http://historiasdearteyguerra.blogspot.com.es/2012/12/relato-veraz-de-la-realidad-de-galicia.html
La Vanguardia, 14 de agosto de 1938, p. 7.
Una artista ilustre, una mujer de original sensibilidad, revela así la tragedia de su patria.
Maruja Mallo. |
La artista gallega Maruja Mallo se vió sorprendida por el estallido de la Guerra Civil en la ciudad de Vigo. Tuvo que esconderse en casa de unos familiares hasta que seis meses más tarde consiguió atravesar la frontera con Portugal por la ciudad de Tuy. El hecho de que recibiera un telegrama desde Buenos Aires invitándola a participar en una "exposición urgente" supuso la excusa perfecta que le facilitó la salida del país y librarse así una muerte segura. De la misma manera la puedieron ser de gran utilidad los contactos de su padre, funcionario de aduanas, en el puesto fronterizo de Tuy. La última ayuda provino de la poetisa (y futura Premio Nobel) Gabriela Mistral, embajadora de Chile en Lisboa, que le dió todas las facilidades posibles para embarcar hacia Buenos Aires sin complicaciones en diciembre de 1936.
Unos años más tarde, en 1938, decide publicar las experiencias vividas en primera persona, así como las relatadas por familiares y amigos de aquellos primeros meses de alzamiento militar y feroz represión en tierra gallega. Este texto, titulado Relato veraz de la realidad de Galicia fue publicado en el diario La Vanguardia, dividido en cuatro partes, los días 14, 16, 21 y 26 de agosto de 1938. El texto iba acompañado de reproducciones de algunas de sus obras pertenecientes a la serie La religión del trabajo, cuyos bocetos fueron elaborados las semanas anteriores al golpe de estado y que fueron finalmente pintados en Argentina. Tanto el texto como las obras quedan reproducidos a continuación.
La Vanguardia, 14 de agosto de 1938, p. 7.
Una artista ilustre, una mujer de original sensibilidad, revela así la tragedia de su patria.
En Galicia, al producirse la rebelión, en los primeros días del criminal atentado, comenzó la era del terror: los encarcelamientos injustificados, los fusilamientos sin formación de causa, las matanzas en masa. Los campesinos que en aquellos momentos dedicaban sus tareas a la espléndida recolección del verano, los marineros y obreros que trabajaban pacíficamente, se sientieron sorprendidos ante las llamadas que por radio eran lanzadas: ¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Acudir [sic] a defender a la República! Todos los trabajadores dejaron los instrumentos de labor para empuñar las armas que se les ofrecía para defender la República de España, para salvar la causa legítima de la democracia. Esta fue la primera traición de que se valieron los sublevados para atraerse a la masa popular. Así comenzó la cobardía de las fuerzas armadas de la nación frente a la población civil desarmada de España. Apenas iniciada la rebelión tuvieron que dar vivas a la República y proclamar su adhesión al Gobierno para poder así ametrallar a los trabajadores cuando acudían a las cuatro provincias por las armas prometidas para la defensa de la causa común española. Cuando mayor era el entusiasmo del pueblo y cuando más se expansionaba, más fuertes eran las descargas de los emboscados. La debilidad de los cuatro gobernadores que se opusieron a armar el pueblo creyendo en las escondidas palabras de los militares traidores que afirmaban permanecer fieles al orden establecido; que manifestaban su adhesión al Gobierno legítimo de la República; estas frases las comunicaban los gobernadores a los ciudadanos que acudían a ellos para expresarles su inquietud ante la realidad siniestra que se acercaba.
Esta estratagema de los rebeldes se mantuvo algunos días después del 18 de julio. En todas las emisoras los facciosos al final de sus alocuciones repetían: ¡Viva España! ¡Viva la República! La población civil quedaba sorprendida y alarmada ante estas tercas repreticiones, ya que en España no tenía aplicación el restablecimiento de un orden que nadie había acometido sino los mismos militares. Ya dueños de las ciudades, los sublevados comenzaron los primeros fusilamientos que fueron en su mayoría: las fuerzas de Seguridad, Asalto y Carabineros que, en su mayoría eran republicanas.
Entonces comenzó la era del terror: el orden establecido por la voluntad común de España fue asaltado por las fuerzas inertes armadas de los nacionalistas, por las hordas sangrientas de los falangistas. Nos extrañamos cuando después del 18 de julio oíamos decir: "Hoy va a haber limpieza". La realidad de esta frase es que la organización de la Falange, a determinadas horas de la noche, iba en camiones requisados a buscar a los trabajadores en sus casas. Los falangistas llevan en una mano una cruz y en la otra una pistola que descargan en el momento en que hacen arrodillar a los trabajadores preguntándoles si creen en Dios. Matan así a muchos maestros, obreros y médicos. Al día siguiente los familiares ante la desaparición de éstos van a buscarlos a las cárceles. Al no hallarlos y preguntar, la respuesta es siempre la misma: "No necesitan comer más". Después de buscarlos días y noches aparecen los cadáveres por los lugares más inesperados, por los rincones más insospechados. Es también muy frecuente encontrar los muertos en las carreteras o cruzados por los caminos. Aparecen los cuerpos de los trabajadores fracturados, macerados. El mar arroja también cuerpos mutilados. A esta forma de asesinar la llaman: "Sacar de las cárceles y casas para dar un paseo". "No hay que dejar ni un rojo", dicen las fuerzas inertes armadas con profundo rencor ante la potencia creadora del pueblo, ante la realidad histórica de los trabajadores. Son impresionantes las luchas de los que se niegan a salir de las prisiones para ser fusilados o asesinados: de los que dicen que no reciben"el golpe de Gracia" en los cadáveres aún calientes, porque los tiradores dicen que "no son hábiles". Al día siguiente de estas matanzas en masa se oye decir a los fascistas: "Hoy hay carne fresca". Algunos hombres, ante esta orgía sangrienta, se alistan en el Tercio y dicen: "Para morir con la sangre caliente".
La alameda de Tuy es uno de los lugares de Galicia donde mayor ha sido la matanza. Cuando por la bestial invasión del Tercio y los moros en Badajoz los campesinos y obreros huían a refugiarse en la frontera, Portugal, a petición de Franco, devolvía a los españoles. La alameda de Tuy es hoy llamada por el pueblo: "El paseo de la muerte".
A las doce del día, y cuando el sol está más fuerte, es costumbre sacar a los presos de las cárceles para fusilarlos; pelotones de trabajadores de veinte a cuarenta años, radiantes de salud, quemados por el sol de las faenas del campo, o azotados por el salitre de los mares de altura, bajan las escaleras de las cárceles, serenos. Largas filas de mujeres les siguen arrodilladas, besan las huellas que van dejando por las calles y las aceras, mientras dicen: "Les arrancan la vida, por tener ideas, pero aquí aún quedamos nosotras, y en Madrid están los nuestros". Esta exhibición a pleno día está organizada para escarmiento de los que creen en la justicia, para los que están construyendo un mundo nuevo, para el pueblo español creador y ordenador. La mayor parte de las denuncias las hacen las beatas bigotudas y las prostitutas desdentadas que van a los Gobiernos civiles y a las Comandancias militares a hacer declaraciones. Los altos mandos suelen decir acalorados, después de escuchar estas acusaciones: "Estas sí que son mujeres patriotas". Después ante la eficacia de las denuncias ellas suelen decir: "Murieron sin confesión, en pecado mortal. Nosotros, que somos los buenos, porque vamos a misa, tenemos que rezar por ellos, para que no se condenen". Hablan así estos escombros encajinados, mientras que los nombres de las calles Colón, Cajal, Carlos Marx, Rosalía de Castro, Concepción Arenal, son sustituídos por los nombres de los altos mandos sangrientos.
Las carreteras y los pueblos de Galicia, antes del 18 de julio estaban repletos de campesinos que transitaban cargados de trigo y leña y de marineros que poblaban las playas inundándolas de redes y peces, cantando sus romances populares y sus canciones improvisadas. Este mismo pueblo no canta ya. Claman justicia por las carreteras y riberas grupos de mujeres y niños desamparados. Galopan hacia los montes los hombres perseguidos como perros, por la fiera agresión de los falangistas, por la brutal cacería de los nacionalistas que disparan ante la personalidad humana.
Los primeros grabados murales del pueblo que aparecían en las paredes, o con tiza en las vallas, representando los instrumentos de labor, las primeras manifestaciones plásticas proletarias, han sido cubiertas por los carteles de los sublevados. Uno de estos carteles que representa un puño cerrado con un puñal en gesto de agresión, dice así: "Este es el puñal que la Falange esgrime contra el hambre y la miseria". Las hordas sangrientas de la Falange dicen:"Primero el látigo y después el pan". Esto lo practican cuando los obreros no quieren trabajar sin sueldo, como sucede en Galicia, donde tienen que hacerlo "voluntariamente" una vez por semana. Los escaparates del comercio de La Coruña, El Ferrol, Santiago, Tuy, Vigo, Orense, toda Galicia, están abarrotados por las banderas alemanas, italianas, portuguesas y monárquicas españolas. Grandes letreros dicen: "Haremos una España libre, grande y única". Vocean los nacionalistas al mismo tiempo que por las calles nos cruzamos con los espías alemanes, y por sus puertos desembarcan armas extranjeras.
Someten a los comerciantes por la fuerza de las armas y el terror, a plagar los establecimientos de banderas y carteles invasores, a inundar los escaparates de copones, hostias y casullas, donativos de las beatas y señoras que acuden a la misa en las cárceles para presenciar el estado de ánimo de los sentenciados a muerte y comentar: "A este tipo no le faltan más que dos días y está tan fresco, no debían esperar tanto tiempo. Aquel no rezó en toda la misa y buena falta le hace porque es de izquierda". "Debía tener siete vidas para podérselas sacar, una a una".
Una de las actividades de la falange femenina es recaudar para el Ejército "el día del plato único" que es el primero y quince de cada mes. Van de puerta en puerta, las señoritas de las familias más distinguidas, con sus insignias monárquicas, calzadas de alpargatas, armadas de bastones para poder trepar los caminos y callejones más intransitables, para extraer hasta de las casas más humildes "la voluntad": "Hoy es el día del plato único"; en muchas casas la respuesta es la presencia de mujeres y niños vestidos de luto y: "Aquí ya nada tenemos salvo el hambre y nuestros muertos". En otras: "Desde el 18 de julio en esta casa no comemos". En otras contestan: "Señoritas; aquí no podemos hacer extraordinarios: todos los días tenemos plato único".
Maruja Mallo. Arquitectura humana, 1937. |
La rapiña de los nacionalistas llega también a los pueblos más recónditos. Pueblos que no conocen la luz eléctrica, ni han visto jamás un automóvil, ahora lo conoces ya. Aparecen los falangistas armados con fusiles y pistolas con las insignias monárquicas y las cinco flechas mortíferas de las que cuelgan cristos y medallas. Llegan en los coches requisados o usurpados, si sus dueños fueron hombres liberales o de izquierda, a estos lugares inexplorados, para arrancar a los campesinos un saco de patatas, un puñado de judías, un montón de maíz, la recolección de todo un año "para el glorioso Ejército español salvador de nuestra patria".
En estos pueblos nada más siniestro que la aparición de un automóvil inexistente, hasta ahora, para ellos. Hay pueblos que viven aterrorizados por el sonido de las bocinas que son los telegramas para que, espantados de terror, todos se pregunten: "A quién le toca ahora. Aquí no hemos matado a nadie y la Falange llega". Los niños corren a refugiarse en las casas gritando: "Madre, llegan los que matan", "Los carros de la muerte".
Mientras los curas hablan de política desde los púlpitos, la cruz es otro signo de terror, otra arma que empuña el mando negro y sangriento. Al mismo tiempo que cuelgan a Cristo en las paredes de las escuelas, aparecen por los montes, las carreteras y las playas, los cadáveres de los maestros. La mayor parte de los libros son quemados en las cuadras o yacen pisoteados entre el estiércol y las herraduras de los caballos.
En uno de nuestros urgentes e inevitables viajes, vimos la misa que se estaba celebrando en la plaza de un pueblo, unos kilómetros más tarde encontramos desparramados por la cuneta, diecisiete cadáveres de hombres jóvenes. Aquella noche del 16 de agosto, pasaban por Verín 300 camiones repletos de falangistas y abastecimientos que saquearon de las aldeas más lejanas. Iban al frente del Guadarrama. Unos días más tarde, esos mismos camiones volvían desvencijados, ametrallados, vacíos. Entonces empezaron a dar los plazos más largos para la "toma" de Madrid.
La primera fecha para la conquista de la capital fue, según los curas y militares, el 25 de julio día de Santiago Apóstol. Cuando un santo o una fecha les fracasaba decían furibundos: "La guerra durará lo menos quince días, lo más cuatro meses para que todo esté en nuestro poder".
El pueblo comenzó a decir: "Santiago Apóstol es socialista. Santiago Apóstol es socialista". Un grupo iracundo de falangistas se dirigió a la catedral armado de fusiles y pistolas para destituir de los altares a Santiago Apóstol diciendo que era "El Corazón de Jesús quien debía ocupar aquel lugar". Durante la acalorada disputa, llegaron tres carlistas que se opusieron a este hecho, diciendo: "Santiago Apóstol está fastidiado porque los militares han traído a los moros y, además, Franco es espiritista". Como la discusión tomaba una realidad más brusca y ya en el coro de la catedral había sonado un disparo y un "Viva Alemania y muera España", tuvo que intervenir la Guardia Civil.
El día 7 de noviembre, a las once y treinta y cinco de la mañana, la emisora de Burgos daba la noticia de que las tropas nacionalistas habían entrado en Madrid a las doce de la mañana. Se izaron las banderas y aparecieron las colgaduras monárquicas en todas las ventanas y en todos los balcones. Madrid había caído. A las cinco de la tarde, Radio Club Portugués daba un comunicado que decía así: "Las tropas nacionales han entrado por el sur de Madrid. En este momento están pasando por la calle de Alcalá. En la Central de Teléfonos y en la Gobernación se ha izado la bandera blanca. Urraca Pactor invitaba al pueblo a que se rindiera. Por las calles de Lisboa están celebrando una manifestación de júbilo por la derrota de los rojos".
Las iluminaciones monárquicas de las cuatro provincias de pueblo se encendieron. "Parece un cuento de las mil y una noche", decían algunos sacerdotes mientras extendían grandes letreros en las fachadas de las iglesias, cuyo texto era: "De Madrid al cielo". Queipo de Llano voceaba más borracho que nunca: "¡Qué festín, que borrachera vamos a tomar en la Puerta del Sol después de ña suculenta carnicería que vamos a hacer! tenemos organizados 20.000 guardias civiles para hacer limpieza". El pueblo decía: "A Madrid no lo toman ni lo tomarán porque está defendido por españoles. Allí los camaradas tienen armas". Dijo un grupo de pescadores: "Nosotros luchamos con la razón desarmada, con las manos limpias de sangre, frente a estos matones que nos asesinan por tener ideas".Comentaba un grupo de obreros: "Cuando los nuestros estén cerca, no esperaremos órdenes", contestó una lavandera.
Un viejo que desde que comenzó la rebelión está en cama, para poder oír las radios republicanas, repetía: "Con cuatro fusiles esto hubiera durado menos que el canto de un gallo. Yo no se leer ni escribir, pero aún se pondrá muchas veces el sol antes que Madrid caiga. Y estos bachilleratos están haciendo el payaso con tanto trapo y tantas luces". "Madrid no lo cogen ni por el c... respondió una lavandera.
"Esta noche, gritaba la Falange enardecida, nadie quedará en sus casas. Se darán aldabonazos, se golpearán las puertas para que todos salgan a festejar nuestro heroísmo. El que no salga a la calle será multado". Al día siguiente se publicó una orden, para todo forastero que estuviera en la zona "Salvada" por el ejército y que fuese vecino de Madrid: "No podrá volver a la Capital durante un plazo de tres meses y con pasaporte. Hay que purificar a Madrid. Para esto está organizado un cuerpo especial de veinte mail armas, para hacer limpieza".
Desde la derrota del 7 de noviembre, los nacionalistas no quieren ir al frente. Los pocos moros que quedan, se niegan también a ir al frente de Madrid y al de Asturias. Llegan con los pies heridos de disparos que ellos mismos se hacen para residir cómodamente en los sanatorios, ya que su mantenimiento corre a costas del pueblo, que es saqueado a mano armada por las fuerzas negras. "Matar rojos y comer pollo todos los días", dicen los moros.
Los falangistas están desacreditados ante los militares por la cantidad de crímenes que al comienzo de la sublevación cometieron, sin causa política, y por la cantidad de multas que impusieron a los campesinos por caprichos personales. El fuero de la Falange llegó a desautorizar a la Guardi civil y a los Carabineros, aunque la mayor parte de éstos habían sido ya asesinados por ser republicanos, manifestándose en los primeros días de la rebelión, de parte del Gobierno y frente al ejército. En la Coruña, en el mes de agosto, había orden de desarmar a la Falange a las 10 de la noche, por los crímenes exhorbitantes que cometieron.
Después del 7 de noviembre los falangistas no quieren ir a los frentes: "Nosotros nos hicimos de la Falange para hacer desfiles; para ir al frente están los soldados". "Madrid es muy grande", decían los nacionalistas después de la derrota del 7 de noviembre.
Desfilan los domingos y días de fiesta, después de asistir a misa, por las calles más céntricas de las ciudades. Llevan siempre un gesto hostil, profundamente sombrío. Marchan con ira sorda, desconfiada ante la presencia hierática de las muchedumbres callejeras, ante la experiencia recibida del pueblo, que comenta en voz baja: "Hoy saludan con las manos abiertas. Mañana será el día de los puños en alto". Las familias más distinguidas desde los balcones de sus casas tiran confetis de colores al Tercio, a los moros y a los nacionalistas. La myor parte de las bombillas que forman las guirnaldas que atraviesan las calles, colgadas desde el 16 de octubre, que serían encendidas el día de la toma de Madrid, están fundidas por los temporales, y las banderas monárquicas y de la Falange desgarradas por las lluvias y los vientos. Ya lo había dicho un marinero: "Llegaría primero un vendavalón que arrasase esa carnaval antes que a Madrid le tocasen el rabo. Allí los camaradas tienen armas". Otro espectáculo callejero de esta farsa sangrienta son las mujeres con el pelo al rape y grabadas en la frente con U. H. P. No les dejaban al principio cubrir las cabezas con los pañuelos, como es costumbre entre las obreras y campesinas; después se ordenó que se cubrieran nuevamente, obstinándose ellas en no cumplir este mandato, diciendo: "Así saben quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos".
Maruja Mallo. Mensaje del mar, 1938. |
Hemos visto sacar de entre las ruedas de un camión a una mujer que se había vuelto loca; su padre había sido fusilado con dieciséis más el 24 de diciembre; su hijo había sido llevado al frente. Pedía justicia a un coro de transeúntes con los puños levantados y los dientes apretados.
Un soldado que había sido herido en el frente de Asturias gritaba por las calles de El Ferrol en el delirio de su locura: "Yo no quiero volver a la guerra"; mostraba la espalda y los brazos cubiertos de cicatrices. "Cuando estuvimos en Oviedo ¡Allí debías ir todos los que estáis aquí presentes! El Tercio, los moros, todos, íbamos devorados por el hambre, llenos de piojos, borrachos, los caballos iban también borrachos. No podíamos avanzar de tantas bajas que habíamos sufrido. Allí los hombres y las mujeres son muy valientes".
"Los caballos y los hombres -dijo un tranviario- no debían ir a la guerra". hay carteles pegados en los muros y las paredes que representan a Franco sonriendo, cuyo texto dice así: "Esto es lo que España quiere". Con la invasión de los moros y del Tercio aparecieron sobre las puertas pequeños letreros que decían: "Entrega tu oro y tus joyas al ejército. Tu tranquilidad se la debes a los que luchan por tí en el frente; las joyas que luces sobre tu cuerpo, ponen de manifiesto la tibieza que sientes por tu patria".
Entonces comenzó a haber gran descontento entre las clases adineradas, que escondían las joyas, procurando que no fuesen vistas ante el hurto de los nacionalistas. "Es el colmo, decían los poseedores de joyas, que tengamos que entregar nuestros anillos de bodas y los recuerdos de nuestras tatarabuelas". Cuando estaban ya más tranquilos después de la recolección del oro, simultáneamente al desembarco de armas por los puertos de Galicia (desembarque que no ignoran los barcos de guerra ingleses que están situados, desde el comienzo de la rebelión, en los puertos de Vigo, La Coruña y El Ferrol), se publicó una orden prohibiendo tener en las casas más de cincuenta pesetas en plata, siendo multados o sancionados quienes no obedecían este mandato. Esto produjo ya gran inquietud y sordas protestas entre los capitalistas. Cómo había capitales elevados, que, ante la demanda de oro habían sido traducidos a plata, fue preciso transportarlos a los Bancos en automóviles por sus dueños, que, febriles y azorados, conversaban: "La República no nos había pedido nunca nada, no ha tenido que matar a nadie para vencer. Estos militares nos saquean a mano armada y dicen que vienen a salvarnos y lo que peor es que ya no se puede ni hablar, porque nos multan hasta por estornudar. Nos quitan todo ya".
Los fabricantes de conservas protestan entre sí por lo exorbitantes pedidos que les hacen de cajas de conservas para los frentes. "Yo no entiendo esto, con tanto extranjero por medio de las calles, aún nos van a obligar a que los metamos en nuestras casas, con el asco que me dan esos alemanes de patas cuadradas y los moros que no se bañan nunca; yo, como no los meta en la cuadra o en la jaula del toro, en mi casa no entra esa chusma", dice una señora de la alta sociedad del Ferrol.
Hacia noviembre hubo nueva plaga de carteles, cuto texto decía: "La Patria necesita tu oro, tus hijos. Entrégalo todo si eres español y cristiano". "Quien ama a su Patria lo entrega todo". La orden estampillando billetes comunicando que no serían válidos los que circularan sin sellar, produjo sobresaltos y quebrantos: "Ahora los que tenemos capitales en casa lo va a saber la soldadesca. Franco y Cabanellas tienen ya sus capitales en el extranjero a costa nuestra ¡Para esto matan a tantos comunistas! ¡Si son los mismos perros con distintos collares! ¡Después de tantas novenas y Via Crucis nos van a dejar en la calle! ¡Y Madrid no cae, ni aquella gente se rinde, nos engañan miserablemente! ¡Bien estábamos con la República! ¡Van a acabar por hacernos hablar alemán con lo feo y difícil que es!", dicen alborotadas las familias adineradas.
Entonces comenzó la era de las grandes multas, sin pretextos, a los capitalistas. Las desmesuradas multas injustificadas a los masones y rotarios, multas que aparecían al día siguiente, en los diarios, como donaciones voluntarias, así como el obligado día de haber a los empleados del Estado y a los obreros.
Cuando se atenuó la matanza de masones, se les exigían grandes sumas para ponerlos en libertad. El médico forense de Vigo, Bustelo Bustelo, en combinación con el director de prisiones de Pontevedra, Víctor Lif, comerciaba con los sentenciados a muerte, haciendo pasar a los presos temporales las condenas de otros sentenciados, por medio de elevadas sumas. Así se cubrieron las plazas de algunos fusilamientos en masa.
José Ramón de Castro, médico de Vigo, perseguido como masón y encarcelado. Bustelo Bustelo, amigo de éste, le comunicó que estaba sentenciado a muerte. Ramón de Castro le rogaba: "¿Qué puedo hacer para que no me quiten la vida? Nada, constestaba Bustelo Bustelo, tú ya no tienes solución". En su misma celda metió cuatro presos más, que iba sacando diariamente mientras decía: "Hoy te toca a tí", y se llevaba a una de las víctimas. Ramón de Castro suplicaba: "¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?" "Nada", le contestaba Bustelo, llevándose a otro de los sentenciados, y cada vez te queda menos tiempo.
Cuando ya la celda se había quedado vacía, llegó por última vez Bustelo, diciendo: "Hay una solución para salvar tu condena". "Daré todo si es necesario con tal que no me arranquen la vida", contestaba Castro exasperado por el terror. Bustelo seguía diciendo: "Con doscientas mil pesetas todo quedaría arreglado, pero es necesario que esto no se comente, pues corremos peligro de muerte Víctor Lif, el comandante militar de Vigo y yo". "Jamás", contestó Castro.
Una vez entregada la suma exigida, Bustelo exigió de Castro que se marchase a Valladolid para evitar los rumores; hízolo asó Castro, creyendo todo de buena fe, ya que se trataba de uno de sus mejores amigos y compañeros.
La realidad de esta caso era la siguiente: Castro no estaba sentenciado a muerte, sino que era un preso temporal, que era puesto en libertad el mismo día que Bustelo le exigió doscientas mil pesetas para sacarlo de prisión. En combinación con Lif, director de Prisiones de Pontevedra, le aconsejaron que se marchase a restablecerse al sanatorio de Valladolid, para evitar cualquier sospecha, ya que dicha suma no fue en metálico, sino por medio de fincas y casas de las que era propietario.
Esta estratagema y estafa fue descubierta por la correspondencia que sostenían desde Valladolid a Vigo. Correspondecia que Bustelo y Lif creían que no sería vigilada y censurada, ya que los que la sostenían eran dos personalidades destacadas y responsables del régimen "nacionalista". Felipe Sánchez, comandante militar de Vigo, se irritó gravamente de ver su nombre mezclado en los documentos de dicha estratagema, ya que don Felipe, por esta vez, no había tomado parte en dicha faena. Bustelo fue ejecutado pocos días después; por tres horas perdió el barco, como lo atestiguó su pasaporte. Lif fue detenido y encarcelado.
Como ya era muy frecuente comprar la vida de un preso o de un condenado a muerte, una mujer de Noya llegó muy apresurada a La Coruña para ver al gobernador; estaba muy agitada por la urgencia que la obligaba a dicho viaje. Cuando la pusieron ante la presencia del gobernador, se arrojó a sus pies diciendo: "Señor, señor, señor, ¡Ay, ya los he reunido!", "¿Qué es lo que has reunido, mujer?", contestó malhumorado el gobernador de La Coruña."Señor, los cuarente duros. ¡Ahora ya no matarán a mi hijo, mi único consuelo!". Para estas súplicas de justicia para estas demandas de clemencia, los comandantes y gobernadores se sirven de unos catálogos que llevan un gran número de fotografías de cuerpos mutilados y destrozados, donde están de manifiesto, según el alto mando rebelde, las "brutalidades de los rojos". Ésta es la respuesta que dan a los familiares de la víctima, mientras tratan de convencerlos: "Esto es lo que hacen los que como su hermano o marido piensan. ¡Y hay otras reproducciones que sólamente al alto mando y a los párrocos les es permitido contemplar!", dicen desconfiados, escondiendo los catálogos y fotografías para que no sean vistos, ya que dichos catálogos y fotografías son las que se publican en Valencia, donde se representan los mutilados destrozados, las ciudades y las aldeas arrasadas y destruídas por la invasión fascista, por las hordas extranjeras.
Núñez, fascista, cuya propiedad reside cerca de Pontevedra, había emplazado una ametralladora en la azotea de su casa, y desde allí ametrallaba a los trabajadores el día de la rebelión. Los trabajadores, desarmados, incendiaron el hotel particular de Núñez, pereciendo éste. Su hijo, falangista, juró vengar la muerte de su padre. Llegó a matar a sesenta trabajadores; él mismo formaba parte del piquete ejecutor para los fusilamientos en masa. Las autoridades militares, ante la enajenación sangrienta, ante el escándalo...
Maruja Mallo. La red, 1938. |
desmemoriado que había producido, se vieron obligados a desarmarlo, haciéndolo pasar por loco.
Puente Deume es uno de los pueblos de Galicia que cuenta con mayor número de víctimas. A la maestra de este lugar la mataron en el cementerio "por tener ideas". La hicieron cavar la fosa porque no quiso confesarse. Cuando iban a fusilarla levantó los puños en alto, gritando: "¡Viva el Partido Comunista! ¡Viva la libertad!". Los dos falangistas, antes de ejecutarla, le cortaron las dos manos y las arrojaron a la fosa. Unos días después fusilaban a un soldado que había vuelto herido de Sevilla por decir que en los frentes de Andalucía no había más que alemanes, y que los moros habían sufrido grandes bajas.
Así es como los militares, falangistas y carlistas, el clero y la burguesía someten al pueblo de Galicia por la fuerza de las armas, por el terror y el sadismo.
Desde las cuatro provincias llegan hasta las aldeas más recónditas, hasta los lugares más intransitables, armados con cruces y pistolas. Parapetados en la nacionalismo fusilan, matan y asesinan al pueblo desarmado, al mismo tiempo que destruyen España. Invaden Galicia las hordas extranjeras, desfilando por las calles y carreteras, alemanes, el Tercio, los moros, los portugueses, y por sus puertos desembarcan armas italianas.
Saquean en los pueblos más lejanos, los hombres, los animales, los vegetales. Incendian los bosques, devastan los maizales y los viñedos, único refugio de los hombres que huyen hacia las cumbres, perseguidos por las hordas sangrientas de los nacionalistas.
A pesar de esta carnicería, de esta persecución sin fatiga, de esta matanza sin tregua, nosotros, los que hemos vivido bajo este terror, los que hemos tocado los cadáveres aún calientes de los trabajadores, nosotros los que hemos presenciado la barbarie de los nacionalistas y nuestras huellas se han confundido con las huellas de los condenados a muerte, podemos afirmar, que la gallardía nacional, el valor y la moral del pueblo español no será eliminado sino a costa de su sangre. Así lo confirman estos amontonamientos de cuerpos humanos que se hallan desparramados por los montes, que se encuentran atravesando las carreteras, los cadáveres mutilados arrojados a las playas por las aguas.
¡Así lo atestiguan la tierra manchada, el mar teñido por la sangre de los trabajadores!
"Cuando los camaradas están librando las últimas batallas, cuando los nuestros estén cerca, no esperemos órdenes". Hablan así los hombre y las mujeres de Galicia. Corren hacia las playas, miran hacia arriba, hacia el mar, esperando de segundo en segundo el vuelo de un aeroplano leal, la aparición de un barco republicano, la llegada de un tren del Gobierno legítimo de la República, por el que han votado.
LOS MÁRTIRES
Hablaré de aquellos que conocí personalmente, ya que el número de víctimas es incalculable.
Juan Caballeira, alcalde de Bueu desde el triunfo del Frente Popular, detenido con dieciocho más, fue conducido a la isla de San Simón. Cuando fueron a buscarle, la Falange le aseguró: "Sabemos que no ha hecho nada que es ustes un caballero". "Yo no soy un caballero, soy un hombre", les contestó. El delito que había cometido fue conseguir que el cesto mínimo de la cesta de sardinas fuera de 15 pesetas, y hacer la defensa de la cultura y de los trabajadores gallegos en "El Pueblo Gallego" (diario de Vigo). En la isla de San Simón, cuando la cárcel está repleta, atan los cuerpos de los presos de cinco en cinco y los arrojan al mar. Allí, en el lazareto, le quitaron la vida a Caballeira, gran periodista, hombre sin tacha y de valor probado.
Didio Riobó, propietario de la isla de Ons, situada cerca de las islas de Cíes, perseguido como masón, se ahorcó en la isla de la que era propietario; no pudo soportar el derrame de tanta sangre, la veloz desaparición de tantas víctimas. Dejó siete cartas escritas a los verdugos de Bueu.
Alejandro Bóveda, creador del Estatuto Gallego, obtuvo por plebiscito la autonomía. Su delito. amar a su región y tener una gran inteligencia. No quiso vendarse los ojos cuando lo fusilaron. El crimen contra A. Bóveda fue uno de los que levantó más cólera entre los trabajadores.
José de la Torre, secretario del Partido Comunista de Bueu; la última vez que lo encontramos nos dijo: "Yo no huiré a las montañas. Yo quiero la victoria o el cementerio. El triunfo será nuestro". Unos días más tarde era conducido al Ayuntamiento de Bueu para encarcelarlo. Cuando fueron a buscarlo cinco falangistas armados con cristos y pistolas, le gritaron: "Cobarde, ¿eres tú el que ayer proclamabas la libertad?". "Dadme un fusil y veréis si soy valiente", contestó. Cómo se negó a salir de allí porque sabía a dónde lo llevaban, se abalanzó sobre uno de los falangistas y con los dientes le desgarró media cara. Los falangistas le asestaron diecisiete puñaladas y lo arrojaron a la calle por un balcón de un Ayuntamiento. Así le arrancaron la vida a J. de la Torre, carpintero, constructor de barcas y buen marinero.
Cilio Martínez, tenía catorce años, bajaba de los montes cargado de piñas para venderlas en las escuelas y en los cuarteles de Tuy. Después de estallar la traición de los militares, trataba de convencer a los soldados diciéndoles:"No obedezcáis cuando os obliguen a ir a pelear en el frente. Rebelaos cuando os ordenen matar a trabajadores; son vuestros hermanos. Iguales que nosotros, son obreros, campesinos y marineros". Habían transcurrido pocas semanas cuando C. Martínez fue encarcelado y sentenciado. Cuando era conducido por el sargento de la guardia civil para ser fusilado, le iba repitiendo por la agitación del terror: "Señor, ¿verdad que ya no le venderé más piñas?, ¿verdad que ya no le venderé más piñas?". Pidió justicia antes de la primera descarga. La libertad era su aspiración más alta.
Cómo algunas veces los que forman parte del piquete ejecutor no son hábiles para apuntar con exactitud, o porque los que van a ser fusilados son compañeros o familiares de los tiradores, suelen repetirse estos casos: entre el pelotón de sentenciados logró huir uno de los mártires cuando ya había ganado algunos metros fue perseguido y alcanzado por las balas. Con el vientre desgarrado y los intestinos arrastrando, clamaba suplicando de rodillas: "¡Más, más!".
En otras de estas matanzas en masa, a pesar de haber producido ya bastantes descargas sobre el pelotón de víctimas, un carabinero se levantó, ofreciendo gran resistencia vital, de entre los cadáveres calientes de los hombres de izquierda. A éste lo remataron destrozándole la cara. Este es un espectáculo que los nacionalistas brindan al pueblo en la Alameda de Tuy.
Francisco Domingo, era carbonero. Fueron a buscarle a su casa, a las tres de la mañana, para "dar un paseo".Cuando trataba de calzarse, la Falange le dijo: "A donde vas no es preciso. Prepara tu confesión". Unos días después fue hallado el cadáver de F. Domínguez, entre unas tapias, con las manos maceradas y las piernas fracturadas. Así luchan y embisten los "nacionalistas" cuando la resistencia vital de los trabajadores es recia y firme. El delito de éste fue que en los primeros días de diciembre llegaba a la ribera radiante de alegría con esta novedad para nosotros:"Ayer, cerca de Bayona, llegaron dos barcos de los nuestros, del Gobierno que nos representa, y apresaron a cuatro pesqueros de Vigo. ¡Quién fuera marinero! ¡Ya están cerca los nuestros!".
Luis de Rufilanchas, abogado, diputado por Madrid. Le sorprendió la rebelión en Moaña, pequeño pueblo de pescadores situado en la Ribera de Pontevedra. En los primeros momentos de la sublevación dirigía las muchedumbres de Siejo y Labradores, pueblos que se defendían con hoces, martillos y escopetas de caza; estas eran las armas con que contaban los trabajadores frente a las tropas armadas que avanzaban por las calles céntricas, siguiendo una bandera monárquica. un ciudadano liberal que transitaba pacíficamente por las calles, se abalanzó sobre la bandera desgarrándola; el capitán Garrero, que dirigía la compañía, descargó su pistola sobre éste, que cayó desplomado. Todas las voces de la población se unieron en un "¡Viva la República!". Cuando la mayor parte de los hombres antifascistas habían sido asesinados y el pueblo desarmado era perseguido, L. de Rufilanchas logró refugiarse en un pueblo cerca de la Lanzada, donde estuvo escondido durante algún tiempo, hasta que pudo instalarse en La Coruña haciéndose pasar por inglés, mientras preparaba su huída. Cuando ya tenñia resuelto el viaje en un barco pesquero con otros compañeros, el patrón del barco que tenía que transportarlos a la costa de Francia, una tarde, en la taberna, borracho y tal vez víctima del terror, relató el proyecto a los que allí se encontraban. Esto dió la pista a la policía, que detuvo al capitán. L. de Rufilanchas fue fusilado con cuatro más.
Muchos más nombres de víctimas podría dar, pero este relato sería entonces interminable.
Al mismo tiempo que los nacionalistas hacen desfiles por las calles después de asistir a misa los domingos y días de fiesta, los cementerios son los lugares de reunión de las muchedumbres; llegan con haces de flores y hojas, vestidos de luto desde los pies hasta la cabeza las mujeres y los hijos de los mártires. Absortos, fijos, comentan frente a las tumbas: "La tierra estallará de tragar tanto crimen. No matarán las ideas vivas ni en el polvo de nuestros muertos", clama el asombro del pueblo ante la experiencia viva de los hechos.
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