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Las fosas del cementerio del Sucu-Ceares.
Fueron más de 1.300 las ejecuciones derivadas de condenas en juicios sumarísimos que tuvieron que ver las piedras del “paredón” del cementerio del Sucu–Ceares de Gijón.
Tras cumplir la última pena, los cuerpos sin vida eran enterrados sin orden, ni control, en un prado situado entre el cementerio civil y el católico. No fueron los únicos en ser inhumados allí, ya que El Sucu se convirtió en el destino favorito de los falangistas para asesinar a numerosos republicanos que no había sido sometidos a ningún tipo de juicio.
Como no podían controlar a todos los grupos de asesinos a sueldo con que contaban, los paseos se extendieron por todo el concejo y era habitual ver cadáveres tirados en Roces, La Pedrera y Puente Seco.
Como los falangistas que integraban el “nuevo” consistorio presumían de ser muy “pulcros”, algo que según ellos les diferenciaba del resto de los concejos de la región, hicieron lo imposible para evitar tener docenas de fosas diseminadas a diestro y siniestro y para ello no se les ocurrió otra cosa que fletar un camión que diariamente se encargaba de trasladar al Sucu lo que ellos calificaban como “carroña”.
El prado en cuestión pronto se convirtió en un lugar de culto donde las víctimas de fusilamientos y paseos, eran honrados de manera clandestina por madres, viudas e hijos. También asistían allí las de todos los desaparecidos de los que se desconocía cuál había sido su final.
En una de las ocasiones en que los familiares visitaron el cementerio para poner flores observaron como varios trabajadores municipales comenzaban a levantar las fosas para exhumar restos. Aquella visión traumatizó a la mayoría, pero no a Rafaela Lozano, «una madre coraje» que en aquel momento dio inicio a una lucha titánica para que su hijo recibiera una sepultura digna.
En 1959 Rafaela llegó a pasar días y noches en el Ayuntamiento para que le permitiesen buscar en el cementerio el cuerpo de su hijo, enterrado en la fosa común. Sin respuestas en Gijón, viajó a Roma y volvió con una carta del Papa Juan XXIII ordenando al obispo que le permitiera acceder al camposanto. De ahí surgió la construcción de aquel primer monolito, después de que madres, mujeres e hijas de fusilados desenterraran y unieran allí los huesos de sus muertos.
El primer plazo de la deuda que los gijoneses tenemos contraída con los luchadores por la libertad lo pagamos con la construcción del segundo monolito, que fue inaugurado el 14 de abril de 2010 por la alcaldesa Paz Fernández Felgueroso, estando presentes también el concejal de Cooperación Internacional y Cultura Tradicional, Jesús Montes Estrada, de IU, quien fue el verdadero artífice de que se llevara a cabo la construcción, y el de Urbanismo, Pedro Sanjurjo,
En su intervención Estrada recordó que durante quince años se produjeron fusilamientos en la ciudad que determinaba un tribunal de guerra en sesiones de 45 minutos. Lamentó que la conocida como "la situación de paz de los cementerios" olvidaba a la justicia y a la piedad con la que se debió de tratar a las muertes del bando republicano y recordó como durante la dictadura algunas personas llevaron algún símbolo de recuerdo a la fosa del Sucu, rememorando el episodio, en el que intervino personalmente, en el que se eliminó la cal que cubría el "paredón" del cementerio, para dejar al descubierto los millares de marcas de bala.
El monolito tiene forma de libro y cada página corresponde a un año en concreto con los nombres de las víctimas que fueron asesinadas en ese periodo de tiempo, dejando varias en blanco para añadir nuevos nombres.
La investigación previa que permitió poner nombres y fechas fue llevada a cabo por la historiadora Enriqueta Ortega y el investigador Luis Miguel Cuervo, quienes lograron identificar a 1.934 víctimas. Posteriormente, previa solicitud de sus familias, se añadieron otros seis nombres.
Tras cumplir la última pena, los cuerpos sin vida eran enterrados sin orden, ni control, en un prado situado entre el cementerio civil y el católico. No fueron los únicos en ser inhumados allí, ya que El Sucu se convirtió en el destino favorito de los falangistas para asesinar a numerosos republicanos que no había sido sometidos a ningún tipo de juicio.
Como no podían controlar a todos los grupos de asesinos a sueldo con que contaban, los paseos se extendieron por todo el concejo y era habitual ver cadáveres tirados en Roces, La Pedrera y Puente Seco.
Como los falangistas que integraban el “nuevo” consistorio presumían de ser muy “pulcros”, algo que según ellos les diferenciaba del resto de los concejos de la región, hicieron lo imposible para evitar tener docenas de fosas diseminadas a diestro y siniestro y para ello no se les ocurrió otra cosa que fletar un camión que diariamente se encargaba de trasladar al Sucu lo que ellos calificaban como “carroña”.
El prado en cuestión pronto se convirtió en un lugar de culto donde las víctimas de fusilamientos y paseos, eran honrados de manera clandestina por madres, viudas e hijos. También asistían allí las de todos los desaparecidos de los que se desconocía cuál había sido su final.
En una de las ocasiones en que los familiares visitaron el cementerio para poner flores observaron como varios trabajadores municipales comenzaban a levantar las fosas para exhumar restos. Aquella visión traumatizó a la mayoría, pero no a Rafaela Lozano, «una madre coraje» que en aquel momento dio inicio a una lucha titánica para que su hijo recibiera una sepultura digna.
En 1959 Rafaela llegó a pasar días y noches en el Ayuntamiento para que le permitiesen buscar en el cementerio el cuerpo de su hijo, enterrado en la fosa común. Sin respuestas en Gijón, viajó a Roma y volvió con una carta del Papa Juan XXIII ordenando al obispo que le permitiera acceder al camposanto. De ahí surgió la construcción de aquel primer monolito, después de que madres, mujeres e hijas de fusilados desenterraran y unieran allí los huesos de sus muertos.
El primer plazo de la deuda que los gijoneses tenemos contraída con los luchadores por la libertad lo pagamos con la construcción del segundo monolito, que fue inaugurado el 14 de abril de 2010 por la alcaldesa Paz Fernández Felgueroso, estando presentes también el concejal de Cooperación Internacional y Cultura Tradicional, Jesús Montes Estrada, de IU, quien fue el verdadero artífice de que se llevara a cabo la construcción, y el de Urbanismo, Pedro Sanjurjo,
En su intervención Estrada recordó que durante quince años se produjeron fusilamientos en la ciudad que determinaba un tribunal de guerra en sesiones de 45 minutos. Lamentó que la conocida como "la situación de paz de los cementerios" olvidaba a la justicia y a la piedad con la que se debió de tratar a las muertes del bando republicano y recordó como durante la dictadura algunas personas llevaron algún símbolo de recuerdo a la fosa del Sucu, rememorando el episodio, en el que intervino personalmente, en el que se eliminó la cal que cubría el "paredón" del cementerio, para dejar al descubierto los millares de marcas de bala.
El monolito tiene forma de libro y cada página corresponde a un año en concreto con los nombres de las víctimas que fueron asesinadas en ese periodo de tiempo, dejando varias en blanco para añadir nuevos nombres.
La investigación previa que permitió poner nombres y fechas fue llevada a cabo por la historiadora Enriqueta Ortega y el investigador Luis Miguel Cuervo, quienes lograron identificar a 1.934 víctimas. Posteriormente, previa solicitud de sus familias, se añadieron otros seis nombres.
Verdad, Justicia y Reparación.
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