María Torres - 30 Abril 2014
Casi desde el comienzo de los tiempos, la quema de libros ha
sido una herramienta utilizada por el poder político y el religioso en un
intento de controlar el pensamiento de la humanidad. El franquismo no podía ser
menos y entre sus múltiples formas de represión se encontraba la cultural. A
ningún régimen totalitario le gusta la cultura y la libertad de expresión, por
lo que no se escatimaron esfuerzos para deshacerse de todas aquellas
publicaciones que suponían un peligro para la «Nueva España» y que fueron
condenadas al fuego eterno. En su afán por purificar el país, lo primero era
borrar el pensamiento de los vencidos y para ello se ejecutó una brutal purga
cultural e intelectual. No solo se limpiaron escuelas y bibliotecas públicas y
privadas, también se depuró a los bibliotecarios, maestros,
editores y libreros. Cualquier tipo de información estaba sometida a un control
férreo y la censura extendió sus largos y enfermizos tentáculos por todo el
devastado territorio de ese proyecto de una España grande y libre.
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