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MADRID Manifestación
JAVIER BARBANCHO
Unas 200 personas se manifestaron ayer en Carabanchel para pedir el cierre del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) y convertirlo en un centro por la memoria de las víctimas del franquismo. El polémico edificio, donde varias asociaciones denuncian que se maltrata a los internos, es lo único que queda de la antigua cárcel de Carabanchel, construida para los presos de la dictadura franquista y derribada en 2008.
Los manifestantes, pertenecientes o simpatizantes de colectivos como la Asociación 1º de mayo, la Plataforma contra la impunidad del franquismo, SOS Racismo, el Ateneo Republicano de Carabanchel o la Unión de Juventudes Comunistas, discurrieron desde las puertas del colegio Santa Rita (antiguo reformatorio), hasta el exterior del CIE, reconstruyendo el camino que desde 1940 hasta 1944 hacían los presos para levantar una prisión que según los convocantes «era el mayor símbolo de la represión franquista».
La melodía de ¡Ay, Carmela! empezó a sonar pasadas las doce de la mañana y minutos después comenzaba a desfilar a ritmo lento, como las canciones de Labordeta, que también sonaron, una marcha encabezada por 20 personas de varios países atadas entre sí con una cuerda que hacía las veces de cadenas y grilletes franquistas. Tras ellos una comitiva compuesta sobre todo por gente de mediana y avanzada edad portaba banderas republicanas y comunistas reivindicando tiempos pasados y exigiendo cambios, al menos simbólicos, para el presente.
«El centro de la memoria es una utopía. La memoria real está en las cunetas, porque los que luchaban acababan ahí o en el exilio», argumentaba Manoli, nacida en 1939 y resentida con el Gobierno del PP: «Los que nos gobiernan ahora son los nietos de los que mataron a nuestras familias».
Lemas impresos en pancartas, como «Contra la represión de ayer y de hoy», «Queremos memoria, queremos justicia», «Verdad, justicia, reparación», o «Preso por ser inmigrante», se mezclaban con proclamas expedidas a viva voz y evocaciones a la infancia. «Mi madre siempre me decía que tuviese cuidado, que no fuese a manifestaciones porque si no acabaría en Carabanchel», recordaba un anciano, para incidir en la idea de que aquella prisión fue la materialización misma de la represión de la dictadura.
Algunos equiparaban con sus lemas aquella opresión con la que viven ahora los extranjeros en el CIE: «Ningún ser humano es ilegal». Otros argumentaban que allí están internadas «personas que tienen faltas administrativas, o la simple falta de ser pobres».
La marcha no dejaba indiferentes a los transeúntes. Desde algunas ventanas se asomaban banderas tricolores, y algunos vecinos aplaudían al paso de la comitiva. Otros no entendían el revival: «¡Ay qué rancio esto del franquismo! Después de tropecientos mil años, de verdad...».
Pero en la cárcel de Carabanchel no sólo había presos políticos. Reclusos con delitos de sangre, presos peligrosos u homosexuales también poblaban sus siete galerías, clausuradas y abandonadas en 1999. Desde entonces los vecinos de la zona piden usos sociales para el terreno de casi 200.000 metros cuadrados que apareció tras la demolición producida hace seis años. Meses antes, el entonces alcalde Alberto Ruiz - Gallardón, y el Gobierno, acordaron levantar un hospital, zonas verdes y más de 600 viviendas. Nada de eso vieron ayer los manifestantes cuando llegaron a las puertas del CIE, donde tampoco se veía a nadie asomarse entre los bar
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