dilluns, 5 de febrer del 2024

Matanza de 4.000 personas en Badajoz, «ciudad de los horrores», contada por Jay Allen.

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Al amanecer del 25 de agosto de 1936, un periodista estadounidense llamado Jay Allen se sentó ante la máquina de escribir en el recogido patio interior de una pequeña pensión de Elvas. Le mantenían despierto el agobiante calor y los sollozos de la mujer que había en la habitación contigua, cuyo marido había sido una de las víctimas de la masacre ocurrida justo al otro lado de la frontera, en Badajoz. Jay acababa de volver del lugar de la carnicería y, al escribir su luego famoso artículo sobre los hechos, trataba de asimilar el horror de lo ocurrido. Una vez publicado, ocasionó considerables daños a la causa del Ejército rebelde de España. Se convirtió en una de las crónicas de la Guerra Civil española más importantes y citadas, y lo convirtió a él en blanco de los improperios de la derecha católica americana. (Paul Preston) El texto que sigue a continuación es un extracto del célebre artículo de Jay Allen sobre la masacre franquista de Badajoz: Matanza de 4.000 personas en Badajoz, ‘ciudad de los horrores’. «Slaughter of 4,000 at Badajoz, City of horrors» «Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma, en el hediondo patio de la Pensión Central, en una de las tortuosas calles blancas de esta empinada ciudad fortificada. Nunca más encontraré la Pensión Central y nunca querré hacerlo. Vengo de Badajoz, a algunas millas de aquí, en España. Subí a la azotea para mirar atrás. Vi fuego. Están quemando cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que la legión y los moros del rebelde Francisco Franco treparan por encima de los cuerpos de sus propios muertos para escalar las murallas tantas veces empapadas de sangre. Intenté dormir. Pero no se puede dormir en una sucia e incómoda cama en una habitación que está a una temperatura similar a la de un baño turco, donde los mosquitos y los chinches te atormentan igual que los recuerdos de lo que has visto, con el olor a sangre en tu propio cabello y una mujer sollozando en la habitación de al lado» «Miles fueron asesinados sanguinariamente después de la caída de la ciudad (.) desde entonces de 50 a 100 personas eran ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro de todo: la «policía internacional» portuguesa está devolviendo gran número de gente y cientos de refugiados republicanos hacia una muerte certera por las descargas de las cuadrillas rebeldes (.) Aquí [en la plaza de la catedral] ayer hubo un ceremonial y simbólico tiroteo. Siete líderes republicanos del Frente Popular fueron fusilados ante 3.000 personas (.) Todas las demás tiendas parecían haber sido destruidas. Los conquistadores saquearon según llegaron. Toda esta semana los portugueses han comprado relojes y joyería en Badajoz prácticamente por nada (.) los que buscaron refugio en la torre de Espantaperros [torre medieval de Badajoz] fueron quemados y fusilados.» «De pronto vimos a dos falangistas detener a un muchacho vestido con ropa de trabajo. Mientras le agarran, un tercero le echa atrás la camisa; descubriendo su hombro derecho se podían ver las señales negras y azules de la culata del rifle. Aún después de una semana se sigue viendo. El informe era desfavorable. A la plaza de toros fui con él. Fuimos entre vallas al ruedo en cuestión (.) Esta noche llegará el pienso para el «show» de mañana. Filas de hombres, brazos en aire. Eran jóvenes, en su mayoría campesinos, mecánicos con monos. Están en capilla. A las cuatro de la mañana les vuelven a llevar al ruedo por la puerta por donde se inicia el «paseíllo». Hay ametralladoras esperándoles. Después de la primera noche se creía que la sangre llegaba a un palmo por encima del suelo. No lo dudo, 1800 hombres- había mujeres también- fueron abatidos allí en doce horas. Hay más sangre de la que uno pueda imaginar en 1800 cuerpos.» «Volvimos al pueblo pasando por la magnífica escuela e instituto sanitario de la República. Los hombres que los construyeron están muertos, fusilados como ‘negros’ porque trataron de defenderlos. Pasamos una esquina, ‘hasta ayer había aquí un gran charco de sangre renegrida’, dijeron mis amigos. ‘Todos los militares leales a la República fueron ejecutados aquí, y sus cuerpos se dejaron durante días a modo de ejemplo’. Les dijeron que salieran, así pues, dejaron sus casas precipitadamente para felicitar a los conquistadores y fueron fusilados allí mismo, y sus casas saqueadas. Los moros no tenían favoritos.» Jay Allen Chicago Tribune, 30 de agosto de 1936