“Escribo estas línes, mi testamento y despedida, ante mi eventual fusilamiento, son momentos trágicos. Desde el profundo cariño que por todos siempre sentí, hoy viernes 7 de agosto de 1936, mi último recuerdo será para vosotros. Os abraza vuestro esposo, padre y hermano. Luis”. Horas antes de su fusilamiento, Luis Fajardo, que había sido alcalde Republicano de Granada, escribió estas valientes palabras. La misma suerte corrieron otros alcaldes como José Palanco Romero, Constantino Ruiz Carnero o Manuel Fernández Montesinos.
Los fascistas reprimieron brutalmente a los granadinos con el golpe militar del 36. La prisión y la plaza de toros hacinaban a más de 2.000 detenidos, en recintos para 400. Todas las noches había “sacas” en siniestros “camiones de la muerte” para fusilar de madrugada a los republicanos, sin juicio, en la tapia del cementerio. Los presos eran humillados, fusilados por la espalda, sin honores militares. Las descargas se oían por toda la ciudad en el silencio de la noche. Muchos granadinos eran presas de pánico, lo que pretendían los golpistas. Según la escritora estadounidense, Helen Nicholson: “las familias que vivían cerca del camposanto se mudaban por la pesadilla de los disparos, los gritos y alaridos de los presos, el desplome de los cuerpos, la agonía de los moribundos..”. Robert Neville, del New York Herald Tribune, publicó: “Dos camiones transportaban al pelotón, con grupos de paisanos que iban a ser fusilados, en 5 minutos oímos los disparos, cuando bajaron los camiones ya no había paisanos”.
Tras los disparos los presos caían agavillados, no todos muertos. El oficial asestaba a todos el tiro de gracia. Constantino Ruiz Carnero, director del diario republicano El Defensor de Granada, que tanto hizo por el derecho a la información y la justicia social, fue brutalmente golpeado en prisión y murió desangrado. Lo trasladaron al cementerio y fusilaron su cadáver. La Corporación municipal elegida resultó diezmada, de los 25 representantes municipales 15 fueron ejecutados en la tapia del cementerio.
Los pistoleros del gobernador civil y falangista José Valdés, la Escuadra Negra, eran dueños de la ciudad con licencia para dar “paseos”. Matones a sueldo, sin escrúpulos, torturaban a los presos en el Gobierno Civil para obtener información sobre otros rojos. Los gritos de los detenidos se escuchaban en la calle. Los fusilados más odiados por los franquistas eran los “intelectuales rojos”, acusados de corromper a las masas, predicar torcidas doctrinas democráticas: Catedráticos, abogados, médicos y maestros, la flor y nata de la sociedad granadina fue aniquilada sin contemplaciones en aquel muro del terror. La perversa, abominable, estela criminal no se detuvo cuando alcanzó al genial, entrañable, irrepetible, Federico García Lorca.
El investigador Gerald Brenan se conmocionó ante una imagen dantesca: Miles de víctimas habían sido exhumadas de la fosa común y arrojadas al osario. Un pozo profundo, a cielo abierto, cercado por altas murallas, para impedir las miradas de los curiosos. Los franquistas habían amontonado allí miles de calaveras, jirones de mortajas y hasta esqueletos enteros que aún conservaban las botas. Y entre la imponente masa ósea, distinguió los cráneos de los fusilados, perforados por el tiro de gracia.
Según el libro La represión franquista en Andalucía, publicado por el Centro de Estudios Andaluces, y coordinado por el catedrático Francisco Cobo Romero, en la provincia de Granada los fascistas fusilaron a unos 8.500 republicanos. El Ayuntamiento de Granada, gobernado por el PP, se niega a reconocer este lugar histórico, a poner una placa de homenaje a los 4.000 granadinos fusilados en la tapia del cementerio, por defender la legalidad democrática de la República.
Documentos originales: ideal.es, La represión franquista en Andalucía (Francisco Vigueras, pg 48), wikipedia, Unidad Cívica por la República
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