Las autoridades sanitarias del régimen montaron "servicios municipales de despiojamiento" especialmente enfocados en personas de esa comunidad, a las que achacaba la propagación del tifus exantemático.
El dictador Francisco Franco no sólo sentía un profundo desprecio hacia socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas… A ellos los odiaba -y fusilaba- por su ideología, pero hubo otro sector de la población al que criminalizó, castigó y humilló por motivos puramente racistas: la comunidad gitana. Durante su régimen, las familias de esa etnia fueron objeto de medidas especialmente enfocadas hacia ellas, creadas siempre con un mismo fin: hacerles sentir que eran de una categoría humana inferior.
Según consta en un documento obtenido por Público, la dictadura creía que los gitanos podían ser portadores de enfermedades infecciosas, por lo que adoptó una serie de medidas dirigidas a contrarrestar ese supuesto peligro. En una orden firmada el 21 de noviembre de 1939, el Gobernador Civil de Bizkaia, Miguel Ganuza, relacionaba directamente a las personas gitanas con la propagación del tifus exantemático, una enfermedad que se propagaba mediante los piojos y que acabaría convirtiéndose en epidemia durante los primeros años de la dictadura.
En su particular interpretación de la realidad, el régimen se esforzaba por vender la versión de que este problema sanitario era uno de los tantos males provocados por la España republicana. "De los informes recibidos en este Gobierno Civil resulta que, aunque por fortuna no muy numerosos, no dejan de presentarse de vez en cuando en determinadas zonas de las regiones que durante más tiempo padecieron el dominio rojo, casos aislados de tifus exantemático que en alguna ocasión reciente han dado lugar a la explosión de verdaderos brotes epidémicos", señalaba Ganuza en aquella nota, enviada a todos los alcaldes de Bizkaia.
Ante esa situación, las autoridades franquistas decidieron crear un "servicio de despiojamiento" que sería gestionado por los ayuntamientos, con el "asesoramiento de los inspectores municipales de Sanidad". Según explicaba el gobernador civil, esta orden provenía de la Dirección General de Sanidad, lo que deja entrever que se trataba de un asunto que afectaba a todo el Estado.
El "servicio de despiojamiento" enfocaría su trabajo en "cuantas personas sean portadoras de ectoparásitos", distinguiendo “especialmente” a aquellos "individuos que por su habitual desaseo y gran movilidad de desplazamiento" representaban "un positivo riesgo de mantenimiento y difusión de la enfermedad". En primer lugar citaba a los gitanos, seguidos de "vagabundos", "pordioseros" o, por último, "vendedores ambulantes".
"La Jefatura Provincial de Sanidad dictará a los Señores Inspectores Municipales de Sanidad las normas que han de regular los referidos servicios de despiojamiento que deberán ser organizados en ese término municipal en la medida que, sin perjuicio de su eficacia, lo consientan las posibilidad de orden material con que cuenta el municipio", precisaba el gobernador franquista de Bizkaia.
Manipulación de una enfermedad
La utilización de la epidemia del tifus para criminalizar a los "enemigos" de la dictadura –una categoría que acabaría incluyendo a las personas gitanas- fue señalada por la investigadora Isabel Jiménez Lucena, quién actualmente ejerce como profesora de la Universidad de Málaga en el área de Historia de la Ciencia, en un estudio publicado a comienzos de 1994 bajo un título que no deja lugar a dudas: El tifus exantemático de la posguerra española (1939-1943). El uso de una enfermedad colectiva en la legitimación del Nuevo Estado. A su juicio, "la utilización de la presencia de una enfermedad colectiva" permitiría a la dictadura "legitimar ideas y actuaciones que afectarían a diversos aspectos de la vida social no relacionados ya con el proceso salud-enfermedad".
Jiménez remarca que en aquel contexto de grave crisis sanitaria, "se procuró que la desfavorable coyuntura sanitaria no enturbiase la visión triunfalista que se quería proyectar con retórica imperialista y racial". "Por ello, un rasgo sobresaliente en el inicio del brote epidémico exantemático fue el intento de retrasar el reconocimiento de su existencia, en un empeño por ocultar las miserias del país;las autoridades pretendían dar una imagen sana, fuerte y limpia de la Patria que gobernaban, frente a la parte enferma, débil y sucia a la que habían derrotado", subraya. Tras ese silencio inicial, el brote de tifus fue "manipulado, hasta el punto de servir para reafirmar los argumentos integrantes de las doctrinas legitimadoras del Poder instituido".
Sucios y ladrones
El papel atribuido a los gitanos fue analizado por Xavier Rothea, investigador de la Université Paul-Valéry Montpellier III, en un estudio publicado por la Revista Andaluza de Antropología en septiembre de 2014. En ese estudio, el autor destaca que las personas de esa comunidad fueron "un contraejemplo social absoluto en la España franquista". De esta manera, señala que tanto las autoridades como los medios de comunicación y la Iglesia coincidían en presentarles como sinónimo de "suciedad" frente a la "limpieza" que, según la dictadura, encarnaba el "estándar social franquista".
En esa línea, también se presentaba a las mujeres gitanas como "disolutas" y promiscuas, a los niños como "retrasados" y a los adultos en general como perezosos y ladrones, frente a la "castidad", el "culto al trabajo" y el "respeto a la propiedad privada" que patrocinaba el régimen. El "despiojamiento" también fue parte de esa estrategia.
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