http://cordopolis.es/2014/03/09/virgilio-pena-los-republicanos-fuimos-ejemplo-de-solidaridad-en-los-campos-de-concentracion/
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Dejemos que se presente él. “Mi nombre es Virgilio Peña. Puedes poner Córdoba si quieres, como segundo apellido, pero por Peña ya me conocen todos. Nací en Espejo el 2 de enero de 1914. Voy a cumplir 100 años”. Arquea una ceja, guiña un ojo y sonríe con la malicia divertida que le da el tener un siglo de vida.
No hace falta decir mucho más. Virgilio respira, suda y transpira puro siglo XX. Delante de los ojos de El Rubio, apodo que heredó de su padre -un obrero de ideas libertarias- han pasado las revueltas campesinas contra los señoritos que vio de niño, la bandera tricolor que enarboló siendo adolescente el 14 de abril del 31, militó en las juventudes comunistas, defendió la República con las armas y luchó en el Ejército Popular hasta su derrota y el exilio. Enrolado en la resistencia francesa, hizo la guerra a los nazis -”esos cabrones no me iban a joder”- y cayó prisionero por el chivatazo de un compatriota. Tres días en un tren de muerte le llevó al infierno: los campos de concentración alemanes. En Buchenwald sobrevivió 23 meses hasta que él y otros presos lo liberaron en 1945.
Tras más de 60 años en Francia, Virgilio habla con un suave rastro francés en sus vocales y en su vocabulario. Pero todo lo entrevera con los giros propios de la campiña y su acento original. Relata su vida como si todo le acabase de pasar, recordando datos, conversaciones, fechas y nombres como si las tropas franquistas acabasen de dar un golpe de estado o los nazis fuesen a tomar París mañana. Sus ojos brillan y su genio delata que tuvo hombres a su mando en las situaciones más duras. Y mantiene un humor -en muchas ocasiones negro tizón- inalterable.
Virgilio Peña es el siglo XX. Y ahora, nos lo va a contar.
PREGUNTA. ¿A qué se dedicaba su familia en Espejo?
RESPUESTA. Mi padre era obrero del campo, jornalero.
P. ¿Su madre también?
R. No, mi madre era señora de casa… ¿Cómo se dice en español? Ama de casa. Y más tarde, cuando murió mi padre en 1925, aprendió el oficio de churrera que aquí decimos jeringuera. Y estuvo haciendo jeringos unos 50 años. A mi madre se la conocía en Espejo como Elisa la de los jeringos.
P. ¿Fue usted a la escuela?
R. No he ido… bueno, fui tres meses. ¿Quieres que te diga por qué?
P. Sí.
R. Porque estuve hasta los 14 años sin bautizar. Es que mis padres fueron de los primeros en mi pueblo que se casaron civilmente, no por la Iglesia. Y ni mis hermanos ni yo fuimos bautizados.
P. ¿Sus padres eran de ideas de izquierdas?
R. Mi padre era de ideas sindicalistas. Se llamaba Rafael y fue uno de los organizadores de los sindicatos obreros del campo en mi pueblo y estuvo muchos años al frente de ellos junto a otras personas.
P. ¿De qué sindicato hablamos?
R. Entonces, en el pueblo era el Sindicato de Obreros del Campo, adherido a la CNT. Más tarde, en el año 31 o así, el sindicato dejó a la CNT porque hubo una mayoría de afiliados que eran socialistas y comunistas; así que se adhirió a la UGT. Todos en el sindicato respetaban mucho a mi padre, El Rubio Peña. Cada vez que había una reunión importante se recorrían los 10 kilómetros que había hasta el pequeño cortijo donde vivíamos, en El Castillejo, para pedirle que fuese a la reunión. Y eso pasó incluso cuando, al final, él tenía menos relación con los sindicatos. Pero cuando se convocaba una huelga, por ejemplo, los propios patronos reclamaban que El Rubio Peña estuviese en la negociación.
A mi padre le detuvieron. Los guardias entraron en casa, sacaron muchos libros y los quemaron en la plaza del pueblo. Más de 30 libros, todos lo que tenían un origen progresista
P. Era un buen negociador.
R. Sí, sabía negociar. Según me han contado, mi padre hizo mucho por los trabajadores y le querían mucho en el pueblo. La propia burguesía le respetaba. Y todo eso, a pesar de que mi padre no aprendió a leer y a escribir hasta los 16 años. Verás, él trabajaba en un cortijo en Santa Cruz y un día pasó un vendedor ambulante al que le compró un polvorón o un mantecado, no sé, que tenía algo escrito en el envoltorio. Mi padre le pidió a un compañero de la cuadrilla un poco mayor que se lo leyese. “No”, le respondió, “no tienes más que aprender”. Y mi padre le dijo que al año siguiente ya leería igual que él o mejor. Y así hizo. Aprendió. Entonces, empezó a leer muchos libros y periódicos. No tenía librería pero hacía canastos con las varetas de los olivos, iguales a los que usaba para recoger la aceituna. Y estaban llenos de libros de gente como Víctor Hugo. Y también de periódicos, aunque mi madre los terminó usando para envolver los jeringos. Es que aquello de la higiene, entonces, era distinto, ¿sabes…?
P. ¿Y qué pasó con los libros?
R. Muchos los quemó la Guardia Civil cuando el movimiento del 18 [Virgilio se refiere aquí al inicio del conocido como Trienio Bolchevique de 1918, una etapa de tres años en la que el campo andaluz se levantó como reflejo de la Revolución Rusa de un año antes]. A mi padre le detuvieron. Los guardias entraron en casa, sacaron muchos libros y los quemaron en la plaza del pueblo. Más de 30 libros, todos lo que tenían un origen progresista. Años más tarde, cuando yo aprendí a leer, con mi padre ya muerto, clasifiqué los libros que quedaban y que eran muchos. Y mi madre, ya sí, compró una librería.
P. Virgilio, volvamos a la escuela, ¿por qué estudió allí solo tres meses?
R. Me da vergüenza decirlo, pero en fin… Verás, en aquella época la Iglesia mandaba misioneros a los pueblos. Algunos de ellos visitaban a mi madre y le insistían en que nos bautizara. De tanto insistir, mi madre decidió bautizar a mis tres hermanos más jóvenes (dos chicas y un chico), pero a mi hermano pequeño y yo, que era el mayor, nos dio libertad. Así que los dos solos, siendo niños todavía, decidimos que nos bautizaran porque a pesar de todo, íbamos a seguir con las mismas ideas que nuestro padre. Pero el maestro de escuela del pueblo dijo que aquello de bautizarse sin saber leer ni escribir, era algo erróneo y pasamos tres meses en la escuela. Y ahora quiero contarte una anécdota, ¿puedo?
P. Por favor.
R. Hay en mi pueblo un castillo que es de los Duques de Osuna. Pues bien, la dueña de entonces vino al cortijo donde yo estaba; vino atravesando el río montada en una bestia para decirnos que si nos bautizábamos, ella se hacía responsable de darnos una carrera de lo que quisiéramos elegir. Y mi hermano y yo le dijimos que no, que se fuera a freír leches porque no queríamos saber nada ni de ella ni de sus carreras. Mi hermano y yo fuimos tontos en ese sentido. Y al final, resulta que nos bautizamos por nada.
Tengo el orgullo de ser de los primeros que en mi pueblo gritó libremente ¡Viva la República!
P. ¿Cuándo comenzó su actividad política?
R. Oficialmente, comenzó a partir de 1932.
P. Con la República ya asentada.
R. Sí. Y si quieres te cuento una cosa de la República, ¿quieres?
P. Claro.
R. Para lo que te va a costar (ríe).
P. Yo estoy aprendiendo Virgilio. Lo que usted me está contando, lo que usted vivió, ya solo se puede leer en los libros.
R. Pues mira, cuando en el año 31 entró la República ya se había creado en España, y también en mi pueblo, la llamada unión de izquierdas, con todos los sindicatos y los partidos. Y cuando el 14 de abril del 31 estalló la República -así es como lo decíamos en mi pueblo, no decíamos proclamación, decíamos estallido- yo ya era simpatizante, aunque no estaba afiliado a ningún partido. El caso es que por aquel entonces estaba un poco malucho y estaba en casa de mi madre para que me cuidara. Me había prohibido que viajase -antes llamábamos viajar a irnos los 15 o 20 días a trabajar al campo- y me quedé con ella para engordar, porque yo estaba así de flaco [muestra su dedo meñique]. Pero en aquellos días, siempre que terminaba de comer me iba a la sede de la unión de izquierdas, donde yo era el más joven de los siete u ocho que lo formaban. Pues bien, un día llegó un cartero y preguntó por el encargado, que cojeaba de una pierna y llamábamos el Cojo de Romanones [juego de palabras con el Conde de Romanones] el famoso político… “Me han dicho que le entregue este telegrama en mano”, le dijo el cartero. Y cuando el encargado lo abrió, dijo: “Se proclama la República”. Entonces, otro chico y yo cogimos la bandera republicana que ya teníamos preparada en una caña y la sacamos a la calle. Y tengo el orgullo de ser de los primeros que en mi pueblo gritó libremente ¡Viva la República! E inmediatamente, pusimos la bandera en el balcón de nuestra sede.
P. ¿Qué fue la República para usted?
R. Fueron años increíbles para todos nosotros, los trabajadores y los obreros del campo. La llegada de la República nos dio una bofetada de aire de libertad a todos. Fíjate, a principios de junio del 31, recién llegada la República y cuando comenzaba la cosecha de verano, el Gobierno decretó que no se podía trabajar más de ocho horas, cuando antes trabajábamos de sol a sol. Y los segadores, los que cortábamos las habas, el trigo y todo eso, no podíamos trabajar más de siete horas y media. Y también se creó un sistema de jurados mixtos y una ley de desahucios que impedía que te echasen a la calle como les diese la gana. Si lo hacían, te ibas a los jurados mixtos, veían si quien tenía razón era el patrón o el obrero pero no te podían echar a la calle así como así… ¿Te das cuenta de que te estoy dando una lección de historia?
P. Desde luego.
R. Con los cambios en la República ya comencé a aprender a leer, porque tenía tiempo para estudiar un poco.
P. Y en el 32, comienza su actividad política oficial. ¿A qué partido se afilió?
R. A las juventudes comunistas. Ese año, el Partido Comunista que había salido de la clandestinidad, ya tenía un Comité Central como es debido, con el secretario general al frente, el sevillano Pepe Díaz, con Dolores Ibárruri, con el bilbaíno Vicente Uribe. El partido ya tenía una responsabilidad delante de las masas. Y es entonces, cuando un pariente mío, trabajando en el campo, me explica lo que eran las juventudes comunistas y su sentido; nos dio prensa a leer…. Y los cuatro que trabajábamos con él salimos ya convencimos y nos hicimos del partido. Es ahí donde yo empecé a estar en una verdadera organización y sujeto a una disciplina.
La llegada de la República nos dio una bofetada de aire de libertad a todos
P. ¿Cómo recuerda el golpe de estado del 18 de julio de 1936?
R. Al principio fue un barullo. Ni unos ni otros teníamos el control de mi pueblo. Dos días más tarde del golpe, parecía que éramos nosotros los que teníamos el pueblo, pero luego vino de Córdoba una compañía de militares y de chorizos que habían recogido por la ciudad y se quedaron con Espejo. Y salimos huyendo a Castro del Río. Yo iba con el alcalde de Espejo de entonces [Francisco Jiménez] que respetaba mucho a mi padre y se consideraba un discípulo de él. Y yo, a su vez, me consideraba un discípulo del alcalde.
En Castro del Río los burgueses y los Guardias Civiles se cagaron de miedo con los mineros de Linares
Castro del Río estaba en zona republicana, aunque el cuartel de la Guardia Civil resistía y allí se habían refugiado la burguesía y los guardias adheridos a la rebelión golpista. Debía de ser el 21 o el 22 de julio. Y entonces, llegaron mineros de Linares y Las Carolinas con armamento y dinamita. Apareció también un capitán de artillería que se había escapado de Granada para unirse a la República y se presentó ante los mineros para ayudarles. Les hizo un croquis con lápiz y papel y les fue diciendo dónde tirar, dónde poner la dinamita… Y cuando comenzaron a tirar, los burgueses y la Guardia Civil se cagaron y comenzaron a salir.
Mi batallón se llamaba Garcet, que fue el primer diputado comunista de Córdoba. No lo abandoné hasta cruzar la frontera con Francia
Cuando terminó aquello, nosotros salimos rumbo a Espejo para reconquistarlo. Nos dijeron que los ricos se estaban marchando del pueblo. Los mineros vinieron con nosotros y tomamos el pueblo. Una vez que los mineros se marcharon, nos organizamos en dos grupos de milicias en el pueblo, un grupo de marxistas y una centuria de anarquista. El alcalde estuvo a la cabeza de ambos grupos unos pocos días, pero enseguida le dio el mando a otro vecino de Espejo que había hecho el servicio militar y que conocía un poco mejor el mecanismo de las armas para mantenerlas, cargarlas, apuntar y disparar. Este mando se convirtió en mi jefe hasta que pasamos la frontera de Francia, más de dos años después.
El objetivo era llegar a un alto cercano desde el que se ve Córdoba y poder bombardear el aeropuerto de entonces, donde habían aterrizado ya aviones italianos
Después vino de Valencia un comandante que se llamaba Pérez Sala con el Quinto Ligero de Artillería de Valencia[Aquí, Virgilio hace referencia a parte de la llamada columna Miaja que, siguiendo órdenes del general republicano, trató de tomar Córdoba para la República el primer mes de la guerra]. Eran muchos militares. Y se pararon afuera del pueblo, en un olivar que llamamos el Plantonar. Hasta allí fuimos el alcalde de Espejo y yo para ponernos a su servicio. Yo siempre iba con el alcalde. “Vente, rubito”, me decía. Y allí iba yo con él. El alcalde, además, había sido pastor y conocía perfectamente todos los caminos, las veredas y las carreteras. Pues bien, el 20 de agosto atacamos a Córdoba. El objetivo era llegar a un alto cercano desde el que se ve Córdoba y poder bombardear desde allí el aeropuerto de entonces, donde habían aterrizado ya aviones italianos. Pero no pudo ser y retrocedimos, poniendo el estado mayor en el castillo de Espejo, rodeado de ametralladoras. Apostó a sus fuerzas en las casas y en los cortijos de alrededor. Así cuando ellos [las tropas franquistas] atacaron, nosotros ya no éramos solo la gente del pueblo, sino que éramos fuerzas organizadas. Cuando nos atacaron yo ya tenía el fusil que antes nunca tuve.
P. ¿Por qué lugares pasó usted durante la guerra?
R. Cuando abandoné mi pueblo fui a Castro del Río, de allí a Bujalance, de allí a Villa del Río, luego a Villanueva de Córdoba. Ese fue mi primer ataque fuerte de la guerra, integrado en el Ejército Popular. Fue en la zona de Pozoblanco y me hirieron. De allí salimos a Talavera a intentar cortar una cabeza de puente de ellos. Y lo hicimos. Mi batallón se llamaba Garcet, que fue el primer diputado comunista de Córdoba [Bautista Garcet, fusilado en Córdoba en 1936]. Y tampoco lo abandoné hasta cruzar la frontera. [Virgilio también luchó en las batallas de Teruel y el Ebro, entre otras].
P. Pasaron por el Pirineo.
R. Claro, hasta llegar a la arena [las playas francesas donde se instalaron los primeros campos de refugiados españoles].
P. Hábleme del campo de refugiados.
R. (Silencio) Aquella época fue muy dura. También quiero dejar claro que los españoles somos una nación de criticones y criticamos mucho a los franceses por cómo estaba eso. Pero si no nos hubieran dejado pasar qué hubiera pasado. Habían cerrado la frontera 20 días antes y se había amontonado medio millón de personas. Claro, al abrirse fue como cuando se abre una gaseosa, todo de golpe. Y entramos todos a la vez. Y no hacíamos más que criticar, yo mismo criticaba. Pero luego me he dado cuenta de que yo mismo era tonto perdido porque si me cogen en la frontera… adiós muy buenas y me alegro de haberte conocido. Y es que también estaban bombardeando a las columnas de refugiados… El caso es que llegamos a la arena. Y la arena era la nada, la arena era como esta mesa, no había más que eso y la mar. Y un frío brutal porque era comienzos de febrero.
Criticamos mucho a los franceses por cómo estaban los campos de refugiados. Pero al menos nos dejaron pasar, si no qué hubiera ocurrido
Luego fueron poniendo alambradas. Allí estuve hasta el 20 de diciembre del 39, cuando salí en una compañía de trabajadores. La guerra había empezado el 1 de septiembre [con la invasión alemana de Polonia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a los nazis] y no nos daban más opción: a las fuerzas de trabajo o a la frontera. Y cuando oías la palabra frontera se te ponía el pelo frío y todo. Estuve en la compañía hasta que los alemanes invadieron Francia, en 1940
P. Eso fue en junio.
R. Sí, nosotros habíamos estado haciendo casas por la zona de Burdeos para una parte del Ejército polaco que se había escapado de su país y estaban allí como nosotros, los españoles, refugiados. Pero Polonia y Francia tenían un tratado de amistad y les acogieron como es debido. En fin, que cuando estaban a punto de llegar los alemanes un capitán francés que había sido prisionero de guerra en el 14, nos dijo que ya no mandaba más sobre nosotros y nos invitó a irnos donde quisiéramos, pero siempre en grupos que no fuesen mayores de cinco personas. Pero adónde íbamos a ir, no teníamos nada, ni permisos, ni papeles, éramos apátridas. Fuimos a Burdeos porque nos habían dicho que allí el dirigente socialista español [Indalecio] Prieto y compañía, junto al Gobierno de la República, habían puesto unos barcos al servicio de los republicanos para llevarnos a Chile, a Argentina, a México…
Un día se presentó un capitán alemán y yo me dije, a mí esta gente no me va a joder. Y comencé en la resistencia
Cuando estábamos cerca de Burdeos nos paramos y nos encontramos con otros grupos de españoles que nos advirtieron de que allí no había nada de barcos. Y a los que venían conmigo, que habían servido bajo mis órdenes en la guerra y pensaban que yo seguía mandando igual, les dije que nos volvíamos. Fuimos a parar a la zona ocupada por los alemanes. Estuvimos dos o tres días en un pueblecito con un local grande con otros muchos refugiados de todas las razas y nacionalidades. Y los alemanes parecían despreocuparse de nosotros, hasta que un día se presentó un capitán alemán y yo me dije, a mí esta gente no me va a joder. Y le dije a los que estaban conmigo que me iba de allí a buscar lo que fuese hasta que todo se calmase. Y así fue. Me marché y tuve la suerte de encontrar un sitio donde me acogieron para trabajar y estuve allí cerca de dos años con ellos. Hasta que comenzó la Resistencia y yo comencé a joderles un poco en eso de la resistencia a los alemanes. Eso fue a últimos del 42…
P. ¿Estuvo en grupos comunistas de resistentes?
R. La resistencia no era solo de comunistas. Éramos gente que no estábamos de acuerdo con Hitler. Pero en fin, es cierto que en mi grupo éramos todos españoles y comunistas de las Juventudes Socialistas Unificadas. Y ahí estuve hasta que me detuvieron a principios del año 43.
P. ¿Le detuvo la policía francesa?
R. Sí, pero por el chivatazo de un español con el que había estado en las compañías de trabajo y en el principio de la resistencia. Pero le cogieron antes que a mí, le pegaron dos guantazos y cantó como Marchena, denunciando a todos los que conocía. Cuando yo caí lo hice solo y yo no denuncié a nadie. Cuando terminó la guerra y regresé de Alemania, algunos españoles me abrazaron tan fuerte que… Y todo porque yo no había dicho nada.
P. ¿Cómo le detuvieron?
R. Me detuvieron en un barrio de Burdeos al que no entraban ni los alemanes. Había carteles que ponían “zona prohibida al ejército alemán” y todo. Pero me detuvieron allí, en un hotel donde había alquilado una habitación hacía un tiempo. Una noche, cuando volvía del trabajo, la patrona me dijo que habían estado unos señores buscándome y que volverían en otra ocasión. Y yo, en vez de largarme, me quedé, inocente de mí. Pensé que sería por algún problema de papeleo y cuando llegué otro día, me los encontré. Me llevaron con ellos y al día siguiente empezaron los interrogatorios. Y me calentaron las costillas porque se ve que las tenía un poco frías, claro, era el 18 de febrero… (risas). Y así, estuve semana y media; venían un día sí y otro no, a lo mejor dos días seguidos… Hasta que vieron que no había nada que estrujar y me dejaron para entregarme a los alemanes. Con ellos, entre unos sitios y otros, estuve tres o cuatro meses, hasta que me metieron en un campo que llamaban Compiègne y que era donde encerraban a todos los presos políticos vinculados a la resistencia. Y de allí salían también los trenes rumbo a Alemania.
A mí me entregaron a los nazis por el chivatazo de un español
P. ¿Sospechaban algo de lo que les esperaba?
R. No porque no habíamos oído hablar a nadie de esto. Nadie sabía adónde íbamos ni cómo íbamos a ir. Sólo sabíamos que íbamos a Alemania pero adónde, cómo y a qué no lo sabíamos. Creíamos que nos llevaban para trabajar pero, cuando te sacan del campo, llegas a la estación y ves un tren de mercancías de 30 o 40 vagones de transporte donde meten a más de 3.000 personas, pues claro, te das cuenta de que algo pasa. En los vagones veíamos carteles que decían que cabían ocho caballos o 40 hombres y éramos cerca de 100 personas en cada vagón. Eso fue criminal. Cuando subimos, hubo uno que dijo: “Vamos a organizar esto como es debido”. ¿Cómo?, le pregunté. “Vamos a tratar de que una mitad esté sentada y la otra de pie. Y que luego se cambien”, me dijo. ¡Bah! ¡Cojones, allí no hubo hubo orden ninguno!
P. ¿Cuántos días tardaron en llegar?
R. Tardamos tres días y dos noches. Pasé todo ese tiempo colgado de dos dedos a una manilla para atar a los animales; esperando a que el tren corriera. Yo estaba cerca de la puerta y por ahí entraba un poco de aire y cuando entraba aire, sacaba la lengua y lamía los tornillos que se mojaban por la propia transpiración de las personas que estábamos ahí.
Los policías me calentaron las costillas porque se ve que las tenía un poco frías, claro, era el 18 de febrero…
P. Porque no había ni agua ni comida ni…
R. ¡Ni pollas! Perdón… no, no había nada de eso. En el vagón sólo había una alpaca de paja extendida por el suelo y un bidón de un metro de alto para orinar y hacer sus necesidades. Y parecía que la gente no había orinado en su vida. Yo creo que no oriné en todo el viaje, pero antes de arrancar nos dieron un cacho de pan y un trozo de embutido y no sé si lo habían envenenado o qué pero la gente no paró de mear y de cagar. Aquel bidón al día siguiente lo volcaron y toda la mierda y los orines se extendieron por el suelo. Aquello olía como una zahúrda para criar a los cerdos. Cuando respirabas parecía carburo. Imagina el olor, el calor, los gritos: “¡Agua, agua!”. ¡Qué coño te van a traer agua! “¡Mamá, mamá!”. Sí, llama a tu madre, llama. Te diré una cosa, nunca perdí el conocimiento en ningún momento. Estaba con la mano enganchado y con la pierna levantada encima de alguien. Pero no mirabas quién era porque solo mirabas para salvar tu vida. Ahí no había otra cosa que salir vivo. Y cuando había oleadas de gente, que ocurrían de vez en cuando dentro del vagón, yo empujaba con el pie para salvarme yo. No sé a quién le daba pero yo lo único que quería era salvar mi propia vida. Y eso es lo que hice.
P. Y llegaron al campo de Buchenwald.
R. Sí. Me dijeron que en el viaje murieron más de 30 personas asfixiadas. Pero nada más llegar no tuve tiempo de preocuparme de eso. Me preocupé de un señor que nos escuchó a mí y a un compañero hablar en español y se nos había acercado. Resulta que era un responsable de la resistencia de Anguelema, pero también había sido piloto de la guerra del 14 y le habían dado un balazo que le había atravesado todo el tronco de brazo a brazo sin dañarle ningún órgano vital, aunque no podía servirse de sus brazos bien. Cuando llegamos al campo, le ayudé a bajar del vagón porque él solo no podía y en ese momento un alemán me dio un culatazo en la espalda que me parece que me duele todavía. Solo por salvarle la vida a este hombre.
El vagón olía como una zahúrda para criar a los cerdos. Cuando respirabas parecía carburo
P. En Bunchelwald estuvo hasta la liberación.
R. Solo salí una vez. Fue cuando bombardearon el 24 de agosto de 1944 todo lo que eran las industrias que rodeaban el campo. Pero en el campo solo cayó una bomba en una barraca donde se fabricaban los instrumentos de guía para las bombas esas…
P. Las V1 y las V2.
R. Exacto. Yo no sé cómo los americanos estaban tan bien informados pero el caso es que la barraca bombardeada, que era de ocho o diez metros de largo, se destruyó justo en la mitad donde estaban los talleres de fabricación de eso. Porque las bombas se fabricaban esencialmente en una especia de campo subterráneo que se construyó cerca, que lo llamaban Dora. Allí murió mucha gente…
P. ¿Cuál era su trabajo en Buchenwald?
R. Había dos fábricas de armamento, otra de muebles, donde yo estuve, y una cantera de donde sacan piedra para construir casas y carreteras. Con unas condiciones de trabajo que eran más que terribles. Las muertes de ese campo eran principalmente por el agotamiento del trabajo y del hambre. Estaba calculado por los científicos del campo -que había muchos- que con los que nos daban de comer, un hombre podía vivir como máximo 15 días. Y eso, sin trabajar. Yo sobreviví 23 meses bajo el control de los alemanes en el campo.
P. ¿Cómo hizo para sobrevivir?
R. Pues como se puede hijo de mi alma, como se puede. Esas son las cosas que te las tienes que buscar y aprovechar… Por ejemplo, al campo solían entrar camiones cargados de tablas de madera y hacíamos unas pilas separadas por listones más gordos para que pasara el aire y la madera se secara mejor. Y a medida que se iba secando esa madera, la ibas utilizando para los muebles. Y cuando ya estaba casi seca completamente, la llevábamos a un sitio que llamábamos el crematorio de la madera. Allí había unas máquinas que daba aire caliente para terminar de secarla bien. El caso es que de los que estábamos por allí, yo era el único campesino y me daba cuenta de que entre la madera se criaban cardos blancos como si fuera una lechuga. Y nadie lo sabía, pero cuando los vi empecé a comérmelos porque era el único que sabía que se podían comer. Así que cada vez que tocaba hacer una pila de madera, andábamos casi a palos con los polacos o los rusos para comernos la hierba blanca que crecía debajo. Lo malo es que luego te daba una cagalera… (risas). Eso ayudaba a vivir, pero no era todos los días.
En el tren, lo único que quería era salvar mi propia vida. Y eso es lo que hice
P. ¿Tenían ustedes algún tipo de organización dentro del campo?
R. En nada que empezaron a llegar los españoles, que tal vez no superábamos los mil, el 90% éramos comunistas o de la JSU. Los españoles les hemos dado un ejemplo a las demás naciones de organización porque inmediatamente se organizó un comité de solidaridad. Había gente que recibía un paquete de ayuda y una parte se tenía que dar al comité de solidaridad: garbanzos, judías, lentejas… Teníamos muy buena amistad con la cocina y al cocinero le pedíamos que un día lo cociera todo a la vez y eso se repartía a los más endebles, a la gente más débil. A mí no me mandaban paquetes, pero trabajaba en ese comando de los muebles y cada semana sí que me daban un paquete de cigarrillos que supuestamente era tabaco pero yo creo que no porque… era una cosa verde lo que llevaba dentro y que decían que era de Yugoslavia. En fin, que ese paquete de cigarrillos yo lo podía cambiar por un pan enorme para mí solo, pero nunca lo tuve porque daba los cigarrillos al comité de solidaridad. Eran para mi camaradas. Me moría de hambre pero yo lo daba. Por eso digo que los españoles hemos dado una lección de educación, porque no había nunca una pelea entre nosotros. Allí no discutíamos de política, allí discutíamos de la vida.
P. ¿Cómo fue la liberación?
R. El campo lo liberamos nosotros, no lo hicieron los americanos. Cuando llegaron los americanos ya llevábamos cuatro horas libres. Pero llevábamos bastante más tiempo ya organizados militarmente por grupos de guerrilleros. Y los que trabajaban en las fábricas de armamento habían ido recogiendo poco a poco armas: una metralleta por aquí, dos por allí, un fusil… Y las escondimos en el campo hasta que llegó el 11 de abril de 1945. Los americanos atacaron y se pararon a cuatro o seis kilómetros y estuvieron dos días allí quietos. Luego atacaron de nuevo y el que estaba en la torreta de transmisiones del campo olvidó arrancar una de las clavetas y dijo, atención, los tommies se acercan al campo. Y lo oímos todos. Los americanos se acercaban. Entonces, el comité internacional de la resistencia del campo, compuesto por 17 nacionalidades, llamó a las armas. Y atacamos. Yo mandaba un grupo de ocho hombres y fui a cortar las mismas alambradas eléctricas a las que había visto gente arrojarse y quedar como el capote de un cura por los 3.000 voltios que tenían. Pero en ese momento ya habían cortado la electricidad. Así que cortamos las alambradas, salimos del campo y cogimos prisioneros, la mayoría de ellos fascistas ucranianos agregados al ejército alemán.
En Buchenwald andábamos casi a palos con los polacos o los rusos para comernos la hierba blanca
Al día siguiente, nos organizamos por nacionalidades. Los franceses, inmediatamente, fueron reclamados por su Gobierno y fueron los primeros en regresar a Francia. Ellos nos dijeron que volviésemos con ellos pero nuestra dirección política dijo que no, que íbamos a salir todos juntos porque íbamos a entrar a España todos juntos… Sí, claro, ¡Toma!
P. ¿Había entonces una idea de intentar seguir la guerra en España para echar a Franco?
R. Sí, de intentarlo… pero yo lo que quería realmente era volver a mi pueblo a ver a mi familia, nada más.
P. Así que se quedaron en el campo.
R. Sí. Éramos apátridas, no teníamos nadie que nos reclamara, no teníamos adónde ir. Pero en un pueblo cercano, teníamos un contacto que era un militar francés que había estado en la resistencia con los españoles y nos prometió que si salíamos nos llevaba a Francia. Teníamos que lograr salir del campo y para eso contamos con la ayuda de los italianos. Es que allí había muchos italianos de los que habían hecho la guerra en España a favor de la República. Y había gente nuestra que había hecho la guerra con ellos y se conocían. Juntos, acordamos hacernos pasar por italianos y nos cambiamos las letras del uniforme, descosiendo la S [inicial de Spanien] de los uniformes de los prisioneros españoles y cosiendo la I de los italianos. Los americanos no se dieron cuenta y salimos tranquilamente hasta ese pueblo, donde nuestro contacto cumplió y nos mandó a Francia por Bélgica en camiones y en trenes.
P. Y después de la guerra…
R. Después de la guerra, la paz, la paz. Tres hijas, un hijo, nueve nietos y una bisnieta más bonita que un San Luis.
yo lo que quería realmente era volver a mi pueblo a ver a mi familia, nada más
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