dijous, 14 d’agost del 2014

Por la religión y por la patria. La iglesia y el golpe militar de julio de 1936 por Ángel Viñas.


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Uno de los capítulos más vibrantes de la historiografía española es el que se refiere a la violencia en la guerra civil. A los más de treinta años desde que el tema irrumpió en el campo historiográfico el stock de conocimientos acumulados es muy considerable. De todas formas, en un ámbito en el que la distorsión y la mentira fueron la regla habitual durante la dictadura, no todo se ha investigado y no todas las luces que deberían haberse encendido lo han hecho. Viene esto a cuento de la reciente aparición de un libro cuya temática, un tanto relacionada con mi anterior post, no gustará quizá a muchos lectores: el escrito, bajo el título de este post, por los historiadores Francisco Espinosa Maestre y José María García Márquez.
Utilizo conscientemente la fórmula con el “quizá” porque dicho libro lo singularizan tres rasgos: a) aborda una tema que se ha querido oscurecer por la amplitud de la campaña mediática de la Iglesia para recordar el martirio de los religiosos, del clero secular y regular, durante la guerra civil y que se ha materializado en los últimos años de involución eclesial en masivas operaciones de beatificación; b) presenta la “otra cara” de la moneda: la participación activa, indecorosa, vil, de numerosos clérigos en el asesinato y persecución que efectuaron los militares, la guardia civil, la policía, la falange y las demás fuerzas “cívicas” en una operación destinada a sembrar el terror en los territorios bajo control de los sublevados y a liquidar físicamente a la “anti-España”; c) acumula casos probados, bien documentalmente bien por referencias de historia oral verificadas en lo posible, que permiten, por un proceso inductivo, establecer hipótesis generales contrarias a las versiones eclesiales que, ciertamente en mi generación, se nos impusieron a golpes de propaganda que subrayaban las malísimas artes de todos los demonios enemigos de “Dios y de la Patria”.
Se trata de un libro relativamente corto. No tiene mucho más de 150 páginas de texto y una veintena para notas. Son las suficientes para leerlo en unas cuantas horas. La brevedad refuerza un mensaje que no es nuevo pero que ahora queda abrumadamente probado. Lo expuso ya, en plena guerra civil, el prominente político católico vasco Manuel de Irujo cuando profetizó que la Iglesia española aparecería en el futuro como víctima (lo cual es indudable) pero también como verdugo (papel siempre aminorado cuando no silenciado).
El libro establece una tipología de las formas de participación de los clérigos en la violencia. La más desaforada y vomitiva fue la directa. Fue la que ejercieron el “cura de Zafra”, Juan Galán Bermejo; el bravo Padre Vicente, capellán castrense de la Legión; el jesuita Bernabé Copado, capellán militar de la columna Redondo; otro capellán legionario, el también jesuita José Caballero; el coadjutor de la parroquia de la Concepción de Huelva, Luis Calderón Tejero; el párroco de Rociana, de la misma provincia, Eduardo Martínez Laorden; el párroco superfascista de Encinasola, Eugenio López Martín; un excapellán de la cárcel de Huelva, Pablo Rodríguez González, etc. Nombres todos que deben formar parte de la historia mundial de la infamia. (No he verificado por cierto si han encontrado acogida en las páginas del Diccionario biográfico español de la RAH). Se trata de una selección tan solo de un frondoso ramillete. Otra forma de participación fue más sutil: consistió en dar testimonios falsos sobre el comportamiento de izquierdas y malvados de toda laya de tal forma que su ejecución o su condena a largos años prisión se hacían inevitables. Fue la más rastrera, si es que cabe hacer distinciones en terreno tan resbaladizo, pues aquellos (¡oh!) santos varones solían ocultar con frecuencia que a ellos debían su propia salvación. Ejemplos poco en consonancia con las tan ensalzadas virtudes de verdad, prudencia y templanza.
El libro, para escándalo de eventuales píos lectores, no exonera a la propia jerarquía que demostró un tipo de comportamiento alentado por los señores obispos (a quienes Dios, en su infinita bondad, quizá haya abierto las puertas de su gloria porque el historiador debe cerrárselas). Dejemos la palabra a una de las lumbreras de la Iglesia española, monseñor Eijo Garay, duro entre los duros, fascistizado entre los fascistizados: “Dios está entre nosotros. Dios está con Falange. Y la Falange, que ayuda en los frentes a ganar la guerra y prodiga en la retaguardia la caridad cristiana, salvará a España”. ¿Exabruptos de la época? No extrañará que hubiese sacerdotes como Miguel Franco Olivares a quienes le agradara la consoladora tarea de dar tiros de gracia a los ejecutados. Para que llegasen más rápidamente al juicio divino.
Se ha hablado mucho de las charlas radiofónicas de Queipo. Menos de los curas que participaron en tan modernas actividades tan resaltadas en la entrada de dicho general en el Diccionario de la RAH. Se conservan, por ejemplo, los alocados deseos de fray Jacinto de Chucena: “Es preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no queda ni rastro de ella”. Emitida el 14 de agosto de 1936. Pour encourager les autres.
Un capítulo entero se dedica a una actividad algo más sofisticada. Fue la fabricación de informes político-sociales en base a los cuales se fundamentó ulteriormente la represión militar y fascista. Estuvieran basadas en hechos, rumores, inventos o incitaciones militares y policiales que de todo hubo en la Viña del Señor. Un ejemplo: “no puedo precisar si cometió desmanes pero es de suponer por haber sido detenido”. Tan tranquilo. Es un argumento que solía utilizarse también en los consejos de guerra. ¡Algo habrían hecho y no habría sido nada nuevo!
La purga del magisterio republicano, que tanta atención ha despertado con toda razón en los últimos años, y bajo la responsabilidad última de aquel genio de la literatura patriótica que se llamó don José María Pemán, contó siempre con el apoyo entusiasta de la Iglesia y de sus huestes negras, no en vano jamás perdonaron a la República los intentos de sustraer la enseñanza a su histórico dogal. Finalmente, los autores también abordan el mito del “cura bueno”, de la mano del de Mérida, César Lozano, aunque “bueno solo por un día”, a la vez que enfatizan los casos de religiosos que permanecieron fieles a su ministerio y no dudaron en ayudar a su grey, situándose del lado de la República. Ni que decir tiene que muchos de ellos lo pagaron con la vida.
Un libro abarrotado, pues, de datos, fuentes y testimonios que cuenta otra historia, en contraposición a las miríficas visiones que siguen hoy propagando la Iglesia y sus plumillas y a las que tan buena acogida ha dado la RAH. Si hay que ganar la batalla por la Historia, libros como este son más que necesarios. Son imprescindibles. Gusten o no gusten. Al escrutinio del historiador no puede quedar vedado ningún ámbito de la acción humana en el pasado. Tampoco la de la Iglesia con toda su espiritualidad.
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Fuente: Blog de Angel Viñas
http://www.angelvinas.es/?p=251