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POR RAMÓN ZALLO, * CATEDRÁTICO DE LA UPV/EHU - Domingo, 8 de Diciembre de 2013 - Actualizado a las 06:03h
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AL igual que hay una falsa memoria de la Transición, hay una falsa memoria tanto sobre la Guerra de 1936-39 como sobre la dictadura franquista.
Se tiende a relativizar el papel de la violencia militar y política del franquismo, a pesar de que fue el fundamento mismo de su larga duración. En claves revisionistas de la historia, algunos analistas e historiadores rebajan muertes y sufrimientos para concluir que una guerra es una guerra, que hubo violencia en los dos bandos, que el franquismo fue un régimen autoritario pero decente y que disciplinó la natural tendencia cainita de las Españas.
Anótese que ese es el recurso de la derecha centralista para eludir sus responsabilidades. Nos vienen a decir que ya sería menos, que hay responsabilidades compartidas, que no hay que remover el pasado ni las tumbas, que la Transición ya saldó el tema, que nos ha ido bien así, que corramos un tupido velo, que ellas no tienen por qué pedir perdón y, llegado el caso, la derecha renovada del PP entona algo así como un "somos demócratas, nosotros no fuimos; en todo caso, reclámaselo a mis padres o a mis abuelos".
Vuelca toneladas de tinta de calamar para rehuir el juicio de la Historia y, con crueldad, desdeña el dolor de quienes nunca pudieron saber en qué cuneta están enterrados los suyos y reparar su dignidad.
Una expresión de esta actitud es el incumplimiento del actual gobierno de la más que limitada y tibia Ley de Memoria Histórica al dejarla sin fondos para su aplicación mientras el Comité de Desapariciones Forzadas de Naciones Unidas le insta a que se adopten las medidas necesarias para asegurar que se investiguen las desapariciones forzadas porque no prescriben. Tampoco cabe la amnistía -según la normativa internacional de obligado cumplimiento- porque hubo crimen de lesa humanidad.
El franquismo fue una larga dictadura de 41 años (1936-1977) personificada en la figura del general Franco, quien acaparó todos los poderes del Estado hasta su defunción de muerte natural en 1975.
No fue un régimen autoritario sino una dictadura totalitaria impuesta por la fuerza contra un Estado de Derecho. Erradicó principios democráticos, partidos y sindicatos y derechos individuales y sociales -los derechos de las mujeres, por ejemplo, retrocedieron al pasado- implantando la represión general, depurando todo el sistema institucional, educativo y productivo y el entramado social y liquidando la prensa libre.
Fue un golpe de Estado militar y guerra de exterminio. Aunque se le llame guerra civil, no lo fue propiamente. No fue un choque de una España contra otra -azul contra roja- o de los nacionalismos contra España, o viceversa, sino un golpe de Estado militar contra el gobierno legítimo de la II República que provocó una guerra de exterminio (1936-39) contra las mayorías. Uno de los mayores genocidios del siglo XX, apoyado militarmente por las potencias del Eje ya que la ayuda alemana e italiana fue decisiva mientras que los países democráticos dejaron matar a la República, a diferencia de la significativa ayuda de la URSS y, sobre todo, de las generosas Brigadas Internacionales.
En Euskal Herria, solo las instituciones de Bizkaia y Gipuzkoa rechazaron el golpe, viendo abolidos sus Conciertos económicos como provincias traidoras una vez instaurado el régimen franquista, construido sobre el horror ya desde los primeros meses de la rebelión militar con una estrategia fue de puro exterminio, de ejecuciones ejemplarizantes, indiscriminadas y sin juicio. Buscaron crear el pánico, impedir el paso a la zona republicana y erradicar posibles focos de reorganización opositora. Visto lo cual se produjo un efecto imitación en la zona republicana.
Hubo distintos tipos de masacrados. Se estima en 150.000 los no combatientes asesinados en las retaguardias de las zonas sublevada y republicana, incluidos ahí los 114.000 desaparecidos, exclusivos de la zona azul, según el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Desapariciones Forzadas. Si sumamos las 30.000 a 50.000 ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, se alcanza fácilmente la cifra de 300.000 a los que sumar los 145.000 muertos en combate. En total, se cifra en la muerte de centenares de miles de personas: entre 300.000 y 400.000 según distintos analistas.
En claves de penalidades, súmense los 500.000 internos que pasaron por los campos de concentración, donde hubo una gran mortandad y eran sometidos a procesos de clasificación, depuración, humillación, reeducación política y trabajo forzado. Duraron hasta 1947. En 1939, el número de detenidos esperando juicio superaba los 270.000. Hay que agregar los batallones disciplinarios y de trabajadores que fueron utilizados de forma esclavista en la reconstrucción y en obras públicas hasta 1942; o los miles que sufrieron por la guerra unos servicios militares interminables de 7 a 10 años, o las 300.000 a 450.000 personas exiladas; o el robo de niñas y niños en las cárceles femeninas.
En el caso de Navarra, tanto falangistas y carlistas como los militares de Mola ejecutaron a 3.000 navarros y navarras en la segunda mitad del 36. "Hay que sembrar el terror", dijo Mola. Y lo hizo a conciencia.
El impulso de la querella argentina mediante apoyos sociales crecientes ayudará no solo a recuperar memoria y dignidad sino, también, a reconstruir nuestras sociedades
Se estima en 5.700 los fusilados en toda Euskal Herria en 1936. A lo largo de la guerra, fueron 12.000 las muertes en combate -a añadir las ocurridas en otros frentes- y en 900 los fallecidos en los bombardeos de Gernika, Durango, Otxandio o Eibar. En total, unas 19.000 personas. Se cifran en 17.900 los presos en cárceles vascas todavía en 1938 y en 150.000 los exilados (meses después regresaría la mitad) de los que 30.000 fueron niños y niñas.
El estado de guerra se mantuvo hasta 1948, lo que no impidió la aplicación de la Ley de represión del Bandidaje y Terrorismo (1947) especialmente contra el maquis que estuvo operativo en cuanto tal desde 1947 a 1952. El castigo general tuvo el propósito de hacer imposible la reconstrucción de la izquierda y del nacionalismo
Durante los cuarenta años de dictadura (1936-1976), la represión de las autoridades franquistas fue sistémica aunque con intensidades diferentes según las circunstancias. Terminada la guerra, el franquismo se caracterizó por la represión política y social, el control ideológico y moral de la población, la pobreza, el hambre y racionamiento de los años 40 y la carencia de las libertades y derechos humanos individuales y colectivos, entre ellos los derechos de las mujeres, el derecho a la lengua y la cultura vasca o catalana y los derechos sindicales de la clase trabajadora.
Tras la guerra, no hubo un borrón y cuenta nueva sino una lógica de vencedores y vencidos -¿les suena?- que imperó hasta 1976. El régimen no se sostuvo en el consenso o el acomodo social, sino en el miedo y la represión que, sin duda, contribuyeron a la despolitización general de unas sociedades, primero diezmadas y luego resignadas. En la posguerra se instaló la cultura del silencio.
Desde 1948, la represión masiva pasó a ser selectiva pero eso no quiere decir que no se generalizara llegado el caso y llegaron muchos casos. Los nueve Estados de Excepción en 15 años del tardofranquismo que vivimos, por ejemplo, en el País Vasco muestran que el franquismo nunca bajó la guardia represiva.
Miedo, cárcel, detenciones y torturas fueron la norma del franquismo contra la disidencia. Y se pagó caro, muy caro.
El franquismo no fue un fascismo al uso. No contó con un partido fascista de masas de principio. La Falange era una minoría en los años 30. Ya en 1937, con el Decreto de Unificación, Franco, no sin tensiones, disolvió los partidos y ordenó el partido único: la FET y de las JONS, del que se proclamó Jefe Supremo y en el que se daban cita las distintas facciones: falange, carlismo, alfonsistas conservadores y nacional-catolicismo. Pero los más radicales y mejor posicionados en todas las escalas fueron los falangistas, que medraron como nadie hasta el ascenso de las élites del Opus Dei en los 60.
Nacionalismo español, nacional-catolicismo, anticomunismo, antiliberalismo, tradicionalismo, fascismo y caudillismo fueron sus ingredientes ideológicos.
Sobrevolaban sobre todas ellas las instituciones del Ejército -pilar del régimen- y de la Iglesia -legitimadora de la Dictadura- quien impuso un rigorismo religioso omnipresente. Franco como militar y dictador ejercía, de modo cesarista, de líder del juego y árbitro de disputas puesto que reubicaba la influencia de las distintas corrientes en instituciones, según conveniencias y épocas.
Fue una dictadura militar cesarista que se sostuvo sobre sectores sociales conservadores, tradicionalistas e integristas católicos, ejerciendo la minoría activista falangista de inspirador ideológico en toda la primera etapa.
Pero cualquier régimen tiene su sentido último, su naturaleza, en clases y grupos sociales. Las burguesías financiera, agraria y gran industrial, así como la aristocracia rentista, estuvieron detrás del golpe y sacaron un gran provecho del franquismo. Esto explica que se produjera una insoportable distribución regresiva de la renta hasta avanzados los 60, en pleno desarrollismo, y hasta la etapa final de tardofranquismo (1970-1976).
En esa etapa final, y contra pronóstico, el régimen se encaminó hacia el endurecimiento. En el caso vasco se estima que entre 1968 y 197676 hubo hasta 22.000 detenidos en Hegoalde, además de decenas de muertes, tanto por fuerzas de seguridad como por grupos armados.
Para terminar. Ciertamente ya no se puede volver al pasado, pero sí cabe construir presente y futuro desde la memoria, los proyectos y otros mimbres. El impulso de la Querella argentinamediante apoyos sociales crecientes ayudará no solo a recuperar memoria y dignidad sino, también, a reconstruir nuestras sociedades desde valores de libertad y democracia.
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