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La feroz represión no solo se vivía silenciada en las cárceles franquistas. Las desconocidas colonias penitenciarias maquilladas bajo campos de concentración hacinaban a miles de presos. Más de cuatro mil de ellos fueron recluidos en condiciones inhumanas en el municipio malagueño de Torremolinos a partir de marzo de 1938.
"Aquello fue un espacio infernal completamente al aire libre". Carlos Blanco es vecino e investigador. Sabe de lo que habla. Ha recogido demasiados testimonios demoledores de aquel lugar que se ubicaría hoy en la Casa de la Cultura, junto al muro sur del campo de fútbol de Pozuelo y muy próximo al Palacio de Congresos y Exposiciones de Torremolinos. "Los vecinos recuerdan la alambrada baja de aproximadamente un metro y medio, pero con alambres de espinos para que no fuera posible saltar, ya que en cada trecho había un soldado dispuesto a disparar", aclara a Público
Los datos registran cómo el Campo de Concentración de Prisioneros y Evadidos de Torremolinos, así reza su sello, llegó a concentrar a 4.494 presos en abril de 1939. Las condiciones de vida eran pésimas y el día a día se convertía en una auténtica tortura. "Por la mañana se formaba a golpe de corneta. Al mediodía recibían como única comida una lata de sardinas y al anochecer se realizaba el recuento". El suelo del campo era durante muchos días un auténtico campo de fango. "El terreno se embarraba, se encharcaba. Miles de presos se mojaban irremediablemente porque no había un lugar donde guarecerse".
Recuerdos como los de Conchi Quintana o Ana María Márquez atestiguan cómo su familia iba a dar de comer a los presos del campo. Ana relata que lo hacían a escondidas y entre los alambres de espino. "Muchas veces, al día siguiente algunos hombres ya no estaban. Nunca se supo más de ellos".
Condiciones infrahumanas de vida al aire libre
La agonía era continua en un campo donde el gasto medio por preso era de 1,60 pesetas diarias, sufragado por el Ministerio de Defensa Nacional. Otro momento verdaderamente dramático era cuando algunos de estos presos, procedentes en su mayoría de la provincia de Málaga, aunque había también de otros puntos de España, eran llamados por los altavoces del campo. "Muchos sabían que al día siguiente no iban a volver a verse", aclara Blanco.
Carlos destaca que "tampoco había servicios médicos, de forma que muchas personas murieron de enfermedad y de las lamentables condiciones que allí se daban".
En zanjas abiertas hacían sus necesidades, cubriéndose cuando se llenaban y cavando otras nuevas. Una alberca servía para regar las tierras del cortijo del Moro que había en los alrededores del campo, sin posibilidad de lavarse. Aquel escaparate humano que se vivía a la intemperie era dantesco, vigilado por escuadras de jóvenes falangistas armados. Sólo por la noche, ante la falta de luz eléctrica, se reforzaba la vigilancia.
Ocultación sistemática de la trágica realidad
El desconocimiento casi general en la ciudad de Torremolinos de esta dolorosa realidad es "fruto de la ocultación sistemática de la política represiva de la dictadura" y de sus herederos. Un aspecto agravado por la presencia en el Ayuntamiento como alcalde de uno de aquellos representantes del régimen: Pedro Fernández Montes, Consejero Local del Movimiento en 1971.
Fernández Montes, regidor desde 1995 hasta 2015 por el Partido Popular, ha intentado desmentir a la opinión pública cualquier prueba de aquella historia. "Allí no hubo un campo de internamiento, no de concentración", argumenta.
Las autoridades locales no han querido dar a conocer cómo la construcción de la primera terminal del aeropuerto de pasajeros de Málaga se llevó a cabo con mano de obra esclava. Tras la reanudación de los vuelos en 1938 y tras alcanzar un cierto grado de estabilidad social y económica, el Ayuntamiento de Málaga planteó una solicitud a la Jefatura de Infraestructura del Aire para iniciar la construcción de la primera estación de viajeros.
En junio de 1939 se aprobaba la compra de terrenos colindantes a la zona que circundaba el aeropuerto. El presupuesto de 169.034 pesetas fue muy elevado para ser plena posguerra, gracias al entonces alcalde Luis Gutiérrez Soto. La elevada cantidad obligaría al uso de mano de obra barata, para lo que se recurrió a los casi 4.000 presos políticos que, en esa fecha, se encontraban hacinados en el campo de concentración de Torremolinos.
Un expediente inédito: el de Francisco Navarro, fusilado
Las dificultades de acceso a la información sobre este recinto no han dejado en el olvido los escasos expedientes que se conservan de presos que pasaron por el campo, como fue el caso de Francisco Navarro Méndez, inédito hasta el momento. El investigador Manuel Llolet revela a Público cómo este expediente, hallado en el Juzgado Togado Militar Territorial número 23 de Almería, con claras referencias al campo de concentración, fue ocultado a la entrada del registro del gobierno local. "Poco querían saber ni conocer de los vecinos que habían estado internos", añade a Público.
Navarro es descrito en su indagatoria como un varón de 38 años, procedente de Alozaina, casado y con dos hijos. El expediente militar detalla sus rasgos personales: tipo alto y delgado, entradas en la frente, pelo rubio y ojos azules. La Justicia Militar lo inculpa por su pertenencia al sindicato de la CNT desde 1931.La sentencia firmada el 20 de septiembre de 1939 afirma que Navarro “participó activamente durante la dominación roja, participando en cuantos hechos y barbarie allí se cometieron”.
En su declaración ante el juez, Francisco Navarro es identificado con "su huella dactilar de su mano derecha por no saber firmar"
Este cenetista sería condenado por un delito de rebelión militar y se le imputa el presunto asesinato de una vecina de ideología derechista, Doña Ana del Río Gómez.
La escasa biografía de Navarro que revela el expediente sí deja entrever cómo al finalizar la guerra se trasladaría hasta Almería para seguir combatiendo en el frente. El juez manifiesta que su intento de salida hacia Extremadura, implantado ya el régimen, hizo que fuera capturado e internado en el campo de concentración de Torremolinos, desconociendo la fecha.
En su declaración ante el juez, Francisco Navarro es identificado con "su huella dactilar de su mano derecha por no saber firmar":
Los últimos papeles dentro del amplio documento muestran un trágico final. Navarro fue fusilado el 8 de noviembre de 1940. Manuel Lloret indaga, entre conjeturas, cómo Francisco Navarro podía haber permanecido en el campo hasta finales de 1939, fecha en la que se decreta el cierre del campo. Luego no se sabe más de su paradero.
La penúltima hoja confirma su enterramiento en el antiguo cementerio de San Rafael de la ciudad de Málaga donde fueron sepultados más de 4.000 cadáveres, de los que se llegaron a exhumar 2.840 cuerpos en el año 2009. El juez municipal que registró su fallecimiento fue Enrique Huelin, como reza el escrito cedido a Público:
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