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Julio Gálvez Barraza
Por allá por 1976 me toco ir, como tantas veces, a renovar mi permiso de residencia al cuartel de policía de Castelldefels, el pueblo en el que vivía entonces. En ese tiempo aun existía el Ministerio de Gobernación y uno de sus últimos titulares fue Manuel Fraga Iribarne. Al existir convenios de reciprocidad entre España y casi toda América de habla hispana, a las autoridades de Gobernación se les hacía difícil negar los permisos de residencia y de trabajo a los inmigrantes sudamericanos. Fue entonces que los funcionarios de policía, encargados de las regularizaciones, recibieron ordenes de las “alturas” para poner toda clase de trabas administrativas a la regularización de la estadía de los emigrantes sudamericanos en España.
Al llegar a la ventanilla correspondiente, en el cuartel de policía, después de hacer una larga fila, me entregaron distintos formularios que debía cumplimentar y el uniformado, además, me entregó un pequeño frasco de laboratorio.
-Es para hacer pipi, -le pregunté con asombro y con bastante molestia.
-No, -me dijo el funcionario con una sonrisa sarcástica, y agregó: -caquita.
-Es para hacer pipi, -le pregunté con asombro y con bastante molestia.
-No, -me dijo el funcionario con una sonrisa sarcástica, y agregó: -caquita.
Mi molestia se convirtió de inmediato en indignación. Con el orgullo muy herido, me olvidé del temor que todavía en esos años sentían los españoles por esos uniformes, tiré el frasquito al suelo, di media vuelta y me fui. Antes de salir del cuartel policial ya había roto en pedazos los formularios que componían el legajo de la solicitud. En la puerta, y en voz alta, para que me escucharan bien, le decía a mi acompañante:
-¡Los españoles en el año 39, llegaron a mi país con una mano atrás y otra delante y al día siguiente de llegar, ya tenían casa y trabajo!
Mi compañera, con cierto temor, no dejaba de tirarme la manga y hacerme callar. El policía que estaba de guardia ni siquiera me miró e hizo como que no veía los trozos de papeles que yo iba soltando a medida que salía del cuartel.
Días después, me enteré de que ese formulismo, el de pedir una muestra de “caquita” para supuestamente hacer un examen, era legal y estaba destinado a frenar a ciertos emigrantes africanos de los que las autoridades sanitarias del Gobierno de la época desconfiaban. Durante la administración de Fraga en el Ministerio de Gobernación, los funcionarios usaron tan escatológica medida con el fin de poner más obstáculos al otorgamiento de permisos de residencia a los exiliados del cono sur, que generalmente huían de represivas dictaduras militares.
Sin embargo, me quedó dando vueltas esa frase que tan rápidamente usé como dardo arrojadizo para demostrar mi ira. Sería cierto que los españoles que arribaron a Chile en 1939 tuvieron casa y trabajo al otro día de su llegada. Comencé entonces a leer y a coleccionar todo lo que encontré referente al exilio republicano español en Chile. Este era un hecho muy relacionado con el poeta Pablo Neruda y no me fue difícil seguir la historia. A Neruda lo leía desde mis años de escuela, por tanto ni su poesía, ni sus memorias me resultaban ajenas.
Algunos años después de terminar la dictadura de Pinochet, volví a mi país. Con la suave apertura que permitía la recobrada democracia, conseguí en Chile nuevos textos y artículos sobre Neruda que incrementaron los que ya acumulaba. Supe entonces que en Santiago, en el año 1989, se había conmemorado el aniversario número cincuenta de la llegada del Winnipeg a Chile. Recuerdo que con un indisimulado entusiasmo logré reunir todos los recortes de prensa que hablaban de tal acontecimiento, sin imaginar entonces que con el tiempo, cada 3 de septiembre, participaría activamente en la celebración de esos aniversarios, incluidos algunos de ellos en España.
Siempre eché en falta, en las más importantes biografías nerudianas, aquella travesía impulsada por el poeta. En la biografía de Margarita Aguirre, su amiga y secretaria por muchos años, el tema se toca en media página. En la monumental biografía de Volodia Teitelboim, uno de sus más íntimos amigos, el tema del Winnipeg se toca en dos páginas. Un buen día, un querido amigo, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile, me invitó a un ciclo de charlas sobre el exilio español. Al escuchar a los distintos ponentes, me di cuenta de que todavía era una materia poco estudiada y que los ponentes sabían menos que yo.
Recién entonces, al asumir estas carencias en las biografías del poeta y al darme cuenta de que mis archivos eran cualitativa y cuantitativamente importantes, es cuando pensé que ya tenía suficiente material para escribir un libro sólo dedicado al viaje del Winnipeg. En mi libro “Neruda y España” tocaba el tema sólo en un capítulo y evidentemente que esa tremenda epopeya, más los archivos que hasta ese entonces tenía, daban para mucho más que eso. Me dispuse y comencé la tarea. Me encontraba en medio de la escritura del texto, ya con la estructura y los capítulos definidos, cuando recibí un duro golpe. Un amigo me envió desde España el libro sobre el Winnipeg que había escrito el periodista Diego Carcedo.
Recuerdo que pasé un buen tiempo deprimido. Años de investigación y de coleccionar testimonios y artículos al respecto se iban al tacho de la basura. Lo peor, es que la historia que contaba el autor no carecía de errores históricos y mantenía ciertos mitos que yo, en mis estudios y con mis testimonios, ya había superado. Sin embargo, “Neruda y el barco de la esperanza” se presentó como una novela, género que no tiene por qué ser una historia verídica, ni menos tener en su argumento la rigurosidad de la no ficción.
En septiembre del año 2009 se cumplieron setenta años de la llegada del Winnipeg a Chile. Recuerdo que se prepararon diversas actividades para conmemorar el aniversario. Participé en varias de ellas y tuve la suerte de que me invitaran a ser uno de los expositores en el acto central de dichas celebraciones. Tuvo lugar en la sede del Gobierno chileno, la Casa de La Moneda. En ese acto, la Presidenta Michelle Bachelet reconoció y agradeció el aporte que habían hecho al país aquellos republicanos españoles que salieron al exilio forzado y se instalaron en Chile, donde pudieron continuar sus vidas.
Ese día, al salir del Palacio de La Moneda, volví a creer que era necesario un texto definitivo sobre la odisea del Winnipeg y que además expusiera el aporte de esos inmigrados al país de acogida. Ese convencimiento, seguramente me lo dio la misma exposición que hice en ese acto. Expuse sobre el aporte a Chile del exilio republicano. En esa intervención, cité una frase de Neruda al terminar su labor como Cónsul Encargado de la Inmigración Española en Chile. El poeta dijo en esa oportunidad: “…no creo que la emigración española en América pueda terminar nunca, puesto que no es sino una corriente natural de la raza española hacia países hermanos”.
El tiempo ha dado la razón al poeta-profeta. Yo comencé un estudio cuando las autoridades españolas ponían toda clase de trabas para la inmigración sudamericana, pero también en un tiempo en que la juventud que nació en los años setenta y ochenta había olvidado que en su país hubo una guerra, hubo hambre y hubo exilio. Una gran parte de esa juventud nació en el bienestar y miraba en menos a los emigrantes que se asilaban en su país. Quería mostrarles mi libro con esa historia, su historia, y decirles que los exilio entre España y América son cíclicos, que un día, otra vez dará vuelta la tortilla. No tuve tiempo. Hoy, cuando presento mi libro, cientos de españoles viajan a América para rehacer sus vidas y en general, sé que son tan bien recibidos como lo fueron los republicanos en 1939.
He dedicado muchos años a la investigación del exilio republicano español en Chile. Y sé que llegaron exiliados de ambos bandos. Varios partidarios de Franco, que estaban refugiados en la Embajada chilena en Madrid, también fueron recibidos con cariño en el país de Neruda. Estos años de investigación, y los que viví en España, han enriquecido mi vida. En este largo trayecto he conocido personas extraordinarias, hombres que defendieron la República durante la guerra civil y defendieron la democracia y la justicia durante toda su vida. Aun hoy tengo maravillosos amigos que viajaron en aquel esperanzador viaje del Winnipeg. Por ellos y por los testimonios de la época, puedo afirmar con rotundidad lo que tan alegremente aseveré hace ya tantos años en el cuartel de la policía de Castelldefels:
He dedicado muchos años a la investigación del exilio republicano español en Chile. Y sé que llegaron exiliados de ambos bandos. Varios partidarios de Franco, que estaban refugiados en la Embajada chilena en Madrid, también fueron recibidos con cariño en el país de Neruda. Estos años de investigación, y los que viví en España, han enriquecido mi vida. En este largo trayecto he conocido personas extraordinarias, hombres que defendieron la República durante la guerra civil y defendieron la democracia y la justicia durante toda su vida. Aun hoy tengo maravillosos amigos que viajaron en aquel esperanzador viaje del Winnipeg. Por ellos y por los testimonios de la época, puedo afirmar con rotundidad lo que tan alegremente aseveré hace ya tantos años en el cuartel de la policía de Castelldefels:
-¡Los españoles en el año 39, llegaron a mi país con una mano atrás y otra delante y al día siguiente de llegar, ya tenían casa y trabajo!
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