dimarts, 29 de setembre del 2015

Aquellos clamores contra la memoria (En torno al libro de Gerardo Iglesias)


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LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES | 27-09-2015 | 01:59
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Gerardo Iglesias.

«La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido» (Milan Kundera).

«Los libros son la humanidad en tinta» (Arthur Schopenhauer)


¿Cómo no recordar aquel clamor de principios de la Transición que invocaba amnistía y libertad? ¿Cómo no asombrarse de la inconsciencia que aquello suponía? ¿Acaso se ignoraba que amnistía y amnesia comparten la raíz etimológica? ¿Cómo no desesperarse ante el hecho de que, en muchos casos, sin saberlo, se estaba pidiendo el olvido para la que acaso fue la mejor España que hemos tenido en nuestra historia contemporánea?
¿Nos podíamos permitir el lujo de olvidar a aquella España que había sido perseguida durante el franquismo, que, en muchos casos, tomó el camino del exilio y, en otros, sufrió aquí una brutal represión? Ni siquiera hace falta hablar de lo sucedido en la Guerra Civil, con las salvajadas que tuvieron lugar en unas y otras trincheras, con las consecuencias de una situación en la que no había ley. Aquí se trata de muy distinta cosa: de un Estado existente, vencedor de la contienda que reprimió, exterminó y expulsó a muchos compatriotas. Aquí se trata de dejar claro que no se puede seguir ocultando la historia.
Aquí se trata de un periodo histórico, el de la Transición, que no reconoció ni el dolor ni el sufrimiento de quienes tuvieron que abandonar su país, de quienes pagaron con la cárcel su disidencia, de quienes perdieron su vida luchando contra una de las dictaduras más largas de la pasada centuria. Aquí se trata de un periodo histórico en el que ni siquiera se respetaron en muchos casos las leyes vigentes a la hora de juzgar a los disidentes.
Y, por favor, no hablen de revanchismos y rencores cuando lo que se pretende es que no se oculten los atropellos y fechorías de aquel régimen político tenebroso y represivo. Y, por favor, hora va siendo ya de que la izquierda de siglas sea mínimamente respetuosa con sus grandes referentes históricamente hablando.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que en lo que es hoy la sede del Parlamento autonómico no haya una sola placa que sirva de recordatorio a las víctimas de consejos de guerra que allí tuvieron lugar, entre ellas, al rector Alas? Esto lo sugirió hace más de un año Leopoldo Tolivar en un memorable artículo publicado en EL COMERCIO. Pero nadie quiere dejar constancia de ello. Mientras tanto, el presidente del parlamentín llariego no se da por enterado y prefiere deleitarnos con sus luminosas ocurrencias en materia sociolingüística. ¡Madre mía!
¿Cómo no recordar el momento en que regresó a España Sánchez Albornoz, emocionado al ver de nuevo el cielo de su país? ¿Había que perdonarlo a él por haberse comprometido con el saber y con la libertad a lo largo de toda su vida?
¿Cómo no tener en cuenta el sufrimiento de todas las personas cercanas a las víctimas del franquismo que, en muchos casos, ni siquiera conocen el lugar donde fueron asesinados sus seres queridos? ¿Eso es resentimiento?
No perdamos de vista algo muy grave: el olvido no es el asentamiento ideal de un modelo de país, de un modelo de convivencia. Un olvido, en efecto, cómplice. Siempre tendré presente la indignación que me produjo el entonces presidente del Senado español, el señor Rojo, cuando, en un acto de homenaje en París en 2004 a los republicanos españoles que fueron la vanguardia de la liberación de esa ciudad, ni siquiera tuvo el valor de hacer mención al Estado que ellos seguían defendiendo, es decir, a la Segunda República. Y es que, incluso a estas alturas, la palabra República sigue siendo anatema no sólo para los herederos del franquismo, sino también para muchos dirigentes del PSOE.
«La República no hace felices a los hombres; lo que les hace es, simplemente, hombres», pertenecen estas palabras a un discurso de Azaña pronunciado en Valencia el 4 de abril de 1932. Pues bien, hasta tal extremo hemos llegado que en algún libro de máximas se cita esta frase de Azaña con la particularidad de que no aparece la palabra República. En su lugar figura «libertad».
Olvido cómplice con el que hay que romper, por ética y por estética. Y, sin duda, el libro de Gerardo Iglesias contribuirá a ello.