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por José María García Márquez -
La frase no es mía, desde luego. Hay que educar al pueblo que lo ha envenenado la repugnante raza judía con sus riquezas. El que así se expresaba en una de sus charlas por la radio era el ex general Queipo de Llano. Normal, dirán ustedes, después de las bestialidades que llegó a pronunciar este individuo. Eso ocurría en 1936. Pues bien, cuando pasaron unos años, este hermano honorario de la Macarena, y otros sujetos como él, cambió por completo su lenguaje y dejó de meterse con los judíos. Desde mediados de 1944 todo empezó a cambiar y se sustituyeron los adjetivos que se utilizaban para referirse a ellos. Y no era complicado conocer el por qué de ese radical cambio de actitud: los aliados habían entrado en Roma y habían desembarcado en Normandía, los alemanes estaban recibiendo su propia medicina en el frente del este y todos, menos algunos fanáticos, sabían ya que la guerra estaba perdida para Hitler y sus aliados. Entre estos estaba la dictadura de Franco y, lógicamente, fueron muchos los que se vieron con la soga al cuello si las cosas cambiaban en España.
Pero antes de que esto ocurriera, hubo barra libre para el insulto, la difamación, la burla y la persecución de los judíos sin cortapisas de ninguna clase. Y eso que en este país, como decía el ministro fascista (¡de Justicia!), Eduardo Aunós, los Reyes Católicos ahorraron tener que tomar medidas contra los judíos gracias a su expulsión. Pero, ojo, decía este iluminado: nos hallamos lejos de poder decir que en España no existan infiltraciones semitas en el sentido de influencia moral, porque hasta la decadencia española se explica en parte por la supervivencia más o menos larvada de estigmas hebreos. Hasta la crítica a la labor de la dictadura y la desconfianza hacia los que gobernaban la entendía este hombre como otros tantos vicios de origen semita que es preciso raer sin contemplaciones ni debilidades. Y, como Aunós, fueron muchos los que se montaron en el carro de la difamación a los judíos y que alentaron abiertamente su persecución. Y así ocurrió desde los primeros días del golpe militar. En Melilla, por ejemplo, faltó tiempo para que en un conocido café del centro de la ciudad los veladores tuvieran encima un cartelito que decía: “Prohibido sentarse a judíos y alimañas de otras especies”.
El ABC de Sevilla, ese diario que algunos llaman “conservador”, pero que en el verano de 1936 era fascismo puro, ya el 24 de julio hizo su proclama para el día de Santiago llamando abiertamente a la muerte de los judíos para: salvar a la Patria de que caiga en las garras de la anti-España, constituida por la banca judía […] luchemos para formar un solo frente nacional contra los judíos y las logias de masones. […] Muera la canalla judía internacional, que sólo desea la ruina de nuestra querida España para apoderarse de sus riquezas. […]Muera esa Prensa miserable de la izquierda, que protegida con dinero de los judíos durante muchos años ha venido sembrando odios profundos.
El llamado “almirante” Francisco Bastarreche (que no lo era, pues había sido expulsado de la Armada el 26 de julio de 1936 por el Gobierno de la República), decía: En el ocaso de la guerra y luego en la posguerra hay que multiplicar este celo patriótico y esta obediencia ciega a Franco, haciendo de cada ciudadano un policía para que nunca haya más judíos ni rojos emboscados, sino simplemente españoles de corazón. Esto lo manifestaba uno de esos golpistas que tanto se esforzó para ganar, como cuando bombardeó desde el crucero “Canarias” a los malagueños que huían por la carretera a Motril. Por cierto, todavía tiene varias calles y plazas con su nombre.
Y es que entonces todo valía. Sería después cuando hubo que hablar de “los judíos que salvó Franco” y olvidar, olvidar a toda prisa las burradas que se dijeron, como cuando su propio jefe de Prensa y Propaganda, Juan Pujol Martínez, escribía:
¿Contra quién estamos luchando los españoles? No es sólo contra nuestros compatriotas marxistas, ni contra la hez de las grandes ciudades europeas, fauna de puertos y arrabales fabriles, piojería de los slums y de los barrios malditos, ni contra la vasta y triste Rusia. O, mejor dicho, no es contra todo eso solamente. Empujando a esas hordas, alentándolas, dirigiéndolas, está el Comité Secreto Israelita que gobierna al pueblo judío distribuido por el mundo, obstinado ahora más que nunca en dominarlo. En realidad, España está guerreando contra la Judería universal, que ya es dueña de Rusia y que ahora pretendía apoderarse de nuestro país.
Esta boquita cobraba todo su esplendor cuando se refería a nombres propios. Juzguen ustedes:
Por casualidad, también es un judío español –Fernando Ríos, y no de los Ríos, como el muy farsante suele firmar- el que trata de la colaboración en el aprovisionamiento de los rojos por parte del Gobierno de Francia, con otro pedazo de judío, León Blum, según se ha probado documentalmente. Rossemberg, el jorobado siniestro que es ahora el verdadero dictador de España. Judía y bien empedernida y hedionda esa alimaña de Margarita Nelken, venida aquí de un gheto alemán, con el padre buhonero. Judío es Companys, descendiente de judíos conversos, y no hay más que verle la jeta para comprenderlo, sin necesidad de más exploraciones en su árbol genealógico. Judío es Indalecio Prieto, bien que lo ignore…
Y esta bilis la echaba fuera una persona que murió amortajada con el hábito franciscano. No se si entonces se conocía la regla franciscana que dice:
Aconsejo, amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a mis hermanos que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de palabra ni juzguen a otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene.
Eran los buenos tiempos, cuando el escritor Cristóbal de Castro se burlaba de los judíos apiñados en Lisboa para huir de Europa, cuando Felipe Cortines Murube llamaba a Ángel Pestaña esbirro de Judá, cuando Eugenio Montes añoraba su querida Praga libre de la roña judía, cuando el escritor Luis Araújo daba las gracias a Franco por haber salvado la civilización cristiana de la barbarie comunista: judía y asiática, es decir, la más espantosa de todas las barbaries, cuando José Antonio Jiménez Arnau veía en cada ciudad alemana una Jerusalén que chupaba su sangre o el periodista César González Ruano (del que la Fundación MAPFRE mantiene un prestigioso premio con su nombre) aplaudía de forma entusiasta las medidas de Mussolini expulsando a los judíos de la enseñanza, porque para él no eran sino los envenenadores de la juventud. ¡Qué gran periodista González Ruano!, y qué gran fascista.
Cuando las bandas armadas de Franco ocuparon Barcelona, el escritor y periodista Enrique de Angulo hizo todo lo que pudo para alentar la persecución de los judíos de la ciudad. Decía este moderno inquisidor:
La colonia israelita de Barcelona tenía, además, constituido su tribunal rabínico. Sin perjuicio, claro es, de someter al resto de los ciudadanos no judíos al suplicio alucinante de las checas y de los tribunales populares.
Porque es lo cierto que la dominación sefardita tiranizaba toda la ciudad y su influencia y el maleficio de su maldad se extendían por todas partes. Judíos fueron los que idearon y realizaron los tormentos del S.I.M. rojo; que han batido el record mundial de refinamiento de la crueldad.
Decía el “conservador” ABC: En Viena han sido expulsados de la abogacía setecientos veinte abogados judíos. La medida se halla inspirada en un legítimo derecho de defensa. El virus israelita arteramente diluido en el comunismo, en el marxismo y en la masonería, es el que ha contagiado a las sociedades modernas, infestando a las llamadas democracias […] El camino a seguir, se halla claramente marcado.
Cuando el Gobierno de la República se marchó hacia Valencia, decía el escritor López Prudencio: en este peregrinaje hacia Levante, que deben presentir primera etapa de su éxodo al lejano Oriente, donde desaparecieron ya los helenos y los apóstoles cuyo arte, cuya filosofía y cuya fe, integraron la civilización cristiana y donde ahora viven los cosacos bárbaros y los judíos protervos que colaboran en el siniestro intento de aniquilar esa civilización. También este hombre tiene calle puesta en Badajoz, como Dios manda, y hasta premio de comunicación con su nombre, que lo paga la Diputación.
¡Que viva España cada vez más grande! ¡Viva Franco, que al frente de nuestras tropas acabará con la esclavitud ruso-judía! gritaba Millán Astray en Salamanca, de la misma forma que Alfredo Kindelán, otro jefe de la militarada, decía en el homenaje a la nazi Legión Cóndor y la fascista Ala Littoria: luchamos contra el comunismo, la masonería internacional y los judíos, y les vencimos con la ayuda del Altísimo y de la Virgen María.
Tus adornos y tus arreos no pueden ser las modas inmundas de la Francia judía y traidora, sino el recato y el pudor de la moral cristiana… Así rezaba el manifiesto a la mujer de la Unión Diocesana de Mujeres Católicas.
Los diabéticos de Córdoba se debían a la huella que dejó la población judía antes de la expulsión, y el hambre de la posguerra, por si no lo sabían ustedes, lo produjo la lucha de tres años contra el contubernio judaicomasónico internacional.
Se podría llenar este artículo de perlas y citas textuales de muchos escritores, periodistas, militares, poetas y “prohombres” desahogando su racismo. ¿No se habían enterado ustedes que eso del antijudaísmo del franquismo era propaganda marxista, como algunos dicen todavía? Nada como aquellos tiempos.
Ahora el Gobierno va a incluir en el currículo escolar el estudio del Holocausto judío, lo que no está nada mal. Pero, la pregunta es obligada, ¿resultará que los animales eran solamente los nazis? Estudiar el Holocausto sin estudiar el fascismo no serviría de nada, obviamente, de la misma forma que estudiar el fascismo en nuestro país sin conocer el franquismo sería una estafa al conocimiento.
¡Viva el olvido!
por José María García Márquez
Investigador e historiador.
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