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LA TUMBA DE CLAUDIO ESTÁ EN LA BODEGA
Jueves,
09 de Octubre de 2014 07:59
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. La
ARMH prepara en Villalibre la exhumación de un miliciano que murió mientras se
escondía en su casa de las represalias . . . Su hermana soltera vivió toda su
vida en la misma vivienda, con miedo a contarlo.
Diario de León / CARLOS FIDALGO
/ 09-10-2014
El arqueólogo forense de la
ARMH, René Pacheco, iluminaba ayer con un foco el lugar donde enterraron a
Claudio Macías en la bodega de su casa de Villalibre. - l. de la mata
Detrás de una puerta verde de
madera, con el nombre de la última habitante de la casa, Manuela Macías
Fernández, escrito en el dintel para que el cartero le dejara las cartas,
aparece la bodega. A la izquierda se vislumbra un viejo aparador cubierto de
telarañas, revistas del corazón de hace quince años esparcidas por el suelo,
una balanza romana junto a la pared de piedra y un despertador carcomido sobre
una repisa, parado a las tres y media. Al fondo, en el rincón más oscuro de la
estancia y el más húmedo, se encuentra la tumba de Claudio.
Condenado a diez años de cárcel
por participar en la revolución de 1934, amnistiado por el Frente Popular y
combatiente en el Ejército republicano durante el primer año de la Guerra
Civil, Claudio Macías Fernández había regresado a su casa de Villalibre de la
Jurisdicción (Priaranza) en el otoño de 1937, al igual que otros cientos de
milicianos bercianos, cuando el frente de Asturias se derrumbó y las tropas de
Franco entraron en Oviedo y en Gijón. Soltero y de poco más de treinta años, Claudio
murió posiblemente de una neumonía, mientras se escondía en su casa de las
represalias que ya le habían costado la vida a su hermano Arsenio, de 16 años,
asesinado por no delatarle y enterrado en la curva de la N-536 en Villalibre, a
quinientos metros del pueblo.
Claudio se sintió morir y
preparó su entierro. Pidió a su madre y a sus hermanas que envolvieran su
cuerpo en unas mantas, lo metieran en un arcón de madera, y lo enterraran sin
hacer ruido en la misma bodega de la casa para evitarles la venganza de quienes
le buscaban.
En la vivienda, situada en la
calle Falcón de Villalibre, vivió hasta hace unos años su hermana Manuela,
soltera, callada, que se ganaba la vida vendiendo fruta en el mercado de
Ponferrada, y ni la muerte de Franco hace cuarenta años, ni la exhumación de la
fosa con ‘Los Trece de Priaranza’ en el año 2000, tan sólo unos metros más
arriba de su casa, consiguieron que venciera el miedo a desenterrar a su
hermano. Y es ahora, con Manuela fallecida y la casa deshabitada, la bodega
cubierta de humedades y telas de araña, la puerta verde cerrada, cuando la
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha podido
rastrear la historia del hombre enterrado en su bodega y se ha puesto de
acuerdo con sus sobrino-nietos para exhumar el cuerpo en los próximos días.
«Esto tiene que respirar», decía ayer Alejandro Fernández, uno de los cuatro
miembros de la ARMH que se desplazaron a Villalibre para preparar la
exhumación.
La herida de la familia de
Claudio Macías es muy profunda, pero nada en la bodega, sin ningún punto de luz
natural salvo la puerta, indica que allí dentro reposen los restos de un
hombre. René Pacheco, el arqueólogo forense de la asociación, observaba las
humedades en la pared del fondo y se hacía una idea del deterioro del arcón
donde metieron el cuerpo. Nuria Maqueda retiraba material en un carretillo.
Alejandro encontraba la romana con la que Manuela pesaba la fruta. Y el
vicepresidente de la ARMH, Marco González, acercaba un foco para iluminar el
rincón donde enterraron a Claudio. En toda la estancia sólo hay una triste
bombilla que cuelga del techo, pero no alcanza a alumbrar la esquina donde yace
el cadáver.
«Ni siquiera sabemos cuándo
murió. La familia nos ha dicho que fue por una tuberculosis, pero lo más lógico
es pensar que se debió a una neumonía. Quién sabe si no pasaba el día en el
monte y venía por la noche a dormir en la casa», contaba González.
Claudio, que se ganaba la vida
como jornalero, había vivido sus últimos años en el alambre. Conocido por sus
ideas comunistas, había participado en la revolución de octubre de 1934 y tras
su detención fue sometido a un consejo de guerra del que se conserva el
expediente. «En la noche del día siete al ocho de octubre último circularon
algunos grupos por las calles de Villalibre (León) a quienes oyeron decir
algunos vecinos ‘no podemos hacer nada, aún hay luces’, refiriéndose con eso a
un movimiento revolucionario que estaba preparado para cuando se apagase la
luz, en Ponferrada. Uno de los que formaba parte de dichos grupos fue el actual
procesado en esta causa, Claudio Macías Fernández», escribía el fiscal que
llevó su caso, Hernán Martín-Barbadillo, en un documento firmado el 1 de
febrero de 1935. El fiscal le acusaba de colocar un madero en la carretera para
entorpecer la circulación de camiones militares. De darle el alto a un vecino
que volvía a su casa en bicicleta. Y a un sastre y a su ayudante, que venían de
Priaranza. A los tres les dijo que se metieran en sus casas y no salieran en
toda la noche. También le oyeron decir —escribía el fiscal, sin citar al
testigo— «que tenía cincuenta cajas de gasolina para quemar el pueblo». Y que
ofreció «pistolas» a «dos individuos que le acompañaban» y a los que trató de
alojar en la casa del alcalde.
El tribunal terminó por
condenarle a diez años de prisión por «prestar auxilio a la rebelión militar».
Y paradógicamente, una verdadera rebelión militar es lo que Claudio Macías
trató de combatir en el frente norte después de que el triunfo del Frente
Popular vaciara las cárceles de condenados por los sucesos de 1934. Lo que
viene a continuación, y a falta de testimonios directos, entra en el terreno de
la especulación, aunque está claro que Claudio fue uno de los ex combatientes
bercianos que regresaron a sus casas tras la caída de Asturias, que pasó a la
clandestinidad, se convirtió en un ‘topo’, —nombre que se le da a los
escondidos en sus casas en los años de la represión—, enfermó y, viéndose
perdido, le pidió a su familia que lo enterraran en la bodega y no le dijeran nada
a nadie.
Y el silencio, más allá de su
entorno y algunos vecinos más próximos, ha durado tres cuartos de siglo.
«Si Manuela viviera no estarían
ahí», asegura uno de los pocos habitantes de Villalibre que sí conocía la
historia de la familia Macías mientras los voluntarios de la ARMH entran en la
bodega. «No se lo decía a cualquiera», añade. Y cuando el periodista le
pregunta qué fue del padre de Claudio, de Manuela y de Arsenio, del que nadie
la hablado, el vecino, que prefiere que no se sepa su nombre, le responde con
una frase que da que pensar. «El padre se ahorcó», dice mirando hacia la casa.
Y al otro lado de la puerta verde, la bodega parece aún más oscura.
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