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Ángel Escarpa Sanz ha subido un archivo.
HOMBRES DE JULIO.doc
HOMBRES DE JULIO
Ángel Escarpa Sanz
Examino una vez más la foto del
miliciano cayendo abatido por las balas en el Cerro Muriano, congelado en una
eternidad su posicionamiento contra el fascismo y fotografiado por Capa, y, a
pesar del tiempo transcurrido desde que la vi por primera vez, con la historia
que arrastra tras de sí, no puedo escapar al recuerdo del tremendo impacto que
me causó entonces, ésta y el posterior visionado del documental Morir
en Madrid en un local londinense del FRAP de 1977.
Más allá de la polémica de si la
foto en sí es un “posado” o no me quedo con el gesto, la caída de ese hombre
llegado desde el lejano Alcoy natal. Ese hombre, en su caída, abriendo los
brazos a la nada, -que es nada todo lo que deja atrás y nada lo que le espera
del otro lado de su caída-, simboliza a todos los hombres y mujeres que en
aquel verano y en los sucesivos, hasta el triunfo de los “nacionales”, “atravesados
por la luz de la Revolución ”,
vienen a caer al pie de las ruinas de Teruel; el que cae en la Ciudad Universitaria ,
el que es sepultado por un mar de trigo, con una roja amapola de sangre en la
boca; el que, llegado desde los remotos puertos de Nueva York, de Portsmouth o
de Irlanda; de los campos de azúcar de la manigua cubana, de las montañas del
Atlas, de Polonia; desde los luminosos campos erizados de chumberas, de olivos
y de viñas de la campiña andaluza, desde el estruendo de la fábrica en Alemania,
para abrazarse hasta casi confundirse con el polvo de esta tierra, caminada y
cantada por sus poetas; arrasada, martirizada, colonizada, inmolada en santo
sacrificio al dios íbero y a Mahoma, al Jehová de Israel. Ese hombre repta por las
laderas de los montes, bebe por unos días el áspero vino de Aragón, se baña en
las aguas del Ebro, ama por primera vez a una mujer, sabe de dormir bajo el
manto de las estrellas, de velar en noches en que se barrunta un asalto del
enemigo, soporta despiadados bombardeos en campo abierto, participa en
arriesgadas misiones, de las que quizás nadie sobreviva para contarlo. Esa
mujer que, extraviada en el fragor de la batalla, viene a encontrarse cara a
cara con los que la pondrán ante un pelotón de fusilamiento: ¡por roja!
Hombres llegados desde las filas
del paro, desde los oscuros callejones de una Europa castigada por la depresión
y donde la mujer trafica y se gana la vida con su propio cuerpo; desde los más
modestos negocios familiares y los pequeños talleres de ebanistería de la Italia fascista y la Francia del Bhir, de Léon
Blum, del calvados en la taberna envuelta en la niebla, mientras el obrero se
dirige a los astilleros donde se reparan los barcos que navegan por los siete
mares; el mozo de cuerda que abandonó su puesto en la estación para defender,
con su vida, si es preciso, las promesas y reivindicaciones del Frente Popular,
el que dejó el mercado del pescado, el horno de cocer el pan; el que vendía
huevos de puerta en puerta con una cesta de aquellas, hechas con mimbres del
río; la joven que dejó la casa donde “servía” para unirse a las JSU y empezar a
trabajar, desde el lunes, en una fábrica de armamento, el joven universitario
que, en contra de los consejos de sus padres, toma una camioneta que le llevará
hasta ese país, esa oficina parisina donde dicen que se alistan para luchar en
España. Ese hombrecillo que, sin otra formación que firmar con la yema del
dedo, abandona los rectilíneos surcos extremeños, castellanos, la fraga
gallega, el horno donde se transforma en carbón el árbol, en lo profundo del
bosque vasco, para pedir un lugar en la lucha, un fusil en el asedio de ese
cuartel que, tomado por los falangistas y por los militares rebeldes en las
primeras horas, resiste el asedio de los leales que exigen un lugar en ese
universo de poetas, guerreros, curas de pistolón al cinto. El que cerró la
fragua donde se reparaban las herramientas con que se labraban los campos, allí
donde lo mismo se herraba a una caballería que se le echaba una laña a un viejo
puchero, para incorporarse al Batallón Iº de Mayo.
Setentaicinco años desde aquel ya
lejano:
- ¡Me voy a España, Jane!
- Mañana, no me esperen: me
alisté a las Milicias Antifascistas.
- Me voy con Durruti.
- Me alisté en el 5º Regimiento.
- Cuida de los hijos: me voy a
Madrid.
- Saqué pasaje para Barcelona.
- Mete lo esencial en una maleta:
nos vamos a España.
Estamos en los primeros días de
ese verano marcado por el fuego de los fusiles milicianos, del cañoneo de las
tropas llegadas de África, del bombardeo de los aviones alemanes e italianos,
de la eficiente ametralladora Hotchkiss.
Aún queda lejos el: “cautivo y
desarmado el ejército rojo…” del gallego, “gallardo” y victorioso general;
lejos aún los campos de concentración y todo ese entramado de comisarías,
prisiones, pelotones de ejecución en las madrugadas, al pie del muro
enjalbegado de tarde en tarde del cementerio, los juicios sumarísimos en el
tenebroso edificio de la calle del Reloj, en las Salesas, en la Málaga de Arias Navarro.
Están lejanos aún los días de la huida precipitada, del abandono de los pueblos
ante el avance del tenebroso general africanista que no deja prisioneros tras
de sí. Todavía están lejanos los días y las noches de hacer a pie los nevados caminos
del exilio por las carreteras del Pirineo que conducen a Colliure, a
Callonges-sous-Saléve, a los campos de Argelés-sur-Mer, a Barcarés, a los
campos Gussen, Dachau, Mauthausen, sorteando la metralla de la aviación
franquista, que les perseguirá hasta la misma raya de Francia, dejando en cada
vuelta del camino un objeto ya inútil, un anciano que no resistió el rigor del
invierno, una caja de galletas con los pocos documentos y fotografías que se
pudieron salvar de los bombardeos y del pillaje de los moros, billetes de la
agonizante República que ya perdieron su valor; el niño recién nacido y el
anciano que quedaron allí para siempre, bajo un
mato cualquiera, sin siquiera una piedra o una cruz donde reconocer el
lugar con los años, el ya inútil arma y la caja de munición con que se defendió
una posición.
Aún es posible la victoria. Aún
es posible el éxito. Aún sois los victoriosos combatientes de los pinares de Balsaín,
de Peguerinos, del Alto del León. Aún sois los sonrientes guerreros que
desfilan en las avenidas, por el parque de la Ciudadela y en la Diagonal , despedidos por
las mujeres, los niños y ancianos de las ciudades, mientras vosotros,
embriagados por el seguro triunfo frente al enemigo, eleváis el puño, cantáis
canciones, sonreís, mostrando con franqueza la dentadura, abrazáis a muchachas,
enarboláis las exiguas armas por encima de vuestras cabezas y de los gritos de
¡no pasarán, compañeros! Aún sois lo más digno de América, embarcando en el
puerto de Nueva York, entre fotógrafos, simpatizantes de izquierdas y jubilosas
pancartas de apoyo solidario, embarcando en los puertos del Mundo para marchar
a combatir al “fascismo criminal”, desfilando por la “avenida de los obuses”,
marchando victoriosos antes de que una bala cualquiera, quizás fabricada en
cualquiera de vuestros países de origen, acabe con vuestras vidas en cualquier
paisaje, en cualquier lugar sin nombre de esta desmesurada nación que hoy os
acoge como a sus propios hijos.
Si, todavía sois los seres invictos,
luminosos, despiadados a veces con el enemigo, tiernos, bravos, de las primeras
horas. Todavía flamea la bandera de abril en los balcones de los ayuntamientos
de los pueblos de Valencia, de Aragón, de Cuenca, de Guadalajara, de Asturias…
Nada está escrito. Lo repiten,
desde los viejos muros de las ciudades, en los túneles del “metro”, los
carteles de Bardasano, de Renau, de Boix.
Todavía no cayó Bilbao, aún no tomaron
Toledo, ni Talavera, ni Irún, ni Málaga, ni Almería, ni San Sebastián, ni
Santander, ni Gijón. Aún los obreros del barrio sevillano de Triana caminan al
encuentro de los soldados de Queipo, encrespados, enfurecidos, porque, los
mismos que obstruyeron ayer cien veces en el Parlamento la reforma agraria y
las medidas orientadas a sacar de la miseria a obreros y campesinos, ahora
mismo están cavando la tumba de la Constitución de diciembre.
Aún no tomaron el puerto de
Alicante los italianos del general Gambara ni conocéis las atrocidades del
Campo de Albatera, del Campo de la
Bota , San Pedro de Cardeña, del Fuerte de San Cristóbal. Aún
permanece en su lugar el retrato del Presidente Azaña en los colegios, en
muchos hogares de intelectuales y de humildes obreros, junto al calendario de la Unión de Explosivos de Rio Tinto
de 1936 y el clavo donde se cuelga la llave. Aún está en pie el edificio de la Farmacia del Globo; aún
esta intacta en el locero la loza fabricada en el horno de La Granja. Aún está intacta
la muñeca infantil, y la cama donde fueron concebidos los hijos. Y ladra a la
puerta de la casa, donde permanece amarrado con una cuerda, para que no lo
roben los gitanos, el perro que aún es posible salvar del inminente bombardeo,
cuando ya las sirenas de la alarma por la incursión aérea estén sonando,
sembrando el pánico entre las gentes de la retaguardia, para que se oculten en
los refugios.
Aún no cruzaron los puentes del
Manzanares ni se instalaron con sus cañones en el Cerro Garabitas.
Aún sois la España del…
¡a galopar, a galopar, hasta
enterrarlos en el mar!
Aún están vivos el general Walter
y Pablo de la Torriente
y Ludwig Renn, Gerda Taro, Líster, Santiago Álvarez, Hidalgo de Cisneros,
Tagüeña, Negrín, y Jef Last y Alvah Bessie y Largo y Zuga, Kléber, Constanza,
Coll, y Langdon Davis y Martínez Barrio y Julita y Juana y Pedro; Ciriaco, el
que perdió un ojo en Morata de Tajuña, los bravos defensores de “la colina de
los suicidas”, Libertaria, y Zacarías; el conductor de locomotoras, Casares Quiroga,
Pozas…
Aún estáis a tiempo de
expulsarlos de Mallorca, de Zaragoza, de Brunete, de Belchite, de Illescas y de
Somosierra.
Aún resiste Madrid, y Casado todavía
no se ha rebelado contra el Gobierno de la República.
Aún están a tiempo las potencias
de elegir entre Hitler y el Frente Popular; entre el horror de Buchenwalz y la
reflexión de Leonardo Boff; entre el Guernica de la Legión Condor y de Picasso y
los documentales de Leni Riefenstahl, las formidables formaciones nazis, con
ardientes antorchas iluminando las noches alemanas, o un Mundo en paz, con
campesinos dirigiéndose a sus labores en los tranquilos y productivos campos.
Puede que aún sea posible abortar
el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Todavía es posible escoger entre Salvador
Allende y Pinochet; entre Idi Amín y Mandela; entre Yasir Arafat y Sabra y
Chatila.
Todavía es posible elegir entre
los jóvenes poetas Miguel Hernández y John Cornford, o las tesis de Capone y
Milton Friedman; entre el mundo socialista y el mundo desolado por las guerras,
el paro y los depredadores mercados.
Todavía es posible elegir entre
ese pequeño hombrecillo de las películas de Chaplin y la serpiente que se está
incubando en Berlín.
Aún es tiempo de escoger entre
los cañones de las chimeneas fabriles de las ciudades, y los de los carros de la División Panzer avanzando y
sembrando la muerte y la desolación por los campos de Polonia, incendiando
“isbas” en la Rusia
soviética y asolando ciudades y apacibles villas de Francia y de Italia.
Aún es tiempo de salvar de las llamas la
iglesia donde fueron encerrados e incinerados vivos los vecinos de Oradour-sur-Glane.
Aún es tiempo de escoger entre el
“os pinos de Breogán”, la alborada gallega en la alegre pradera, o el “paso del pato” y las banderas nazis
desfilando en la plaza Mayor de Salamanca; entre la limonada en “La Bombilla ”, la paella en
la playa de La Malvarrosa ,
o el “caralsol” en la plaza del pueblo, con la mujer rapada. Aún el vestido
nupcial no ha sido rasgado, no se ha quebrado aún el barro cocido con el que se
tallaron las tinajas del fresco desván donde envejece el vino, aún no corre por
las rojas baldosas el preciado caldo. Aún no ha sufrido ningún daño la foto del
antepasado, colgada en la encalada pared de la sala. Aún el mantel de cuadros,
la toalla tras la puerta, el mantel de hule con el mapa de España, el parchís
republicano, todo ese mundo impregnado de paz cotidiana, con el asno moliendo
el pienso con sus mandíbulas en el fondo de la sombría cuadra; ese mundo de la
gota de sudor cayendo en el surco, mezclada con la semilla; del acarreo de la
mies desde la era, del toc, toc de la azuela sobre el tronco de los pinos para
extraer la preciada resina. Aún sois los seres vigorosos que montáis motores
para las cosechadoras y los aeroplanos; turbinas para los barcos en los
talleres envueltos en humo y en el industrial ruido que habla de paz y de
progreso.
Aún sois los fieles servidores de
los hornos de las fábricas y de las bocas de los hornos de las tahonas, antes
de que la derrota os lleve a las filas del psicoanalista, a las oficinas del
desempleo, a la cola del centro donde se os proveerá de la ropa que quizás
otros dejaron tras de sí al morir, del plato de comida y la naranja que hoy
tampoco ganasteis, porque, alguien cuyo nombre ni siquiera conocéis, ha
decidido “adelgazar” la plantilla y suprimiros de la nómina.
Aún sois la España que no se somete a
la esclavitud del cristo en la escuela, el militar y el cacique en el Congreso.
Aún sois el tapete donde, dos ideologías claramente diferenciadas, se juegan a
una sola carta la paz y el porvenir del
Mundo.
Si hay fotos explícitas y que
simbolicen un momento trascendental en la Historia , la de ese miliciano a punto de dar con
sus huesos en el suelo es de las más representativas. Más allá de la muerte
misma, retrata a una España que se debate entre la esclavitud y la libertad, entre
el feudalismo y el progreso; entre el morir de pié antes que ser esclavizado.
Entre escoger un arma con la que defender el discurso de Manuel Azaña en Comillas
o en la plaza de toros o someterse al dictado de la CEDA hay un insalvable
abismo. Y ese hombre, agarrado a su fusil como el que se agarra a un remo, ha
decidido traspasar el lienzo que le separa de la muerte, aferrado al discurso
que le ha llevado hasta allí. Abiertos los brazos hacia la nada, los ojos
extraviados en el infinito de un paisaje que no le es ajeno, entra en la Historia , que le es
negada a diario en un mundo que le regatea hasta la esencial del ser. Él y los
que le acompañan, más que como personajes mitológicos, son seres materiales que
exigen un lugar en el Mundo, ¿para qué vivir si no? De esta dilatada trinchera
que en estos momentos es España no se puede salir nada más que de dos maneras:
o se sale con los pies por delante -como el torero derrotado por el toro-, o se
regresa a la casa, a las ciudades, como el ser victorioso que se revuelve en el
castigo. Y para eso no hay más que una consigna: ¡tierra y libertad!
Sois los seres victoriosos de
estos valles, estas calles, estas plazas, estos manzanares campos, estos ríos y
estos desmesurados paisajes, porque aún esperan vuestro sacrificio las costas
de Normandía, las poderosas catedrales y los puentes que aún no fueron
destruidos por la barbarie nazi en su cruzada. Aún os esperan los soviéticos cielos
y el crudo invierno de los fiordos de Noruega. Ya os esperan, encendidos los
motores, los vehículos Don Quijote, Teruel, Madrid, aquellos que tomarán, con “la Nueve ”, París, con Leclerc.
Los que desfilaréis victoriosos por los Campos Eliseos con vuestra bandera
tricolor el día de la
Victoria. Aún sois los vigorosos guerreros que derrotarán al
portugués de la Viriato ,
y al italiano de la División Littorio
en Guadalajara. Los titulares de esa larga nómina de héroes de las columnas de
piedra de las estelas mortuorias de los
pueblos que reconocerán vuestro sacrificio en aras de la liberación de Europa.
Aún están en su lugar,
presidiendo las esquinas de las calles de las ciudades leales, los rótulos con
los nombres de los campeones de la
Libertad : Rafael del Riego, Mariana Pineda, Pablo Iglesias,
Torrijos; plaza de la
República , plaza de la Libertad , plaza del Progreso, avenida de la Reforma Agraria …
¡Atacad aquí!, ¡disparad allí!,
¡fortificad!, ¡resistid!, aun sois los seres imbatibles de Usera, de Húmera, de
Quinto, en Bujaraloz, en la Casa
de Campo, en Pozuelo, en Alcorcón, en el Jarama, en Belchite, en Caspe, en
Lérida, en Sierra Pandols, en Sierra Caballs, en Gandesa…
Aún no sois el fruto de la
derrota, los seres que forman multitud en las estaciones, cargados con una
maleta y camino de una mina en Bélgica, de una fábrica en Alemania o en Suecia,
en Francia. Todavía no sois los seres derrotados camino de las cocinas y de las
casas burguesas inglesas que os ocuparán de freganchines, de camareros, en los negocios
de la “city”.
Aún es tiempo de escoger entre el
cáliz del ricino y la bofetada del guardia civil en el cuartelillo, y el
cimarrón alfabetizado.
Aún no sois los oscuros extras de
las malas películas de Hollywood y de Madrid.
Aún estáis a tiempo de detener
todas las guerras, todas las hambrunas, todas las doctrinas económicas y
religiosas que asolan la
Tierra.
Aún es tiempo de escoger entre el
armónico arco románico y la brutalidad de Guantánamo.
Entre la humillación de Abu-Gahbri
y el poema de Emily Dickinson.
Entre el gas Cyclón y la teoría
de Stephen Hawking
Entre el What a Wonderful World de
Louis Armstrong y los vuelos secretos de la CIA.
Entre el armonioso baile de los
planetas en su eterno viaje por el espacio y el tiro en la nuca del joven
vietnamita en las calles de Saigón.
Entre el bloqueo económico a los
países y el Imagine de John Lennon.
Entre la risa del niño saharaui y
la devastadora “marcha verde”.
Entre el ejemplo de Ernesto
Guevara y el animal rejoneado en una plaza llena rebosar.
Aún es tiempo de escoger entre el
tiro en la nuca, la fosa común; o la milenaria urna de la democracia.
Entre Vito Corleone y Albert
Einstein.
Entre Henry Kissinger y Mahatma
Gandhi.
Entre Silvio Berlusconi y Albert
Camus.
Entre Pablo Casals y Moshe Dayan.
Entre el laboratorio de los Curie
y los despachos de los Rostchild, los Bush, los Rockefeller, los Reagan...
Entre Noam Chomski y Adolf
Eichmann.
Entre el virtuosismo de Andrés
Segovia y los negocios de Pablo Escobar.
Entre el Prado, el MOMA, la Capilla Sextina ; o la
brutalidad de los SS de Himmler.
Entre W. R. Hearst y un poema de Pablo Neruda.
Aún es posible escoger entre la
poesía intrínseca y la ternura derivadas de los filmes de Kurosawa y las
tiranías de Stroessner, Somoza, Trujillo.
Entre Charles Darwin y Josef
Goebbels; entre una página de Cesare Pavese y el apoyo de Juan March a los
generales fascistas.
Entre la Lufwaffe de Herman
Goering y el Ulises de Joyce; entre el encuentro en la estación de Hendaya y la
flor del cantueso prensada entre las páginas del libro de Julio Cortázar.
Entre Franz Kafka, Arthur Miller,
Dalton Trumbo; y Joseph McCarthy y J. E. Hoover.
Entre Martin Luther King y el
fundador del Ku Klux Klan.
Entre Videla y Sábato; entre
Alfonso Sastre y José Mª Pemán; entre Pol Pot y Oscar Wilde.
Entre una sola línea de un poema
de Vallejo y el brutal régimen de Oliveira Salazar.
Entre el general Mola y la
lealtad al Gobierno de la
República de Machado, Cernuda, Lorca, Barral, Prieto,
Saravia, Giner de los Ríos, Giral, Jiménez de Asúa, Mangada, Masquelet,
Escobar, Batet…
Entre el libro de García Márquez
y la firma Krupp, estampada en el carro de combate que arrasa medio mundo.
Entre el gas mostaza y el juicio
elemental de Benedetti, Saramago o Eduardo Galeano.
No, aún no ha sido talado el
último árbol de ese inmenso bosque que son los hombres y las mujeres que se
alzaron en febrero contra la brutal represión, contra la explotación; por la Libertad , por la
dignidad.
Aún no ha caído la última partícula
de arena de la clepsidra para el Gobierno del Frente Popular.
Aún es tiempo de escoger entre el
inmoral monarca exterminador de osos y elefantes y Dianne Fossey; entre el “buen
salvaje” y Joseph Mengele; entre el acre hedor a carne calcinada en el horno de
Auschwitz, y el aroma de los campos de lavanda de la Provenza.
Aún está intacto el lienzo donde,
el cenobita, clavado de hinojos y extraviada la vista en su oración, es
observado fijamente por un grajo.
Aún pasea el noble lego,
perseguido por su sombra, los arcos del claustro del apartado monasterio. Y
permanece encendida la luz en la ventana del que vela en el Palacio Nacional por
la República.
Aún el solitario clavel y las
cortinas de pequeños cuadros azules y blancos iluminan con su paz cotidiana los
cristales del balcón del hogar minero.
Aún se aman y conciben hijos, bajo
los rojos tejados de los humildes barrios y las casas burguesas de los
aristocráticos barrios, los personajes de Max Aub: Lola Cifuentes, Serrador,
Templado, Vicente Dalmases, y Jusep Torres Campaláns, entre tanto héroe anónimo
que más tarde transitará los cuentos de Ignacio Aldecoa.
Aún es tiempo de escoger entre
Benito Mussolini y Primo Levi; entre Miguel de Unamuno y Millán Astray; entre
el Banco Ambrosiano y el compromiso de Chico Mendes.
Aún es tiempo de cumplir todos
vuestros sueños y de realizar todas las utopías.
Venid todos a España, poetas
hermanos de ideas y de letras de W. H. Auden, que siempre será mejor morir
aquí, bajo la libertaria bandera de la República , que hacerlo de tedio bajo los británicos
colores de la gran raposa.
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