La masacre de la carretera de Málaga a Almería cayó en el olvido por ser una vergüenza tanto para el Franquismo como para la República
DAVID BOLLERO
La masacre de la carreta de Málaga a Almería, conocida como la “Desbandá”, es la gran olvidada de la Guerra Civil española, a pesar de ser la peor matanza vivida durante la contienda. “Los muertos, muertos son, pero mientras que el bombardeo de Guernica, con 250, es conocido internacionalmente, el de la carretera de Almería, con 5.000 asesinados, siempre se ha ocultado porque fue una vergüenza para todos”, afirma el historiador Miguel Alba.
Si en Guernica las bombas fascistas cayeron sobre 5.000 vascos, en la Desbandá más de150.000 malagueños, en su mayoría mujeres y niños, tuvieron que huir de la ciudad a pie, descalzos incluso, mientras eran bombardeados desde el aire por aviones alemanes e italianos y desde el mar por buques nacionales. Narran las crónicas de la época, según recuerda la historiadora Lourdes Peláez, “cómo los barcos franquistas acompañaban tranquilamente en paralelo y por el flanco derecho la huida de la población, que dejaba atrás Málaga por la única carretera posible, esculpida en la roca encima del mar, mientras los bombardeaba”.
Si en Guernica las bombas fascistas cayeron sobre 5.000 vascos, en la Desbandá más de150.000 malagueños, en su mayoría mujeres y niños, tuvieron que huir de la ciudad a pie, descalzos incluso, mientras eran bombardeados desde el aire por aviones alemanes e italianos y desde el mar por buques nacionales. Narran las crónicas de la época, según recuerda la historiadora Lourdes Peláez, “cómo los barcos franquistas acompañaban tranquilamente en paralelo y por el flanco derecho la huida de la población, que dejaba atrás Málaga por la única carretera posible, esculpida en la roca encima del mar, mientras los bombardeaba”.
A los 5.000 muertos de aquella huida habría que sumar muchos más en Málaga una vez que cayó el 8 de febrero a manos de los sublevados. “Las informaciones de diarios de la época como El Centinela describen como Málaga ya no era una ciudad, era una carnicería, con mujeres saltando por la ventana, olor a carne quemada o los fascistas tiroteando por las calles indiscriminadamente a gente indefensa”, explica Peláez.
A pesar de esta tragedia innegable, incluso ahora que se cumple 79 años de los sucesos, continúa siendo la gran olvidada de la Historia de España, especialmente al norte de Despeñaperros. Alba ofrece la respuesta a esta amnesia histórica: “La Desbandá ha estado políticamente encerrada porque la política siempre quiere llevar a la Historia de la mano. No se ha hablado de esta matanza porque fue una vergüenza para todos, tanto para los fascistas, que fueron los ejecutores, como para la República”.
A pesar de esta tragedia innegable, incluso ahora que se cumple 79 años de los sucesos, continúa siendo la gran olvidada de la Historia de España, especialmente al norte de Despeñaperros. Alba ofrece la respuesta a esta amnesia histórica: “La Desbandá ha estado políticamente encerrada porque la política siempre quiere llevar a la Historia de la mano. No se ha hablado de esta matanza porque fue una vergüenza para todos, tanto para los fascistas, que fueron los ejecutores, como para la República”.
El periodista e historiador Antonio Somoza amplía el argumento de Alba, indicando que “Málaga, por su ubicación, era muy fácil de defender, pero la República la abandonó”. Tal y como expone Somoza, la capital malagueña sólo tenía una acceso por carretera y por el resto de los flancos estaba rodeada por mar y montaña, “por lo que con los recursos de entonces no presentaba grandes dificultades para ser defendida”.
Sin embargo, desde Madrid, “la República no terminaba de fiarse de Málaga [conocida como Málaga La Roja], porque había demasiados comunistas y anarquistas y no le prestó el apoyo debido”. Somoza relata cómo ni siquiera envío armas suficientes, de manera que los más de 12.000 milicianos que se quedaron en la ciudad estaban indefensos, con apenas 8.000 fusiles y con escasa munición.
“Málaga cayó como un castillo de naipes”, afirma Somoza, al tiempo que la historiadora Peláez se apoya en crónicas de la guerra del periodista húngaro Arthur Koestler, encarcelado por los franquistas tras la caída de Málaga, para ilustrar cómo “ya el 25 de enero se veía la carnicería en que se convertiría la ciudad, indefensa, con bombardeos iniciándose hacia el 5 de febrero y ni una sola réplica republicana”.
79 años después, Málaga Republicana acaba de realizar una reclamación ante el consulado alemán denunciando “los crímenes cometidos por las tropas alemanas, el bombardeo y ametrallamiento de la columna de civiles”, según apunta Máximo de Santos, portavoz de esta organización, que hoy organiza una marcha reivindicativa por la carretera de Málaga a Almería. Una reclamación, por otro lado, que exige al Gobierno español y al Congreso que asuman como propia, si bien se antoja más simbólica que efectiva, pues ya en 1979 Alemania se negó a asumir cualquier tipo de reparación por los bombardeos de Guernica por parte de la Legión Cóndor.
Sin embargo, desde Madrid, “la República no terminaba de fiarse de Málaga [conocida como Málaga La Roja], porque había demasiados comunistas y anarquistas y no le prestó el apoyo debido”. Somoza relata cómo ni siquiera envío armas suficientes, de manera que los más de 12.000 milicianos que se quedaron en la ciudad estaban indefensos, con apenas 8.000 fusiles y con escasa munición.
“Málaga cayó como un castillo de naipes”, afirma Somoza, al tiempo que la historiadora Peláez se apoya en crónicas de la guerra del periodista húngaro Arthur Koestler, encarcelado por los franquistas tras la caída de Málaga, para ilustrar cómo “ya el 25 de enero se veía la carnicería en que se convertiría la ciudad, indefensa, con bombardeos iniciándose hacia el 5 de febrero y ni una sola réplica republicana”.
79 años después, Málaga Republicana acaba de realizar una reclamación ante el consulado alemán denunciando “los crímenes cometidos por las tropas alemanas, el bombardeo y ametrallamiento de la columna de civiles”, según apunta Máximo de Santos, portavoz de esta organización, que hoy organiza una marcha reivindicativa por la carretera de Málaga a Almería. Una reclamación, por otro lado, que exige al Gobierno español y al Congreso que asuman como propia, si bien se antoja más simbólica que efectiva, pues ya en 1979 Alemania se negó a asumir cualquier tipo de reparación por los bombardeos de Guernica por parte de la Legión Cóndor.
“Suelta a la niña y corre”
Dolores García tenía 7 años cuando se unió con su familia a la Desbandá. Hoy, ya con 86 años y un exilio de 40 años en Suiza a sus espaldas, recibe un homenaje en Rincón de la Victoria (apenas a 15 kilómetros de Málaga), que tras cuatros años de Gobierno del Partido Popular, ha retomado ahora con un equipo de Gobierno progresista (PSOE, Ahora Rincón, IU y PA) sus jornadas de Memoria Histórica.
Durante la colocación de una placa conmemorativa por la masacre de la carretera de Málaga a Almería en uno de los túneles donde cayó un obús, García ha recibido esta mañana el homenaje como víctima de aquella huida en la que perdió a su familia. “Me quedé dormida, junto a mi madre, porque estaba muy cansada”, recuerda, “y mi padre, mi hermano y mis tíos continuaron caminando, quedando en encontrarnos en Almuñécar”.
Nunca se produjo tal encuentro y desde Almuñécar en adelante, García cuenta cómo “íbamos destapando a losmuertos en las cunetas pensando que quizás sería mi padre”, del que finalmente tuvieron noticias de que había llegado a Albacete, donde moriría años después sin que la familia se reagrupara jamás.
Por su parte, Carmen Aguilar tenía 5 años cuando su familia emprendió la huida bajo los bombardeos fascistas. Los 84 años que tiene ahora han hecho mella en su memoria, pero no lo suficiente para olvidar fragmentos que cuando relata le ponen los ojos vidriosos: “corríamos entre la gente, mi madre conmigo en brazos, y las personas le decían 'tira a la niña, tira a la niña', para que pudiera correr más”.
Aguilar no recuerda muy bien cómo terminaron en Lleida, si fue cogiendo un barco en Valencia, de la que le vienen imágenes de naranjas que devoraban exhaustos por el éxodo, pero lo que no puede olvidar es a su madre, “apartándome la cara constantemente de la cuneta para que no viera a los muertos”, o la noche que “tuvimos que dormir metidas en una calera [donde se elaboraba la cal], mientras seguían cayendo las bombas”.
Tampoco se ha borrado de su memoria cómo durante la travesía hacia Lleida cayó enferma de sarampión y el médico recomendó que no ingiriera ningún alimento por temor a que ello empeorara su estado. Tan al borde de la muerte estaba que sus padres quisieron que al menos comiera algo, sin temor ya a nada que perder. “Mi madre quiso asar una pata de conejo en una estufa y ni siquiera le dio tiempo a recalentarla, estaba tan hambrienta que prácticamente me la comí cruda”, relata. Su estado mejoraría y, desde ese momento y fruto de la promesa de su padre a la Virgen del Carmen si vivía, dejó de llamarse Antonia –como todavía a día de hoy figura en todos los papeles oficiales- y pasó a ser conocida como Carmen.
Nunca se produjo tal encuentro y desde Almuñécar en adelante, García cuenta cómo “íbamos destapando a losmuertos en las cunetas pensando que quizás sería mi padre”, del que finalmente tuvieron noticias de que había llegado a Albacete, donde moriría años después sin que la familia se reagrupara jamás.
Por su parte, Carmen Aguilar tenía 5 años cuando su familia emprendió la huida bajo los bombardeos fascistas. Los 84 años que tiene ahora han hecho mella en su memoria, pero no lo suficiente para olvidar fragmentos que cuando relata le ponen los ojos vidriosos: “corríamos entre la gente, mi madre conmigo en brazos, y las personas le decían 'tira a la niña, tira a la niña', para que pudiera correr más”.
Aguilar no recuerda muy bien cómo terminaron en Lleida, si fue cogiendo un barco en Valencia, de la que le vienen imágenes de naranjas que devoraban exhaustos por el éxodo, pero lo que no puede olvidar es a su madre, “apartándome la cara constantemente de la cuneta para que no viera a los muertos”, o la noche que “tuvimos que dormir metidas en una calera [donde se elaboraba la cal], mientras seguían cayendo las bombas”.
Tampoco se ha borrado de su memoria cómo durante la travesía hacia Lleida cayó enferma de sarampión y el médico recomendó que no ingiriera ningún alimento por temor a que ello empeorara su estado. Tan al borde de la muerte estaba que sus padres quisieron que al menos comiera algo, sin temor ya a nada que perder. “Mi madre quiso asar una pata de conejo en una estufa y ni siquiera le dio tiempo a recalentarla, estaba tan hambrienta que prácticamente me la comí cruda”, relata. Su estado mejoraría y, desde ese momento y fruto de la promesa de su padre a la Virgen del Carmen si vivía, dejó de llamarse Antonia –como todavía a día de hoy figura en todos los papeles oficiales- y pasó a ser conocida como Carmen.
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