Estas cuatro mujeres tenían nombres. Anotadlos: Prudencia Acosta, María Antonia de la Purificación (conocida por sus vecinos como «Pureza»), Antonia Juntas Hernández («Antonia la Planchadora») y Antonia Gutiérrez Hernández. No las olvidéis. Fueron rapadas, agredidas, obligadas a beber el aceite del fascismo y exhibidas como vulgares trofeos de la jauría junto al estanco del pueblo. Sucedió en Oropesa, Toledo. Sí, aquí mismo.
Repugna y sobrecoge. Olvidadas, señaladas y violadas, las mujeres que quedaron en la retaguardia, cuando los fascistas arrasaron España a golpe de látigo y fusil y bombardeos, sufrieron una represión extrema cuyo objetivo era desposeerlas de su propia feminidad. Han sido y son las grandes olvidadas. Se habló poco de ellas durante la guerra civil y menos aún luego, cuando algunos de sus maridos no regresaron jamás (fallecidos en el frente, fusilados en cunetas o enviados a tenebrosas cárceles) y ellas sufrieron en sus propios cuerpos una venganza y un ensañamiento que supera lo imaginable.
Las rapaban para que nadie olvidase su «delito». Muchas de ellas fueron forzadas a beber grandes cantidades de aceite de ricino, cuyos efectos inmediatos eran un gran dolor de barriga, quemazón, diarrea y vómitos. Luego eran paseadas o exhibidas en los pueblos y ciudades, vagando como figuras fantasmales para su propio escarnio y el de sus familias. A algunas, como las de Montilla, Córdoba, se las rapaba pero dejaba en la coronilla un mechón de pelo al que anudaban un lazo rojo como mofa por su supuesta vinculación a partidos y grupos izquierdistas.
Y fue justificado por los ideólogos y asesinos del fascismo, gañanes que se convirtieron en ejecutores, papanatas con aires de grandeza, acomplejados y víctimas de patologías que pondrían los pelos de punta, don nadies que de la noche a la mañana se vistieron con galones. Como Queipo de Llano, uno de los militares golpistas más salvajes, que en Unión Radio Sevilla, perteneciente a la Cadena Ser, exhortaba al atavismo y la violencia contra las mujeres: «Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres […] Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen».
La propaganda surgía de muchos lugares y personas. Los medios fascistas impulsaban el feminicidio, como el periódico Arriba, que el 16 de mayo de 1939 publicó este artículo titulado «El rencor de las mujeres feas» firmado por José Vicente Puente:
«Con la noticia de tanto martirio, Madrid, como todo lo que fue la España “roja” —negación de la patria—, nos ha mostrado una fauna que llevábamos entre nosotros, rozándonos diariamente con ella, y sin que su pestilencia trascendiese por encima de nuestra ignorancia respecto a su maldad. Una las mayores torturas del Madrid caliente y borracho del principio fue la miliciana de mono abierto, de las melenas lacias, la voz agria y el fusil dispuesto a segar vidas por el malsano capricho de saciar su sadismo. En el gesto desgarrado, primitivo y salvaje de la miliciana sucia y desgreñada había algo de atavismo mental y educativo. Quizá nunca habían subido a casas con alfombras ni se habían montado en unas siete plazas. Odiaban a las que ellas llamaban señoritas. Les aburría la vida de las señoritas. Preferían bocadillos de sardinas y pimientos a chocolate con bizcochos [...]. Eran feas, bajas, patizambas, sin el gran tesoro de una vida interior, sin el refugio de la religión, se les apagó de repente la feminidad. El 18 de julio se encendió en ellas un deseo de venganza, y al lado del olor a cebolla y fogón del salvaje asesino quisieron calmar su ira en el destrozo de las que eran hermosas».
En el 2013, un grupo de mujeres zapateó sobre la tumba de Queipo, en Sevilla, para que el ruido no ahogue la memoria. Para que no las olvidemos.
Fuente: www.agenteprovocador.es
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