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JUEVES, SEPTIEMBRE 19
Yo fui torturado por José Antonio González Pacheco, alías Billy El Niño en 1969, fue en mi época de lucha anti franquista, en la que militaba en el PCE en sus dos vertientes, la sindical a través de CC.OO. de Artes Gráficas, y estudiantil, en la Escuela de Telecomunicaciones de la Complutense. En aquel tiempo se estaba discutiendo el Estatuto para la Politécnica, y la izquierda lideró esa lucha, yo era representante de Teleco, y después de una reunión clandestina en Caminos, al salir camino del autobús, paró bruscamente un Seat 124 negro a mi lado, supe enseguida qué suponía aquello, bajaron dos policías de la Brigada Político Social, uno de ellos era “Billy el niño”. Creo que nunca se borrará de mi mente aquella cara. Ahora la he vuelto a ver de nuevo al saber que una jueza argentina pide su detención y enjuiciamiento, vuelven a mí los recuerdos de aquellos interminables días en la DGS, en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Aquel tétrico edificio que aún me da escalofríos al pasar delante, por más que ahora sea la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid.
En el camino unas cuantas, muchas, hostias, casi todas venidas de Billy, especialmente cuando me quejé de que las esposas me hacían daño, y el aviso de lo que sería después. Reconozco que no fue miedo lo que sentí, quizás porque mis convicciones ideológicas eran tan profundas que estaba preparado para ello, era una mezcla de rabia, impotencia, e incertidumbre. Luego recuerdo que ya en la tenebrosa celda mi única inquietud era que mi madre estaría preocupada porque no llegaba a casa, y así era porque en aquel tiempo cuando te detenían desparecías. Menos mal que mi novia de entonces, que también militaba en el PCE en Standar, imaginaba dónde podía estar y se lo advirtió ya de madrugada, por eso acabaron las dos en la DGS descubriendo que me encontraba allí después de recorrer todos los hospitales de Madrid.
En el camino unas cuantas, muchas, hostias, casi todas venidas de Billy, especialmente cuando me quejé de que las esposas me hacían daño, y el aviso de lo que sería después. Reconozco que no fue miedo lo que sentí, quizás porque mis convicciones ideológicas eran tan profundas que estaba preparado para ello, era una mezcla de rabia, impotencia, e incertidumbre. Luego recuerdo que ya en la tenebrosa celda mi única inquietud era que mi madre estaría preocupada porque no llegaba a casa, y así era porque en aquel tiempo cuando te detenían desparecías. Menos mal que mi novia de entonces, que también militaba en el PCE en Standar, imaginaba dónde podía estar y se lo advirtió ya de madrugada, por eso acabaron las dos en la DGS descubriendo que me encontraba allí después de recorrer todos los hospitales de Madrid.
En ese lugar, en mí soledad, me preparé para lo que venía, había leído las instrucciones que nos daba mi partido, y por nada del mundo podía dejar de dar la talla, ni podía, ni debía “cantar” nada, porque de eso dependían otros camaradas, y aguanté, aguanté duro, y quizás el aguantar entonces me haya hecho la persona que soy. Quizás en aquellos días, y en los que vinieron posteriormente en nuevas detenciones se forjó mi acero, me curtí definitivamente, quizás me prepararon para aguantar los envites de la vida. Por eso ahora al ver su cara, al recordar sus interrogatorios, sus “métodos”, la piscina, la bolsa, los siento aún en mis carnes, en mi memoria y me repugna aún más la tortura. Desde aquí alzo mi voz contra ella, más aún si se llegara a practicar desde instituciones del estado.
Cuando Billy “actuaba” dando fuertes golpes en mi nuca situado justo detrás mía y uno de sus compañeros le decía “ten cuidado que se te va a ir la mano otra vez y lo vas a matar”, resuenan esas palabras en mi mente, las heridas se reabren, y las recuerdo como si fueran ahora, y cuando él respondía cínicamente “no importa, hacemos como con Ruano, lo tiramos por la ventana y decimos que se quería escapar”, rememorando así la muerte de otro compañero de lucha Enrique Ruano supuestamente asesinado unos días antes en los interrogatorios y luego lanzado por una ventana para disimularlo .
Pienso en Enrique (en la foto), en todos los Enriques que dejamos por el camino, en los abogados de Atocha, donde las casualidades de la vida también hicieron cambiar una reunión del PCE de Artes Gráficas que teníamos allí ese día, quizás el destino me quería llevar hasta hoy, para escribir estas líneas, que son, que quieren ser un homenaje a quienes lucharon codo con codo conmigo.
Hoy estamos en otro tiempo, pero esta tarde otoñal recuerdo aquellos momentos, aquellos días, aquellos interrogatorios crueles, aquellas gentes, con sensaciones profundas, muy profundas, y alguna lágrima asomando por mis ojos, ahora que he recuperado mi capacidad para llorar de emoción. Veo a quien fue mi abogada de entonces: Cristina Almeida con la que luego me unió una gran amistad.
Quizás lo que me está ocurriendo ahora, escribir estas líneas, sea consecuencia de ese despertar al sentir, que es como despertar al vivir y solo espero que a esa persona, que ahora conozco vive en Madrid porque pensaba que estaba desaparecido en un país latinoamericano, tenga al fin lo que se merece.
Animo al hilo de la solicitud de la jueza argentina a que todas aquellas personas torturadas por él alcen su voz alta y clara, que perdamos el miedo y el silencio.
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