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REPORTAJE | CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
Miles de españoles refugiados de la guerra fueron internados en condiciones indignas, junto a los considerados “indeseables” como judíos, gitanos y comunistas. El primer ministro francés, Manuel Valls, inaugura el viernes un memorial sobre este campo que hilvana las páginas más negras
“El viento levantaba la arena y se clavaba como agujas…una vez tiró a mi abuela, sólo la retuvo la barraca”. El primer recuerdo de los internados en Rivesaltes es la tramontana, un viento feroz incluso en días preciosos de sol como este de octubre. Antonio de la Fuente, hijo y nieto de republicanos españoles cruzó los Pirineos en la ‘retirada’, junto a otros 400.000 españoles, tras la victoria de Franco en 1939. Varias decenas de miles acabaron internados en este campo cerca de Perpiñá, como la familia De la Fuente. Antonio tenía doce años. Hoy tiene 86.
“Mi barraca era la 27, en el islote K, ahora no se puede entrar allí, está acordonado por los militares”, apunta al mostrar una de las casetas algo reconstruida para la apertura del memorial. Antes había pasado por los campos de las playas (Argelès-sur-mer, Barcarès y Saint-Cyprien). “Este es el único con cemento en el suelo, pero las condiciones eran parecidas, mucho frio en invierno y calor en verano; las literas estaban muy apretadas, poníamos paja en ellas, las paredes estaban llenas de chinches y el suelo de ratas”. No había agua corriente, las letrinas apestaban.
“Pasamos mucha hambre y todavía odio la sopa, el aguachirri de tupinambo (tubérculo que en la guerra sustituyó a las patatas)”, recuerda Antonio y en eso coincide con su compañero de campo Paul Niedermann. Este alemán judío, deportado junto a su familia desde un pueblecito cerca de Karlsruhe, logró escaparse de Rivesaltes a los 14 años junto a su hermano menor, rompiendo una alambrada del campo, gracias a la ayuda de una organización francesa que sobornó a uno de los guardianes. Gracias a eso sobrevivió al Holocausto, mientras sus padres, como varios miles de alemanes judíos fueron enviados desde allí a Auschwitz, vía el campo de concentración francés de Drancy.
“Gracias a las mujeres españolas,que nos enseñaron hacer escudillas con las latas, pudimos comer esa especie de sopa que nos daban de rancho”, relata Paul, que estará también presente en la inauguración del memorial el viernes.
El primer ministro Valls quiere entrevistarse con los supervivientes y, entre ellos, habrá representantes de los gitanos, de los ‘harkis’ (argelinos) y guineanos. Marie Therese Camara (su marido luchó junto a los franceses en las guerras de independencia), dio a luz en el propio campo a su segunda niña. “Fue muy, muy duro, tenía muy poco peso y el frio era insoportable, la pegaba junto a mí para resguardarla…”, cuenta con la voz entrecortada. Marie Therese nunca había hablado hasta ahora de esta “pesadilla” con sus hijas, como confirma una de ellas que la acompaña.
Del nivel de nutrición y sanitario del campo da idea el que diariamente morían “entre quince y veinte personas”, según escribiera en una carta una interna en 1941.
Por los que deambulan
El rencor es algo que no conocen estos antiguos presos. Paul, que rehízo su vida en París, vuelve a menudo a su ciudad natal alemana y, como Antonio, desde hace veinte años recorre colegios y liceos de varios países contando su experiencia.
La familia De la Fuente se quedó en Francia y Antonio se convirtió en tornero metalúrgico. Se considera un afortunado por poder testimoniar. “Lo hago por la memoria de todos los que pasaron por los campos durante la Segunda Guerra Mundial y en la actualidad por todos esos desgraciados que deambulan de un país a otro sin saber dónde van a parar”. Antonio no entiende que, con los medios que tienen los países europeos, se regatee tanto con los refugiados.
Diseñado por el arquitecto Rudy Ricciotti, el edificio que alberga el Memorial de Rivesaltes asemeja a un ataúd semienterrado, pintado en color ocre y con luz indirecta. Se accede por una rampa oscura que transmite al visitante quizás una mínima sensación del agobio que sintieron los internados. “Se trata de que interrogue al visitante, de que no se marche de aquí como quien recorre un museo o consume un simple bien cultural”, agrega Sajaloli, quien busca con el memorial “un diálogo entre culturas, generaciones y también entre la historia, las humanidades y el arte”.
Molinos como testigos
Al otro lado de la alambrada, en lo que sigue siendo el campo militar, se divisa un moderno edificio blanco sin ventanas. Es un centro operativo de la famosa DGSE francesa, es decir de los servicios secretos exteriores. Desde allí se preparan para “la guerrilla y contra guerrilla de las operaciones en el exterior del ejército francés”. Los únicos observadores son los molinos eólicos que circundan el campo.
Rivesaltes fue el mayor campo de internamiento de Europa occidental. Hilvana las páginas más negras de la historia de Europa, hasta nuestros días. Es testigo de la guerra civil española, del Holocausto, pues desde allí se deportó a miles de judíos para ser asesinados; aquí se encerró acomunistas y gitanos; más tarde se internaron a argelinos y guineanos que lucharon con las tropas francesas en las guerras de independencia. Y, hasta 2007, fue un campo de retención para expulsar a los extranjeros cuyo único delito era no tener los papeles en regla.
Valls tendrá que hacer filigranas en su discurso para poder diferenciar el pasado del presente. Difícil no relacionar Rivesaltes con el campamento salvaje del puerto de Calais, donde se hacinan miles de extranjeros sin las mínimas condiciones de higiene, con una ración diaria, en vana espera para obtener una oportunidad en Europa.
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