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FERNANDO Ayala 14/12/2013
TNtos adentramos en diciembre un mes muy dado a la nostalgia. Son momentos en los que junto a la alegría de las fiestas surge el recuerdo de los seres queridos que ya no están con nosotros. Casualmente he podido asistir a varios actos en los que estos sentimientos han estado a flor de piel.
En un caso fueron los familiares de 13 asesinados procedentes de Arroyo de la Luz (entre ellos su alcalde) a comienzos de la guerra civil española y, sin que quepa la menor duda, no son víctimas de la guerra, como algunos creen, sino simple y llanamente consecuencias de un acto de barbarie al margen de cualquier legalidad y razón: la venganza y la soberbia por no pensar y por actuar de una manera diferente a la que se trataba de imponer.
Simultáneamente se publicaba en el Periódico Extremadura un perfil de Guillermo Gómez de la Rúa , un maestro republicano, depurado precisamente por tratar de servir a la ciudadanía a través de la educación: pública y cada vez más universal en aquellos años. Por último tenemos, una vez más, la edición de los Premios Luis Romero Solano, que resultan de suma utilidad, año tras año para encontrarnos con la memoria de aquellos que tan profunda huella dejaron en nuestras vidas.
Esa anciana que ha cogido un autobús para no perderse la cita del aniversario de la muerte de su padre y cuyo última imagen que tiene de él es, siendo una niña, ver cómo se lo llevaban, con un solo zapato, replicar que le permitieran calzarse y contestarle "allá donde vas no lo vas a necesitar": para que luego algún miserable, con cargo público, se atreva a perpetrar expresiones como aquella (presuntamente sacada de contexto, ¡menos mal!) de que algunas víctimas sólo se acuerdan de sus padres cuando van a cobrar subvenciones.
O las flores, que nunca faltan, como símbolo de siembra y de frescura. De permanencia. De mezcla de gozo por recordar la memoria y tristeza por no asimilar las causas de la tragedia.
Ya va siendo hora, tal como, oportunamente aludían algunas de las víctimas de ETA esta semana, que se tenga también un adecuado reconocimiento a las víctimas del franquismo. A las que no sólo se las ha ninguneado desde el punto de vista institucional, sino que, en numerosas ocasiones carecen del prestigio social, cuando no caen en el desprecio de aquellos que todavía les hurtan la posibilidad de recuperar los restos escondidos en cunetas y fosas comunes. Son los grandes olvidados.
Acercándonos en el tiempo, hemos podido asistir a cómo se ha prolongado la represión prácticamente hasta ayer. Y nuevamente tienen que venir en nuestra ayuda los hermanos latinoamericanos, en esta ocasión desde Argentina, para recordarnos que la tortura no puede quedar impune. En los próximos meses vamos a asistir al intento de poner en manos de la justicia, precisamente a algún paisano extremeño que se caracterizó por la valentía de tener la mano muy suelta con jóvenes universitarios opuestos al franquismo en los años de sus estertores. Y nos amenazan desde el Gobierno con una nueva ley que restringe la libertad de expresión por la que tanto lucharon nuestros predecesores. Pero eso merece otro artículo.
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