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Miguel Ángel Muñoz
Rafael Alberti (Puerto de Santa María, Cádiz, 1902-1999), ya es de sobra sabido, comenzó su carrera artística como pintor. Luego descubrió que era “también” poeta, y se dedicó a la lírica con más tiempo. Pero la pintura, jamás olvidada por él, en los años recientes ha vuelto a ocupar un lugar importante en el conjunto de su trayectoria. Me contaba el poeta José Hierro que la primera vocación de Rafael Alberti “fue la pintura, patente ya en sus primeros años cuando en El Puerto de Santa María dibujaba los barcos que hasta allí llegaban”. Cuando llegó con su familia a Madrid, en 1917, su intención era la de estudiar dibujo y pintura. Más tarde se referiría en sus versos a lo que sentía en aquellos momentos: “Mil novecientos diecisiete./ Mi adolescencia: la locura/ por una caja de pintura,/ un lienzo en blanco, un caballete”. La nostalgia de la bahía de Cádiz y la tristeza tras la muerte de su padre, le llevaron a refugiarse en la poesía y dejar la pintura en un segundo plano, por un tiempo corto. A partir de ese momento, iría introduciéndose en la Residencia de Estudiantes, donde se relacionaría con los poetas de la Generación del 27: Dámaso Alonso, García Lorca, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre.
Esa pasión por la pintura que Alberti comparte con escritores geniales como Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau, Max Jacob, Federico García Lorca, John Berger, José Hierro, Gunter Grass, escritores que convergen en paralelo con la pintura, y, también, con pintores extraordinarios que escribieron páginas deslumbrantes como Malévich, Salvador Dalí, Albert Ráfols- Casamada, Antoni Tápies, Antonio Saura, Balthus. Alberti construyó su trayectoria pictórica- poética en un mismo lenguaje. Su pasión por la pintura la descubre muy temprano en el Museo del Prado, donde se encuentra con algunos de los que serán sus maestros: Tiziano, Veronés, Rafael, Murillo, Fray Angélico, Velázquez, Zurbarán y Goya. Años más tarde desde su exilio en Argentina escribe uno de sus libros más importantes A la Pintura.Poema del color y la línea (1945-1976), dedicado a Picasso. Poemario en el que la palabra sustituye a la pincelada, en unos casos fluida y ondulante, en otros contorsionada y llena de violentos contrastes; reflejados en cincuenta y siete composiciones que integran un todo armónico imbuido de la presencia de efectos cromáticos, de la luz que ilumina los paisajes, del interés por las formas, la línea y el color, precedido por un tríptico en el que la impresión que causó al joven Alberti la primera visita al Museo del Prado.
“De ti me guardo un ojo en el incendio.
A ti te dentelleo la cabeza.
Te hago crujir los húmeros. Te sorbo
el caracol que te hurga en una oreja.
A ti te entierro solamente
en el barro las piernas.
Una pierna.
Otra pierna.
Golpea”.
En este poema, nos adentra de pronto, en el mundo de Goya, en el corazón de su pintura, en el centro mágico de cada trazo, en ese mundo visible e invisible, que rodea a los cuadros del pintor aragonés. Poema de la exaltación de la pintura, que canta no sólo su admiración, sino la pasión que le genera descubrirse maravillado. La belleza interpretada a partir de la mirada del poeta, en efecto, de sus impresiones subjetivas sobre las cosas. Una revolución estética en toda regla.
En 1920 el pintor español Daniel Vázquez Díaz, le animó en su vocación y, por indicación suya, expuso algunos cuadros en el primer Salón de Nacional Otoño de Madrid. “En estos últimos meses —escribía enDiario de un día— no me levanto ya para escribir, sino —¡quién lo diría, oh, heroicos madrugones de los tenaces dieciocho años!— para pintar […] Mi primera y avasalladora vocación me llama hoy, al cabo de casi treinta años dormida, con persistencia de la que comienzo a tener miedo”.
En Argentina no deja de pintar, grabar, ilustrar libros y realiza numerosos dibujos, de modo que se justifica que, en 1962, poco antes de su regreso a Europa, la Asociación de Artistas Plásticos Argentinos le rinde un homenaje, y que ya en Roma, la Sociedad de Grabadores de Italia le nombre miembro de honor. En 1964, presenta X Sonetos romanos, aguafuertes y grabados en plomo, con los que obtiene el primer premio de grabado en la V Rasegna d’Arte Figurativo di Roma, en 1966. Durante su estancia en la italiana desarrolla con mayor intensidad su creación pictórica, sobre todo en el grabado, el dibujo en color y la caligrafía de sus versos (“Yo soy —decía Alberti— un pintor chino que caligrafía sus versos”). De las numerosas carpetas de grabados realizadas en Italia cabe destacar X sonetos romanos (1964), Los ojos de Picasso (1966), que se expone en la Galleria Il Segno, de Roma; Corrida (1970), donde deja ver su visión de la fiesta de los toros e interpreta todas las suertes del toreo; y El lirismo del alfabeto (1970), que consta de veintiséis serigrafías en color y otras tantas en blanco y negro. Quizás esta serie le representa mejor en esta vertiente de su arte. Sus dibujos son un texto que el artista escribe en versos de colores, en líneas vibrantes y cálidas. Un arte que nace de la realidad, pero que es plástico antes que nada; un arte de síntesis que busca la simplicidad de la línea. Su clasicismo es de raíz mediterránea —con cierta influencia de Picasso y Joan Miró—, pero universal.
Los libros que resultan de la colaboración de los dos Alberti: el poeta —con textos propios o ajenos— y el pintor poseen una unidad que convierte a una ilustración en algo tan importante como el texto mismo; que convierte al texto en un gozo para los ojos, y al dibujo en un placer para saber escucharlo. “He aquí, en este poeta —decía José Hierro— tan consciente de su tiempo, una supervivencia —presente vivo, no anacronismo— de aquella actitud desenfadada y juvenil que ha caracterizado a los poetas del 27”. Aventura que se refleja con voz personal e inconfundible no sólo en sus poemas, sino también su pintura. Un poeta enorme, sí, y un pintor genial, sin duda.
miguelamunozpalos@prodigy.net.mx
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