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‘Soles negros’ (Alfaguara) trata uno de los asuntos más oscuros de la posguerra española
Ignacio del Valle, ganador de premios como el de la Crítica de Asturias o el Felipe Trigo, se ha propuesto recorrer en forma de novela, de la mano de un bibliotecario alistado en el ejército franquista, Arturo Andrade, algunos episodios de la historia de España poco divulgados. Con Soles negros (Alfaguara) da a conocer “algo que parece un cuento de terror pero que, aunque pueda parecer increíble, sucedió, y además lo hizo de una manera institucionalizada y legal durante décadas”.
¿Por qué todos esos niños se pusieron en el punto de mira del franquismo?
A medida que los Nacionales ganaban terreno, las cárceles se llenaban de madres y niños republicanos. En este contexto, el Régimen dio prioridad a la educación de toda esa “masa desafecta” para transformarla en un pilar básico del futuro Estado franquista. Un lavado de cerebro que tuvo en el Auxilio Social su principal herramienta y a un ideólogo: el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera. Este estableció un corpus, con la bendición del mismísimo Caudillo, por el cual se decretaba la perversidad genética de los rojos, lo que abrió inmediatamente la veda para un exterminio que, si bien no alcanzó las dimensiones materiales del nacionalsocialismo, sí pudo derivar en actuaciones genésicas de varia condición, entre ellas la persecución, el aislamiento y la reeducación. El Auxilio Social ejerció entonces una labor pertinaz en sus hogares siguiendo un estricto régimen de adoctrinamiento religioso y paramilitar.
¿Cómo actuaba ese Auxilio Social tan poco auxiliador?
Como parte del programa de limpieza se contemplaba la adopción de niños o “prohijamiento” por personas que comulgaran con el ideario del movimiento, a poder ser acomodadas. La demanda fue enorme, tanto de familias españolas como extranjeras, sobre todo italianas. Asimismo, se promulgaron dos sustentáculos legislativos: una orden ministerial de 30 de marzo de 1940 por la cual las reclusas podían amamantar a sus hijos y tenerlos con ellas en las prisiones hasta los 3 años. Luego, los niños se desalojaban legalmente y eran enviados a las instituciones del Auxilio Social sin posibilidad de contacto hasta el cumplimiento íntegro de las penas, para comenzar una reeducación según criterios falangistas. Una vez que los niños entraban en la red asistencial se podía saber en qué hogar estaban o no. A este clavo del ataúd se le añadió una segunda orden, de 1941, por la cual se permitía cambiar los nombres en el registro civil a los niños que no recordasen sus nombres o cuyos padres fuesen ilocalizables o hubieran sido expatriados. El banquete de carne infantil estaba servido.
¿Qué era el Patronato de la Merced, que usted describe como un “agujero negro”?
El Patronato de la Merced era el organismo encargado de gestionar qué infantes debían ser “amparados” apoyándose en los tribunales de menores y tutelares. A partir de ahí, miles y miles de niños comenzaron a ser víctimas de este entusiasmo redentor, un agujero negro camuflado por una densa red de intereses, silencios, revanchismos, fes de bautismos falsificadas, páginas arrancadas de los archivos parroquiales…
30.000 casos son muchos. ¿Cree que se han tomado las medidas suficientes desde los gobiernos de la democracia para indagar el asunto y tratar impartir justicia, aunque sea tarde?
Ese número se calcula por lo bajo. Creo que no se han tomado en absoluto las medidas pertinentes. Un país debe hacer frente a su historia para que sea posible una convivencia y un futuro, y así como Alemania tuvo que enfrentarse a lo que supuso el nacionalsocialismo, España aún debe mirar debajo de las alfombras y empezar a sacar toda la basura que ha mantenido escondida durante tantos años.
Otro asunto que trata es el del maquis. ¿Por qué hay tan poca mítica sobre él? ¿Eran cuatro locos o realmente fue un frente de resistencia capaz de incomodar al gobierno de Franco?
El maquis no creo que tuviera nunca la capacidad operativa para acabar con el régimen franquista, ahora bien, su lucha es evidente que era un símbolo de resistencia. Y los símbolos siempre son necesarios. Pero sí, existe cierta mítica, aunque bien es cierto que silenciada por los medios a lo largo de cuarenta años de dictadura.
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