cabeza se nos desvíe hacia Auschwich-Birkenau, Mathausen, Dachau, Ravensbrück, Treblinca, Sobibor… centros de genocidio sistematizado por los nazis para la destrucción de razas, o gente con la que no tenía afinidad su terrible ideología racista. Es cierto que el sistema inventado por Heinrich Himmler, fue algo inverosímil que aún nos sigue dejando perplejas pensar cómo fue posible que eso ocurriera, y sobre manera, fuera considerado tolerable por parte amplia de la población que conocía perfectamente el horror que se producía en los campos. Digamos que los nazis sofisticaron la crueldad y el exterminio humano hasta límites inverosímiles ya que en poco más de ocho años exterminaron a veinte millones de personas. La cifra es apabullante, por lo que nos ha nublado la existencia de otros campos y de otros exterminios no tan espectaculares pero igualmente ignominiosos.
La URSS de Stalin, también tuvo su sofisticación el exterminio de opositores políticos tanto en Siberia como en las terribles prisiones de NKDA, sin las connotaciones racistas de los nazis y sin hacer de ello una factoría de la muerte. Tanto Adolf Hitler como Josif Stalin fueron capataces de unas enormes fauces de destrucción de vidas humanas. Quizá sea debido al número y a la magnitud de esos campos, además de la ignorancia sobre nuestra historia que de forma interesada ha mantenido el estado y los sucesivos gobiernos españoles, que estemos en total ignorancia de la existencia de campos de concentración durante bastantes años en España.
Antes de seguir con la exposición del artículo, les remito y cito por ser de justicia que mucho de lo expuesto parte de la encomiable labor investigadora y posterior publicación de Campos de Concentración en España, del periodista e investigador Carlos Hernández que ha realizado una hercúlea y magnifica investigación sobre los mismos. Les remito a la lectura de este libro para conocer en toda la entidad posible el genocidio sistémico realizado en España desde los primeros tiempos del golpe de estado y la posterior guerra civil hasta entrados los años cincuenta.
Es posible que el horror de los campos nazis nos nublen la vista. Les rogaría que no intenten hacer paralelismos porque la “vistosidad” de las cámaras de gas, de los hornos crematorios son lo que nos parece, de una forma subjetiva poco exacta, que conforman un campo de concentración.
Y no es así. En los campos franquistas no hubo ni cámaras de gas ni hornos, es cierto, pero el resto fue igual, exactamente igual que lo ocurrido durante el mandato de Hitler en Alemania.
Hay cumplidos testimonios verbales de los ideólogos del golpe de estado que demuestran la premeditación y la sistematología del exterminio. Les recuerdo alguno de los testimonios que nos aportan los propios jefes del golpe que aclaran de forma absoluta lo que afirmo.
“Es necesario propagar una atmósfera de terror. Tenemos que crear una impresión de dominación. Cualquiera que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular, debe ser fusilado” General Mola.
“Al que resista, ya sabéis lo que tenéis que hacer: cárcel o paredón, lo mismo (risas y aplausos de los presentes) nos hemos propuesto redimiros, queráis o no. No os necesitamos para nada. Elecciones no volverá a haber jamás ¿Para qué queremos vuestros votos? Primero vamos a “redimir” a los del otro bando, a imponerles nuestra civilización por las buenas o por las malas” General Yagüe (luego llamado el Carnicero de Badajoz)
“Parlamentar, jamás. Esta guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España. Quiero derrotarlos para imponerlos mi voluntad y para aniquilarlos” General Mola
“Conviene que la guerra acabe, pero no con un compromiso, con un arreglo, con reconciliación. Hay que llevar la hostilidad hasta el extremo de conseguir la victoria a punta de la espada. Que se rindan los rojos puesto que han sido vencidos. No es posible otra pacificación que la de las armas. Para organizar la paz dentro de una constitución cristiana (sic) es indispensable extirpar la podredumbre de las leyes laicas” Cardenal Gomá.
“Tenemos que matar, matar y matar” Gonzalo Aguilera Muro.
“-Avanzaré hasta Madrid, cueste lo que cueste.
-Eso significa que tendrá que matar a la mitad de los españoles.
-Repito, cueste lo que cueste” Francisco Franco, entrevistado por el periodista Jay Allen.
“Repito, del diccionario quedan borradas las palabras, perdón, amnistía…Se les perseguirá como a fieras hasta hacerlos desaparecer a todos” General Queipo de Llano.
“Llegarán a sus hijos su nombre infame” Antonio Vallejo Nájera, psiquiatra.
“Limpiar estas tierras de las hordas sin Patria y sin Dios” José María Pemán, escritor.
Podría seguir de forma indefinida citando testimonios de las verdaderas intenciones genocidas de los criminales franquistas, pero creo que es suficiente. Desde antes del golpe militar estaba en la mente de los golpistas el exterminio de la parte, inmensa parte, de españoles/as demócratas, liberales, socialistas, comunistas, anarquistas, troskistas… o simplemente gente que creía que un sistema democrático e igualitario era lo ideal. Exterminio premeditado, pues.
No fue el calentón de la venganza. Ni como ocurrió en las filas republicanas, efecto de elementos criminales extremistas que se tomaron la justicia por su mano. En absoluto. Reitero, porque tengo la sensación de que aún se duda, que fue un sistema premeditado de exterminio del enemigo que se sistematizo fríamente y bien asesorados por los amigos nazis.
¿Cómo ha sido posible eliminar de la historia esta tenebrosa realidad? ¿Cómo ha sido posible que hayan pasado ochenta y ocho años desde el golpe de estado de 1936 y se siga negando la evidencia histórica? Sería digno de un estudio sociológico y hasta de la psicología social, analizar estas preguntas que nos llevaría tiempo. En mi opinión compartida por historiadores de mucha más enjundia que mi tarea divulgativa, este manto de silencio sobre nuestra historia fue efecto, primero del miedo. Un miedo atroz que se extendió por la población española como efecto de lo citado anteriormente. Fue tan terrible la represión, la población era consciente de que las calles, casas, patios de vecinos, iglesias, colegios, universidades…estaban llenas de ojos y oídos de chivatos interesados en la delación, bien fuera por la obtención de favores del poder, o tan simple como para hacer méritos con el fin de no ser triturados por la máquina represiva.
Es frecuente escuchar que en familias duramente castigadas por la represión franquista se desconocían los detalles. Padres con veinte años de condena que al morir y encontrar cartas o documentos se conoció la terrible historia represiva que había sufrido. Fusilados fantasmagóricos que jamás se nombraban en las familias. Nombres borrados de la historia por miedo más que por olvido. Es queja constante de investigadores la dificultad de obtener testimonios de las personas represaliadas, incluso de tercera generación, que no quieren hablar, “no quieren remover aquello”. Hay enfrentamientos familiares ante la posibilidad de recuperar cuerpos o dignificar a condenados o fusilados. Ocurre que a veces, una parte de la familia quiere, la otra, impone silencio porque “para qué vamos a remover lo que no tiene remedio”. Me consta que muchos de las personas que aborrecen y critican la labor de memorialistas tienen en sus familias represaliados, asesinados y desaparecidos sin fecha ni nombre. El campo donde se encuentra los monumentos a los Héroes de la República de Ciriego, en Santander, fueron donados por Juan Hormaechea Cazón debido a que se había enterado poco antes de que Antonio Ontañón solicitara ayuda para el monolito de que su abuelo materno Daniel Cazón yacía en ese mismo cementerio sin nombre, asesinado en los primeros años de la dictadura. ¿Por qué se calla?, nos preguntamos.
El miedo, como les decía es causa común pero pasado el tiempo, ese temor debería dejar de ser justificación. Deberíamos de ser capaces de recuperar una historia cruel, es cierto, pero nuestra, con el fin de recomponer las vidas en la certeza de que jamás volverá a ocurrir, porque lo que no se sabe, se repite. Pero no es así.
También creo que el manto de silencio obedece a unos inconfesables intereses económicos debido al reparto de prebendas que la dictadura realizó. Algunos callan por culpabilidad, no quieren que se sepa de donde procede la finca incautada (robada) o los enseres (ese comedor tan lucido que sirvió de acomodo a la familia de Cabezón de la Sal y fue robado de la casa de Matilde de la Torre, su piano, sus cuadros valiosos…) o que la empresa del abuelo utilizó trabajo esclavo durante veinte años y a eso le debemos el porche y el buen vivir. Culpables y cobardes porque se sabía y no se hizo nada. Como los milhaufer alemanes, gente indiferente ante el genocidio.
Y luego está la enorme y eficaz propaganda franquista y postfranquista que abatió la memoria de mucha gente. En los primeros (y no tan primeros) años de la Transición se quemaron miles, cientos de miles de documentos. Es famosas las fumatas de las comisarias y cuarteles durante la etapa de Martín Villa. Un informante me contaba ante mis preguntas que él, integrante de la Guardia Civil, había quemado en el cuartel de Arriondas, durante el año 1996, los ficheros del servicio de Información de la Guardia Civil (SIGC). Se trataba de fichas de rojos que contenían información sobre ideología, filiación política, sexual y religiosa de los vecinos. Las tarjetas que utilizaba el SIGC eran de colores. El blanco eran de gente “normal”, las verdes, “próximo a delinquir”, y las rojas, delincuentes y gente de izquierda y desviados sexuales… Se quemaron en Arriondas y en el resto del territorio nacional cientos de miles de ficheros que nos harían más sencilla la labor de investigación.
Claro que no pudieron borrarlo todo; no pudieron borrar la memoria de algunas personas que sí hablaron, que sí hablan. Entre ellas, disculpen que la vuelva a nombrar, la voz de mi abuela Modesta Rodríguez, que contaba lo ocurrido en su familia y que me condicionó desde muy pequeña a sentir la curiosidad de saber por qué mi abuelo era rojo y vivía atormentado por el crimen de su hermano que no pudo impedir y casi el suyo. Hay memoria porque pasó y es imposible borrar la historia y los hechos.
El sistema era sencillo. Había que eliminar a los/as rojas, borrar la historia vivida durante los ocho años republicanos que supusieron una edad de oro para la cultura y la sociedad que entendía que ¡por fin! entraba en la modernidad, en Europa, en cuanto a derechos y avances sociales. Franco y sus secuaces, nos querían nazis, y basta ver las hemerotecas de los años del treinta y seis hasta el cuarenta y tres o cuatro, cuando tuvo que virar hacia los aliados al entender que la guerra la perdían sus socios alemanes e italianos. Quería una raza pura, una población sometida a sus antojos y a la iglesia donde no se movieran ni las hojas de las parras sin su permiso. Para eso convirtió a España en un enorme campo de concentración. Cerró puertas y ventanas, tal que hizo Bernarda Alba ante el luto, pensando que aquí nadie se movía, ni respiraba sin su permiso y consentimiento. Lo logró. Durante muchos años, este país era un enorme cementerio constreñido al silencio y a la oración, las mujeres vestidas todas de negro como las hijas de Bernarda. Encerradas en el luto de un país muerto.
Nos confirma la investigación citada de Carlos Hernández que hubo más de trescientos campos en nuestro país. Campos sin hornos crematorios, pero donde la humillación, las vejaciones, golpes, hambre (mucha hambre) pulgas, piojos y la total y absoluta falta de higiene era tal que el exterminio se producía solo. Solo y ayudado por las ejecuciones diarias que en cada ciudad o pueblo se producían. Ejecuciones sumarias y desapariciones forzosas que los grupos paramilitares de falangistas realizaban sin control ninguno.
Como ejemplo les cito dos cifras que conozco bien por producirse en mi tierra. El treinta y uno de agosto de 1937, se asesinaron en Santander noventa personas. El once de noviembre de 1938 se asesinaron en el paredón de Ciriego once mujeres. A la caída del Frente Norte, una vez derrotado el ejército vasco en Vizcaya, llegan las tropas italianas del Cuerpo de Voluntarios Italianos, con la IV Brigada Navarra, a Santander y en los siguientes días la cifra de detenidos varía según historiadores de 40.000 a 70.000, con una población, la de Cantabria de entonces, de aproximadamente, 170.000 personas. No solo eran prisioneros de las zonas invadidas, sino que había un gran contingente de gudaris y refugiados vascos que se habían refugiado en nuestra región ante el avance faccioso. También, por supuesto, había población cántabra en otras cárceles (sirva de ejemplo, mi tío Anastasio Cañedo Mancebo, en Larrinaga) Cantabria, entonces llamado Santander se convirtió en un grandioso campo de concentración con diversas sucursales que vamos a explicar.
En la ciudad había varios campos, además de cárceles, la diferencia entre una y otros, es que a la cárcel iban los condenados, juzgados en sumarísimos por tribunales de opereta sin ninguna garantía legal, porque Franco se pasaba la Convención de Ginebra por salva sea la parte. En los campos estaban toda persona que ellos considerarán desafecta al régimen salido de la guerra. Sin juicios ni pruebas. Los detenían y enviaban sin dilación a los campos; algunos salían para ser juzgados, posteriormente fusilados o condenados a penas de cadena perpetua la mayoría, salvo que las familias consiguieran los avales suficientes para librarlos de la muerte o de la prisión. Avales que extendía el cura, alcalde y jefe de Falange del pueblo o barrio. El tráfico de avales fue escandaloso y forjó fortunas ya que muchos de ellos se daban a cambio de dinero, de propiedades. Conozco la anécdota ocurrida en un pueblo de la comarca del Miera en Cantabria, que al solicitar una madre el aval al cura para salvar el hijo éste le respondió.
-¿Cuántas vacas tenéis en casa?
-Seis, tenemos seis.
-Bien, pues ya sabes, me las traes si quieres el aval.
-Pero, padre, si le traigo las seis vacas nos morimos de hambre, vivimos de ellas.
-¿Qué prefieres, comer o que tu hijo viva?
Sobra decir que las vacas se entregaron, desconozco si el hijo se salvó o no.
En Santander entraron las tropas italianas, ante las cuales se hizo entrega de la ciudad, además de las tropas del IV Batallón de Navarra, es decir, requetés. Conformaron nada más entrar dos grandes campos para retener a toda persona que encontraban sin acreditaciones de ser de Falange o derechista reconocido. Eran enviados a la Plaza de Toros, donde se hacinaron miles de presos y también los Campos de Sport del Sardinero. Ambos, sin cubierta, con unos servicios mínimos para los espectáculos que en ellas se citaban. Pueden imaginar cómo vivieron los meses retenidos, sin letrinas, ni techo, ni ropa y con apenas alimento, más que los que las familias hacían llegar, en caso de tener familia cerca y posibilidades de hacerlo.
Enseguida se habilitaron otros campos, el de la Magdalena que poco años antes sirviera de escenario para La Barraca de García Lorca, y para los cursos de la UIMP, fundada por la República para llevar la cultura a todos los ámbitos sociales. En la Magdalena, el mismo general Pinillos, jefe del estamento creado por Franco, Inspección de Campos de Concentración (ICCP) afirmaba en un informe oficial que estaba habilitado para seiscientas personas pero que tenían 1.700. El Seminario Santa Catalina de Corbán fue habilitado (es un decir, porque solo hacinaban a la gente allí) también con una cantidad de presos de tres mil, cuando su capacidad era para no más de ochocientos, con la particularidad que eran estos presos los que cada día salían en dirección a Ciriego con el fin de enterrar a los asesinados la noche anterior abriendo nuevas zanjas en el cementerio para los siguientes. Imaginamos el pensamiento de esta gente, intuyendo que quizá en la próxima remesa irían ellos. El Hipódromo de Bellavista fue otro sitio considerado campo de concentración, que había servido poco antes para los caballos y en la paja sucia y los pesebres tuvieron que acomodarse los presos.
En el municipio de Pontejos, habilitaron un campo especifico con presos que trabajaban como esclavos para la Legión Cóndor alemana, preparando los aviones para las incursiones en territorio no conquistado.
En Santoña, existía El Dueso, penal donde estuvo el general Sanjurjo después de su fallido golpe, desde 1932 hasta 1934 y que la población reclusa era prioritariamente gudaris (allí pasó meses mi tío hasta su traslado a Larrinaga, Anastasio Cañedo y el posterior fusilamiento en Vistalegre). Los combatientes vascos habían inundado las poblaciones vecinas de Laredo y Castro en su huida a la caída de Vizcaya. El gobierno vaco había firmado un pacto con el ejercito italiano, llamado Pacto de Santoña, en el cual, los gudaris se entregaban al Corpo Voluntario Italiano, a cambio de permanecer bajo la jurisdicción del general Mancini jefe de la concentración de campos en Santoña, Laredo y Castro. Mancini, estaba al corriente de la cantidad de asesinatos producidos en la ciudad desde que entraron las tropas y quería evitar que ocurriera lo mismo con la gente bajo su protección. El pacto de Santoña lo rompería Franco al poco tiempo produciendo un desencuentro con el coronel Piècle, que envía sus quejas por escrito al Duce, alegando disconformidad por el trato salvajemente cruel de las tropas golpistas hacia los presos que estaban bajo su supuesto mando. Varios testigos cuentan que los presos lloraban de impotencia al conocer que los italianos abandonaban el campo debido dejando a las tropas franquistas al mando, ya que eran conocidas por su crueldad.
En Santoña, además del Dueso, se habilitaron el Fuerte de San Martín, como campo correccional, el Cuartel de Infantería y el Instituto Manzanedo, afectadas sus aguas desde el principio por la bacteria coli, lo cual produjo problemas muy graves gastrointestinales. Sobra decir que la población de todos ellos se multiplicaba por diez produciéndose un hacinamiento criminal. En Laredo se utilizó la playa cercada de espino, además del campo de fútbol y el grupo escolar. En Castro fueron habilitados diversos centros de internamiento.
En Torrelavega, hubo del orden de quinientos presos, que fueron llevados a la empresa La Importadora y las mujeres se distribuyeron entre las salas de baile Olympia y Shangai.
La cárceles que se habilitaron poco después en Santander, son muchas, Oblatas para mujeres como también lo era el Ramón Pelayo, centro de estudios. Los Salesianos, y sobre manera famosa fue por su crueldad y hacinamiento, Tabacalera, hoy sede de la Biblioteca Central de Cantabria, donde estuvo preso, por ejemplo, el doctor Madrazo, durante años, hasta que le dejaron salir cuando se moría, lo que ocurrió una semana después de su liberación con ochenta y ocho años. Gran parte de su encarcelamiento lo pasó en la enfermería atendido por unas monjitas que lo insultaban e impedían que nadie se le acercase porque, según ellas, el insigne doctor estaba endemoniado.
Me he explayado tan solo con los campos de mi tierra, porque como les dije en un principio, si quieren encontrar sus zonas, o conocer la magnitud de esta infamia, les remito de nuevo al libro de Carlos Hernández que les dará cumplida información.
El trato en los campos era infame. Se levantaban a las cinco treinta en verano a golpe de gozne. Dejo que sean las palabras de Victoriano Crémer, preso en San Marcos que pudo tener una longeva vida e informar a Hernández.
“Se abría la celda con furioso rechinamiento de hierros que era aviso de la dureza, de la amenaza. Los cien acogidos salíamos atropelladamente porque en seiscientos segundos teníamos que lavar el menaje (plato, cuchara) y fregarnos nosotros en el abrevadero de caballos mientras bebíamos hasta con los ojos y nos dirigíamos hasta las letrinas, húmedas, cubiertas de mierda, sangre y vomito para provocarnos las defecaciones. Volver al lugar de concentración antes de que los guardianes y milicianos cristianísimos irrumpieran con sus vergas, machetes, y mosquetes manejados como mazas y convirtieran a los rezagados en espantosas figuras rebozadas en porquería regresando a la celda golpeados. Todo en diez minutos”
Luis Félix Álvarez, compañero de Crémer, afirma:
“A cada lado de las puertas había dos guardias civiles con un garrote de roble descargando golpes a todos. En la charca donde nos lavábamos, al que se daba jabón en la cara, de una patada le tiraban al agua entre risotadas” Me recuerda estas afirmaciones lo ocurrido en los campos nazis, donde los kapos se divertían golpeando y dando patadas hasta la muerte a presos. Como ven, los franquistas eran buenos alumnos".
Ángel Alborch cuenta que estuvo durante cuatro meses lavándose los ojos con saliva en un campo de Padrón, cayéndosele la piel a pedazos debido a que no se pudo lavar ni cambiar de ropa en todo ese tiempo.
Nos contaron las nietas del internado en el campo santanderino de la Magdalena, que en los primeros días, su mujer se acercaba a llevarle comida con su hijo pequeño. El niño, el primer día, al ver a su padre, se escapó hacia él y le agarró de la guerrera por vestía. Visto por los guardianes, uno de ellos, preguntó: “¿de quién es ese niño?” “Es mi hijo”, respondió el penado, a lo cual, el guardián respondió: “sáquele de aquí porque si no vamos a disparar dos tiros, uno para él y otro para ti”. Andrés Diez de los Bueyes, nos cuentan María Jesús y María Lourdes, emocionadas mostrándonos el cuadro que el abuelo realizó en el campo con la pequeña foto familiar que conservaba. Después de pasar dieciocho meses en la Magdalena le enviaron a Guinea Konacri*. Al cabo del tiempo regresó al hogar, cumplida la pena impuesta, muriendo poco tiempo después. Había vuelto destrozado psíquicamente por lo vivido en los campos.
La falta de higiene era total. No había nada para lavarse ni lavar la ropa, durante meses y meses se acumulaba la cochambre sobre los cuerpos doloridos. Las letrinas eran inexistentes, en algunos casos se cavaban zanjas alrededor de los barracones defecando dos, tres, o cuatro mil hombres que encharcaban la zona con las heces formando un barro nauseabundo. Hay testimonios pavorosos que cuentan presos que se veían mojados por su propia, mierda, o peor, la de los compañeros porque al estar al aire libre el viento devolvía lo expulsado. En los campos castellanos donde el frío invernal era terrible, salir a hacer las necesidades de noche era jugarse la vida, por el hielo y el frio debido a que se llegaban a los veinte grados bajo cero de noche. Carecían de ropa de abrigo, casi siempre de mantas y si las había eran raídos trapos que poco o nada tapaban. Los presos andaluces recuerdan la crudeza de los inviernos castellanos con verdadero pavor.
Dormían sobre paja, en donde muchas veces, se veían obligados a hacer sus necesidades, tapar con la paja y seguir durmiendo sobre el excremento. Así meses y meses. O en las escudillas que pasadas por agua servían para comer. Los golpes eran rutina diaria, patadas, humillaciones, vejaciones, burlas formaban parte del día a día de los desgraciados integrantes de los campos.
Como es comprensible, las enfermedades derivadas del hambre, de la falta de higiene eran un efecto colateral buscado por los esbirros. Quizá fuera esa la causa de que no pusieran hornos crematorios…el tifus exantemático, la tuberculosis, las gastroenteritis o las pulgas o chinches y los piojos hacían las veces de los hornos nazis. Hubo muertes producidas por la cantidad de piojos o pulgas que chupaban la sangre a los depauperados prisioneros hasta su muerte. Entre el sadismo y la falta de los más elementales medios de supervivencia y dignidad humanan era milagro conservar la vida.
Claro que se trataba de eso. Suprimir todo lo necesario para conservar la dignidad hasta convertir a los presos en piltrafas humanas llenas de heces, orines y piojos, desprendiendo un olor nauseabundo, matándose por un mendrugo de pan. Humillar, deshumanizar al adversario ha sido y es el método de exterminio perfecto. Los que morían perdían esa batalla, pero tampoco la ganaban los que salían del horror porque jamás pudieron olvidar lo vivido entre los barracones o alambradas de los campos franquistas. Llegaban muertos a sus casas. Llegaban con la derrota clavada en su alma, que era lo buscado por los genocidas franquistas.
A la memoria de todos los que sufrieron el horror y hoy padecen el malvado olvido.
A la memoria de Andrés Diez de los Bueyes, y de sus nietas María Lourdes y María Jesús, que con emoción nos contaron su historia.
A la memoria de Anastasio y Juan Cañedo Mancebo, hasta en mi último aliento no os olvidaré.
*Suponemos que iría como trabajador esclavo a alguna empresa o consorcio hispano/alemán porque no tenemos noticia de ninguna empresa española en dicho país africano. Nos intriga mucho ese dato y proseguiremos investigación.
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